Por Jordi Valls*
Crédito de la foto (izq.) www.victorrodrigueznunez.com /
(der.) La Garúa
la luna tras la luna.
la luna según masao vicente (2021),
de Víctor Rodríguez Núñez
Víctor Rodríguez es uno de los pocos poetas que siempre sorprenden y eso es muy difícil. La tendencia del escritor en general y en particular del poeta es la obsesión. El dar vueltas y vueltas a un tema o motivo que como un remolino devora cualquier ápice de originalidad, porque, en el fondo, la originalidad no es solo traficar con los matices del simbolismo del lenguaje, dibujando variaciones sobre un mismo tema, la originalidad es ser capaz de fabricar una alternativa nueva en cada intento y al mismo tiempo ser reconocible por un estilo propio.
En el libro Materia sublevada en un aclarador texto de prólogo, el poeta nos da una mirada hacia lo que pretende con su lírica:
Cuando escribía un texto, tenía que definir un significado y un significante, incluso visualizarlo sobre la página, y eso limitaba gravemente mi expresión. Por eso un día empecé a escribir sin una idea preconcebida, es decir, dejé fluir mi pensamiento de la forma más pura posible. No se trata de escritura automática, a la manera de los surrealistas, sino de escritura orgánica, registro del pensamiento como ocurre, entre inconsciencia y consciencia.
Más adelante aún dirá: “La coherencia implícita en la composición me parece una violencia del sentido, una alteración del modo natural de pensar, de representar la realidad.”
Esa manera de escribir condiciona también la manera de leer, el lector debe dejarse llevar por ese fluir del poeta, por su música particular, como lo hacemos cuando escuchamos cierta música de jazz que enriquece la audición con una participación activa de otras sensaciones corporales. La misma actitud es la que demanda la poesía contemporánea de la que Víctor Rodríguez Núñez es un claro ejemplo.
Intentaré explicar aquellos elementos sorprendentes en el libro la luna según masao vicente. Surge para empezar una primera y evidente pregunta. ¿Quién es Masao Vicente? En internet encontramos algo de información de Masao Vicente Suyama Tanka, combatiente revolucionario cubano, de origen cubano-japonés, muerto en combate el año 1961, contra una partida de guerrilleros adversos al gobierno castrista. Masao Vicente es considerado como un héroe de guerra. Aunque hay sospechas fundadas sobre el final real del guerrillero.
Sea como fuere, Vicente Masao ha inspirado en Víctor Rodríquez 111 composiciones, en forma estrófica de tres haikus en procesionaria, como los gusanos del pino, es decir, 333 haikus con vocación de kenji que son los haikus de la muerte. En cada estrofa hay un verso que destaca en negrita y se encuentra aleatoriamente en el conjunto de las tres estrofas. Al final de libro lo identificamos como título de cada poema. A partir de los títulos, es decir, el propio índice, por si solo nos ofrece otro poema más.
Aún tratándose de haikus, una de las formas de composición más breves, condensadas y herméticas. El haiku es una técnica muy trabajada en su propia tradición. Por eso no deja de sorprender el trabajo de combinatoria de Víctor Rodríguez, a partir de su poética es alucinante y como consigue una música particular, un prodigio que nos remite a la pericia de los trovadores. Pienso en el poeta aquitano del siglo XIII Arnaut Daniel y el origen trepidante en la forma métrica de la sextina, en el “trovar clus”, que un tiempo más tarde, tanto fascinó a Dante Alighieri.
Por otro lado, podemos entender la asociación del haiku a los orígenes del guerrillero Masao Vicente. También el símbolo de la luna que es una constante en la tradición nipona y china. La luna que podemos ver, a sí misma, como una correspondencia de espejos reflectores. ¿Esa luna responde a Cuba o responde al oriente lejano del que proviene el mito de Masao? No importa.
Víctor Rodríguez no llegó a conocer a Masao Vicente pero era una especie de mártir en su vecindad. Víctor parte de esa aura de admiración compartida durante su infancia. Los haikus de Víctor Rodríguez insinúan otra lectura de la muerte de Masao Vicente. Como una crónica delirante de trópicos intuimos el acecho de una traición: “en la madera/ de mi viejo fusil/ otro alfabeto// tira a matar/ bendita la torpeza/ que me protege// en la montaña/ pesa triple la pólvora/ la ideología”. La fe en la revolución y la herida de una traición doble: la muerte del héroe como tal y la muerte al pensamiento original de lo que debería haber sido la revolución y no acabo de ser: “me hice soldado/ pero no sé qué hacer/ con esta luna// silencio en bruto/ caracol estelar/ que se desdobla// y mi fe sangra/ como una adolescente/ con esta luna”.
Ahora movamos la posición de la luna y como si fuera una luz reflectora apuntemos a Estado de Ohio, EE.UU., donde actualmente vive el poeta. El libro está dedicado a su hija Mia Anjélica Rodríguez Hedden. En cierto modo el poeta busca dejar un legado de memoria. De padre a hijo, pero también ajustar el recuerdo de una admiración casi filial y simbólica hacia Masao Vicente ¿En este juego de miradas no está el poeta en cierto modo desdoblándose? En una realidad tan distinta, la de la juventud de Víctor Rodríguez en Cuba ¿Cómo poder explicar las expectativas del joven impetuosos, iniciado en los valores de la revolución cubana: la fe, la ilusión, las pasiones y los motivos que le impulsan a marchar de la tierra prometida? En un haiku lo da a entender: “el objetivo/ de la revolución/ no es el poder”. El objetivo incumplido es conseguir el ser humano nuevo. Ya Lenin definió la idea de la revolución permanente. la luna de masao vicente es la misma luna de Víctor Rodríguez. La Revolución mató a ambos. Solo uno de los dos resucita. El poeta convierte el testimonio en una narración elusiva donde se funde la realidad entre vislumbres líricos. Y el mito pasa a ser arte.
*(Barcelona-España, 1970). Poeta. Presidió la Associació de Joves Escriptors en Llengua Catalana (entre 1994-1996) y, en la actualidad, es miembro de la Associació de Escriptors en Llengua Catalana. Fue el primer poeta en ostentar el título de Poeta de la Ciutat de Barcelona. Obtuvo los Premios Martí Dot de Sant Feliu de Llobregat (1994), Gorgos de Poesía (2003), Jocs Florals de Barcelona (2006), Cadaqués a Rosa Leveroni (2014), V.A. Estellés. Premis Octubre (2020), entre otros. Ha publicado en poesía D’on neixen les penombres? (1995), Natura morta (1998), Oratori (2000), La Mel D’aristeu (2003), La mà de batre (2005), Violència gratuïta (2006), Última oda a Barcelona (con Lluís Calvo i Guardiola, 2008), Felix Orbe (2010), Ni Un Pam De Net Al Tancat Dels Ànecs (2011), Mal (2013), L’illa misteriosa (2015), Guillem Tell (2016), Pollo (2019) y Penumbras (2019).
*(La Habana-Cuba, 1955). Poeta, periodista, crítico y traductor. Doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Texas en Austin (EE.UU.). En la actualidad se desempeña como catedrático de esa especialidad en Kenyon College (EE.UU.). Obtuvo el Premio Internacional de Poesía Alfons El Magnànim (2013) y el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe (2016). Durante la década de 1980 fue redactor y jefe de redacción de la revista cultural cubana El Caimán Barbudo. Ha traducido poesía tanto del inglés al español (Mark Strand y John Kinsella), como del español al inglés (Juan Gelman, José Emilio Pacheco y Jorge Enrique Adoum). Ha publicado en poesía Desde un granero rojo (2013), Despegue (2016) y El cuaderno de la rata almizclera (2017), la luna según masao vicente (2021), entre muchos otros.