Texto publicado por la autora en la Revista Hispánica Moderna, año IV, N° 3, abril de 1938; pp. 209-216.
Por: Concha Meléndez
Crédito de la foto: Cortesía Antonio Melis
La literatura de hoy.
Albas de Xavier Abril
Alba primera
Xavier Abril nació en el alba de la graciosa Lima, en 1906. No ha sentido nunca la inconformidad de su nombre. Lo repite como los versos que le gusta. Insistente de primavera, sonoro y agudo, su nombre es una de las claves de su arte, desenvuelto en variedad de albas, renaciente en cada una de ellas.
De lo aprendido en los colegios de su ciudad ―en San Agustín, en el Colegio Alemán, confiesa no acordarse de casi nada. No asimiló «los vicios de la sensibilidad oficial»,[1] otra causa de su disposición de ánimo nuevo, de su actitud de amanecida. Acaso por desaplicación estuvo castigado como grumete en un buque de la marina peruana. Adquirió allí la inquietud de navegar, que desde entonces se vierte en viajes soñados o reales.
Libre de inhibiciones, goza, delira, y sufre. Así lo afirma en breve declaración frente a su libro Difícil trabajo. Piensa y escribe al vuelo de los días. Esta libertad en el vivir también explica la sensación de juventud que sus creaciones nos dan, y la sonrisa de niño que Xavier Abril retiene, coronando paradójicamente, su experiencia del mundo.
Cuando hizo su primer viaje a Europa (1923-25) había visitado la sierra del Perú ―dureza, color, asombro― en una experiencia que nos deja fortalecidos para siempre: «Un viaje a la sierra y las montañas del Perú, me dió[sic] una dirección y un sentido dentro del trabajo de la naturaleza.»[2] Su obra literaria anterior al primer viaje a Europa la califica como experimento y ensayo.
Alba segunda
1. Hollywood: La cronología de las obras de Xavier Abril no separa, como en otros artistas, épocas definidas. Sus libros se publican, ya por voluntad del poeta, o por azar, mucho después de haber sido escritos. Simultáneamente escribe poemas de contradictorio matiz. Los puros versos de Descubrimiento del Alba son contemporáneos de la poesía revolucionaria de Declaración en nuestros días. Del mismo modo sus albas son a veces simultáneas o interferentes. Los primeros poemas de Hollywood se escriben en 1927, el mismo año de la Exposition de Poémes et Déssins en que Abril y Juan Devéscovi, presentaron juntos en París poemas y dibujos. Los once poemas de esa exposición reaparecen en Difícil trabajo en 1935.
Hollywood, el primer libro publicado por Xavier Abril, se imprime en 1931. Junto a páginas de 1927 hay en este libro otras que abarcan un ciclo de 1923 a 1926. Es evidente que la cronología no es, en el caso de Xavier Abril, el camino más seguro para seguir su trayectoria poética. Los poemas se agrupan en libros por analogía, de atmósfera o de técnica. Desde este ángulo, Hollywood tiene unidad perfecta. Es el atlas de geografía poética y erótica de Xavier Abril, cosmopolitismo de sensaciones y visiones según procedimientos de cinema.
Gran parte del libro podría describirse como revistas cinemáticas de alfombra mágica: España, Francia, Harrogatte, Ostende, Cuba, Jamaica. El humorismo a lo Ramón, y hasta la greguería, circulan por Hollywood, que no pierde nunca la gracia de una inteligencia afilada en ironías, gozosa ante lo inesperado. El infrarrealismo ramoniano de Las moscas alterna con el surrealismo incipiente de Xavier Abril ha muerto. La obsesión de la mujer como aventura, como sensual goce, matiza casi todo el libro. Adolescente ardor que en Descubrimiento del alba ha de sustituirse por ansia espiritualizada, lírico afinamiento.
El alba en Hollywood es sensual, alusión al amor presentido o logrado: el humor veraneante del cuerpo de Odette llega al alba. «Me verás en las colinas del alba entre tus brazos», dice el poeta a una mujer. Y luego: «Estás adormecida en el alba entre dos rayos». El alba es metáfora bella o definición ramonista:
«Cruza el tren por el bosque del alba.»
«Y los ladrones robaron gallinas al alba. El alba es un corral y una línea blanca.»
Mas en Prosa del horizonte nivelado, el alba toma la dimensión predominante en Hollywood: «Tiende el compás, la línea, los diez dedos ―abre la flor del alba―. Da la alegría del alba, de la flor, del balido.[sic]»
Dos definiciones rematan certeras las albas de Hollywood: Schumann es la mañana; Virgilio viene del amanecer.
2. Difícil trabajo: De los once poemas expuestos en París en 1927 ha dicho Jean Cassou[3] que parecen estar impregnados del pavor nocturno, marcados por el sueño y la inquietud. Esta observación precisa me da uno de los límites de la poesía de Xavier Abril: pavor de sus sueños, de sus alucinaciones, de sus delirios subconscientes. El otro límite es la soledad. Hay momentos en que ambos se funden convirtiéndose en eje de un arte que va inclinándose con movimiento creciente hacia la expresión de la moderna angustia, de la inquietud contemporánea. Pavor y soledad atraviesan la Crisis de Difícil trabajo y acompañan al poeta hasta los versos finales:
Esta noche estoy asido
a mi propio terror.
Difícil trabajo es fruto de la experiencia surrealista de Xavier Abril, a tono con el clima de este movimiento que presenció en París en exposiciones pictóricas, libros y conferencias. «Las exposiciones surrealistas de Joan Miró y Francis Picabia, me han limitado en línea de manicomio. Viajo intranquilo por mi locura hacia la noche. De mis pestañas salen moscas. Sale negro.»[4]
De este surrealismo lo salva la prédica noble, agonista de Mariátegui. Y ya no intentará más surrealismos que los privativos de una poesía emancipada del artificio coctoniano, sostenida por resortes propios: poesía de voz diferenciada, de timbre particular entre otras voces.
Difícil trabajo, no obstante, es libro imprescindible para comprender el arte posterior y el futuro de Xavier Abril. Libro de crisis, patético en su serenidad, trabajado en una prosa aguda, erizada en nervios, conceptista a lo Gracián y hasta un poco a lo Quevedo; prosa que nos sorprende con sus esquinas de imágenes, cargadas de belleza o pavor. Y es que en efecto el poeta escribe el diario de su vida de hospital, de la angustia de la taquicardia, de sus insomnios y pesadillas de enfermo y sus videncias alucinadoras de convaleciente.
Desde su cama ve la multiplicidad de manos amarillas que abren las sombras al insomnio; le aterran los esqueletos, y se cubre los ojos con las sábanas para que no penetren en ellos. Dormido ve su propia fuga, mientras la angustia le golpea los ojos que van despavoridos fuera de él. Pero no todo es espanto: su sensibilidad afinada por el delirio ha descubierto las líneas vírgenes, el camino de la pureza en la fusión con el agua y el fuego, lo vegetal y lo animal. Ha visto un paraíso con animales dorados, hipopótamos sacros, zebras[sic] hermanas del cielo Ved este sueño de movimiento subyugador y pavoroso:
Perdí la frente cuando la línea de su pelo subia por el alma cantando; perdí el propio color que me viene desde el paraíso. Un animal raro que ya no recuerdo, del último sueño, desdobló entre mis párpados un lejano cortinón rojo con crestas. Y desesperaron en dibujo apenas insinuado, los cabellos. El mar tiraba del bosque, de la media luna y del cuerno de la gacela.[5]
O esta alucinación de fiebre, quevedesca, humorística:
«He bajado la línea del color, de la carne en 39° Eso sí, los párpados qué pesados corchos rosas; he sido constante con un pequeño animal muy parecido a la uña, una uña grande y además, con baba. El vidrio era también un pequeño animal. Solamente había una diferencia en el cuello, en la manera correcta de ponerse la corbata.
Era una uña enorme, un hombre enano y un animal de sólo agujas. ¡Imposible! Era la caída detrás del vidrio que luego ya no se veía. La uña siempre se sale con su gusto, con su media luna. La uña, pequeño paisaje en medio de la noche, ¡horrible animal!»[6]
Este libro termina en una Crisis que se expresa en verso. Ocho poemas anunciadores de otra alba más pura, de líneas más precisas y nobles. El poeta convaleciente, tiene aún alucinaciones. Todavía ve esqueletos cavando su propia soledad. En «Itinerario de la locura», el más bello poema de esta Crisis dice de una mujer enloquecida:
Si su grito se cierra y oscurece
la noche lo hace crecer en un árbol,
en espanto que tira de su cuarto al mar;
su cabellera tira de la ola
de la terrible marejada del fuego.
El último poema está lejos de la turística despreocupación de Hollywood. El poeta conoce ya «el resuelto golpe de la vida en nuestras cabezas, todo lo que es nuestra erizada vida». El descubrimiento lo ha llevado «más allá de la alegría del nacimiento y de la belleza». Esas palabras desoladas cierran la etapa cosmopolita, de formación en Xavier Abril.
Alba tercera
¿Cómo, después de vivir otras albas, Xavier Abril anuncia, en el título de su reciente libro, haber descubierto el alba? ¿Qué alba nueva encubre ese título para que el poeta desdeñe las pasadas? Se trata nada menos que del descubrimiento de un orbe propio, del amanecer de una conciencia de poderío que el poeta ejerce «lleno de alba la voz» sobre la estética silueta vegetal tanto como sobre sus bellos fantasmas.
Descubrimiento del alba es la síntesis de los motivos e intenciones más puras de Xavier Abril; la ordenación de sus voces líricas en estructura de engañosa sutilidad; porque tras su fina red, sigue el ansia dramática de encontrar a la mujer inventada, siguen combatiendo los elementos, sigue el duelo con la poesía que al cabo vence y enajena al poeta «sin que haya tiempo para sentir la muerte».
En 1930 Xavier Abril volvió a España. Vivió la vida intelectual y artística de Madrid; intimó con los poetas que realizaban la extraordinaria creación lírica de los últimos tiempos, particularmente con Lorca y Alberti. Descubrimiento del alba lleva más de una señal de esa experiencia española. Las sombras de Jorge Manrique y del Arcipreste de Hita siguen los pasos de Berceo. Aparente contradicción: el Arcipreste se evoca en el poema «El sentimiento del hombre y el surco», para llegar a una conclusión manriqueña:
Cuanto mis ojos han visto
no digo dónde ni cuándo,
me consuela morir.[7]
Y de Manrique se imita el tono de elegía para llegar a parecida renunciación:
Los amores recordados,
ya fallidos
y llorados,
tan hundidos![8]
Los poemas de este libro se proyectan todos en dimensión de alba; el alba preside los sucesos en este mundo de pasmo y alucinación: una mujer olvida su cabellera en los ríos del alba; una cabra salvaje rasga el amanecer; la amada está en la vena del alba. Xavier Abril ha sanado de sus viejos terrores, otro valor de su descubrimiento. Sólo una vez alude al «terror sin cielo de la nada». La soledad que acompañaba sus estados de pavor, aun persiste pero ahora se acepta como algo irreparable y consustancial: la soledad limita con a propia esperanza.
Busquemos en algunos poemas la afirmación de los hechos apuntados. En «Penetración de las materias frágiles»[9] el sentimiento de soledad angustia al poeta en el instante del despertar, cuando mira a la mujer aun duerme a su lado y siente «cómo se desconocen los corazones que reposan juntos». El alba se acerca. El poeta sabe que pronto el cielo será otra vez confusión para la amada, la luz de las espigas la descubrirá. Una cabra salvaje rasga el amanecer secando el rocío, destruyendo las vallas que el sueño levanta contra la violencia diurna. Mirando a la durmiente el poeta reflexiona que no es ella la culpable del tiempo que los separa, y descubre una suave flor nacida en sus párpados. Mide la pausa entre el suspiro y el ahogo, sabe que con el jazmín desvanecido en las sienes, ella despertará y será lo que es: olvido. Olvido de los sueños donde habitó. Olvido cercano en el vivir del hombre que hoy la ama.
Este pensamiento urge al poeta a gozar del amanecer, y el poema terina en albada, en invitación al goce matutino:
Tomemos las quebradas, el verde de las praderas matutinas,
los ocultos cantos, las primeras aguas.
¡Despierta, que nos invade
el alba de los puros animales!
Antes ha visto, a la misma hora, nacer la luz en los ojos del caballo. Ahora quiere sentir el alba con la frescura primitiva y total con que la sienten los animales. Quienes son dueños de la cordialidad whitmaniana del poeta.
Naturalmente el verde es el color prevaleciente en esta poesía, en concordancia lógica con su pulso acelerado de renovación. «El verde de las praderas matutinas» que busca Xavier Abril se convierte en todo un símbolo definidor.
El recuerdo de Federico García Lorca motiva el poema «Asesinado en el alba».[10] En la ya copiosa producción lírica que despidió de la vida a Federico, el poema de Abril es uno de los más adecuados y exactos en la definición. La elegía discurre con pasos de humo de la rosa a los pájaros; del aire a los trigos; de la piel fundamental de la hembra a la energía animal que el toro simboliza; de los ojos del vino a la copla «que amanece dolida en las grietas del hombre».
una tarde detenida en las lindes del crespúsculo,
precisamente en el aire que sostiene el verdor de las flores.
La estrofa penúltima define en tres versos con sintética, cabal y dignísima belleza, la íntima razón del hechizo lorquiano:
Los cielos lo descubren permanente
tal como era, dichoso, lleno de alba la voz
alto de muerte.
Xavier Abril recuerda a Lorca, como lo vió[sic] una tarde en Castilla.
Después Xavier Abril sabe, porque se lo han dicho sierras de dolor, vegas de sangre, que el poeta muerto, amortajado ya su grito bajo el cielo, se parecía a la soledad, tenía los ojos más abiertos que en la vida.
Alba cuarta
Xavier Abril sintió su alba cuarta como presentimiento desde muy temprano. En 1926 estudiaba en Madrid en la Academia de San Fernando, becado por el gobierno español. Su compatriota César Vallejo seguía estudios de jurisprudencia en las mismas circunstancias. Un día ambos se ausentan de Madrid y desde el Café de la Regencia en París renuncian las cinco mil pesetas anuales de sus becas respectivas. La causa alegada por los estudiantes peruanos debió indignar a las autoridades de la dictadura: renunciaban «por no poder soportar el ambiente del gobierno de Primo de Rivera».
Dos años más tarde Xavier Abril regresa al Perú. En la autobiografía que precede a Hollywood hay unas palabras aleatorias de su conversión definitiva al orden social revolucionario que ha ganado muchos de sus mejores combatientes, en las filas del surrealismo: «Asistí al debate del Surrealisme»―dice―«pero a mi vuelta al Perú (1928) me ganó la revolución, el marxismo, en la prédica de Mariátegui. Mariátegui acaba de morir; pero mi vida está hoy como nunca ligada a su trabajo, a su orden social revolucionario. Mariátegui ha creado una conciencia, un nuevo nacimiento de América».
Vuelve a España en 1930. Presencia el desmoronamiento de la monarquía y ya, salvo breves ausencias a París y Marruecos, no saldrá de España hasta 1936. Su gestión en Madrid durante ese tiempo, lo incorpora en el grupo de los sembradores de la inquietud social. En este aspecto colabora con Rafael Alberti. Con Alberti y Arconada funda la revista Octubre en 1933. En ese mismo año prologa el libro Consignas de Alberti. Desde 1930 había colaborado en Transition, la revista de Eugéne Jolas, de tendencia revolucionaria en el arte. De 1930 a 1932 dirigió con Norman Macleod y Charles Taft, la revista Front, también de carácter revolucionario. Front se publicaba en Ámsterdam en tres lenguas: inglés, francés y alemán.
Esas actividades cuajaron en arte, en la épica social del libro Declaración en nuestros días. En 1936 se despide de Madrid con la lectura en el Ateneo de poemas y declaraciones de este libro En septiembre de 1937 me escribió sobre su propósito de enviar Declaración en nuestros días al escritor ecuatoriano Jorge Carrera Andrade, quien lo incluirá en la colección que edita en París con el nombre de Cuadernos del hombre nuevo.
Estudié en Lima una copia de los originales de Declaración en nuestros días. Prologa el libro César Falcón. Siguen fragmentos de la conferencia de Xavier Abril en el Ateneo de Madrid, unas páginas de Lila Selomski sobre el porvenir de la poesía, y un poema de Rafael Alberti, escrito en Berlín en 1932, para que apareciera al frente del libro.
El poema de Alberti, «Oíd el alba de las manos arriba», define en el título el conjunto de poemas de Xavier Abril, como un alba nueva en la existencia del poeta. Tan nueva, que en la postbiografía de Hollywood, el mismo Abril la describe como la constatación de proceder de un cuerpo muerto.
El prólogo de Falcón señala la diferencia entre literatura proletaria y literatura burguesa, definiendo aquélla[sic] en su verdadero sentido. Las obras consagradas a la proletarización de la literatura han presentado hasta aquí la opresión de los trabajadores, la simpatía por los temas obreros. Este concepto adapta a la literatura el periodismo de agitación. Mas la verdadera diferencia entre la literatura burguesa y la proletaria está en el análisis crítico de la realidad que ésta logre. Las opiniones personales del autor influyen a veces en la creación de las obras. Pero lo esencial es la exactitud del análisis, la hondura con que se presente la lucha de clases, factor decisivo del movimiento histórico. Así escritores personalmente reaccionarios como Aristófanes y Balzac, produjeron, a pesar de sus opiniones personales, obras proletarias.
Declaración en nuestros días tiene el sentido de ese nuevo concepto del arte revolucionario. César Falcón ha visto en sus páginas, la vibración incitadora al combate, la certeza de la victoria, en «el acento de un gran poeta revolucionario».
En este libro, donde Xavier Abril mezcla, según su costumbre, poemas en prosa y poemas en verso, los fragmentos entresacados de la conferencia antes citada, aclaran la posición del poeta:
Nuestra época es la época de la quiebra vital del hombre, la época de la negación. El futuro está en la entraña de esta noche sangrienta. ¿Quién conocerá el alba del abrazo universal, la sonrisa de las herramientas, hoces y martillos de la alegría?
A nosotros nos corresponde iniciar, en esta encrucijada de la historia a que nos ha conducido el movimiento de la sociedad humana, la obra de una nueva época: Esta misión nos coloca, conscientemente, en las filas de los que bregan por la transformación del mundo contemporáneo.
Rechacemos todas las farsas en juego sobre la pretendida lealtad al pensamiento puro. Esta farsa ridícula y trágica por su origen e intención, traducida al lenguaje de la realidad, expresa la sumisión a la burguesía decadente.
Los poemas cantan la noche intensa de fuego y martirio que vive España; la futura libertad de la tierra y los campesinos, la tragedia social donde el poeta ve correr la sangre hacia el mañana:
por entre los riscos de tortura y tenebrosos parajes de muerte
hacia la elevada luz y la armonía futura[11]
La «Elegía a la ciudad heroica» es centro emocional del libro. Madrid combatida representa ante los ojos de Xavier Abril, el choque entre dos órdenes sociales, la resistencia de sus convicciones. Ve la ciudad ahora, iluminada por dentro de inocencia. En sus calles toda está ausente:
hasta las sombras de amor que ayer las discurrían,
el brevísimo dejo de las coplas,
el perfume enterrado de los jazmines,
la tierra removida, sin sueño de la muerte.
Se asesina el alba. Se apaga la luz en los ojos del cordero. La tragedia es del hombre y de cuento le rodea: riachuelo, árbol seco, pájaro ausente que emigra en los terrores. El poeta extranjero también se ausenta. Su voz es confesión solidaria de duelo:
yo también, os confieso, tengo el pecho agrietado
como cualquier muro de aquella ciudad querida:
arrástrame el intenso dolor, desheredado,
contra los frentes de la muerte o de la vida.
Suma de albas
Xavier Abril vive ahora su alba cuarta. Las anteriores―cosmopolitismo, descubrimiento de su mundo poético individual―fueron vías ineludibles de su inquietud de artista. Esperemos un alba quinta donde despierte la materia estética que su tierra le dió[sic] en cielo, luz, aire, montañas. Utilice Xavier Abril la herencia dura, heroica, dolorosa, que el Perú ofrece a sus hijos. Su arte alcanzará entonces dimensión impar; su alba quinta completará las otras con noble acento de americanidad.
Concha Meléndez
Universidad de Puerto Rico
[1] Prólogo a Hollywood, Madrid, Ulises, 1931, p. 18.
[2] Ibid., p.20.
[3] Exposition de Poémes et Déssins: Preface par Jean Cassou, Association Paris-Amérique Latine, 1927.
[4] Hollywood, Ed. Cit., p.41.
[5] Difícil trabajo, Madrid, Editorial Plutarco, 1935, p. 109.
[6] Ibid., p. 6.
[7] Descubrimiento del alba, Lima, Ediciones Front, 1937, p. 29.
[10] Ibid., págs.. 30-31.
[11] Asturias en llamas (1934), en Declaración en nuestros días.