Vallejo & Co. presenta una selección de 7 poemas del gran Alejandro Romualdo con motivo de la semana homenaje que se le rinde por los 90 años de su nacimiento (1926-2016).
Por Alejandro Romualdo
Selección Mario Pera
Crédito de la foto Archivo MP
La función final.
9 poemas de Alejandro Romualdo
Poema responso por un payaso negro
Aquí yace Sam Brown. Aquí descansa su rueda pálida,
la que hacía girar sencillamente bojo sus pies como
un planeta o una ola.
Lejos de su infancia silvestre, de la fiebre sexual, del
tambor y la danza hirviente.
Lejos. Dejó su infancia de leopardos y grullas y flores exóticas.
Aquí yace, más frio que la luna, más triste que el vino,
derramado y oscuro como un vaso de miel para todas las
moscas de Ia destrucción.
Una familia de arlequines le reza. Los astros del circo lloran
y se apagan:
la muerte es una rueda muy traicionera, un jaguar silencioso
que cae desde lo alto— desde cualquier hora —
como un fruto encendido cae desde cualquier estación.
Aquí yace Sam Brown, más pálido que un espejo bojo la
hierba mortal.
Su último traje ya no se arruga, el traje de la función final
en la cual tenía que caer junto con el telón
de la vida y la rueda.
Pidamos que la muerte no nos deje decir nada.
Pidamos que la muerte nos separe, nos desgaje suavemente.
Pidamos que nos haga desaparecer como un ilusionista.
Roguemos porque la muerte llegue como el extraño que nos
pregunta por la hora.
Porque Sam Brown ya no se mueve.
Porque aquí yace Sam Brown como un girasol ciego.
Sobre la infancia
La infancia nos llena la cabeza de luciérnagas
de polvo las rodillas y los ojos nos cubre
dulcemente. La infancia nos llena las manos
de globos y limosnas; la boca, de pitos y azucenas
y nos cubre las espaldas con sus plumas de cigüeña.
En la infancia son monarcas los ratones y los dientes.
¡Oh la infancia, la hora blanca del reloj,
el tierno silabario, el bonete de los ángeles y el duende!
Uno se siente nuevo, herido por un corcho,
muerto heroicamente sobre un caballo de madera:
amo mi infancia, mi corazón en pantalones cortos.
El cuerpo que tú iluminas
Porque eres como el sol de los ciegos, Poesía,
profunda y terrible luz que adoro diariamente.
Mis ojos se queman como los ojos de las estatuas
mi corazón padece como una vaso de vino un armario.
Tú eres un puente de agonía, un mar animado
de agua viva y palpitante. Tú te alzas y brillas:
yo giro alrededor de ti; alta y pura te miro
como los perros a la luna, como un semáforo para morir.
¡Oh Poesía incesante, mi buitre cotidiano,
me tocó servirte en el reparto de sufrimientos:
como un niño exploraba las tierras pálidas del sol.
¡Oh Poderosa! Yo soy para ti uno de los miembros
de esta numerosa familia sideral
compuesta de padres e hijos milenarios.
Yo soy para ti la noche: Tú me enciendes,
ardo en el vientre universal,
rabio con las olas y las nubes,
escribo al girasol que me ama diariamente deslumbrado.
Yo te devuelvo, amor mío, como un espejo desierto
en cuyas entrañas están las cenizas de donde Tú renaces.
Yo te devuelvo amor, mi vientre se renueva sin cesar.
Tú te ocultas y muerdes, entonces, como una ola gloriosa, llena de dulzura y vigor.
¡Oh Poesía, mi rayo divino y cruel, clava tu pico,
devora el fuego que me abate, apaga esta zarza inmortal!
He aquí mi cuerpo, roído por las estrellas,
pálido y silencioso como un dios que ha cesado
y que Tú arrastras, borrándolo, como el mar o la muerte.
Poema Perú en alto
Según mi modo de sentir el fuego
soy del amor: sencillamente ardiendo.
Según mi modo de sufrir el mundo,
soy del Perú, sencillamente siendo.
Tierra de Sol, marcada al negro vivo,
llorando sangre por los poros, sombra
a media luz del bien, a media noche
del día por venir. Yo estoy contigo.
Golpe, furia, Perú: ¡Todo es lo mismo!
Saber, a ciencia incierta, lo que somos,
buscando, a media luz, otro destino,
con todo el cielo encima de los hombros.
Por eso quiero alzarte, recibirte
con los besos abiertos,
junto a la luz,
ardiendo de alegría.
Cuarto mundo
Poesía, fiesta
brava
de la palabra.
Contigo
me despierto
y sueño. Contigo
me levanto
hacia un aire más puro,
y los vientos
del hombre
me cubren con tu canto.
Poesía, agua mansa
y regia, cielo
revuelto
sobre el río
de los hombres.
(De esa agua
he de beber.)
… Fuente clara
de la palabra,
de la palabra de estos tiempos
de fronda.
Canto coral a Túpac Amaru, que es la libertad
Yo ya no tengo paciencia para aguantar
todo esto.
Micaela Bastidas
Lo harán volar
con dinamita. En masa,
lo cargarán, lo arrastrarán. A golpes
le llenarán de pólvora la boca,
lo volarán:
¡Y no podrán matarlo!
Le pondrán de cabeza. Arrancarán
sus deseos, sus dientes y sus gritos.
Lo patearán a toda furia. Luego
lo sangrarán.
¡Y no podrán matarlo!
Coronarán con sangre su cabeza;
sus pómulos, con golpes. Y con clavos,
sus costillas. Le harán morder el polvo.
Lo golpearán:
¡Y no podrán matarlo!
Le sacarán los sueños y los ojos.
Querrán descuartizarlo grito a grito.
Lo escupirán. Y a golpe de matanza
lo clavarán:
¡y no podrán matarlo!
Lo pondrán en el centro de la plaza,
boca arriba, mirando al infinito.
Le amarrarán los miembros. A la mala
tirarán:
¡Y no podrán matarlo!
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Querrán descuartizarlo, triturarlo,
mancharlo, pisotearlo, desalmarlo.
Querrán volarlo y no podrán volarlo.
Querrán romperlo y no podrán romperlo.
Querrán matarlo y no podrán matarlo.
Al tercer día de los sufrimientos
cuando se crea todo consumado,
gritando ¡LIBERTAD! sobre la tierra,
ha de volver.
¡Y no podrán matarlo!
En alta voz
No he de callar
Quevedo
No he de callar mordiéndome la vida,
callar con todo el cuello, muerto o vivo.
Debo decir palabras desolladas,
o taparme la boca con un grito
de sol de paz, de amor. Es necesario,
trinar a plena luz, echarse el alma
a la esperanza, alzarse hacia la vida.
Es necesario un vuelo de campana
doblando a sol. A paz en sol mayor.
Ya que esta herida del Perú nos habla
con la voz de la sangre tinta en furia.
No he de callar mordiendo mis palabras.
Debo gritar: caer de boca al viento.
Sosteniendo una luz y una tonada.
Y no callar: caer de voz al tiempo
con la boca cerrada y empozada.
Dejadme solo, si queréis. Dejadme.
Solo el amor me deje sin palabras.
No he de callar. He de seguir trenzando
mi canto. Como un nudo en la esperanza.
A otra cosa
Basta ya de agonía. No me importa
La soledad, la angustia ni la nada.
Estoy harto de escombros y de sombras.
Quiero salir al sol. Verle la cara
Al mundo. Y a la vida que me toca,
Quiero salir, al son de una campana
Que eche a volar olivos y palomas.
Y ponerme, después, a ver qué pasa
Con tanto amor. Abrir una alborada
De paz, en paz con todos los mortales.
Y penetre el amor en las entrañas
Del mundo. Y hágase la luz a mares.
Déjense de sollozos y peleen
Para que los señores sean hombres.
Tuérzanle el llanto a la melancolía.
Llamen siempre a las cosas por sus nombres.
Avívense la vida. Dense prisa.
Esta es la realidad. Y esta es la hora
De acabar de llorar mustios collados,
Campos de soledad. ¡A otra cosa!
Basta ya de gemidos. No me importa
La soledad de nadie. Tengo ganas
De ir por el sol. Y al aire de este mundo
Abrir, de paz en paz, una esperanza.
Poética
La Rosa es esta rosa. Y no la rosa
de Adán: la misteriosa y omnisciente.
Aquella que por ser la Misma Rosa
miente a los ojos y a las manos miente.
Rosa, de rosa en rosa, permanente,
así piensa Martín. Pero la cosa
es otra (y diferente) pues la rosa
es la que arde en mis manos, no en mi mente.
Ésta es la rosa misma. Y en esencia.
Olorosa. Espinosa. Y rosamente
pura. Encendida. Rosa de presencia.
La Rosa Misma es la que ve la gente.
No es la que ausente brilla por su ausencia,
sino aquella que brilla por presente.