Por: Rocío Ferreira*
Crédito de la foto: Herman Schwarz/
Varela con sus nietas Camila y Manuela de Szyszlo
Barranco, 1988
La figura de Blanca
La compleja obra poética de Blanca Varela está construida con un lenguaje preciso, directo, hermético e introspectivo con el que la poeta crea universos alternativos para hablar de los temas universales de la poesía como el amor, la niñez, la muerte y la existencia; y de ese modo, convertir el mundo interior en uno exterior. Es una poesía que crea y recrea desde la memoria los paisajes de la infancia con sus animales, astros, miedos, dolores y experiencias. Uno de los rasgos más representativos de la poesía de Blanca Varela es, sin duda, el surrealismo pero no como automatismo psíquico sino como una visión del mundo con matices existencialistas, un modo de mirar la realidad desde sus propios ojos como protagonista y observadora, desde su propia identidad como peruana, más allá de los postulados estrictos de dicho movimiento. Ya en su primer poema “Puerto Supe” de su primer poemario Este puerto existe (1959) vemos ese deseo muy personal y único de poetizar la vida cotidiana con todos sus avatares y reflexionar sobre ella desde la interioridad de su propio discurso poético.
La poesía de Blanca Varela está llena de correspondencias con las que dialoga en toda su obra. La presencia de la luz y la sombra, es una de ellas y se hace más presente aún en su segundo poemario que lleva el título Luz de día (1963). En él, la poeta juega con un abanico de posibilidades de imágenes de la luz con sus sombras. En ellas se despliegan la belleza de las memorias y experiencias, y, cuyas historias, a su vez, dejan ver, en los intersticios más profundos, el horror de la existencia humana. El paso del tiempo con todo su peso se plasma constantemente en sus poemas a través de distintas imágenes de niños, de paisajes, de animales, de hombres y mujeres, que finalmente se van deslizando hacia la resolución final que no es otra cosa que la muerte que une a todo el universo. Es decir, el paso de la luz (el nacimiento) a la sombra (la muerte) de la vida. Un ejemplo de esto puede verse en su poema «Claroscuro» de Ejercicios materiales (1993) en el que la poeta nos remite mediante la pintura a la temática de la vanidad del ser desde su principio hasta su fin.
Como bien sabemos, Blanca Varela fue hija de Serafina Quinteros, extraordinaria compositora peruana de valses criollos. Creció respetando ese ambiente en el que se empapó de la música y de la composición. Varela buscaba «domesticar el canto», como ella misma ha dicho en varias oportunidades, refiriéndose al trabajo de crear poesía, de trabajar la palabra, las imágenes y las correspondencias. En este sentido ella también compone valses que en realidad son poemas de temas universales que llevan ese referente para hacerle un guiño a su infancia y sobre todo a su madre. Por un lado, «los valses», la transportan a la niñez, y por otro, durante la época que residió en el extranjero, estas reescrituras la acercan a su propia identidad peruana. Como ella misma ha mencionado, le interesaba, precisamente, incorporar «cantos peruanos, lejanísimos y misteriosos» que le hicieran transmitir la «verdad oscura, dolorosa e impronunciable con la que hemos nacido todos los peruanos» que ella sintió cuando conoció la obra de José María Arguedas.
En «valses» de Valses y otras falsas confesiones (1971), por ejemplo, Varela hace un juego intertextual con gran sutileza e ironía en el que incorpora versos de conocidas canciones criollas que expresan el sufrimiento de actores de distintos estratos sociales que confluyen en el espacio textual, y los entreteje con las experiencias que relata el yo poético, quien, como una voyeuse, observa y describe la moderna ciudad de Nueva York. Entonces, se yuxtaponen así los mundos que la rodean: Nueva York a través del discurso objetivo de la observadora y Lima mediante el discurso nostálgico de las canciones populares, que a su vez se intercala con el discurso autobiográfico de la poeta quien rememora el imaginario nacional desde su propio lugar de enunciación. Este espacio nacional debe entenderse, de acuerdo a Susana Reisz, no como la patria sino como «la matria» y como un ejercicio de la escritura femenina en la que se reescribe un texto con un nuevo sentido. A lo largo de toda su poesía, Blanca Varela reflexiona sobre su identidad como poeta mujer tanto como la condición de sujetos femeninos y su relación con los sujetos masculinos, que si al principio aparece de manera implícita y encriptada como una voz en proceso de maduración, luego se mostrará de manera explícita y frontal. Recordemos que, durante su estadía en París, Blanca Varela conoció, leyó y frecuentó a Simone de Beauvoir, la máxima exponente del feminismo de su época.
No en vano, en los poemas «Vals del ángelus» de Valses y otras falsas confesiones y «Casa de cuervos» de Ejercicios materiales, encontramos una escritura que no es otra que la del cuerpo de la mujer. Varela cuestiona las construcciones sexistas existentes sobre los cuerpos de las mujeres que han hecho que, a lo largo de los siglos, la fecundación y la maternidad queden empañadas y estigmatizadas por el castigo y por la culpa tanto como por el discurso marianista. Varela desenmascara estas «falsas confesiones» ―mitos, tabúes y significados escondidos detrás de las acciones cotidianas que realizan las mujeres―, verso a verso, y se reapropia del cuerpo femenino reivindicando su gran poder creador. Varela da a luz la vida y la muerte: la poesía.
Lima, 03 de agosto, 2016.