Por Adalber Salas Hernández*
Crédito de la foto Venancio Alcazares
La escritura nómada.
La poesía de Alejandro Sebastiani Verlezza**
Muchas veces me he preguntado si no habremos inventado la lengua con el sólo propósito de despedirnos. Me descubro volviendo una y otra vez a esa criatura imposible, el primer hablante, imaginándolo maravillado y triste ante esos sonidos que ascendían por su garganta y salían de su boca: cada uno de ellos una señal, un nombre que celebra la cosa que nombra, pero también una cubierta, una segunda piel, áspera y brutal, que vuelve distantes los objetos de este mundo. Cada palabra, entonces, era una despedida de la cual ya no formaría parte irreflexiva, como los otros animales. Con cada vocablo estaría un poco más lejos, fundaría una nueva distancia.
Este mito improbable es apenas eso, claro: un mito: Sin embargo, en él me encuentro con una certeza que no deja de acompañarme. Todas nuestras melancolías son posibles gracias a la lengua. Pero también hay algo de estrictamente cierto en esto. Cada voz del diccionario guarda en sí lejanías y memorias perdidas, migraciones, travesías, colonizaciones, exilios, invasiones. Una religión, luego otra, luego otra. Y nosotros, al escribir o hablar, franqueamos esa distancia y ese tiempo. No sólo nos separamos de los objetos que nombramos, sino que experimentamos, como un peso invisible entre los labios, la distancia física que contiene en sí cada frase: las modulaciones insólitas que la han precedido y producido, la herencia incógnita con la cual transita. Al hablar, inevitablemente partimos.
En esta nota quisiera hablar de un autor joven, especialmente consciente de esta condición que nos impone el lenguaje. Se trata de Alejandro Sebastiani Verlezza. Su escritura, proteica, migra de un género a otro, como si no pudiera —o no supiera— permanecer quieta, como si migrar fuera su sino. No obstante, esto no quiere decir que se disperse; antes bien, leyéndolo, uno queda con la impresión de haber asistido a una prolongada serie de intentos en una misma dirección. Su escritura toda tiende —y se extiende— en un mismo sentido, pero variando sus maneras y sus gestos.
Y esto tiene una razón que se hace patente apenas traspasamos las primeras páginas de Posdatas: Sebastiani Verlezza practica la ciencia del azar. Su escritura se halla permanentemente atenta, aguardando los hechos fortuitos que puedan ocurrir, encenderla súbitamente, alimentarla. Escribe en uno de los poemas sin título de su plaquette Posdatas: “devoción del instante/ asombro que se fuga en los pliegues de las horas/ muertas”. Uno se queda, al leerlo, preguntándose cómo ha logrado medir el tiempo, no en minutos, sino en iluminaciones.
Pero es que así se pone en marcha la máquina de su particularísimo idioma: sobre la piel anodina de la espera, estalla de golpe el suceso, el hecho que se revela como fin en sí mismo, como si no tuviera sombra o doblez. Otro de los poemas de Posdatas reza: “escurrirse de ti, epifanía, como quien se sienta en el banco de un parque a ver la caída de las hojas”. Solamente así existe la duración en la voz de Sebastiani Verlezza, oscilando entre los polos de la epifanía súbita y el discreto caer de las hojas.
Sebastiani Verlezza es un adepto de la sorpresa, sin duda. Y lo es por un afán que todos poseemos, pero que él ha convertido en disciplina: desea atrapar el instante que se fuga, reclamarle todos sus dones. Es por ello que escribe, para demorar esa partida. Su ojo sin dueño vaga, hambriento, atrapando todo lo que puede. Es así como declara en Derivas, su diario, que quizás “lo mejor sea dejarse llevar, ceder ante la escritura regida por algún dios amante de lo multiforme: apenas exige cierta fidelidad, algo de riesgo y expresión de una experiencia interior que muchas veces, por la vorágine de los días, suele quedar sepultada”. Esta labor de rescate también es una forma de decir adiós. Adiós a las experiencias que se escurren y desaparecen, adiós a los días que se van con su mercancía insospechada.
Su escritura, nómada por naturaleza, se enuncia desde la consciencia del lenguaje como despedida, como palabra levantada en un movimiento simétrico al de la mano que se alza y se agita antes de dar la espalda. Por eso ha querido titular de ese modo viajero sus dos primeros libros: Posdatas y Derivas. Los ha signado con la distancia. Los ha dedicado al oficio de la andanza, en vez de darles un título que los fijara y enraizara a la tierra a veces yerma del anaquel de biblioteca.
He podido conseguir algunos de los textos que Sebastiani Verlezza tenía entre manos mientras escribía Partir. Entre ellos he conseguido unas frases que quisiera dejar como mi modo particular de despedida: “Partir, siempre será necesario partir, aún con el asedio de la llegada encima, como esos buques casi inmóviles, desdibujados en el fondo de un paisaje vibrante; partir sin saber si de veras estamos ante una huida, tampoco con ganas de esperar las señales del adiós; partir, sí, livianamente, sin turbación, solamente con el viento y sus mensajes cifrados como guía”.
*(Caracas-Venezuela, 1987). Poeta, ensayista, traductor. Licenciado en Letras por la UCAB. Ha publicado en poesía La arena, el vidrio (2008), Extranjero (2010 y 2012), Suturas (2011) y Heredar la tierra (2013). Asimismo, ha publicado el volumen Insomnios. Ensayos sobre poesía venezolana (2013). También es coautor del libro Los días pasan y las formas regresan en torno a la obra del escultor Harry Abend. Recientemente han sido publicadas sus traducciones de El hombre atlántico, Agatha y Savannah Bay, libros de Marguerite Duras, Artaudlogía, selección de textos de Antonin Artaud, y Elogio de la creolidad de Bernabé, Chamoiseau y Confiant (2013 y 2014). Junto con Alejandro Sebastiani Verlezza, es responsable de la antología Poetas venezolanos contemporáneos. Tramas cruzadas, destinos comunes (2014). Actualmente se desempeña como Co-Director de bid&co. editor, como miembro permanente del consejo de redacción de la Revista POESIA de la Universidad de Carabobo y cursa como becario Santander el MFA en Escritura Creativa en Español de la New York University (EE.UU.).