La escritura interminable. José Emilio Pacheco

 

Por José Gregorio Vásquez

Crédito de la foto www.adn40.mx

 

 

La escritura interminable.

José Emilio Pacheco*

 

 

… cada página es de nuevo la primera

… y puede ser la última.

J.E.P.

 

Inmemorial

El misterioso día

se acaba con las cosas que no devuelve

Nunca nadie podrá reconstruir

lo que pasó ni siquiera en este

más cotidiano de los mansos días

Minuto enigma irrepetible

Quedará tal vez

una sombra una mancha en la pared

vagos vestigios de ceniza en el aire

Pues de otro modo qué condenación

nos ataría a la memoria por siempre

Vueltas y vueltas en derredor de instantes vacíos

Despójate del día de hoy para seguir ignorando y viviendo

 

Así es José Emilio Pacheco. Así es su voz, su forma, su innegable voluntad por hacer que la poesía encuentre lugar en medio de lo ignorado, en medio de la condena al que el lenguaje mismo la abandona. Él fue, aunque no podemos decir de él en el pretérito acabado, porque él sigue siendo un poeta de llamas en el silencio que aguardó el acto celebratorio del poema en ese lugar encantado de la palabra. José Emilio Pacheco es uno de esos enormes poetas que trasegaron la palabra para sacarle de la entraña su música y su profundo y significativo valor trascendental, para hacer, para develar, para celebrar, para leer y releer el poema de fuego y ceniza, el poema de aire y pared, el poema de días cotidianos y de escondidos y misteriosos silencios que se hacen también palabra y poesía en la vida y en la poesía de un hombre auténtico.

El poeta canta en el papel, dibuja en la palabra, celebra en la despedida del alba lo que ahonda desde la noche en su alma. Su fatigada estancia entre nosotros nos abandona de la misma manera que el sol abandona la piedra del día para hacerse noche y cobijar de misterio la otra cara de la triste realidad que el poeta ha decantado durante su agónico caminar entre nosotros. Quizás porque el poeta ha sentido que su reposo es de fuego puro y su aquietamiento es de tribulación y desvelo. Un poeta es por naturaleza, aunque nada lo defina o nada lo ubique ni lo establezca, un ser monótono, con una vida en la lenta pausa de las horas, con muchas experiencias, y quizás pocas, ya que las suyas muchas veces apagadas u ocultas en la vaguedad de la mordedura que causa la palabra venida de lejos, de la memoria, del olvido, del ensueño, reinan el secreto del poema.

 

Sentado Jorge Luis Borges con José Emilio Pacheco de pie y con lentes)

 

Al desdibujarnos en la poesía o en la vida, en la tranquilidad o en la terquedad del sueño o del destino, el poeta representa para nosotros otra posible vida. En la obra de José Emilio Pacheco encontramos esa cara del resplandor, ese canto de la lluvia, del sonido despedido, de los instantes más resecos, porque él supo protegerlos, envolverlos en el sagrado ahora de las palabras nacidas de la secreta cópula con el silencio.

El poeta que es José Emilio Pacheco nos legó la búsqueda como camino, como encrucijada que nos lleva a lo inmaculado de la alegría, y aunque su celebración estuvo naciendo del pesimismo que no es otra cara que la más sincera de las búsquedas del poeta, entonces nos dijo con ello que el horror del mundo, este tan lleno de contradicciones, apocalíptico, heredero de las desgracias de la humanidad, también era parte de las cargas que llevamos a cuestas para volcar el destino y hacerlo de nuevo en el poema y encontrar con él el lado callado del lenguaje y el lado íntimo de lo divino.

El poeta es un crítico severo de lo cotidiano, un hombre que trasiega la ciudad que lo ha extraviado en sus misterios para protegerlo y llevarlo a otros lugares menos abismales, y quizás, más abisales porque desde allí encuentra eco su poesía. Ese es José Emilio Pacheco, el poeta mexicano que queremos celebrar en este instante.

 

El silencio

En esta hora fluvial

hoy no es ayer

y aún parece muy lejos la mañana

Hay un azoro múltiple

extrañeza

de estar aquí de ser

en un ahora tan feroz

que ni siquiera tiene fecha

¿Son las últimas horas de este ayer

o el instante en que se abre

otro mañana?

Se me ha perdido el mundo

y no sé cuándo

comienza el tiempo

de empezar de nuevo

Vamos a ciegas en la oscuridad

Caminamos a oscuras

en el fuego

 

 

La escritura interminable

 

… Quiero que mis palabras sean tu voz

por un instante al menos…

J.E.P.

 

José Emilio Pacheco (1939-2014), partícipe de la generación del medio siglo, como se hacían llamar los que se encontraron en este momento de la literatura mexicana, junto a Carlos Monsiváis, Sergio Pitol entre los más destacados, emprende un mundo de letras como poeta, ensayista, novelista, escritor en una dimensión pura del lenguaje; guionista de cine, traductor, caminante de las palabras y con ellas: en sí un polígrafo, hombre versátil, acompañado en vida por maestros como Alfonso Reyes, Rulfo, Arreola, Torri… pensando siempre el México de la tradición y comprendiendo con ella también las voces de los otros, los que le heredaban la palabra: los Contemporáneos, y luego otras voces tan singulares y a la vuela como las voces de poetas como Paz y Sabines, o las voces de figuras de la literatura universal como Darío y Borges, o las voces de los narradores que merodeaban también su estilo y predilección literaria como Proust, Maupassant, Tolstói, Chejov, James,  Miller, entre tantos otros que hicieron de su mundo un mundo de letras y encantos, quizás en el afán de continuar lo que el dicho siempre guarda: el hecho de que uno siempre continúa lo que otros ya comenzaron… y muchas veces, también destruirlo.

Estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde inició sus actividades literarias ayudando a la creación y la promoción de revistas estudiantiles. Fue jefe de redacción del suplemento México en la Cultura, y luego de algunos años, profesor en varias universidades de México, Estados Unidos, Canadá e Inglaterra. Escribió desde la infancia, lo acompañó desde siempre la palabra y los colores de las palabras de esa infancia, haciendo de sus obras ecos fundamentales del alma.

 

El poeta José Emilio Pacheco

 

Hay muchas facetas en las que participó José Emilio Pacheco, quizás las más resaltantes estén avocadas a la literatura. Su pasión entrañable por México, su cultura, su vida, su historia, lo llevaron no sólo a ser parte de ella sino a protegerla, estudiándola, conversándola para otros y logrando con ello seguir manteniendo viva la llama de las voces y de las obras que siguen hoy deslumbrando una literatura que tiene nombres tan esenciales como Rulfo, Arreola, Paz, Alfonso Reyes…  Hay una faceta de José Emilio Pacheco que quiero comentar: es la de guionista de cine. Con Ripstein en 1972, comienza un diálogo insoslayable que lo lleva a participar en producciones como “El castillo de la pureza”, luego con con mismo Ripstein en “El santo oficio”, “El lugar sin límites” y “El palacio negro”. Una experiencia vital que le permitió al cine mexicano valorar la magia de la palabra de un poeta, de un creador, enormemente meticuloso con el lenguaje, con la escritura de su lenguaje, porque José Emilio Pacheco no era un escritor sino un “reescritor”, “capaz de entregar un original a mano con correcciones hechas a máquina”, en una incansable lucha por reescribir lo hecho buscándole la perfección del lenguaje.

José Emilio Pacheco fue merecedor de un sin número de reconocimientos en vida, muchos de estos galardones solo vinieron a decir, quizás tardíamente, lo valioso y lo singular de su gran tarea en la cultura mexicana y latinoamericana. La lengua española vibró bajo la musicalidad y sencillez de su obra más fundamental. Mereció así los premios Reina Sofía, Cervantes, Alfonso Reyes, entre muchos otros que dignificaron la imagen de un poeta, de un polígrafo, de un hombre de letras y para las letras de América. Su labor de traductor le mereció una atención particular, veamos su versión tan especial de los cuatro cuartetos de Eliot, como singular ejemplo de su incansable trabajo.

Hoy nos queda todo del poeta, nos queda su enorme obra, sus poemas son un mar en el ígneo secreto de la poesía de Latinoamérica. Hoy nos queda su sencillez y su agonía, su paso por la literatura dejando marcas imborrables en el papel imperecedero del tiempo. Hoy nos queda este pequeño pero significativo espacio para homenajearlo, y así lo hacemos al leer su poesía…

 

El mar sigue adelante

Entre tanto guijarro de la orilla

no sabe el mar

en dónde deshacerse

¿Cuándo terminará su infernidad

que lo ciñe

a la tierra enemiga

como instrumento de tortura

y no lo deja agonizar

no le otorga un minuto de reposo?

Tigre entre la hojarasca

de su absoluta impermanencia

Las vueltas

jamás serán iguales

La prisión

es siempre idéntica a sí misma

Y cada ola quisiera ser la última

quedarse congelada

en la boca de sal y arena

que mudamente

le está diciendo siempre:

Adelante

 

 

 

 

 

*(Ciudad de México-México, 1939 – Ciudad de México-México, 2014). Poeta, narrador, cronista, ensayista y traductor. Fue profesor en EE. UU., Canadá e Inglaterra, e investigador en el Departamento de Estudios Históricos del INAH, así como miembro del Colegio Nacional de México. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1969), Premio Xavier Villaurrutia (1973), Premio José Asunción Silva (1995), Premio Iberoamericano de Letras José Donoso (2001), Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2004), Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2005), Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2009), entre otros. Publicó en poesía Los elementos de la noche (1963), El reposo del fuego (1966), No me preguntes cómo pasa el tiempo (1970), Irás y no volverás (1973), Islas a la deriva (1976), Desde entonces (1979), Los trabajos del mar (1983), Miro la tierra (1987), Ciudad de la memoria (1990), El silencio de la luna (1996), La arena errante (1999), Siglo pasado (2000), Tarde o temprano (Poemas 1958-2009) (2009), Como la lluvia (2009), La edad de las tinieblas (2009) y El espejo de los ecos (2012); en novela Morirás lejos (1967) y Las batallas en el desierto (1981); y en cuento El viento distante (1963), El principio del placer (1972), La sangre de Medusa y otros cuentos marginales (1990).

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