Por Roberto Cignoni* y Reynaldo Jiménez
Transcripción por Carlos Lloró
Crédito de la foto (izq.) www.poetassigloveintiuno.blogspot.com /
(der.) ©Sandra Enciso
La deriva incalculada
(conversación entre Roberto Cignoni y Reynaldo Jiménez)
Reynaldo Jiménez [RJ]: Me gustaría, si tenés ganas, que me cuentes algo de Flexión de la luz. Te pregunto porque es un libro que —por lo menos las dos partes que yo conozco—… Es una trilogía, ¿no?
Roberto Cignoni [RC]: Son varias partes que se van organizando según su estado de aparición, según el curso de los acontecimientos y la palabra que lo corresponde. No se organizan por temas, analogía o formas de composición que puedan de alguna manera redescubrirse como estilo, sino más bien por la alternancia de las fuerzas del mundo que concurren en un instante y que donan, al que está allí permeable, ese gesto y esa intensidad.
Creo que los poemas, aunque ningún margen puede hablar por ellos, o ningún borde puede acercarlos ni hacérnoslos vivir en la palabra misma que debe activarse en un latido y en un encuentro, pero, hablando desde alguna cercanía diría que privilegian la nada, pero no una nada negativa o desintegradora, sino una nada positiva que es la ausencia del gran concepto o el gran fundamento de una garantía de realidad de las presencias. Es esa base nadificadora donde ningún gran nombre o ente puede organizarse para sustentar algún orden del mundo, es en esa nulidad donde la germinación puede hacerse no de una manera vertical, sino diseminante, y recomenzar en cada instante. En esa nada lo que me parece que está en juego es dar cuenta de que las cosas tienen su realidad, entre comillas, en el orden de significación y en el lenguaje en que aparecen.
En ese ámbito de lenguaje-pensamiento, las cosas se yerguen en su insistencia real y a su vez en su insistencia desreal y en su límite, que es precisamente ese ámbito de significación que las sustenta. No tienen más realidad que aquel ámbito de lenguaje-pensamiento y aquella organización semántica que las traen al mundo. Y la poesía me parece que se ocupa fundamentalmente de eso. No niega la ciencia, la historia, el periodismo, pero se da cuenta de que estos son algunos lenguajes entre tantos, y no tienen más realidad que aquellos principios y criterios sobre los cuales se asientan.
Más allá de ellos carecen de consistencia alguna. La poesía pone a las cosas y a las palabras en esa inestabilidad radical que da cuenta de la provisionalidad de cualquier lenguaje y de cualquier aparición existencial. Yo creo que los poemas se ocupan fundamentalmente de esto, ofrecidos en su particular motricidad y lengua, sin necesidad de recurrir a argumentaciones o puentes intelectuales, como se hace mucho ahora. Eso es lo que te puedo decir de lo que he tratado de acometer porque me ha acometido como duda e incerteza desde siempre.
[RJ]: Formando como una red de pesca o resonancia de un montón de cosas que acabás de desarrollar, se podría decir que la experiencia poética, más que una ampliación de lo que se supone como descripción de la realidad o definición de las cosas, también es un enraizar en la vida, en la experiencia de lo desconocido de la vida, de lo que va a venir y siempre está por llegar.
[RC]: Es el instante que en el momento en que adviene también ya ha partido, y que en realidad no se ocupa del prejuicio de la descripción o del relato de la realidad, pues allí tendríamos que presuponer una realidad dada, que no es más que la convención que establece algún orden simbólico determinado, algunos criterios fundamentadores y algunos principios de existencia y de organización y de trama de mundo.
Me parece que la poesía se ocupa de decir que no hay más realidad que la realidad que acaece en los signos que allí se presentan. Esto también es válido para la ciencia y para el periodismo, o para la historia. Consideramos que la historia se ocupa de la realidad, siempre que aseguremos o creamos en los presupuestos de que hay una línea temporal, un tiempo lineal o una suerte de encadenamiento de los ahoras.
Sin esa noción de tiempo la historia se desvanecería. En la cultura del no tiempo y del no progreso, esa sucesión estaría de alguna manera descontada. Y lo mismo sucede con la ciencia. Hay planetas en cuanto hay un asentamiento y una aceptación de algunas nociones como masa y movimiento, si no, no hay planetas. Por eso alguien decía que Amon Ra, Inti y el Sol no son tres nombres para la misma cosa, sino que son tres realidades absolutamente distintas e incompatibles.
[RJ]: Eso plantearía el tema de la intraducibilidad.
[RC]: Exacto. Yo creo que los lenguajes y los mundos son inconmensurables. No se pueden comparar, porque no habría una escala de valores neutra ante la cual jerarquizar unos con respecto a otros. Una vez que esa escala se toma, que es lo que hace generalmente Occidente, se transforma en juez y parte. Los pueblos son primitivos porque no obedecen a nuestra noción del tiempo, y de avance- progreso…
[RJ]: Y de capacidad de llegada, ¿no? A algún sitio…
[RC]: De que la verdad incluso está siempre más cercana a lo inmediato, porque hemos trascendido aquello que ya pasó.
[RJ]: Desde ese lugar podríamos casi declarar la inutilidad de la crítica poética o crítica literaria, en tanto revisión del inventario, del inventariar…
[RC]: La crítica establece una dualidad que la poesía jamás yergue. La dualidad del objeto del cual se habla, y aquello que habla ese objeto. Además, en su organización sintáctica y de habitualidad en la construcción de los significados, vuelve al sistema establecido. El orden en el que está redactada la crítica es el orden del sistema.
[RJ]: ¿Por qué afirmarías eso?
[RC]: Primero, porque habla “de”, mientras que la poesía simplemente habla. Y segundo porque habla “de”, de acuerdo a un orden sintáctico —que es el que estoy de alguna manera manifestando ahora— que está ya convenido, con sus reglas y sus límites, un orden que es sucesivo y se presenta siempre a través de argumentos, aporías, puentes intelectuales, etc.
[RJ]: Sobreimprime un discurso a lo que sin lenguaje no es discurso.
[RC]: Trata de convalidar esas verdades parciales, pero al afirmar también que las cosas son de tal o cual modo. Aunque afirme incluso la polisemia, o sea, la multiplicidad de posibilidades de sentido que hay en un texto poético, también allí está de alguna manera indicando y delimitando.
Y lo interesante de la poesía me parece que es la no identificación con su propia palabra, el hecho de que la palabra en la poesía, o el poema, jamás se identifica consigo mismo, y siempre se devuelve a sí mismo cambiado, transformado, mutado. Lo que cambia no es esto con respecto a otro, o esto con respecto a lo que fue —a un supuesto anterior o a un presupuesto siguiente— sino que lo que cambia es algo en sí mismo; no por el tiempo, y no con respecto a otras cosas. Esa es la herida profunda que realiza la poesía en nuestro criterio: una palabra es esto y lo otro. No esto sí y lo otro no, sino que al mismo tiempo esto y lo otro. Y lo que nos pierde, cuando volvemos al poema, es que nos dice otra cosa que lo que nos había dicho en otra lectura y en otro instante. No hay sedimentación, no hay consecuencia, no hay el tesoro que se puede guardar como frase célebre o mensaje, no hay ninguna de esas cosas porque…
[RJ]: No hace al acervo, digamos…
[RC]: …porque lo que se dice ya es otro. Y este no poder estabilizar ni la realidad ni la verdad de esta realidad, ni la realidad de una verdad, es lo que nos muestra cara a cara con la incertidumbre medular de las cosas, por lo cual nosotros nos acongojamos y enseguida pedimos referencias y solidez.
[RJ]: ¿Suscribirías aquello de la intemperie, no como una precondición, pero sí como una posibilidad?
[RC]: Sí, porque no nos ampara nada, pero justamente por eso también el todo nos alcanza. Y muchos —tal vez es demasiado mundano lo que voy a decir—, reconociendo la intemperie que la palabra poética les presenta y les dona, la aprovechan para quedar al amparo de su nombre y su renombre, y buscar un status artístico en la sociedad que lo ponga a resguardo justamente de la propia desnudez. Y así creo que debemos hermanarnos también en nuestros actos con lo que esa palabra nos ofrece, que es al mismo tiempo libertad y peligro supremo.
[RJ]: Tal vez la palabra libertad sea como de las más desgastadas y casi diría soslayadas, ¿no? Hay como un miedo a encontrarle nuevos significados, tal vez, en la experiencia.
[RC]: Pero no es la libertad del hombre, es la libertad de las cosas en el mundo, lo que se está jugando; las cosas que no quieren ser comprimidas, retenidas o sometidas a un modelo omnímodo o a alguna verdad con mayúsculas. No quieren someterse a un orden significativo supremo que les diga, de hoy y para siempre, qué son y qué no son. Me parece que la poesía libera las cosas o, mejor dicho, las cosas se muestran libres en la poesía, para mostrar sus rostros infinitos sin que nadie se apropie de ellos.
[RJ]: Sobre todo que no se apropie el supuesto autor, ¿no? Hay como una sobreimpresión que se produce del autor respecto al texto, o al escrito, o al textil, como si no existiese más consideración de esa zona vibratoria que encarna el texto, y se alegara más a la figura del autor. ¿No te parece que esto tiene que ver con una suplantación de la visión por la imagen, en la poesía sobre todo?
[RC]: En cuanto este poliedro infinito de la poesía es manipulado para que todas sus caras reflejen el rostro del autor, el enceguecimiento —que ya se ha producido— se hace lacerante. Y el autor, que es una figura entre otras, también promueve posesividad y propiedad de aquellas cosas que la poesía está mostrando y que están fuera de todo dominio, más allá del dominio singular que en cada caso las presenta.
[RJ]: Y que en todo caso no es un dominio territorial, un dominio en el sentido de expansión…
[RC]: Claro, y este autor que es un dios que cree que las palabras-cosas le pertenecen, puede manipularlas para que el poder de los fieles (es decir, los lectores) se vuelque nuevamente a sus pies. Muchos grandes autores son poetas, pero no han existido en la poesía. Es decir, son los ejecutores, pero no han respirado el acontecimiento poético, la disolución, la pérdida de todo centro unificador y detentador de mundos.
Y la soberbia del hombre, digamos, o la vanidad que muchas veces triunfa más allá de una evidencia incontrastable, aquello que se nos manifiesta sin ningún tipo de obstáculos en la transparencia profunda, esa suerte de vanidad a la cual no podemos resistir, nos hace no ver lo que hemos visto claramente, o no querer ver lo que se nos ha transparentado claramente. Y luego parece que el único asombro y la única expansión que queda es esa muerte a la cual por no haber comprendido la tememos. Pero bueno, avanzaremos hacia la nada —famosa frase— en la cual todas las estaciones han sido preparadas… (risas)
[RJ]: Pero justamente ese cariz es el que le da relieve a la cosa, digamos el necesario marco —aunque sea obligatorio— de modestia al proceso creativo, al proceso de percatación tal vez, que es incesante. Si hubiera sitios de llegada, como la inmortalidad, o la salvación de las almas o la salvación de la obra, la perduración en algún sentido, pienso que sería mucho más endeble todavía la aproximación a la poesía. Como que la poesía restituye o conecta con esa dimensión pre, digamos, incluso pre-preocupación por ser; pero esto no es una tela liviana, puede ser transparencia, pero esa transparencia puede ser filosa, también, puede ser un laberinto, en el sentido de que se vuelve una galería de espejos donde el autor desaparecería. Cuando desaparece el autor, lo que queda no es el residuo, no es un polvito, es la realidad que el autor obturaba con su galería de espejos. Y relacionado oblicuamente con esto, yo tengo la sensación de que el lenguaje no es una creación humana.
[RC]: Sí, bueno, un filósofo decía que el hombre pertenece al lenguaje y no viceversa. Estamos siendo hablados por el lenguaje y construidos por él de forma permanente, y vemos lo que el lenguaje nos presenta. Y por eso hay que ser muy humildes con respecto a él, es decir, no forzarlo ni manipularlo, ni integrarlo a nuestra cadena de apetencias personales o beneficios, sino estar abiertos, vivir en lo abierto, donde el lenguaje también se ofrece; escucharlo —escuchar a las cosas—, y simplemente, en esa recepción —que es un trabajo esforzadísimo, porque es un desaprendizaje permanente de todas las nociones, referencias y sustanciaciones con que nos han instruido—, en esa recepción de alguna manera descondicionada y a la intemperie del lenguaje, escuchar el poema. Y poder transcribirlo de la manera más precisa y preciosa posible.
[RJ]: Una especie de labor de amanuense, en el sentido de la antena también.
[RC]: Exacto. El poema, como decía el cantor, está soplando en el viento. Más allá de que quede en esa necesaria dispersión, poder haber estado hermanado con él en un silencio profundo de un instante, como puede ser estando sentados bajo un árbol, ya es prodigioso. No es necesario colocarlo en libros o en volúmenes de tapas lustrosas, conferirlo al mundo humano.
[RJ]: Vos hablaste una vez que había poemas que surgían para determinados seres que no necesariamente eran humanos, sino que podían ser seres de la naturaleza, y yo interpreté también de la sobrenaturaleza o de la paranaturaleza, en fin, como se quiera enfocar. Y recuerdo que no había ironía en eso que decías, sino que por lo menos en ese momento sentí que creías en ello…
[RC]: El poema también habla para las cosas, para lo existente, para los seres tal vez más ínfimos y minúsculos, a los cuales desconocemos.
[RJ]: ¿Y eso no sería, Roberto, el reconocimiento fiel, profundo, inocente incluso, de que la poesía no se agota en el significado, sino que es más bien inauguración de presencia, y tiene una cualidad energética?
[RC]: Es un gesto, una vibración, una energía, que se da a veces a través de la palabra, pero que se puede dar a través de tantísimas cosas. Y en el momento en que decimos el poema en voz alta, por qué no considerar que también lo está escuchando el árbol, la piedra o la nube, y por qué no creer que también de ellos ha venido la fuerza que alimenta el poema.
Hay una película que se llama Todas las mañanas del mundo, que habla de dos ejecutantes de viola da gamba del siglo XVII. Uno pertenece a la corte y es discípulo del otro, el maestro, que es refractario a las manifestaciones del lujo y la trascendencia. El discípulo admira en silencio a su maestro, del cual se ha separado por la fama y el prestigio, yendo hacia la corte, hacia los lugares de jerarquización. El maestro toca solo, casi completamente olvidado, en una pequeña cabaña en el jardín de su casa. Y este discípulo, que ya es muy conocido en el ámbito de los príncipes, va todas las noches a caballo, a escuchar, a través de las paredes de madera de esa cabaña, al maestro tocar. Y el maestro toca solo, y toca con una pasión, con una destreza, con una envergadura… Y el discípulo se da cuenta de que, aunque él no hubiese estado ahí, el maestro está tocando para todos, o para todo.
No es necesario que haya un receptor humano. La música se escuchará a través de cualquier resquicio, por otros seres y de acuerdo a otras frecuencias. Y esto pasa también con la poesía. Eso lo decía también Juanele Ortiz, que él se sentía mucho más seguro cuando confrontaba sus poemas con las cosas de la naturaleza, y no con sus amigos sabihondos de la poesía. Creo que él recitaba a orillas del río, y que a su vez escuchaba de las cosas su aceptación o no del poema.
[RJ]: Y esa es una verificación absolutamente somática, corporal, anímica… Me quedó reverberando el tema de la disolución, de que vos hablabas. De los grandes autores que no pasaron por la disolución. Y me gustaría, si vos tenés ganas —yo sé que en frío es un poco complicado—, a lo mejor meternos un poco por ahí.
[RC]: Creo que en todo momento estamos empezando y disolviéndonos. Y cada momento implica la disolución de aquello que hasta ese instante había advenido. Y la disolución prepara siempre otro comienzo. Hay autores que quieren permanecer en la Mayúscula, que intentan solidificar un estamento y estatuir una obra, que no se abandonan ni abandonan lo sido, sino que percuten esas marcas, que a su vez traen y retraen continuamente su nombre, su habitualidad, su familiaridad. Y en esta erección del monumento en vida, en esta confabulación de sí mismos hacia sí mismos —y para sí mismos— se desencuentran de aquello que permanentemente se abre a una riqueza infinita y desconocida, como decía el poeta…
Creo que también la palabra poética nos anuncia la disolución de cualquier sentido fijo o sedimentado. Por su propio carácter no confirma ni reafirma ni sustenta un sentido dado, sino que lo transporta permanentemente sin cambiar de voz ni de palabra, y vuelve al mundo alumbrante en su inestabilidad. Eso es fundamentalmente lo que a veces el poeta ya no puede aprender de su poema. El poema nunca habla desde alguien o por alguien, ni congratula a ese alguien con el status de poeta. Y el que intente identificarse con esa palabra, para después congruir sobre sí y para sí una estatura, se ejercita como poeta, pero no se alberga en la poesía.
[RJ]: También la vez pasada mencionabas los grandes riesgos y los grandes peligros. Este sería uno, el de no encontrarse en una nueva faceta, en un nuevo desconocimiento.
[RC]: Quizás lo único que podamos encontrar es justamente eso: el desconocimiento de sí. Y tal vez lo único que podamos desocultar es el misterio del mundo y de las cosas. Lo único que se nos abre permanentemente es el enigma del ser esto o aquello. Y es una paradoja que nos lleva justamente al extremo y al peligro y allí también a una visión absolutamente descondicionada y desprotegida de todo amparo, sea divino o mundano.
[RJ]: ¿Y vos dirías que hay un precio a pagar por la poética?
[RC]: Es el precio tal vez que pone esta sociedad, justamente el que no pagamos ni la sociedad puede cobrar. Es el precio de ser alguien, es el precio de dejar un Legado con mayúsculas, es el precio de contribuir a una humanidad mejor, es el precio de servir para, y es el precio de afianzar la espiritualidad del hombre en algo así como el arte. Ese precio yo por lo menos intento —desalojándome y descontándome la poesía— no pagarlo. Creo que la poesía tampoco lo paga salvo precisamente cuando los propios poetas la ejercitan en ese sistema, y la confabulan y la proponen para esos tándems que, con la excusa de favorecer la poesía, en realidad buscan favorecerse a ellos mismos.
[RJ]: Daría la impresión de que si hay algo que no condice con lo sistemático del sistema —como una verdadera aparición anómala—, sería la poesía, ¿no?
[RC]: La llamamos poesía, y también bajo ese marco y en esa entidad particular, también la inmiscuimos o la tramamos al sistema, bajo aquello que es precisamente la anomalidad asistida y aceptada. También lo anómalo o lo maldito o lo revulsivo tiene un estatuto, y el hombre no se pierde de nada con tal de colocar un pie en algún estrellato, y creo que (la poesía) no debe quedar ni en el sistema ni en su margen. No debe ser situada. Muchas cosas que no podemos nombrar, ni siquiera como poesía o arte, se descorren como una grieta en nuestras pétreas pretensiones, y muchas veces pasan desapercibidas, porque no pueden ser ni identificadas ni conculcadas a esa carátula y a ese espacio considerado de la poesía. Muchas de esas cosas son precisamente las más luminosas sin que nosotros podamos aprehenderlas también a veces bajo nuestro prejuicio, bajo cierta categoría o ámbito especial, como el de la poesía o el arte.
[RJ]: Sí, pero de algún modo la restricción a la poesía como una producción escrita, a una producción en serie incluso, seriable, catalogable, es casi como el residuo de la experiencia, en realidad, ¿no? Y sin embargo el foco está puesto generalmente ahí, en la catalogación y el inventariado de los residuos, la clasificación. Del proceso creador, o del proceso creativo, o del proceso de la experiencia poética, se habla muy poco. Es cierto que roza lo indecible, pero me llama mucho la atención que en general los poetas contemporáneos, cuando se ponen a hablar de poesía, no se meten tanto con la cuestión del proceso, por eso también al principio de esta charla me refería al proceso de la disolución, en el sentido de pasar por ese proceso, quitarse pieles, o ir perdiéndolas más bien, asomarse a esa desnudez, porque tengo la intuición de que lo que guía es la experiencia, no el autor. El autor es casi como una pieza del juego.
[RC]: La experiencia como tal, o el puro acontecer, no deja huellas. La palabra poética, aún escrita, tampoco deja huellas. El que quiera justamente registrar, establecer, considerar, y alumbrar una impronta, no hace más que volverla nuevamente al orden o al régimen, bajo la lógica de este régimen. Todo lo que llamamos crítica, comentarios, exégesis, etc., que intenta fijar momentos de sentido, cuando el poema es fluencia de un sentido que no puede volver a tomarse, que intentan hablar de ella desde la sintaxis acomodada y las categorías y las tramas de argumentos y los puentes intelectuales habituales, no hacen más que devolverla a aquel lugar donde la poesía nunca estuvo.
Y esto es típico del hombre. Siempre eleva un bien o una supuesta reivindicación, simplemente para llevar a cometido réditos, a los cuales esa reivindicación o ese bien son solo una excusa o una pantalla. Volver al sistema desde la poesía, diciendo de la poesía y constituyéndola en una línea de sentido o en el ofrecimiento de un mensaje, es otra vez estar parados en medio de esta farsa.
[RJ]: La distracción.
[RC]: Desde ese punto de vista la poesía es la crítica más fuerte sin hacer ningún ademán crítico de denuncia. Por su propia palabra y por su propia puesta en escena desnuda y deja sin defensa a esta suerte de juego de mensajería y de verdades.
[RJ]: Es un asunto de presencias, ¿no? Más que de afirmación. Con todo lo escurridizo y lo corredizo —y lo sólido también— de la presencia, digamos.
[RC]: Sí. Es el aparecer como tal de la cosa. Por eso la hierba o el animal son poesía sin pretenderlo y sin que la denominación les quepa, pero en ese sentido, el sentido de la simple presencia, sin otro origen ni otro fin que ese estar ahí. A diferencia del hombre, que siempre busca el origen divino y la trascendencia suprema.
[RJ]: En ese sentido, Roberto, ¿se podría decir, por lo menos en este contexto, —no sé si universalmente, pero siguiendo este hilo de lo que vamos hablando— que hay algo relacionado con la calma o al menos con la no ansiedad que implica la construcción del personaje autor, la construcción de la obra, la construcción de la trascendencia, etc.? ¿Tendría que ver con eso, una apuesta por un cierto devenir niño, devenir vegetal, devenir nombre, nombre en el sentido del poema? No nombre del título de la figuración, sino palabra, término, término sin término, resonancia.
[RC]: Como decía Deleuze, “hasta devenir molécula y devenir nada”. Y esto no es convertirse en ese niño, en ese vegetal, en ese indígena, es simplemente encontrar esa zona de aproximación y de comunión donde, sin saber hacer lo que hace un indígena, sin poder volver a la niñez o sin poder danzar la savia entre tus venas como una planta, sos también eso. Y me parece que eso nos saca del centro de lo humano, de lo humano que también quiere determinarse como centro detentador de las presencias y de la comprensión de mundos, y al cual todas las cosas deben volver tamizadas por sus miradas, por sus medidas, por sus objetividades. Yo creo que hay que descorrerse del ser humano y dejar hablar a las piedras.
[RJ]: En ese sentido de aquella otredad encarnada, en acción, en movimiento, como una otredad dinámica, por llamarlo así, y no sé por qué se me ocurre pensar en una posibilidad de no-ansiedad… Estamos conversando, y de golpe, bueno, yo venía de la calle, de la ciudad, y de pronto hablando, y enfocando hacia este lugar, desaparece una ansiedad en mí, en tanto interlocutor, en esta conversación, de golpe siento que me puedo proyectar, por una ráfaga de segundos, en esa otra dimensión de la experiencia. ¿Sabes por qué lo digo? Porque está muy asociada a veces la experiencia artística al tormento, a la imposibilidad, a la contracción, a la lucha contra el sistema, por ejemplo, o contra algo, a veces contra uno mismo.
[RC]: El mundo rezuma esa ansiedad, porque hay un mandato que es cumplir siempre con algo, cumplir con el sujeto que debemos ser, cumplir con sus roles, y exigirnos, por cierto, destino inmediato o supremo. Y creo que cuando simplemente se dejan pasar las voces y las presencias, y se deja el acontecimiento librado a sí mismo, sin que nosotros seamos más que una hebra de ese acontecimiento, la ansiedad desaparece.
[RJ]: Tal vez haya una dimensión en la experiencia poética que no tenga que ver con esa lucha por la implantación de una estética, o la afirmación de un sujeto, algo que salga de lo binario, o de lo opositivo.
[RC]: Somos seres de la dualidad, y es cierto que hay como una tarea a veces que equivocadamente llevamos a cabo, que es tratar de afirmarnos en la vereda de enfrente. En lo otro, pero en lo otro que tiene a su vez su categorización y su oficialización. Y también quedamos sujetos a lo mismo que aquellos que decimos nuestro enemigo o nuestra fortaleza contraria, quedamos sujetados a ellos justamente por oposición. Seguimos jugando con ellos sobre el mismo tablero.
No importa cuál sea nuestro color, no importa qué ideología o qué bandera levantemos. Es nada más que una figura de retablo, y sigue habiendo ideologías, doctrinas o banderas que levantar. Se trata justamente de no asumir ni afirmarse por la constitución de un ser de las cosas y del mundo, y dejar que el ser siempre leve, siempre inestable, y siempre exento de la gran realidad o de la gran verdad, se presente.
En este descondicionamiento vivir el mundo humano es muy difícil, porque enseguida nos piden reafirmación y responsabilidad, y si dejamos que las cosas acontezcan nosotros somos simplemente aquellos que con fundamental lucidez podemos percibir la dirección del acontecimiento y sumarnos sin resistencia, sin obligación y también sin agachamiento. Simplemente podemos ser otro soplo más del viento del acontecer, pero —y esto es difícil explicarlo— sin someternos a él, sin empujar a su favor, no acelerando ese viento, y sin tratar de disminuirlo o tramarlo en forma astuta para nuestro mero molino. Entonces creo que podemos ver y comprender a lo otro y a los otros. Y transparentarnos en un diálogo que será siempre distintivo y singular, pero que nunca clavará sus estacas sobre un dominio autorizado.
[RJ]: Por eso podríamos decir también que la poesía no es un monólogo sino un diálogo, una conversación continua.
[RC]: Entre voces infinitas de las que muchas veces solo escuchamos un murmullo, pero que están ahí en ese desplegarse sin ningún tipo de acotamiento que tenga que ver justamente con el autor que dice lo que es, con el comentarista que estatuye los posibles sentidos, y con la sociedad que la confabula como su área de libertad. Porque si hay algo siniestro en esta sociedad es que se da aires de libertad con estos guetos a los cuales llama poesía, arte, etc. Por eso Artaud decía algo que es cierto: “me quisieron encerrar por hacer la poesía al natural”. Cuando sacamos a la poesía de los ámbitos institucionalizados donde la poesía es la Poesía con mayúsculas, sin duda que se causa estragos en ese tejido tan acomodado, que tiene a la poesía o al arte en un cubículo específico al cual se llega por el camino…
[RJ]: Lineal…
[RC]: Claro. Eso también es algo que en algún momento a mí por lo menos me preocupó bastante, porque vi también que uno es enredado en esa trama.
[RJ]: Ufff, si lo sabré… Sobre todo, a la hora de querer generar ediciones o ciclos, o traducir autores y tratar de que ese material circule; en el punto de la circulación de los materiales es donde uno se topa con todas estas cuestiones. Porque mientras uno está trabajando sus cosas, en su espacio de conexión íntima con las cosas, ahí la ley es la ley de la deriva o la ley del devenir, si es que se puede llamar así, pero en el momento en que esto se convierte en libro o en objeto, o en intención de compartir incluso… Porque no necesariamente hay una especulación detrás de la publicación, muchas veces la sensación al publicar es como que se completaría el proceso creativo de alguna manera, ¿no? Pero bueno, ahí es donde uno confronta estos matices donde queda enredado a veces, esas turbulencias.
[RC]: Lo importante es el sentido con el que se hace, porque el poema también nos pide mundo, y hay que dejarlo avanzar en sus propias líneas de fuerza y en un tránsito en el que nosotros mismos seremos extraños, a ese tránsito del poema, y a las ideas que pueda engendrar. La cosa es no adorarnos en ese fetiche que es el libro de poemas y que lleva nuestro nombre. Porque la idea también es perder el nombre, pero no con un seudónimo o no con un anónimo, sino que perder el nombre en el propio nombre, como la palabra poética se pierde a sí misma en su propio manifestarse.
Entonces, sin ningún tipo de artilugio, cuando aparece nuestro nombre, en esos poemas tan diferentes que parece que no pueden ser ni serían catalogados en un conjunto identitario, nuestro nombre como identidad y como autorización de esa identidad, también se pierde. Y es una extrañeza más en el poema. Porque no remite a ningún referente grávido con un rostro determinado.
[RJ]: Este tipo de reflexiones, ¿solés trabajarlas en los talleres, con la gente?
[RC]: Sí, lo hablamos, lo discutimos mucho. Y traemos también información de otros pensadores, de otros poetas. Y lo trabajamos mucho porque son cosas cruciales, más allá del trabajo formal con el poema; este darse en el poema y hacia el poema. Y que no sea finalmente nada más que otro recalco a nuestra vanidad, que es lo que habitualmente se trae desde las tiernas edades. Eso cuesta mucho, sobre todo, sacarse ese lastre y dejar que el poema se dé más allá de lo que nosotros intentemos con él y a través de él. Todas las fuerzas deben estar puestas y abiertas en la disponibilidad del poema que hay que saber escuchar. Es lo que tratamos de despejar siempre, y no de instigar o de inculcar; uno simplemente puede abrir el espacio, después está en el otro ese tránsito y esa apertura. (…) Justamente en estos juegos siniestros de los méritos del poeta está toda esa trama de homenajes, premios, reconocimientos…
[RJ]: ¿Qué es premiar la poesía? ¿Qué significa? Es curioso…
[RC]: Es curioso, porque desde ese lugar parece que también se lleva la poesía al orden o al régimen del sistema. Premiar es colocar una escala jerárquica, es establecer un fiel de medida que pueda neutralmente aplicarse a todos los poemas, y que puedan ser comparados mediante ese fiel de medida, y colocados unos por encima y otros por debajo. Unos en el extremo de la pirámide y otros cerca de la base. Unos premiados, otros con menciones, y otros finalmente desalojados de toda cinta. Es realmente muy curioso, cómo se pueden comparar singularidades. Cómo se puede establecer una lógica para órdenes simbólicos que no son congruentes. Y cómo hay jurados que pueden establecer esta trama de medidas y dimensiones para los poemas. Por eso, la cosa es cómo no quedar entrampados por el status quo de una manera o de otra. Porque el status quo, o el régimen que confiere cierta lógica y cierta confiabilidad a las imposiciones de esta lógica, nunca va a tratar de desalentarnos. Todo lo contrario, nos tienta, quiere que estemos adentro nuevamente, y siempre tiene una casilla o un templo para nosotros. Hay que ser muy valiente muchas veces para no dejarse embadurnar y servir nuevamente a ese régimen que quiere otra vez adorados y adoradores, como funciona en base a gobernantes y gobernados.
[RJ]: Incluso generando la oposición, es decir, cuando uno se opone al régimen también está enalteciéndolo, que es una trampa también…
[RC]: Contraponerse a esto es estar ligado a esto, aunque sea por adversidad u oposición. Es no poder desujetarse de esto. Y la cosa es cómo transitar a través de esto y de contra-esto sin que esas posiciones puedan dañar esa deriva incalculada, y sin que ningún posicionamiento retenga esa deriva o ese viaje sin bitácora. Somos seres débiles, y más de una vez a este mismo que ahora intenta reflexionar sobre esto, el esto y el no-esto lo ha atenaceado.