La creación artística en tiempos de la crisis climática, por Sebastián Miranda Brenes

 

Por Sebastián Miranda Brenes*

Crédito de la foto Pete Linforth (Pixabay) /

www.agenciasinc.es

 

 

La creación artística en tiempos de la crisis climática

 

 

Funda la experiencia del arte hasta el punto de conectarla

con la esperanza de ‘cambiar la vida’

Jaques Rancière

 

El cambio climático es el fenómeno que representa la mayor amenaza para la especie humana y el planeta entero y actualmente podemos declararnos las primeras generaciones en experimentar sus efectos, pues estamos siendo testigos del derretimiento de los polos y del aumento en el nivel de los mares que golpea principalmente a pueblos costeros. También experimentamos severas olas de calor o de frío, huracanes de mayor intensidad, aguaceros torrenciales o sequías extremas que conllevan una pérdida de alimentos y la muerte sistemática de animales.

Sin embargo, aunque antes se preveía que los efectos más drásticos de este fenómeno los experimentaríamos después del 2050, dándonos una percepción de un evento lejano, que difícilmente llegaríamos a sufrir, en el 2022 el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) anunció que las más severas consecuencias del cambio climático comenzarían a presentarse después de la década del 2030 en diversos sectores del planeta, particularmente los más empobrecidos. Esto nos pone ante una emergencia climática, que lleva años anunciándose.

Dicha situación ha sido abordada desde muchas aristas, principalmente desde la investigación científica y académica, en áreas como ciencias naturales, económicas o sociales, desde las áreas técnicas y desde las perspectivas políticas y de activismo social, como es el caso de los ecologismos.

No obstante, también resulta valido cuestionarnos qué rol juega la creación artística ante este escenario crítico y qué papel podemos asumir las personas que nos dedicamos a disciplinas relacionadas con el arte. Entendiendo que las expresiones artísticas están estrechamente vinculadas con el contexto de sus creadores, y como históricamente ha sido, son medios que se pueden utilizar para documentar, denunciar o simplemente exponer una postura ética, filosófica o política.

 

Imagen de la derecha “El paso de la laguna Estigia” (c. 1515-1524) por Joachim Patinir, ubicación Museo del Prado. Imagen de la izquierda Reinterpretación de “El paso de la laguna Estigia” para la exposición “+1,5 °C Lo Cambia Todo” de la Fundación WWF y el Museo del Prada en el marco de la Cumbre del Clima 2019 en Madrid. (Fuente: https://mymodernmet.com/es/pinturas-cambio-climatico-museo-del-prado-wwf/)

 

Pero antes de intentar responder estas dos cuestiones, las cuales resultan el fondo del presente ensayo, dedicaré las primeras páginas a explicar en qué consiste el cambio climático, porque, aun siendo un texto sobre creación artística que se publicará probablemente en una revista literaria o similar, es válido y necesario abordar el tema desde una perspectiva técnica para argumentar posteriormente lo que se pretende exponer.

 

1. Calentamiento global y capitalismo

Lo primero que me interesa exponer es que el cambio climático es una consecuencia del llamado calentamiento global, que este a su vez ha sido producido por el desarrollo industrial y del sistema económico llamado capitalismo.

Este sistema, además de basarse en la acumulación de capital en manos de pocas personas (tanto jurídicas como físicas) a través de la producción masiva de bienes y servicios, falsamente regulados por la mano invisible del mercado y por la especulación accionaria de las bolsas de valores, se sostiene gracias a la sobreexplotación y al despojo de, lo que el mismo modelo denomina, recursos, término que encierra a los mal llamado recursos humanos para referirse a las personas que otorgan la fuerza de trabajo, y recursos naturales para los elementos provenientes de la naturaleza de donde se obtienen las materias primas.

Así, esto revela que el capitalismo reduce a todos los seres planetarios a un valor de mercancía, impone una visión utilitarista del mundo y se apropia de aquellos de quienes se puede aprovechar, despojan a otros de los bienes con los que subsisten y a aquellos otros seres que no son útiles se da el derecho a desecharlos o exterminarlos.

Desde hace más de dos siglos de existencia, el capitalismo ha utilizado a la industria para su crecimiento, la cual ha sido marcada por cuatro momentos definitorios llamados revoluciones industriales. La primera surge en Londres cerca de 1780 cuando aparece la industria de la metalurgia, que poco a poco se fue expandiendo por Inglaterra y, posteriormente, por toda Europa. La segunda se presenta más de un siglo después, con la aparición de la industria química, que inicio los procesos de transformación de sustancias a materiales y, por tanto, a bienes de consumo.

Después de dos guerras mundiales, la gran depresión económica, la aparición del cine y de la televisión y otros avances significativos que estallan después de la década del 50, en los años 80 se produce la tercera revolución industrial con el surgimiento de la robótica y los procesos automatizados, consolidando con esto el enfoque de la producción masiva, el consumismo, la cultura de lo desechable[1], el fenómeno de la globalización, la producción de comida procesada y una aceleración en los avances tecnológicos. También aparece el internet y la producción masiva de los aparatos electrónicos.

Por último, después de 30 años, actualmente vivimos la cuarta revolución industrial, de la que formamos parte, conocida como la revolución 4.0, y se basa en el desarrollo de la inteligencia artificial, la modificación genética y la nanotecnología, que ya se están incorporando en todas las profesiones y en la vida, por lo que también se están utilizando dentro de los procesos de creación artística en todas las disciplinas.

Cabe recalcar que las expresiones artísticas, tanto visuales, musicales como literarias, también se han visto influenciadas por estas revoluciones industriales, como la fotografía o el cine, que han innovado en el desarrollo de técnicas, y han provocado que estallen manifestaciones artísticas para abordar temas muy particulares de cada época.

Este industrialismo y este sistema económico, en su afán de crecer infinitamente, cada vez demanda más energía, genera más emisiones de gases al aire para producirla y, sin considerar que formamos parte de un planeta con elemento finitos y agotables, ha provocado y, actualmente, ha acelerado el calentamiento global, fenómeno que explicaré en detalle a continuación.

 

Waterlicht de Daan Roosegaarde, Ámsterdam, Países Bajos, 2016. Fotografía tomada de https://www.studioroosegaarde.net/project/waterlicht. Video sobre la obra: https://www.youtube.com/watch?v=LWzPm_ponkI.

 

1.1. Calentamiento global

Al ser un ensayo que aborda un tema técnico para tratarlo desde lo artístico, me tomaré la libertad de que sea Micheal Beard, físico, Premio Nobel en física y personaje de la novela Solar, de Ian McEwan, publicada en español por la editorial Anagrama en el 2011, quien explique este fenómeno:

–Ayer leí en el periódico que justo dentro de cuatro años se celebrará el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin y el ciento cincuenta aniversario de la primera edición de El origen de las especies. Las celebraciones sin duda eclipsarán la obra de otro gran científico victoriano, un irlandés llamado John Tyndall, que realizó un estudio serio de la atmósfera en el mismo año, 1859. Una de las cosas que le interesaban era la luz, y por eso siento una especial afinidad con Tyndall. Fue el primero en señalar que la dispersión de la luz en la atmósfera era la causa de que el cielo sea azul, y fue el primero en describir y explicar el efecto invernadero. Fabricó un equipo experimental que mostró cómo el vapor de agua, el [dióxido de carbono (CO2)] y otros gases impedían que el calor que la tierra recibía del sol fuera irradiado de nuevo al espacio, y que de este modo hacían la vida posible. Si se elimina esta capa de vapor y gases, como escribió en una declaración famosa –Beard sacó una tarjeta del bolsillo superior de su chaqueta y leyó–, «con toda seguridad se destruirán todas las plantas expuestas a que las destruya una temperatura glacial. El calor de nuestros campos y jardines se vertería sin correspondencia en el espacio, y el sol despuntaría sobre una isla atenazada por el abrazo férreo de la helada».

A principios del siglo XX pocos sabían que la civilización industrial estaba arrojando [dióxido de carbono (CO2)] a la atmósfera. En años sucesivos se llegó a la comprensión exacta de cómo una molécula de este gas absorbe y contiene las longitudes de onda más largas de la luz radiante y atrapa el calor. Cuanto más [dióxido de carbono], tanto más se calienta la tierra. En el decenio de 1960 un satélite no tripulado demostró que el noventa y cinco por ciento de la atmósfera de nuestro vecino Venus está compuesto de [dióxido de carbono]. Y la temperatura de su superficie es de más de cuatrocientos sesenta grados, un calor suficiente para derretir el zinc. Sin su efecto invernadero, Venus tendría aproximadamente la misma temperatura que la tierra. Hace cincuenta años estábamos arrojando a la atmósfera trece billones de toneladas métricas de [dióxido de carbono (CO2)] cada año. Esta cifra casi se ha duplicado. Hace más de veinticinco años que los científicos advirtieron al gobierno norteamericano de un antropogénico cambio climático. En quince años ha habido tres informes IPCC de creciente urgencia. El año pasado, un estudio de casi mil documentos redactados por expertos mostraron que ninguno discrepaba del criterio mayoritario. Olviden las manchas solares, olvídense del meteorito Tunguska de 1908, no hagan caso de los lobbies de la industria petrolífera y de sus laboratorios de ideas y los clientes de los medios de comunicación que pretenden, como ha hecho el lobby del tabaco, que hay dos criterios sobre este tema, que los científicos están divididos. La ciencia es relativamente simple, unilateral e irrefutable. Señoras y caballeros, la cuestión se ha debatido e investigado durante ciento cincuenta años, el tiempo que lleva publicado El origen de las especies de Darwin, y es tan incuestionable como las bases de la selección natural. Hemos observado y conocemos el mecanismo, hemos medido y los números cantan, la tierra se está calentando y sabemos la causa. No hay controversia científica, sólo este hecho escueto…

 

A partir de la disertación del doctor Beard, recalcaría que el efecto invernadero es un fenómeno natural y que tiene una función vital, dado que ha jugado un rol fundamental para el desarrollo de la vida, ya que, al retener cierta cantidad de energía infrarroja, o calor, mantuvo una temperatura y otros factores climatológicos ideales.

Sin embargo, el surgimiento de la industria y el aumento exponencial de su demanda energética provoca que crezca desmedidamente el uso de combustibles fósiles, que al quemarse liberan los mismos gases acumulados en la atmósfera naturalmente, o sea, la reacción de combustión de los derivados del petróleo liberan gases de efecto de invernadero (GEI) que no estaban presentes en la atmósfera, por lo que incrementan su concentración y provoca que se retenga más calor dentro del planeta y que aumente la temperatura promedio de este, generando lo que conocemos como el calentamiento global.

No obstante, en este modelo económico basado en la hiperproducción y el hiperconsumo, no solamente el uso de combustible aporta a que se intensifique este fenómeno, sino otras actividades también son una fuente considerable de GEI, como la producción animal, el excesivo uso de fertilizantes y la descomposición de residuos, pues emiten toneladas ingentes de metano y óxido nitroso, que retienen más calor y han conducido a que experimentemos el cambio climático, con todos sus efectos.

 

 

1.2. De la crisis climática a una crisis civilizatoria

Ya el cambio climático está cobrando muchas víctimas. Se habla de desplazados ambientales, personas que tienen que movilizarse de sus territorios por los efectos de este. Se habla del derretimiento de los glaciares, que tiene dos efectos devastadores, el primero es el aumento del nivel de los océanos, que provoca la perdida de costas y amenaza con que ciudades enteras queden sumergidas. El segundo es la liberación masiva de metano que se encontraba encapsulado en una capa de hielo llamado permafrost y que, al inyectarse a la atmósfera, acelera el calentamiento global.

 

Inherit the dust, Nick Brandt (fotógrafo británico) 2011. (Fuente: https://educacionysostenibilidad.com/blog/arte-cambio-climatico-sostenibilidad/)

 

También se habla de que tenemos frente a nosotros una nueva era geológica marcada por una extinción masiva y una trasformación climática completa del planeta. A esta, algunos científicos y académicos la llaman antropoceno, argumentando que ha sido producida por la humanidad y todas sus actividades.

 

Instalación Habitus, Robyn Woolston, Gran Bretaña, 2013. Fuente: www.robynwoolston.com

 

Sin embargo, hay quienes preferimos denominarla el capitaloceno, pues consideramos que no es la humanidad tal cual la que ha provocado este proceso, sino el sistema capitalista controlado por unas cuantas personas quien ha llevado a que el planeta padezca este cambio.

Pero, ya sea el antropoceno o el capitaloceno, todo apunta a que un sin número de especies animales y vegetales, macroscópicas y microscópicas, conocidas o no, están sufriendo desde hace décadas los efectos de este sistema devorador.

La situación tampoco parece muy alentadora para la humanidad ni, principalmente, para las poblaciones más empobrecidas y en condiciones sociales vulnerables más marcadas, pues ante la destrucción de sus territorios a punta de tractores y vagonetas, o ante la contaminación por aguas residuales y residuos sólidos, también nos estamos viendo sometidos a los efectos de las variaciones que llevan a la pérdida de cultivos, o sea comida, a daños irreparables de infraestructura, como vivienda, a la pérdida de fuentes de empleo digno, a la aparición de nuevas enfermedades (como el COVID-19) o la reaparición de enfermedades erradicadas que están cobrando la vida de millones de personas.

Lo anterior me permite concluir que ante el cambio climático y el capitaloceno, más que a una crisis climática o una crisis ecológica, nos enfrentamos a una crisis civilizatoria, pues estos fenómenos amenazan la existencia o permanencia de nuestra especie.

Es por esto que en las últimas décadas han surgido políticas internacionales que muchos países han asumido para proponer acciones de mitigación y adaptación a las nuevas condiciones que se avecinan. Pero, lamentablemente, muchas de estas iniciativas quedan en mera retórica, como es el caso de la agenda 2030 y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, que, aun cuando en el fondo son una alternativa importante para superar tanto la crisis climática como humanitaria, ni los líderes mundiales ni los grandes acumuladores de capital (principales responsables de esto) ejecutan las acciones más significativas, sino que fomentan la implementación de acciones paliativas, que no provocan un cambio sustancial para enfrentar el problema.

Esto ha conducido a que muchas personas de diferentes disciplinas, profesiones, oficios y pertenecientes a colectivos reflexionen y propongan opciones de transformación, denuncien la inacción de autoridades y lideres o promuevan una resistencia que busque darle un giro a esta crisis.

Este tema se ha abordado desde la academia, desde la ciencias exactas y sociales, desde la filosofía, desde los feminismos y los ecologismos, donde han surgido importantes movimientos, alternativas económicas y de otras visiones de mundo, que permitan mitigar o adaptarnos a las severas condiciones que se aproximan.

Gran parte del sector artístico también se ha involucrado dentro de estos procesos de resistencia y denuncia y personas dedicadas a la música, a la literatura, al teatro, a la danza y a las artes visuales han tomado un rol importante en provocar la reflexión, fomentar cambios de hábitos, participar en procesos de educación y la sensibilización a través de la creación artística.

 

Intervención artística del artista Óscar Ruiz se titula “Bosque de Sargazo” y es el resultado de su línea de investigación con el Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología. (Foto: Adriana Artavia, tomada de https://ojoalclima.com/la-crisis-climatica-se-expresa-artisticamente-en-proxima-temporada/). Fuente: cambioclimatico.go.cr.

 

Es decir, la creación artística está tomando un rol importante ante el colapso de nuestra civilización y muchas personas dedicadas a esto están tomando una postura estética, ética y política ante la crisis climática que experimentamos y se han involucrado con otras ramas profesionales para producir obras que invitan a la reflexión y la acción.

 

 

2. Creación artística y su rol ante la crisis climática

Ante la crisis climática estamos en un punto de no retorno, en este momento de nuestra historia es imposible revertir el calentamiento global y evitar percibir sus efectos. Durante décadas se hicieron llamados a transformar nuestro modelo civilizatorio y nuestro sistema económico y hubo negación y resistencia para hacerlo, principalmente de las grandes corporaciones y de los Estados cómplices de estas.

Desde la filosofía, desde la ciencias exactas, naturales y sociales, desde los ecologismos y del activismo socioambiental y desde la creación artística se anunció la necesidad de un cambio radical y se denunció la inacción y la negligencia de aquellos que han tenido el poder para evitar lo que efectos más graves que ya estamos empezando a sentir.

Por eso, cito a Fernando Chaves Espinach, curador del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) de Costa Rica, quien en un artículo publicado en el medio Ojo al Clima y haciendo referencia a una exposición artística que abordó el tema del cambio climático mencionó:

Los [y las] artistas buscan no solo llamar la atención sobre problemas específicos, sino destacar las interrelaciones que subyacen a aquellos derivados del cambio climático; y así, despiertan nuestra percepción de la complejidad del mundo que nos rodea y nos alerta de las fracturas en nuestra relación con él.

 

Y este el fondo de este ensayo, invitar a preguntarnos ¿cuál es la postura que asumimos como artistas ante el cambio climática y sus consecuencias?, ¿cómo, desde nuestras disciplinas, podemos abordar está temática y con qué intensión?

Sin duda, durante nuestra historia, el arte siempre ha sido un medio para que la persona creadora exponga sus posturas políticas y éticas sin necesidad de caer en el adoctrinamiento, sino como una forma de vincular a los individuos a cierto tipo de enunciación que se decanta en una experiencia reflexiva, pues como señala Susan Sontag en su ensayo Sobre el estilo, publicado originalmente en 1965 en la revista Partisan Review:

… la obra de arte por sí misma resulta también un objeto vibrante, mágico y ejemplar, que nos devuelve al mundo de alguna manera más receptivos y enriquecidos. 

Una obra de arte es un tipo de demostración, o plasmación, o testimonio, que da forma palpable a la conciencia; su objetivo consiste en tornar explícito algo singular… La obra de arte está para hacernos ver o aprehender algo singular, no para juzgar o generalizar. 

 

Esta parte final de la cita es muy importante, pues el fin de la creación de arte no es emitir juicios de valor explícitos, ya que se vuelve acartonado y panfletario, sino por el contrario, es provocar una experiencia sensible que pueden abordar temas sociales, políticos y, en este caso, ecológicos.

Como lo vimos a lo largo de la parte técnica de este texto, ya hay artistas realizando trabajos alrededor de la crisis climática, produciendo instalaciones, novelas, poesía, pinturas, fotografías y otras piezas que se instauran desde una estética a una acción política, o una estética política, para tomar el concepto del filósofo francés Jacques Rancière, que aborda en su libro Disenso, publicado en español por Fondo de Cultura Económica de México en 2019.

Específicamente, Rancière señala tres cosas importantes en relación con esto. Lo primero es que La ‘estética de la política’ consiste, sobre todo, en la elaboración de un nosotros, un sujeto, una manifestación colectiva cuya aparición es el elemento que interrumpe la distribución de las partes sociales…”. Así que cuando un sujeto entra en contacto con una obra puede tener una experiencia ante una estética que lo confronte a un contexto común, muchas veces normalizado por las estructuras de poder, generándole un conflicto ético ante una situación que afecta a todo un colectivo, como es el caso de esta crisis climática, que puede politizar nuevamente al individuo.

O sea, la creación artística, al problematizar nuestra situación ecológica, desde este punto de vista, puede impulsar un giro que “vuelva a codificar e invertir las formas de pensamiento y las actitudes que ayer apuntaban a producir un cambio político y/o estético radical”, volviendo a Rancière.

Es decir, “[el] arte parece ser hoy la punta de lanza de una repolitización de la creación contemporánea”, como explica la filósofa española Marina Garcés en un artículo llamado La honestidad con lo real, pero esta repolitización puede dirigirse hacia el cuestionamiento, desde lo estético, del cómo podemos habitar la crisis climática, del cómo replantear nuestros sistemas de convivencia entre humanos y no humanos, del cómo afrontar el capitaloceno y si mantenemos o transformamos nuestro modelo civilizatorio.

 

Video animado Abuela Grillo, Denis Chapon, Bolivia, 2009.
Fuente: https://vimeo.com/11429985

 

Con lo anterior no intento decir que la creación artística o la persona creadora establecerá estas respuestas en sus obras. Por el contrario, al igual que otras disciplinas, como la filosofía, buscará a través de la experiencia estética el generar preguntas a las personas expectantes, buscará conmover e invitar, de forma sugerente, a un accionar o a una reflexión que promueva un hacer distinto, o sea, y volviendo a Garcés, podemos crear “un arte implicado en los problemas de un tiempo y de un mundo que compartimos” y que se guíe por “la fuerza de su implicación y por sus anhelos: un anhelo de verdad, un anhelo de nosotros y un anhelo de mundo”.

Además, en este punto recalco que esto no es un deber ser, no intento decir que toda creación artística deba dirigirse a una temática en específico o que las personas artistas están obligadas a tratar estas temáticas, no obstante, dado que las expresiones artísticas están sumamente ligadas a las ideologías, posturas y percepciones de la persona creadora, esta puede desarrollar obras que aborden una situación ambiental amenazante, lejos de cualquier pose, esnobismo o lo políticamente correcto, alejando al arte de cualquier rol moralizante o de ser un canal utilizado para el adoctrinamiento.

Pues, al igual que otras disciplinas o áreas técnicas que ya están trabajando en acciones de mitigación del impacto del cambio climático y en medidas de adaptación para que las poblaciones puedan sobrevivir o se están planteando alternativas en buscar migrar de un sistema capitalista predatorio basada en el crecimiento infinito de la economía y la reducción del mundo a una mercancía a un sistema basado en la justicia social y ambiental, en el bien común y en el buen vivir, donde a humanos y no humanos se les garantice una vida digna, desde la creación artística podemos hacer aportes sumamente valiosos.

Desde la estética podemos causar asombro, conmover o causar una experiencia sensible, por lo que podemos apostar a que, como animales que desarrollaron sistema nervioso y que nuestro primer vehículo de interpretación del mundo es el cuerpo y sus emociones, por medio del arte provoquemos una aprehensión del mundo en crisis y un aprendizaje significativo sobre el fenómeno que nos acecha.

También, aunque una obra nos puede llevar inicialmente desde la nostalgia a la compasión, desde la ira al amor, desde la alegría hasta la ternura, posteriormente la racionalizaremos, intentaremos entenderla lógicamente, y esto nos puede generar, no solo la experiencia estética, sino llevarnos hasta ponernos en frente de un conflicto ético o político que anteriormente se mencionó.

Pero hay otra área desde donde la creación artística puede aportar a la reflexión sobre la crisis climática, pues desde todas las disciplinas vinculadas con el arte, las personas que se posan ante una obra se confrontan ante nuevos lenguajes, que lejos de cualquier voluntad de verdad[2], pueden formar un criterio y conducir hacia otras racionalidades y, a su vez, a otras sensibilidades, a otros haceres o a otras formas de habitar y convivir, para que sea posible plantearnos una coexistencia ecológica, como Paula Bruna plantea, citando a Timothy Morton, en un artículo llamado La especulación artística como recurso para aproximarse a otras realidades.

 

 

2.1. Creación artística, lengua y crisis climática

Aun cuando me niego a creer que el desarrollo de un lenguaje es algo exclusivo de los humanos, no dudo que este es uno de los medios más relevantes que hemos utilizado para constituir nuestras civilizaciones, nuestras culturas, nuestros mitos cosmogónicos y, por ende, nuestras cosmovisiones.

Es decir, desde el lenguaje hemos desarrollado narrativas constitutivas que han venido mutando por nuestros metabolismos sociales: procesos políticos, conquistas y colonizaciones que no solo exterminaron millones de personas, sino impusieron sistemas de creencias que a lo largo del tiempo permearon hasta enquistarse como parte de estas poblaciones, mientras se apropiaban de otros elementos simbólicos de los relatos de los conquistados.

Dentro de todas estas dinámicas propias del desarrollo histórico de nuestras culturas, la creación artística forma parte importante de los procesos, pues, ya sea a través de la oralidad, la escritura o las obras pictóricas, las disciplinas artísticas han aportado a la semiótica de los lenguajes de estas.

Lo anterior permite afirmar que la creación artística puede ser un elemento activo en la transformación de cualquier cultura. Así, partimos de que al encontrarnos dentro de una crisis ambiental se puede abrir la pregunta ¿cómo la creación artística puede aportar a constituir otras narrativas para hacerle frente a la actual situación climática?

Ante esta nueva pregunta y retomando el inicio de este ensayo, donde describo la dinámica de nuestro actual modelo civilizatorio, podemos llegar al abordaje que realiza el sociólogo mexicano Enrique Leff, quien en parte de su obra señala que nuestras sociedad actuales se rigen por una racionalidad económica, una lógica de hacer crecer el producto interno bruto (PIB) de todos los países infinitamente, y las economías de cualquier empresa, sin considerar las consecuencias socioambientales de este incremento.

Pero, además de esta afirmación, Leff nos provoca la necesidad de crear los vehículos para que migremos a una racionalidad ambiental, un pensamiento que no se centre en una lógica economicista, sino que incluyamos dentro de nuestras dinámicas de manera primaria el bienestar social y el cuido ambiental como pilares. O podríamos mencionar otros conceptos valiosos como sustentabilidad superfuerte[3], buen vivir[4] o biocentrismo[5], que desde la academia, la investigación y el dialogo de saberes han venido surgiendo y que pueden ser retomados por las personas creadoras dentro de sus procesos para elaborar obras que acerquen a las personas espectadoras a estos y, a partir de la experiencia estética, dichos términos se vayan incorporando a nuestro lenguaje colectivo y que se logre abrir otros puentes que lleven a otras racionalidades.

Es decir, que la creación artística puede realizar una labor transdisciplinaria, al reflexionar sobre conceptos que surgen desde otras áreas de pensamiento y aportar a que formen parte de nuestra cultura y sean reconocidos o asimilados por las poblaciones.

Sin embargo, como explica en su tesis doctoral Paula Bruna, llamada Arte y ecología política. Un viaje desde el modelo antropocéntrico a las realidades de los no humanos, la práctica artística, no solo permite trabajar alrededor de otros conceptos nacidos de otras disciplinas, sino que también permite experimentar otra realidad alternativa como posible, ya sea creando nuevos conceptos, como ella misma hace desde una instalación llamada Plantoceno[6], o puede recurrir a narraciones especulativas para crear posibles escenarios ante algún hecho, como lo ha abordado la ciencia ficción en algunos casos, o darle voz a otros seres no humanos para intentar interpretar un padecer de estos ante una situación, como han hecho algunos cineastas o escritores.

 

Dos vestidos. Aproximaciones a lo no humano. Paula Bruna, 2019, España. Foto: Laura Mir Sanjuán
Fuente: https://paulabruna.com/plantoceno/

 

Así, la creación artística ante la crisis climática puede utilizar el lenguaje para ofrecernos otros conceptos que promuevan otras racionalidades más ecológicas o nos acerquen a escenarios catastróficos producto del calentamiento global o nos confronte ante el sufrimiento de otras especies que padecen a diario por nuestro sistema económico y nuestros hábitos de consumo y de vida.

La lengua resplandece por el aire. La tierra es víctima de la violenta llama. Devora. Tras el silencio, un balbuceo toma la forma y la destruye. Pero es la luz que corrompe el infierno. Es la luz cuya herencia de ceniza forma el alfabeto legible a los cegados.

Poema Fuego, Mónica Nepote, México, 2014.
Fuente: https://poesia-del-torobarro.blogspot.com/2014/05/el-eco-del-cielo-de-monica-nepote.html

 

Pero ante una situación ecológica tan preocupante, la creación artística se puede decantar por utilizar el lenguaje para cuestionar la visión supremacista del ser humano, una herencia de la modernidad, esa mirada antropocéntrica que en el capitalismo, el industrialismo y la racionalidad económica prevalece, y acercarnos desde estas otras narrativas, desde neologismos hasta los conceptos gestados desde otros saberes, para instaurar otro valor simbólico de la naturaleza y los seres no humanos y cuestionar, desde otra semiótica, el lugar de lo humano en el planeta.
O sea, desde la creación artística podemos recuperar visiones de los pueblos originarios o de otras civilizaciones antiguas, como el panteísmo o el animismo, que consideran al entorno natural como algo sagrado. Esto, personalmente considero, es uno de los puntos más importantes que podríamos abordar desde nuestros trabajos artísticos y podría ser una de las principales formas de adaptación ante los efectos del cambio climático, puesto que al recuperar este tipo de cosmovisiones o crear narraciones mitológicas basadas en este sentido, podríamos constituir una racionalidad y una afectividad ambiental más profunda, pues estaríamos estrechando nuestro vínculo con todos los seres con los que convivimos.

 

Obra Sin título de la serie Animales familiares, Ana Teresa Barboza, Perú, 2011.
 Fuente: http://anateresabarboza.blogspot.com.

 

Podríamos aportar desde nuestros procesos creativos conceptos importantes como la autopoiesis[7], que pensadores como Francisco Varela y Humberto Maturana profundizaron en sus libros y que se vincula estrechamente con la teoría de sistemas y de la complejidad, que autores como Edgar Morin trabajaron profundamente, y que en todas estas se cuestiona la visión antropocéntrica y, por el contrario, invita al humano a pensarse desde un lugar que forma parte de un entramado, de un red de relaciones con otros seres, que tienen la capacidad de autoorganizarse en sistemas interdependientes según las condiciones del medio.

O podríamos acercar nuestros procesos creativos a las filosofías postmodernas y postestructuralistas para abordar desde nuestro lenguaje y nuestras propuestas estéticas visiones como la posthumanista, que intenta desdibujar las fronteras de lo humano tejiendo una racionalidad más allá del cuerpo o del pensamiento y que, al igual que las visiones antiguas o sistémicas, deconstruye la idea de la supremacía humana.

Todas estas posibilidades que tenemos como creadores para abordar esta crisis ecológica desde nuestras disciplinas, pueden ir acompañadas con la convicción de democratizar esto lenguajes e intentar de sacar el arte de los espacios oficiales, descentralizar las presentaciones de nuestras obras para que la experiencia estética no quede reducida a solo un pequeño grupo de personas.

Lamentablemente, muchas veces las artes visuales no salen de los museos, las obras de teatro o danza se ofrecen únicamente en los teatros consolidados de los centros poblacionales, la presentación de libros se realiza solo en centros culturales, o como en la mayoría de nuestros países, las expresiones artísticas se concentran en las capitales y se vuelven inaccesibles para las personas que habitan en las periferias.

Aquí es donde puede surgir trabajos conjuntos entre las personas artistas y las personas dedicadas a la gestión cultural de estas comunidades, con el fin de abrir procesos que logren que los habitantes de otras comunidades experimenten, desde una dimensión estética, la problemática climática, y se pueda fomentar la reflexión sobre esta, e invitar a la acción individual y colectiva para hacer frente a los impactos que se avecinan.

 

 

3. Conclusiones

En este punto retomo la explicación técnica inicial para recordar que vivimos en una nueva era geológica marcada por nuestro sistema civilizatorio, que ha llevado a una crisis climática provocada principalmente por el calentamiento global producido por el modelo industrialista y la racionalidad económica del capitalismo y que llegó a un punto de no retorno, dejándonos como únicas opciones la mitigación de sus efectos y la adaptación a la nuevas condiciones climáticas que se avecinan, cada vez más agresivas.

La problemática del cambio climático y sus consecuencias ha sido profundamente abordada por muchas disciplinas académicas, técnicas y populares, y desde los activismos socioambientales, y desde hace décadas gran cantidad de personas dedicadas a la creación artística y de todas las latitudes del planeta han venido desarrollando obras que abordan esta temática, exponiéndolas en museos, cines, teatros o en las comunidades, con el fin de que las personas puedan reflexionar sobre esta situación.

Por lo tanto, la creación artística puede ser un medio que ofrezca una experiencia estética y sensible que conlleve una conmoción y, posteriormente, induzca un proceso de reflexión que puede provocar un conflicto ético o confrontar una postura política y, finalmente, promover un accionar distinto, alejándose siempre de cualquier intención moralizante, aleccionadora o de adoctrinamiento.

Además, ante la necesidad de adaptarnos a las próximas condiciones climáticas y ante la posibilidad de un colapso civilizatorio, la creación artística puede aportar la instauración de neologismos, la narración especulativa o de conceptos que han surgido de otras disciplinas para sumar a la constitución de otros lenguajes más cercanos a una racionalidad ambiental, que no solo inviten a adquirir haceres alejados de la lógica modernista y economicista, sino a cuestionar nuestra visión especista y constituyan otras narrativas que planteen al ser humano como una parte más de la naturaleza, como una especie más que convive con otro sinnúmero de especies dentro de un planeta vivo.

Finalmente, también se nos abre la posibilidad de hacer trabajos conjuntos con personas dedicadas a la gestión cultural, con el fin de buscar otros públicos que, por motivos económicos o geográficos, tienen poco acceso a estas expresiones, y quedan excluidos de conocer sobre la crisis climática desde una dimensión estética.

Cierro este escrito haciendo énfasis en que este ensayo está escrito en términos de poder ser, de la posibilidad como artistas de asumir un rol dentro de esta crisis climática-civilizatoria, tomando nuestro complejo contexto para abordar desde nuestros procesos creativos una de las situaciones más graves que enfrentamos como especie, volviendo a citar al doctor Beard, personaje de la novela Solar, recordando el momento cuando termina su discurso increpándonos:

Puede que les entristezca o les asuste, pero también debería instarles a adoptar una posición inequívoca y libre para pensar en lo que hay que hacer ahora.

 

 

 

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[1] La cultura de los desechable se entiende como la fabricación de objetos de baja calidad y de bajo costo, diseñados con una obsolescencia programada (diseño de un material o producto con un tiempo de vida útil previamente determinado, el cual puede ser de minutos, horas, días, meses o años, según la intensión del productor) corta, con el fin de que se desechen en poco tiempo y se vuelvan a comprar. Esto ha acelerado la generación de residuos de manera extrema y ha provocado la contaminación del planeta entero con plástico y otros materiales.

[2] Voluntad de verdad: término que Michael Foucault describe en el libro El orden del discurso y que tiende a ejercer sobre los otros discursos una especie de presión y un poder de coacción.

[3] Sustentabilidad superfuerte: enfoque político de la sustentabilidad que busca abordar una ética de la naturaleza, y nuevos estilos de desarrollo, manteniendo el concepto de patrimonio natural y siendo crítico de la ideología del progreso.

[4] Buen vivir: según Silvia Rivera Cusicanqui, se refiere a todas las formas de organización que buscan resolver los problemas comunes mediante gestiones comunes. O sea, es la búsqueda del bien común.

[5] Biocentrismo: poner la vida en el centro de todo, por lo que reconoce derechos a seres no humanos a existir autónomamente, asegurándoles su derecho a tener una vida digna.

[6] Plantoceno: en palabras de la artista, este término se refiere a “una aproximación a subjetividades no humanas que surge como contraposición al excesivo antropocentrismo con el que entendemos el mundo y nos relacionamos con nuestro entorno y el resto de seres vivos”.

[7] Autopoiesis: Cualidad de un sistema capaz de reproducirse, reorganizarse y mantenerse autónomamente.

 

 

 

 

 

*(San Pedro de Barva Heredia-Costa Rica, 1983). Escritor, gestor ambiental y cultural. Docente de Gestión Ambiental del Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) y de la Universidad de Costa Rica. Ha publicado en poesía Antimateria (2013 y 2014), El sudor de la morfina (2020; 2022) y Luminiscencia (2022).

 

 

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