El ensayo que Vallejo & Co. reproduce ahora, se publicó originalmente en la revista kipus de la Universidad Andina Simón Bolívar.
Por Aleyda Quevedo Rojas
Crédito de la foto www.3.bp.blogspot.com
La corporeidad de lo abstracto
en los Microgramas (1940),
de Jorge Carrera Andrade
“El micrograma, mínima pieza lírica de la que no he inventado sino el nombre, florecerá más vital y sugerente que nunca”.
Y el poeta siguió el cauce del universo. Regresó al origen, mantuvo la integridad, conoció lo blanco y fue fiel al negro. Y su poesía se transformó en el mundo.
El mundo que descubrió, desde su alfabeto misterioso y profundo, nuestro mayor poeta nacional, Jorge Carrera Andrade (Quito, 1903-1978) o el poeta de los Microgramas como lo reconocen muchos en Hispanoamérica. Carrera Andrade escribe entre 1926 y 1936 su libro Microgramas el mismo que aparece publicado en Tokio en 1940, bajo el sello Ediciones Asia-América. Microgramas tocados por el ser Latinoamericano pues habrá que entender primero el secreto y la filosofía de donde provienen. Cito uno de los principios del “Libro del recto camino”, Tao Te Ching de Lao-Tsé: “Regresar es el impulso del Tao. Suavidad es la función del Tao. Todas las cosas del Universo provienen de la existencia, y la existencia de la no-existencia”.
En la poesía, como en la existencia y en la no-existencia, la íntima unión de hombre y universo, transitoriedad y vacío del corazón, vacío que tiene por fin un estado de iluminación en el que desaparece la división interior, lo masculino y lo femenino, lo frío y lo caliente, para alcanzar el Tao; son principios que rigen la actitud y la visión para escribir poemas breves. Cultivar el haikú, siempre exigió, en todas las épocas, una conexión perfecta del universo y sus elementos.
En “El libro del recto camino”, un breve tratado de apenas cinco mil caracteres, es posible encontrar una de las primeras condiciones para acercarse a la brevedad en la poesía. En este antiguo libro la estructura idiomática y expresiva es concisa y vigorosa, nunca, seguramente tanto pensamiento ha sido condensado en un espacio tan pequeño.
“En mis escalas en el Extremo Oriente, he tenido ocasión de observar el efecto, la actitud filosófica de los japoneses —campesinos y hombres del pueblo— ante los fenómenos naturales, y su manera de contemplar en quietud el alma completa, la inestabilidad de las cosas y de la vida humana”, reflexionó Carrera Andrade.
La intimidad con la naturaleza, una virtud propia de toda su poesía y la precisión en las imágenes, le permitieron caminar seguro por los senderos del haikú. Dotando a sus poemas de un rigor extremo, tal que pueda expresarse en tres o cuatro versos la corporeidad de lo abstracto. El propio Jorge Carrera Andrade escribe en el pequeño texto que precede a los Microgramas: “no tengo la pretensión de haber inventado el Micrograma, pues ya en el Siglo de Oro, don Francisco de Quevedo y Villegas, en la pausa de dos “Sueños”, escribió su “Boda y Acompañamiento del Campo”, collar rústico de epigramas castellanos, abuelos directos del micrograma infantil que yo hecho a rodar por el mundo. El micrograma no es sino el epigrama español, despojado de su matiz subjetivo. O más bien dicho, el epigrama esencialmente gráfico, pictórico, que por su hallazgo de la realidad profunda del objeto de actitud secreta, llega a constituir una estilización emocional.
Pensamientos que Carrera Andrade echa a rodar en sus composiciones microgramáticas, y por lo tanto nunca intenta escribir un haikú a la manera oriental y está muy claro que la estructura de sus microgramas no estarán compuestos de 17 sílabas distribuidas en tres líneas, de este modo: cinco, siete y cinco, respectivamente. Sin embargo, logra elaborar pequeñísimos poemas que en tan estrecho espacio, parece empeño imposible, capturar los grandes movimientos del universo, más por una especie de trabajo mágico, el poeta consigue contener al infinito en esa pequeña prisión donde caben todas las sorpresas y emociones sin la pretensión de los haikús.
De esta manera, mientras Matsuo Basho dice:
A la fuente vieja
Salta veloz la rana
Y el agua suena.
Jorge Carrera Andrade escribe:
Canuto vivo y rosado,
escribe ceros de vidrio
en la redoma el pescado.
En los dos poemas hay un punto de intersección entre el impacto de lo momentáneo con lo constante y lo eterno. El modelo de brevedad. Impresiones fugaces. Pequeños milagros cotidianos. Movimientos de la naturaleza. El color del pescado. El brillo del vidrio. Un vehículo muy pequeño que llena el universo del alma, pienso todo esto al leer a Basho y regresar a Carrera Andrade, tan distantes y al mismo tiempo tan cercanos.
No en vano el ecuatoriano mencionaría a cerca del micrograma y el haikú en uno de sus ensayos en que sugiere algunas luces sobre su poética:
“Me encontraba en pleno amanecer de mi conciencia poética cuando intenté definir las cosas dentro de una forma breve y epigramática, a la que llamé ‘micrograma’ para otorgarle un abolengo grecolatino.
En otra ocasión me referí ya al micrograma como ‘un trabajo de reducción de lo creado, en pequeñas fórmulas poéticas, exactas, mediante la concentración de elementos característicos del objeto entrevisto o iluminado súbitamente por el reflector de la conciencia’, y cité a Bachelard que ha calificado lo minúsculo de ‘puerta estrecha que se abre sobre un mundo’”.
El micrograma, imagen o metáfora aislada, constituyó para mí un instrumento de liberación poética. Era mi época de mayor fertilidad de la metáfora, operación mental que yo consideraba como la condensación suprema de la idea, la sensación o el sentimiento lírico, despertados por el objeto. Pese a la semejanza gráfica del micrograma con el haikú, las dos formas difieren en su esencia. Mientras el haikú encierra como elemento indispensable el kidai, o sea, la sensación del instante pasajero, fugaz, mínimo, del paisaje, el micrograma es una metáfora definidora de un ser o de una cosa material de la naturaleza.
¿Para qué escribir 500 páginas si se puede lograr en tres líneas decir todo lo que es posible decir? Lo primero que queda claro es que para acceder a un alfabeto misterioso y exacto hay que hacerlo desde una intensa calma. Pues a pesar de la diferenciación que nuestro poeta establece, sus microgramas revelan la influencia apaciguadora del Budismo. La exactitud matemática y leve del haikú. Y con todo ese material, Carrera Andrade construye sus propios poemas filosóficos sobre la contemplación que desarrolla su lado de apasionado viajero; la meditación, que vislumbra su ser ecuatoriano, sobre la cultura del Ecuador, sobre los animales terrestres y marinos que se funden en palabras de fuego, que brotan desde el centro de un pequeño país.
“El micrograma, mínima pieza lírica de la que no he inventado sino el nombre, florecerá más vital y sugerente que nunca”.
Y no es de extrañar que Gabriela Mistral y José de la Cuadra, leyeran y apreciaran los microgramas de Jorge Carrera Andrade. En el libro 12 siluetas, José de la Cuadra escribe y recupera el testimonio de la poeta chilena, Premio Nobel de Literatura:
“Carrera Andrade cree deber a su madre su decisión por la íntima vocación literaria. Cuando llegué a la edad del entendimiento me encontré con una magnífica biblioteca de mi madre. Se puede decir que mi vocación literaria la debo a ella, que supo inculcarme un gran amor por la lectura”.
Gabriela Mistral a quien Carrera Andrade conoció en París, lo estudia estableciendo comparaciones originalísimas. La Mistral dice:
“Carrera Andrade ha pasado, ha trasladado, el oficio del corozo con toda su maña sabia a la poesía. La misma bagatela preciosa, la misma concreción del asunto o resina poética, el mismo reducir el volumen de una bestia o un paisaje a miga apretada, está en sus estampas y en las figuritas de corozo. Quien las tenga a mano, confronte con los primores de artesanía del corozo, los poemas que se llaman: ‘Colibrí’, ‘Habitante de la meseta’, ‘Ostión’, ‘Nuez’, ‘Lo que es el caracol’ y ‘Pescado’”.
En Hispanoamérica, el precursor del haikú es el mexicano José Juan Tablada, 1871-1945. Que al igual que Jorge Carrera Andrade, tenía la misión de diplomático y viajero incansable. Deslumbrado por la concisión y esencialidad metafórica del haikú, asimiló con rapidez el sentido dinámico de esta brevísima estrofa y la incorporó a su experiencia poética con dibujos y pinturas. Luego de su estadía como diplomático en Oriente, trae consigo la nueva forma de poemas sintéticos e ideológicos. En José Juan Tablada los haikús conservan el sentido de síntesis y eternidad. En Jorge Carrera Andrade el sentido de sus migrogramas se vuelve emoción andina y universal, se funde con lo sonoro y lo simbólico, pero sobretodo con el ingenio.
En el extenso estudio, “El haikú de Flavio Herrera”, de Guillermo Putzeys Álvarez, publicado por la Universidad de San Carlos Guatemala, 1967, consta que desde la publicación de la obra de José Juan Tablada:
“nos encontramos frente al surgimiento de un tipo de lírica muy peculiar. De una manera general, se puede establecer un ciclo haikaísta, a partir de 1919, y observar las características comunes a todo el movimiento, así como su naturaleza expresiva, que puede juzgarse básicamente similar en todos los cultores. Es de justicia llamarla escuela mexicana, porque el núcleo de poetas es –con pocas excepciones, tales como Flavio Herrera en Guatemala y Jorge Carrera Andrade en Ecuador-, de esa nacionalidad”.
Putzeys Álvarez agrega que, en Sudamérica, “Jorge Carrera Andrade se acoge a la innovación de la forma japonista, y ofrece su poemario Microgramas, que no es sino un conjunto de haikús correspondientes a la lírica mexicana, con notas originales y logros afortunados de personal carácter. Entre tales poemas se encuentran los siguientes, claros ejemplos de la nota sensorial, el tema marino, y la lírica delicada: Guacamayo, Ostión y Caracol”.
Y a pesar de que en su libro Viaje por países y libros, Carrera Andrade recupera para nosotros la geografía del Japón, su naturaleza y simbología.
En la crónica titulada “La canción de los cerezos”, nos encontramos con un Carrera Andrade que hace del viaje el placer de lo que verdaderamente importa, pasear contemplándolo todo; en él no interesa tanto el destino.
“A lo largo de los senderos, sobre los bancos de los parques, en todas las rutas que van al interior del Japón, en la secreta intimidad de las islas, los cerezos alinean sus ejércitos blancos, sus muchedumbres florales que el más ligero soplo de viento despoja de su carga liviana y la dispersa en copos de nieve fragante o en remolinos de extrañas alas de mariposa, que caen en círculos concéntricos, prisioneras melancólicas de la gravedad”.
Más bella y expresiva aún, es la crónica titulada, “La Honorable Agua”, aquí un fragmento: “En el Japón el agua es un elemento sagrado. Se puede afirmar que el agua es la verdadera patria del japonés. Tal vez esto se deba a que el país del Sol Naciente está rodeado por tres mares y el Océano Pacífico. De todas maneras, la vida en ese imperio insular es más acuática que terrestre. ¡Agua que lame las ciudades y los campos, agua de los ríos torrenciales y de los lagos sembrados de islotes flotantes, agua verdosa de los arrozales inundados, agua celeste de las pinturas de Hokusai y de Harunobu, agua que hace guiños de luz junto a las casas de bambú y de papel, agua omnipresente!”.
De esta manera, para este singular ecuatoriano, el paseo era un viaje sin prisa, un viaje de placer, en el cual se trataba de ver las cosas más dignas de curiosidad y gastar el tiempo de la manera más provechosa. Desde su visión de viajero apasionado, lector y sobre todo, desde su universo y actitud de poeta, Carrera Andrade transformó el espíritu del haikú, le entregó una forma más cósmica y planetaria. Los pequeños seres, en su insignificancia aparente, cobraron un orden y un sentido. Cada ser, cada animal, cada objeto, feo y bello, tienen un orden espiritual en el planeta que nos dejó Jorge Carrera Andrade, para orgullo de las letras Hispanoamericanas.
13 Microgramas (1940),
de Jorge Carrera Andrade
Alfabeto
Los pájaros son
las letras de mano de Dios.
Lo que es el caracol
Caracol:
mínima cinta métrica
con que mide el campo Dios.
Colibrí
El colibrí
aguja tornasol,
pespuntes de luz rosa
da en el tallo temblón
con la hebra de azúcar
que saca de la flor.
Ostión
Ostión de dos tapas:
tu cofre de calcio
guarda el manuscrito
de algún buque naufrago.
Guacamayo
El trópico le remienda
con candelas y oros su manto
hecho de todas las banderas.
Tortuga
La tortuga en su estuche amarillo
es el reloj de la tierra
parado desde hace siglos.
Abollado ya se guarda
con piedrecillas del tiempo
en la funda azul del agua.
Nuez
Nuez: sabiduría comprimida,
diminuta tortuga vegetal,
cerebro de duende
paralizado por la eternidad.
Mecanografía
Sapo trasnochador: tu diminuta
máquina de escribir
teclea en la hoja en blanco de la luna.
La araña
Araña del sueño:
charretera
caída del hombro del tiempo.
Zoo
Flamenco:
garabato de tiza en el charco.
Movible flor de espuma
sobre un desnudo tallo.
La lombriz
Sin cesar traza en la tierra
el rasgo largo, inconcluso,
de una enigmática letra.
Grano de maíz
Todas las madrugadas
en el buche del gallo
se vuelve cada grano de maíz
una mazorca de cantos.
Pescado
Canuto vivo y rosado,
escribe ceros de vidrio
en la redoma el pescado.