Vallejo & Co. presenta poemas del libro La coinquilina scalza. 1999-2003 (‘La coinquilina descalza. 1999-2003‘), de la poeta italiana Isabella Leardini.
Por: Isabella Leardini*
Traducción a español: Paola Patrizi
Crédito de la foto: Eva Laudace/
www.parcopoesia.it
12 poemas de La coinquilina descalza (1999-2003),
de Isabella Leardini
Mi cuerpo abandonado en la cama
al terminar las estaciones
vuelve al estómago,
donde cada cosa nace y se consume,
acecha como una tormenta el llanto
pero falta atención a lo necesario.
“Qué largo el invierno y qué escalofrío esperarte”
el poema de Caproni colgado de la cama
como una oración.
El humo sale
y entra el último frío
mientras abrazo la ventana
y llega ese estremecimiento
que es mi juventud toda
recogida en un abrazo
que cierra a mis espaldas
la verja y las puertas de los autobuses.
Te pierdo como siempre con el frío
cuando el día rompe
y coinciden los retrasos
con esos dolorcillos afilados de la edad.
Qué solos nos deja ahora
el azote luminoso del vaivén
la nada del roce de los abrigos
y el correr de los canalones.
Es la estación de la frente amplia
que saja con mirada cruda y breve
la que nos deja rígidos los dedos
con el primer cigarro de la mañana.
Es este conocerse desde hace años
lo que nos extravía
en el viento como un deseo ya pedido
y así eres
uno de esos días
de lluvia de verano,
nunca nuestros aunque siempre se repitan
aunque siempre lo estropeen todo.
Una trama de retornos aúna
mis ganas de no reír, esta noche,
con antelación o retraso
y el amarte.
En la lluvia que se hace ajena
es el video de fondo el que da paz
hace de oración al no pensar,
si es el pensamiento
quien se halla como un hombre
cabizbajo en el umbral de quien falta.
Se vacía de mí la plaza
desierta como un verso de Racine
en el sacrificio cerrado de negarse.
Hay que llegar en plena noche
con la lluvia que abre la cara
y en la cancela dar vueltas otra vez en la cabeza
a aquel cantarse de un verano en el aliento.
“Noches blancas para el recuerdo” cantábamos
volviendo de Grecia
y no sabías
que de noches blancas se haría
toda una resistencia de palabras,
el viraje de los inviernos bajo las ramas…
No sabías que una guerra que no estalla
puede matar el aliento de hora en hora,
en el bajo silencio, cuando llega el tren,
el blanco de un domingo que deshace
las hojas vena a vena para pensarse
y una rasa seriedad de paseo marítimo
sincero e incómodo, como
después del verano.
¿Y si no fuera el frío de las noches
quien nos aprieta los labios,
sino el paso que reanuda se renueva
tiene otro viento
y todos aquellos en que he creído?
Sabes que aún tengo ganas
de irme como terminan las películas
con el sol en la cara, con la música que sube,
de dejar a vuestras esquinas de arena
a vuestros viales de perfecta calma
todo furor.
Empezó como una carcajada
que te quita el aliento, los músculos y duele…
El tiempo dilatado antes de la lluvia
y lo que no se decía
caía en un parpadeo del viento…
Ahora lo repito a cada paso,
tiene el sonido de un proverbio sin voz
lo cubre el tiro del tráfico.
Queda un deambular irónico por calles
listo ya para nuestro encuentro casual
que no sucede
y tú sin saber
que has faltado a otra cita.
Desde que te conozco tengo ganas
de colgar algo en las paredes,
de sentirme en paz con mis paredes…
Pero a lo largo del gesto breve, en la exacta
manera de disponer las velas
está ya toda la espera de tu mirada
y el vértigo veloz de estaciones
que pasarán antes de que tú las veas.
Así también se levanta uno y vive
como vaciando y llenando la casa;
no de sí mismo, sino de la llegada de alguien…
Ya no sé dónde poner los ojos
para lograr que nadie vea
cómo se hace pedazos esta noche.
Es otra y soy yo, porque le hablas
con aquella voz con la que aún me doy vuelta,
que me ponía en el centro del verano…
Cojo lo poco que queda de mi día
para despedirme de todos e ir a casa,
las manos que te habría dejado
me las llevo también esta vez,
nerviosas como siempre
y tan cansadas.
Ya no consigo dejar esta silla,
los ojos detenidos en el movimiento de las puertas
el ir y venir que vacía la sala.
“¡Venid a salvar mi rostro
a resguardar el fuego entre las manos!”
Y si ahora entraras aquí,
tu cara que rompe el día
como un respiro largo tras el llanto
sería lluvia, para salir corriendo,
una hora para aprendérsela de memoria…
Y no… me levanta de repente
el suplicio rápido de una sirena.
De todos mis días de fiebre
quedan siempre las mismas horas
en los cuartos templados de las sienes.
Pero de los días al aire libre, de las tardes
corriendo bajo la lluvia, de las fiestas
que acaban en un pub… de ésas mata
el repentino encorvarse de la mirada
que cambia en la arena y pierde aún
el tiempo por el tiempo de buscarte.
De todo el viento que dilata mis palabras
en el micrófono queda bien poco
y aún menos en tus hombros…
La metáfora más dura del verano
la hiciste tú, sin poner en ella los ojos.
Contigo siempre he estado en el aire
asida al sonido denso de las hojas
dentro de la paz encendida de los inviernos.
Acaba el año y está por nevar,
siempre acaban y aún somos
dos voces mal colgadas para buscarnos…
Pero en el fondo ¿qué es la juventud,
qué debía ser además de esta
tremenda carrera en vespa bajo la lluvia,
en el viento… hacia la casa de alguien?
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(poesie nel’originale italiano)
12 poesie di La coinquilina scalza. 1999-2003
di Isabella Leardini
Il mio corpo lasciato sul letto
al finire delle stagioni
torna allo stomaco,
dove ogni cosa nasce e si consuma,
preme come un temporale, il pianto
ma alle necessità manca l’attenzione.
“Che inverno lungo e che brivido attenderti”
la poesia di Caproni appesa al letto
come una preghiera.
Il fumo esce
ed entra l’ultimo freddo
mentre abbraccio la finestra
e arriva quel brivido
che è tutta la mia giovinezza
raccolta in una stretta
a chiudermi alle spalle
il cancello e le porte degli autobus.
Ti perdo come sempre con il freddo
allo strapparsi del giorno
coincidono i ritardi coi dolori
quelli piccoli appuntiti dell’età.
Come ci fa soli adesso
la sferzata luminosa del via vai
e quel niente del frusciare delle giacche
il correre dalle grondaie.
È la stagione dalla fronte grande
che taglia in uno sguardo crudo e breve
a farci così rigide le dita
sulla prima sigaretta del mattino.
È questo riconoscersi di anni
che ci sperde
nel vento a desiderio espresso
e così sei
uno di quei giorni
di pioggia dentro l’estate,
mai nostri anche nel loro riaccadere
il loro rovinare sempre tutto.
Una trama di ritorni muove insieme
la mia voglia di non ridere, stasera,
in anticipo o in ritardo
sull’amarti.
Nella pioggia che si fa estranea
è il video sullo sfondo a dare pace
giocare da preghiera al non pensare,
se è pensiero
che rinviene come un uomo
a testa bassa sulla soglia di chi manca.
Si svuota di me la piazza
deserta come un verso di Racine
nel sacrificio chiuso di negarsi.
C’è bisogno di arrivare a notte piena
con la pioggia che apre la faccia
e al cancello rigirare ancora in testa
quel cantarsi di un’estate nel respiro.
“Notti bianche a ricordare” cantavamo
tornando dalla Grecia
e non sapevi
che di notti bianche si sarebbe fatta
una resistenza intera di parole,
la virata degli inverni sotto i rami…
Non sapevi che una guerra non esplosa
può uccidere il respiro ad ora ad ora,
nel silenzio basso, quando arriva il treno,
un bianco da domenica che disfa
le foglie vena a vena per pensarsi
e una piatta serietà di lungomare
chietto e scomodo com’è
dopo l’estate.
E se non fosse il freddo delle sere
a stringerci le labbra,
ma il passo che riprende si rinnova
ha un altro vento
e tutti quelli che ho creduto?
Lo sai che ho ancora addosso quella voglia
di andarmene come finisce un film
a sole in faccia, nella musica che sale,
lasciare ai vostri angoli di sabbia
ai vostri viali di calma perfetta
ogni furore.
Era iniziata come una risata
che toglie il fiato i muscoli e fa male…
Gli attimi larghi prima della pioggia
e tutto quello che non si diceva
cadeva lungo un battito di vento…
Adesso lo ripeto ad ogni passo,
ha il suono di un proverbio senza voce
lo copre un tiro di traffico.
Resta un girare ironico di strade
già pronto al nostro incontro casuale
che non succede
e tu non sai neanche
di aver mancato un altro appuntamento.
Da quando ti ho incontrato ho ancora voglia
di appendere qualcosa ai muri,
di risentirmi in pace coi miei muri…
Ma lungo il gesto breve, nell’esatto
modo di sistemare le candele
c’è già tutta l’attesa del tuo sguardo
e la vertigine veloce di stagioni
che passeranno prima che tu veda.
Anche così ci si alza e si vive
come svuotando e riempiendo la casa
non di sé ma dell’arrivo di qualcuno…
Non so più dove girare gli occhi
per fare in modo che nessuno veda
come va in mille pezzi questa sera.
È un’altra e sono io, perché le parli
con quella voce che ancora mi volto,
mi rimetteva al centro dell’estate…
Prendo il poco che resta del mio giorno
per salutare tutti e andare a casa,
le mani che ti avrei lasciato
le porto via con me anche questa volta,
nervose come sempre
e così stanche.
Non riesco più a lasciare questa sedia,
gli occhi fermi al movimento delle porte
l’andirivieni che svuota la sala.
“Venite a salvare il mio viso
a riparare il fuoco tra le mani!”
E se adesso entrassi qui,
la tua faccia che rompe il giorno
come il respiro lungo dopo un pianto
sarebbe pioggia, da correre fuori,
un’ora da ripetere a memoria…
Invece no… mi alza all’improvviso
lo strazio rapido di una sirena.
Di tutti i miei giorni di febbre
restano sempre le stesse ore
dentro le stanze calde delle tempie.
Ma dei giorni all’aria aperta, delle sere
in corsa nella pioggia, delle feste
finite dentro un pub… di quelle uccide
l’incurvarsi all’improvviso dello sguardo,
che cambia sulla sabbia e perde ancora
il tempo per il tempo di cercarti.
Di tutto il vento che mi allarga le parole
nel microfono resta ben poco
e ancora meno lungo le tue spalle…
La metafora più dura dell’estate
l’hai fatta tu, senza metterci gli occhi.
Con te sono rimasta sempre al vento
presa a un suono larghissimo di foglie
dentro la pace accesa degli inverni.
Finisce l’anno e sta per nevicare,
sono finiti sempre e ancora siamo
due voci appese male per cercarci…
Ma in fondo che cos’è la giovinezza,
cosa doveva essere oltre a questa
tremenda corsa in ciao sotto la pioggia,
al vento… verso casa di qualcuno.
*Nació en Rimini. En el 2002 gañó la vigésima edición del Premio Montale con los poemas sucesivamente publicados en su primer libro: La coinquilina scalza (La coinquilina descalza), que salió por la collección Niebo curada por Milo De Angelis, (La vita felice 2004, 2006,2008). Poemas de La coinquilina scalzay de su próximo libro Una stagione d’aria (Una estación de aire) fueron publicados en Francia en la antología Les Poètes de la Méditerranée (Gallimard, 2010), y en Italia en la antología Nuovi poeti italiani, 6 (Nuevos poetas italianos 6, Einaudi 2012). Es directora artística de festival italiano de la poesía joven Parco Poesia, y de todas las iniciativas connexas (http://www.parcopoesia.it).