Por Leonardo Fróes*
Traducción al español por Ayelén Medail
Curador de la muestra Fabrício Marques
Crédito de la foto Revista 451
La alegría de lo oscuro.
13 poemas de Leonardo Fróes
Un leedor de indescifrables
Artesano de lo posible obrero
en una colmena de apurados
hacedores lento leedor de enigmas
e iridiscencias móviles
que atraviesan el cielo paciente
consumidor de anuncios boletines mensajes
indescifrables de lo lejos víctima
de mutaciones sentimentales
que desarreglan el mundo
y lo recrían socio de emprendimientos
frustrados pero sentidos
como el transcurso de la tarde
que se arrolla en nubes y debilidad doctor
en absurdas ciencias
que, al nada explicar, conducen
a la alegría de lo oscuro – al bramido
de aceptación animal.
Estar estando
La impresión de estar, el lento
espanto que se repite. Aquí y donde, así es como
pueblo al mismo tiempo dos espacios
o, más que eso, paso la noche entera
viviendo las sensaciones de un fragmento
que me es propio, o esme el cuerpo todo
y de repente se va sin dejar marca
entre lo que fue y lo que ha de ser. Me deslizo
en esa frontera vana que no separa
nada y nadie, pasado ni presente, simple
y uniforme
faja de arena de la cual chorrean palabras,
visiones, retratos, intenciones. Es siempre ahora
y nunca, siempre sueño y mañana, siempre una cosa
que en un juego dual se nulifica
para sobre de nosotros siempre ese caldo
de frustración y tedio – o de esperanza.
El cangrejo se come la propia pierna
Siempre coqueteando con la vida, siempre
con su capa roja
gozando
el toro que no lo ataca, antes lo lambe
sin mayores problemas, volviéndose
siempre
un vigilante sonriente
de su propio fracaso, siempre un autopayaso
que con ninguna gracia se contenta
y, en los espejos viejos de su camarín ahogante
se desahoga, siempre leyendo
los prospectos al revés, los diarios al contrario,
la historia a su gusto,
poniendo siempre algo suyo en las cosas
que se encargan, vistas,
de fabricarlo y consumirlo, siempre el siguiente, el
seguidor de la banda, el espía solitario
que investiga las chances de una plaza
donde solo hay memoria y destrozos,
memoria y libertad
y una cosa blanda que yo no sé el nombre.
Escritos en una bañera
El gástrico amor temblando
en toda su estructura
de sol la llave
que ofrezco y empuñas
como un trofeo de mutua aceptación
a salvo de la codicia
familiar a salvo
de las disputas políticas el pacto
que sellamos en esta bañera
llena de espuma y de ilusión la clase
de geografía corporal
que voy tomando mientras la mano te alisa
y te refresca y te eriza
en los delicados valles bajo el vientre la carga
eléctrica del agua
que se almacena en ensenadas dibujadas
por tu busto la búsqueda
de mi infancia en ti por toda parte
donde me arrastras como
la corriente entonces de aquel tiempo.
Entrenamiento a distancia
El lenguaje sin igual el tiempo
y el intento vano de atravesarlo
con pasadas alegres y distintas
del trote de servicio el impasse
de las evidencias el contorno imaginario
de un país para el cual nos movemos
sin salir de ese cuarto de ese quiebre
de juras y valores premoldeados
en la arcaica fábrica de ideas
enlatadas el mundo a la noche abierto
en la distancia tomada de sí mismo la marca
de una honda prospección en el propio suelo
y los hallazgos – casi siempre inútiles –
que no obstante consuelan la presencia
de un gesto de amor fachada
de ese álbum de imágenes conflictivas
que una vida hojea y no entiende y le cuesta
soltar donde halló un show vocabular las señas
que nos invitan a entrar por avenidas
atlánticas del alma.
Paisaje volando hacia el orgasmo
Trenes somnolientos resoplan
en el apeadero de lo oscuro rostros antiguos se alumbran
y nos sonríen discreta-
mente la razón se estalla los sentidos
se destapan los olores se condensan los sabores
se asocian a la escupida la vida nos penetra el viento
nos peina y desparrama
por coloridas
arenas los días nos dividen
los horarios nos limitan la memoria escasea el mar
devuelve olas vacías
en las que ya fuimos llevados
por las noches frías de antaño el otro espía el otro espera
el otro
nos sedimenta en nuestro desvarío
y enseña un cuerpo a la soledad
el otro ampara nuestra caída besa
nuestros pudores y la boca
siempre tapada de espanto el canto explota
el gallo canta la cama cruje y el aire se rasga la risa
nos comunica y el gusto diferente
de ese gesto dejado la risa agranda eleva desarregla los cajones
de nuestra servidumbre cotidiana.
Mujeres de maíz
Millares de mujeres de maíz
brotan de mi ojo callado como espigas
fuertes. En el aire ellas se enderechan
como hojudas criaturas carnosas
que al viento transmudan, de hembras,
en hermosos penachos machos.
Hallo gracia en la cruza; pienso en eso
que es ser mujer al paso
de, bajo el vértigo solar, volverse confusa
hibridación. Me abro. Juego
a darme. Me rapto y me opto
como si yo mismo me fuera a comer entero
mientras las cosas simplemente nacen.
Ángel atigrado
poeta fino de temperamento participante muy impresionable
un día me di de frente con el mundo
el mundo de cuando yo era
un muchacho volado:
me caí en el pozo, de nuevo,
y vi escenas-avenidas con camas improvisadas en un rincón
a los treinta y pocos años se me dio por caer en pozos
con la misma naturalidad con la que chupaba pitangas.
Vi dientes dantescos
en mi hombro alunado, ya que entonces me veía en una danza de caras.
y a cada lado mío había sobrado un retrato
todos míos todos lindos todos sofocantemente solos:
en un retrato cataba
bocas, en otro un tren me deshojaba; había una pose
– esa menos fútil –
que me sorprendía en el acto de ser orgánico en público.
Pero un día cismé
junté todo y lo tiré:
me fui pa´la selva
de donde solo saldré como un tigre.
Justificación de dios
lo que yo llamo de dios es mucho más basto
y a veces mucho menos complejo
que lo que yo llamo de dios. Un día
fue a un nido de avispas en la lluvia
que yo llamé así en el hospital
donde sentía el sufrimiento de los otros
y la paciencia casual de los insectos
que luchaban para construir contra el agua.
También llamé de dios a una puerta
y a un árbol al que entré cierta vez
para recargarme de energía
después de una estruendosa derrota.
Dios es mi grado máximo de comprensión relativa
en el punto de desespero total
en el que una flor se mueve o un can
travieso se aproxima solidario a mí.
Y es aún la palabra dios la que atribuyo
a los instintos más bellos, bajo la lluvia,
notando que en el suelo de pasada
ya brotó y se marchitó varias veces lo que llamo de alma
y es tal vez la calma
en la química de mis deseos
de ofrecer alguna cosa.
Leyenda
El buitre negro compadecido
dijo que la mujer yoruba
era muy malvada
no se importaba con el niño
que lloraba el dedo
desastrosamente cortado.
Pero el sapo atrevido
creyó que ella era sabia
como todas las yorubas
solían ser.
Que al niño le duela,
pues no hay manera.
Este mundo es lo más
para que uno llore.
Sataka de Bhartrihari
(India, c. A.D. 650)
Tierra mi madre, padre aire, amigo fuego
agua mi prima querida
y tú éter hermano mío –
– este es el último adiós
para ustedes.
Agradezco lo que han hecho por mí
mientras estuvimos juntos.
El alma conoció
su poco entendimiento al final
y ahora vuelve como puede
para el Absoluto total.
Día de diluvio
Cuando llueve así tan continuamente en la sierra
y empieza a gotear agua en la casa y la gotera
crece y la pila se tapa y se inunda el piso,
cuando no cesa ese ruido insistente
de agua penetrando en todo y rodando,
siento una desprotección total violenta
y yo mismo siendo disuelto también
en esa casa inundada, no me encuentro
como solidez: voy flotando
como ola inconstante en la corriente.
Mujer de pie en el fin del mundo
Solamente unos tufos secos de paja empedrada crecen en la silenciosa bajada que se pierde de vista. Solamente un árbol, grande y rameado pero con poquísimas hojas, se abre en harapos de sombra. Único ser en las cercanías, la mujer es delgada, huesuda, su rostro está lastimado por el viento. No se le ve el cabello, cubierto por un paño deshidratado. Pero sus ojos, la boca, la piel – todo es de una aridez sofocante. Ella está de pie. A su lado hay una piedra. El sol explota. Debe ser un gavilán que de vez en cuando gritaba.
Ella está de pie en el fin del mundo. Como si anduviera para aquella bajada dejando para atrás sus nociones de sí misma. No tiene retratos en la memoria. Desposeída y despojada, no se debate en autoacusaciones ni remordimientos. Vive.
Solamente su sombra es quien le hace compañía. Su sombra, que se derrama en trazos gruesos en la arena, es la que endulza como un gesto la claridad esquelética. La mujer vaciada enmudece, se desangra, se cristaliza, se mineraliza. Ya es casi de piedra como la piedra a su lado. Pero los trazos de su sombra caminan y, volviéndose más largos y finos, se estiran hacia los harapos de sombra de la osamenta del árbol, con los cuales se enlazan.
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(poemas en su idioma original, portugués)
À alegria do escuro.
13 poemas do Leonardo Fróes
Um ledor de indecifráveis
Artesão do possível obreiro
numa colmeia de apressados
fazedores lento ledor de enigmas
e iridescências móveis
que atravessam o céu paciente
consumidor de anúncios boletins mensagens
indecifráveis do longe vítima
de mutações sentimentais
que desarrumam o mundo
e o recriam sócio de empreitadas
frustradas porém sentidas
como o transcurso da tarde
que se enrodilha em nuvens e langor doutor
em absurdas ciências
que, ao nada explicar, conduzem
à alegria do escuro – ao urro
de aceitação animal.
Estar estando
A impressão de estar, o lento
espanto que se repete. Aqui e onde, eis como
povoo ao mesmo tempo dois espaços
ou, mais que isso, passo a noite inteira
vivendo as sensações de um fragmento
que me é próprio, ou é-me o corpo todo
e de repente vai sem deixar marca
entre o que foi e o que há de ser. Deslizo
nessa fronteira vã que não separa
nada e ninguém, passado nem presente, simples
e uniforme
faixa de areia da qual jorram palavras,
visões, retratos, intenções. É sempre agora
e nunca, sempre sono e manhã, sempre uma coisa
que num jogo dual se nulifica
para sobrar de nós sempre esse caldo
de frustração e tédio – ou de esperança.
O caranguejo come a própria perna
Sempre se engraçando com a vida, sempre
com sua capa vermelha
gozando
o touro que o não ataca, antes o lambe
sem maiores problemas, se tornando
sempre
um vigilante sorridente
do seu próprio fracasso, sempre um autopalhaço
que com nenhuma graça se contenta
e, nos espelhos velhos do seu camarim abafado,
se desabafa, sempre lendo
as bulas pelo avesso, os jornais ao contrário,
a história a seu gosto,
botando sempre algo de seu nas coisas
que se encarregam, vistas,
de o fabricar e consumir, sempre o seguinte, o
seguidor da banda, o espião solitário
que investiga as chances de uma praça
onde só há memória e destroços,
memória e liberdade
e uma coisa branda que eu não sei o nome.
Escritos numa banheira
O gástrico amor tremendo
em toda tua estrutura
de sol a chave
que te ofereço e empunhas
como um troféu de mútua aceitação
a salvo da cobiça
familiar a salvo
das disputas políticas o pacto
que selamos nessa banheira
cheia de espuma e de ilusão a aula
de geografia corporal
que vou tomando enquanto a mão te alisa
e te refresca e te arrepia
nos delicados vales sob o ventre a carga
elétrica da água
que se armazena em angras debuxadas
pelo teu busto a busca
de minha infância em ti por todaparte
onde me arrastas como
a correnteza então daquele tempo.
Treino à distância
A linguagem sem igual o tempo
e a tentativa vã de atravessá-lo
com passadas alegres e distintas
do trote de serviço o impasse
das evidências o contorno imaginário
de um país para o qual nós nos movemos
sem sair desse quarto dessa quebra
de juras e valores pré-moldados
na arcaica fábrica de ideias
enlatadas o mundo à noite aberto
na distância tomada de si mesmo a marca
de uma funda prospecção no próprio solo
e os achados – quase sempre inúteis –
que no entanto consolam a presença
de um gesto de amor frontispício
desse álbum de imagens conflitantes
que uma vida folheia e não entende e custa
a largar onde achou o show vocabular as senhas
que nos convidam a entrar por avenidas
atlânticas da alma.
Paisagem voando para o orgasmo
Trens sonolentos resfolegam
na gare do escuro rostos antigos se alumbram
e nos sorriem discreta-
mente a razão se estilhaça os sentidos
se destampam os cheiros se condensam os sabores
se associam ao cuspe a vida nos penetra o vento
nos penteia e espalha
por coloridas
areias os dias nos dividem
os horários nos limitam a memória escasseia o mar
devolve ondas vazias
em que já fomos levados
nas noites frias de outrora o outro espia o outro espera
o outro
nos sedimenta em nosso desvario
e ensina um corpo à solidão
o outro ampara nossa queda beija
nossos pudores e a boca
sempre entupida de espanto o canto explode
o galo canta a cama range o ar se fende o riso
nos comunica o gosto diferente
desse gesto largado o riso alarga eleva desarruma as gavetas
da nossa servidão cotidiana.
Mulheres de milho
Milhares de mulheres de milho
brotam do meu olho calado como espigas
fortes. No ar elas se endireitam
como folhudas criaturas carnosas
que ao vento transmudam, de fêmeas,
em formosos penachos machos.
Acho graça na cruza; penso nisso
que é ser mulher a passo
de, sob a vertigem solar, virar confusa
hibridação. Abro-me. Brinco
de me dar. Rapto-me e opto-me
como se eu mesmo fosse me comer inteiro
enquanto as coisas simplesmente nascem.
Anjo tigrado
poeta fino de temperamento participante muito impressionável
um dia dei de cara com o mundo
o mundo de quando eu era
um moleque avuador:
caí no poço, de novo,
e vi cenas-avenidas com camas improvisadas num canto
aos trinta e poucos anos dei para cair em poços
com a mesma naturalidade com que eu chupava pitangas.
Vi dentes dantescos
no meu ombro aluado, já que então eu me via numa dança de caras,
e de cada lado meu tinha sobrado um retrato
todos meus todos lindos todos sufocantemente sozinhos:
num retrato eu catava
bocas; noutro um trem me despetalava; havia uma pose
– essa menos fútil –
que me surpreendia no ato de ser orgânico em público.
Mas um dia cismei
juntei todo e joguei fora:
fui pro mato
de onde só sairei como um tigre.
Justificação de deus
o que eu chamo de deus é bem mais vasto
e às vezes muito menos complexo
que o que eu chamo de deus. Um dia
foi uma casa de marimbondos na chuva
que eu chamei assim no hospital
onde sentia o sofrimento dos outros
e a paciência casual dos insetos
que lutavam para construir contra a água.
Também chamei de deus a uma porta
e a uma árvore na qual entrei certa vez
para me recarregar de energia
depois de uma estrondosa derrota.
Deus é o meu grau máximo de compreensão relativa
no ponto de desespero total
em que uma flor se movimenta ou um cão
danado se aproxima solidário de mim.
E é ainda a palavra deus que atribuo
aos instintos mais belos, sob a chuva,
notando que no chão de passagem
já brotou e feneceu várias vezes o que eu chamo de alma
e é talvez a calma
na química dos meus desejos
de oferecer uma coisa.
Leyenda
O urubu compadecido
disse que a mulher ioruba
era muito malvada
não ligava pro menino
que chorava o dedo
desastradamente cortado.
Mas o sapo atrevido
achou que ela era sábia
como todas as iorubas
costumavam ser.
Que o menino doesse,
pois não tinha jeito.
Esse mundo é o mais
para a gente chorar.
Sataka de Bhartrihari
(Ìndia, c. A.D. 650)
Terra minha mãe, pai ar, amigo fogo
água minha prima querida
e você éter meu irmão –
– este é o último adeus
para vocês.
Agradeço o que fizeram por mim
enquanto estivemos juntos.
A alma conheceu
seu pouco entendimento afinal
e agora volta como pode
para o Absoluto total.
Dia de dilúvio
Quando chove assim tão seguidamente na serra
e começa a pingar água na casa e a goteira
cresce e a pia entope e alaga o chão,
quando não cessa esse barulho insistente
de água penetrando em tudo e rolando,
sinto uma desproteção total violenta
e eu mesmo sendo dissolvido também
nessa casa alagada, não me acho
enquanto solidez: vou flutuando
como onda inconstante na correnteza.
Mulher de pé no fim do mundo
Somente uns tufos secos de capim empedrado crescem na silenciosa baixada que se perde de vista. Somente uma árvore, grande e esgalhada mas com pouquíssimas folhas, abre-se em farrapos de sombra. Único ser nas cercanias, a mulher é magra, ossuda, seu rosto está lanhado de vento. Não se vê o cabelo, coberto por um pano desidratado. Mas seus olhos, a boca, a pele – tudo é de uma aridez sufocante. Ela está de pé. A seu lado está uma pedra. O sol explode. Deve ser um gavião que de vez em quando gritava.
Ela estava de pé no fim do mundo. Como se andasse para aquela baixada largando para trás suas noções se si mesma. Não tem retratos na memória. Desapossada e despojada, não se debate em auto-acusações e remorsos. Vive.
Sua sombra somente é que lhe faz companhia. Sua sombra, que se derrama em traços grossos na areia, é que adoça como um gesto a claridade esquelética. A mulher esvaziada emudece, se dessangra, se cristaliza, se mineraliza. Já é quase de pedra como a pedra a seu lado. Mas os traços de sua sombra caminham e, tornando-se mais longos e finos, esticam-se para os farrapos de sombra da ossatura da árvore, com os quais se enlaçam.
*(Río de Janeiro-Brasil, 1941). Poeta, narrador, traductor, periodista, crítico literario y naturalista. Trabajó como redactor en el Jornal do Brasil y en O Globo, después en la Encyclopaedia Britannica y en el Jornal da Tarde con la columna “Verde”, con la que fue uno de los primeros en difundir la conciencia ecológica en Brasil. Fue subdirector de la revista Piracema y editor en la Fundacional Nacional de Arte (Brasil). Ha traducido al portugués a escritores como Virginia Woolf, Shelley, Swift, George Elliot, Malcom Lowry. Ha publicado en poesía Língua Franca (1968), A Vida em Comum (1969), Esqueci de Avisar que Estou Vivo (1973), Anjo Tigrado (1975), Sibilitz (1981), Assim (1986), Argumentos Invisíveis (1995), Um Mosaico Chamado a Paz do Fogo (1997), Quatorze Quadros Redondos (1998) y Chinês com Sono Seguido de Clones do Inglês (2005); y en cuento Contos Orientais: Baseados em Fontes da Antiga Ásia (2003).