Nota introductoria y selección de textos por Aleyda Quevedo Rojas
Textos por Juan Carlos Méndez Guédez*
Crédito de la foto Aleyda Quevedo Rojas
Juan Carlos Méndez Guédez,
el narrador que consume poesía
La tercera semana de diciembre, con motivo de la Feria Internacional del Libro de Quito 2019, visitó por primera vez Quito-Ecuador, el narrador venezolano radicado en España desde 1996, Juan Carlos Méndez Guédez. Siempre, los narradores que más me interesan son los que leen poesía y que, además, impregnan de lirismo fragmentario y de atmósferas poéticas sus novelas y cuentos, de allí que desde siempre me fascinó la narrativa de Méndez Guédez, tanto como la de sus compatriotas Teresa de la Parra, Salvador Garmendia, José Balza, Victoria di Stéfano, Humberto Mata y Michelle Roche Rodríguez.
Caminamos por algunas calles del norte de Quito con Juan Carlos, intercambiando ideas y hallazgos en torno a nuestra admiración por la poesía y la narrativa del gran César Dávila Andrade; luego, la altura quiteña remeció su corazón y nos sentamos a tomar café y torta de chocolate. De esa conversación salieron muchas reflexiones. Y al ahondar sobre nuestra pasión compartida por la poesía, me reveló:
“si bien es cierto que a los narradores nos interesa acercarnos y contar las múltiples realidades e historias, el arte de la escritura creo que está en modificar, cambiar y darle un giro a esas realidades. La corrección de la realidad, eso es escribir. La realidad es opaca e incompleta y lo que me apasiona es la idea de que la realidad puede ser corregida. Te confieso que escribí un solo libro de poesía titulado: El ruido de la lluvia. Me gusta mucho leer poesía porque me permite respirar otra realidad y respirar dentro de la propia realidad con los ojos de la poesía. Los narradores que se pierden de leer poesía están un poco perdidos. Desde siempre quería ser escritor, desde los 13 años quizá. Llegué a España para estudiar con becas un doctorado.
Tuve que hacer muchas renuncias en mi vida por escribir. Escogí España porque era el centro del mundo editorial, es un país que admiro y quiero. Y al moverme de Caracas a Madrid, sin duda mi mirada se amplió y se amplió mi propia tradición, porque fui incorporando la tradición de España y entré en contacto con el mundo profesional del libro, autores, premios, accedí a bibliotecas muy completas, entré en contacto con editoriales y grandiosas librerías. El que se mueve de país cambia de personajes, y mi español se enriqueció y comencé a mirar el español de otro modo, mirando las palabras de otras formas. Vivir dos realidades de un mismo idioma, el español que yo traía y el español de España. Se convive con lo que traíamos y con lo que adquirimos”.
La altura pasó y el oxígeno comenzó a fluir. Hablamos de su infancia en Barquisimeto y de su adolescencia en Caracas. Esa primera tarde me regaló su novela: Arena Negra en la edición de Ediciones La Palma que es la segunda edición recién salida en noviembre 2019. Y esa misma noche la devoré fascinada de encontrarme con una novela poderosamente lírica, fragmentaria, fresca y original en su arquitectura que, además, comenzaba con un sueño. Parecía que leía un libro de poesía escrito por un poeta. Méndez Guédez en Arena Negra escribe versos como:
“El mar. A un lado. A otro. Una mirada que solo abarca el mar. Y esa sensación de sal en la garganta. Mi padre”.
“Nadie conoce la sed. Su persistencia de clavos en la garganta; su ardor en la boca, su sensación punzante, ese modo suyo de crecer en las encías como una serpiente. Nadie la conoce, excepto mi padre”.
“Recordar a un hombre siempre será superior a la banalidad de tenerlo”.
“Padre mira la noche sobre el océano. Las estrellas arden arriba, como millones de ojos. Da miedo alzar el rostro. Por eso padre centra su atención en las aguas. Abajo. Abajo. Le gusta la oscuridad aceitosa del agua. Abajo. Abajo. Venezuela está en el fondo. Venezuela es la boca del pez que nos aguarda en la arena más profunda”.
De la lectura de Arena Negra pasé al libro de relatos El vals definitivo que se publicó en Colombia y del cual hemos tomado con autorización de Juan Carlos 7 relatos cortos para los lectores de Vallejo & Company. Al leer la primera parte titulada: Bestiario quedé maravillada y recordé, que en la edición de marzo de 2015 de la revista Cuadernos Hispanoamericanos, Juan Carlos Méndez Guédez estaba con su rostro de perfil en la tapa de la revista y volví a la entrevista que Carmen de Eusebio le hizo, justo a esa parte donde nos habla de la fantasía en la narrativa, de lo poético y lo fragmentario.
“No tengo aprecio por la narrativa que se conforma con ser una fotografía básica de lo real, que pretende sustituir al periodismo con su enumeración de datos, fuentes o versiones. Gracias a los escritores venezolanos del Boom y post Boom adquirí la idea de que lo literario se sostiene en una búsqueda particular del lenguaje y tiene una fijación por el detalle insólito, por la sugerencia, por las ambigüedades morales y psíquicas que sólo pueden surgir del despliegue imaginativo. Eso que Andrés Neuman llama desautomatizar el lugar común, o configurar cada libro como un acto de discrepancia con la realidad”.
Méndez Guédez es un escritor que logra la profundidad desde una transparencia casi blanca, casi brillante, sin trucos o construcciones enrevesadas o demasiado experimentales, acercándose más a las emociones y al arte de la fuga y la sencillez. Los invito a leerlo en esta primera entrega y más adelante compartiremos la entrevista que le hice en Quito.
Bestiario.
7 relatos cortos de Juan Carlos Méndez Guédez
Las dudas estéticas de la ballena
Transcurre la vida de la ballena entre las aguas del sur de la isla. Su paso es una estela de espuma, un brillo de espejos que se confunde entre las olas. Vida invisible en la que apenas se intuye su figura como un espesor mineral del océano.
En algún momento, la ballena intuye que se aproxima su momento de plenitud. Sin pensarlo, incapaz de interponer un gesto entre sus deseos y su lucidez, la ballena sube hacia el norte de Bararida, y al descubrir una costa de oscuras arenas, avanza incansable hasta quedar varada en la playa.
Desde todos lados acuden personas a ver el espectáculo. La dulce, dolorosa agonía donde la ballena muestra su poderío; y en la que con su forma: destellos, texturas de cuarzo, piel de vidrio, ilumina el día como si fuera un sol brotando desde la espuma.
Antes de morir, la ballena escucha las voces que la exaltan, las voces que dicen que las ballenas mueren en la orilla del mar para recordarnos siempre la belleza vencida de una montaña.
Pero no nos adelantemos. Ahora mismo, en este preciso instante, la ballena continúa nadando eufórica entre las aguas del sur. Todavía desconoce el futuro. Tan sólo a veces, cuando el mar adquiere el color de la ceniza, la ballena intuye una llamada, una señal inexcusable, triste, y en ese momento piensa que nada es más hermoso que la lasitud de sus días, que la quietud de sus repeticiones. Entonces se pregunta por qué a veces odia la belleza; por qué intuye que su posibilidad es el anuncio, la aparición de una amenaza.
Monólogo: la compasión de la hormiga
Al ver en el parque a un hombre que cae fulminado por un ataque:
«Pobres, pobres todos ellos, con esos cuerpos tan grandes, tan desproporcionados, tan débiles, incapaces de alzar todo el peso que nosotras somos capaces de elevar.
Pobres todos ellos, tan ufanos, diciendo yo, diciendo yo todo el tiempo, sólo para que al final, cuando llegue el momento de desaparecer, el dolor de su disolución resulte todavía más feroz, más concluyente, más desgarrado.
Y ese tamaño, por Dios, ese tamaño absurdo, ese gigantismo inútil. Porque al menos el escarabajo, la cigarra, los gusanos, pueden ser arrastrados con paciencia y tesón.
Pobres hombres, que ni siquiera sirven para ser nuestra comida».
Después de la fiesta el gallo piensa en Omar Khayam, contempla el fin de la madrugada y exclama
Vivir en la incomprensión, asociado para siempre con esa hora primera del día, con ese despertar del aire y de la luz, cuando en realidad ese canto del amanecer no es una celebración, no es un amable aviso, sino el aterrado quejido, la desesperada certeza de que otra noche feliz se ha marchado, de que cada vez falta menos.
Los besos
Años y años besando ranas le habían confirmado una idea: ningún beso más apasionado, más excitante y delicioso, que esos en los que su boca y su lengua se deleitaban en la piel rugosa, en la piel helada, en la piel pegajosa de una auténtica rana en cuyo aliento vibraba el sabor de una mosca atrapada al vuelo.
Por eso la mujer gritó aterrada al ver que la rana se transformaba en un relamido príncipe. Sacó la pistola y lo aniquiló con un par de disparos.
Guardó el arma y se marchó a casa.
«Alguna vez debería besar a una mosca», pensó.
El escarabajo
El escarabajo habla un alemán precioso, y según dice su pasaporte se llama Franz K.
Desnudo, fumando junto a un gusano de seda que cada tanto le muerde el cuello, el escarabajo confiesa que cualquier día se disfrazará de vulgar gorrión y se dedicará a picotear trozos de pan entre los pies de ancianos olorosos a amoníaco.
«Odio mi vida», afirma sin vacilación el escarabajo.
Cuando el gusano de seda intenta halagarlo leyéndole unos poemas, el escarabajo se levanta y con gesto concluyente afirma: «Odio los libros, no intentes leerme nada; un libro destruyó la tranquilidad de mi existencia».
Entonces el escarabajo se pone de pie, tose un par de veces y se marcha.
Cuando sale a la calle oculta su rostro con un periódico. Descubre que nadie lo mira, que nadie lo reconoce.
Desolado, intenta buscar otro amante a quien contarle que detesta su vida, que detesta su inmensa fama.
El fin
El hombre que vivía al sur de Bararida supo que la felicidad de su vida comenzaba a agotarse el día en que descubrió a su mujer mirando por la ventana:
—¿Te has fijado que tu hermano cuando regresa del río parece un caballo? —dijo ella en voz muy baja, temblorosa.
Definición del melancólico
Melancólico: del latín tardío melancholia atrabilis; eternamente melancólico y solitario, como aquel erizo que quiso dedicarse al cine pornográfico, que envió sus señas a las mejores productoras, directoras o actrices, y que vio transcurrir su vida junto al teléfono, esperando una llamada.