José Carlos Mariátegui sobre la poesía de Alberto Hidalgo. 101 años después

 

Vallejo & Co., a propósito de 101 aniversario del nacimiento del poeta vanguardista Alberto Hidalgo (1897-1967), le rinde un merecido homenaje con la difusión del breve texto que sobre él escribió José Carlos Mariátegui, El Amauta, en su célebre 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana (1928).

 

Por José Carlos Mariátegui*

Crédito de la foto (izq.) www.latorredelasparadojas.blogspot.pe /

(der.) www.latinoamericaexuberante.org

 

 

XIII. ALBERTO HIDALGO**

 

 
Alberto Hidalgo significó en nuestra literatura, de 1917 al 18, la exasperación y la terminación del experimento «colónida». Hidalgo llevó la megalomanía, la egolatría, la beligerancia del gesto «colónida» a sus más extremas consecuencias. Los bacilos de esta fiebre, sin la cual no habría sido posible tal vez elevar la temperatura de nuestras letras, alcanzaron en el Hidalgo, todavía provinciano, de Panoplia Lírica, su máximo grado de virulencia. Valdelomar estaba ya de regreso de su aventuroso viaje por los dominios d’annunzianos, en el cual –acaso porque en D’Annunzio junto a Venecia bizantina están el Abruzzo rústico y la playa adriática–, descubrió la costa de la criolledad y entrevió lejano el continente del inkaísmo. Valdelomar había guardado, en sus actitudes más ególatras, su humorismo. Hidalgo, un poco tieso aún dentro de su chaqué arequipeño, no tenía la misma agilidad para la sonrisa. El gesto «colónida» en él era patético. Pero Hidalgo, en cambio, iba a aportar a nuestra renovación literaria, quizá por su misma bronca virginidad de provinciano, a quien la urbe no había aflojado, un gusto viril por la mecánica, el maquinismo, el rascacielos, la velocidad, etc. Si con Valdelomar incorporamos en nuestra sensibilidad, antes estragada por el espeso chocolate escolástico, a D’Annunzio, con Hidalgo asimilamos a Marinetti, explosivo, trepidante, camorrista. Hidalgo, panfletista y lapidario, continuaba, desde otro punto de vista, la línea de González Prada y More. Era un personaje excesivo para un público sedentario y reumático. La fuerza centrífuga y secesionista que lo empuja, se lo llevó de aquí en un torbellino.

Hoy Hidalgo es, aunque no se mueva de un barrio de Buenos Aires, un poeta del idioma. Apenas si, como antecedente, se puede hablar de sus aventuras de poeta local. Creciendo, creciendo, ha adquirido efectiva estatura americana. Su literatura tiene circulación y cotización en todos los mercados del mundo hispano. Como siempre, su arte es de secesión. El clima austral ha temperado y robustecido sus nervios un poco tropicales, que conocen todos los grados de la literatura y todas las latitudes de la imaginación. Pero Hidalgo está –como no podía dejar de estar– en la vanguardia. Se siente –según sus palabras– en la izquierda de la izquierda.

 

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Esto quiere decir, ante todo, que Hidalgo ha visitado las diversas estaciones y recorrido los diversos caminos del arte ultramoderno. La experiencia vanguardista le es, íntegramente, familiar. De esta gimnasia incesante, ha sacado una técnica poética depurada de todo rezago sospechoso. Su expresión es límpida, bruñida, certera, desnuda. El lema de su arte es este: «simplismo».

Pero Hidalgo, por su espíritu, está, sin quererlo y sin saberlo, en la última estación romántica. En muchos versos suyos, encontramos la confesión de su individualismo absoluto. De todas las tendencias literarias contemporáneas, el unanimismo es, evidentemente, la más extraña y ausente de su poesía. Cuando logra su más alto acento de lírico puro, se evade a veces de su egocentrismo. Así, por ejemplo, cuando dice: «Soy apretón de manos a todo lo que vive. / Poseo plena la vecindad del mundo». Mas con estos versos empieza su poema «Envergadura del Anarquista» que es la más sincera y lírica efusión de su individualismo. Y desde el segundo verso, la idea de «vecindad del mundo» acusa el sentimiento de secesión y de soledad.

El romanticismo –entendido como movimiento literario y artístico, anexo a la revolución burguesa– se resuelve, conceptual y sentimentalmente, en individualismo. El simbolismo, el decadentismo, no han sido sino estaciones románticas. Y lo han sido también las escuelas modernistas en los artistas que no han sabido escapar al subjetivismo excesivo de la mayor parte de sus proposiciones.

Hay un síntoma sustantivo en el arte individualista, que indica, mejor que ningún otro, un proceso de disolución: el empeño con que cada arte, y hasta cada elemento artístico, reivindica su autonomía. Hidalgo es uno de los que más radicalmente adhieren a este empeño, si nos atenemos a su tesis del «poema de varios lados». «Poema en el que cada uno de sus versos constituye un ser libre, a pesar de hallarse al servicio de una idea o de una emoción centrales». Tenemos así proclamada, categóricamente, la autonomía, la individualidad del verso. La estética del anarquista no podía ser otra.

Políticamente, históricamente, el anarquismo es, como está averiguado, la extrema izquierda del liberalismo. Entra, por tanto, a pesar de todas las protestas inocentes o interesadas, en el orden ideológico burgués. El anarquista, en nuestro tiempo, puede ser un revolté, pero no es, históricamente, un revolucionario.

 

Los poetas Alberto Hidalgo y Arturo Corcuera en Lima, década de los 60's.
Los poetas Alberto Hidalgo y Arturo Corcuera en Lima, década de los 60’s.

 

Hidalgo –aunque lo niegue– no ha podido sustraerse a la emoción revolucionaria de nuestro tiempo cuando ha escrito su «Ubicación de Lenin» y su «Biografía de la palabra revolución». En el prefacio de su último libro Descripción del Cielo, la visión subjetiva lo hace, sin embargo, escribir que el primero «es un poema de exaltación, de pura lírica, no de doctrina» y que «Lenin ha sido un pretexto para crear como pudo serlo una montaña, un río o una máquina», y que «‘Biografía de la palabra revolución’, es un elogio de la revolución pura, de la revolución en sí, cualquiera que sea la causa que la dicte». La revolución pura, la revolución en sí, querido Hidalgo, no existe para la historia y, no existe tampoco para la poesía. La revolución pura es una abstracción. Existen la revolución liberal, la revolución socialista, otras revoluciones. No existe la revolución pura, como cosa histórica ni como tema poético.

De las tres categorías primarias en que, por comodidad de clasificación y de crítica, cabe, a mi juicio, dividir la poesía de hoy –lírica pura, disparate absoluto y épica revolucionaria–, Hidalgo siente, sobre todo, la primera; y aquí está su fuerza más grande, la que le ha dado su más bellos poemas. El poema a Lenin es una creación lírica (Hidalgo se engaña sólo en cuanto se supone ajeno a la emoción histórica). Este poema, que ha salvado íntegramente todos los riesgos profesionales, es a la vez de una gran pureza poética. Lo trascribiría entero, si estos versos no bastasen:

 

En el corazón de los obreros su nombre se levanta antes que el sol
Lo bendicen los carretes de hilo
desde lo alto de los mástiles
de todas las máquinas de coser

 

Pianos de la época las máquinas de escribir tocan sonatas en su honor

 

Es el descanso automático
que hace leve el andar del vendedor ambulante

Cooperativa general de esperanzas

Su pregón cae en la alcancía de los humildes
ayudando a pagar la casa a plazos

Horizonte hacia el que se abre la ventana del pobre

Colgado del badajo del sol
golpea en los metales de la tarde

para que salgan a las 17 los trabajadores.

 

Su lirismo vigilante salva a Hidalgo de caer en un arte excesivamente cerebral, subjetivo, nihilista. No es posible dudar de él, capaz de recrearse en este «Dibujo de Niño»:

 

Infancia pueblo de los recuerdos
tomo el tranvía para irme a él.

La evasión de las cosas se inicia con terquedad de aceite que se esparce

El suelo no está aquí
Pasa una nube y borra el cielo
Desaparecen aire y luz y esto queda vacío.

Entonces sales de un brinco del fondo inabordable de mi olvido
Fue en el recodo de una tarde señalado de luz por tu silueta
Una emoción sin nombre tenía encadenadas nuestras manos
Tus miradas convocaban mi beso
Pero tu risa río entre los dos corría separándonos niña
Y yo desde mi orilla te postergué hasta el sueño.

Ahora tengo treinta años menos de los que me entregaron para darte

Si tú has muerto yo guardo este paisaje de mi corazón pintado en ti.

 

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El disparate –si enjuiciamos la actualidad de Hidalgo por Descripción del Cielo– desaparece casi completamente de su poesía. Es más bien, uno de los elementos de su prosa; y nunca es, en verdad, disparate absoluto. Carece de su incoherencia alucinada: tiende, más bien, al disparate lógico, racional. La épica revolucionaria –que anuncia un nuevo romanticismo indemne del individualismo del que termina– no se concilia con su temperamento ni con su vida, violentamente anárquicos.

A su individualismo exasperado, debe Hidalgo su dificultad para el cuento o la novela. Cuando los intenta, se mueve dentro de un género que exige la extraversión del artista. Los cuentos de Hidalgo son los de un artista introvertido. Sus personajes aparecen esquemáticos, artificiales, mecánicos. Le sobra a su creación, hasta cuando es más fantástica, la excesiva, intolerante y tiránica presencia del artista, que se niega a dejar vivir a sus criaturas por su propia cuenta, porque pone demasiado en todas ellas su individualidad y su intención.

 

 

 

 

 

*(Moquegua – Perú, 1894 – Lima, Perú, 1930). Pensador, escritor y periodista. Apodado El Amauta. Fundador del Partidos Socialista Peruano (1928) y de la Confederación General de Trabajadores del Perú (1929). Fue periodista en el diario La Prensa y El Tiempo y de las revistas Mundo Limeño, Turf, Colónida. Cofundó la revista Nueva Época y la editorial Amauta. Publicó La escena contemporánea (1925) y 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928). Dejó numerosos ensayos inéditos que fueron publicados póstumamente por su editorial Amauta.

 

 

**(Arequipa – Perú, 1897 – Buenos Aires – Argentina, 1967). Poeta, ensayista. Fue uno de los principales vanguardistas en la poesía latinoamericana. Editó junto a Jorge Luis Borges y Vicente Huidobro el Índice de la nueva poesía americana (1926). Creador de la técnica literaria llamada Simplismo. Publicó Arenga lírica al emperador de Alemania. Otros poemas (1916), Panoplia lírica (1917), Química del espíritu (1923), Ubicación de Lenin: poemas de varios lados (1926), Los sapos y otras personas (1927), Descripción del cielo, poemas de varios lados (1928), Oda a Stalin (1945), Poesía de cámara (1948), Aquí está el anticristo (1957), Biografía de yomismo: poemas (1959), entre muchos otros.

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