Por Marco Antonio Murillo
Crédito de la foto Aidé Montserrat Arteaga
Jair Cortés: poesía (1999-2016)
El más sincero ejercicio de autoexploración que puede (yo diría debe) realizar un poeta es el de la autoantologación, es decir, escoger en un número límite de páginas aquellos poemas que lo representan o, cuando menos, siguen siendo de su interés. El poeta descubre cuáles son sus preocupaciones de toda la vida, acaso las logra comprender ahora que las ordena; observa cómo ha ido mutando su obra y por cuales caminos podría continuar expandiéndose. Autoantologarse es, también, una forma de humildad, tener conciencia de que no todo lo escrito merece pasar a la posteridad.
A casi 20 años de labor poética, Jair Cortés tiene nuevamente la oportunidad (ya lo había hecho en Ahora que vuelvo a decir ahora. Una reconciliación poética (2013), pero con dos poemarios menos) de verificar el curso que su obra poética ha ido tomando hasta el momento. Sólo él sabrá de los resultados obtenidos y cómo van a impactar al futuro de su producción. Sin embargo, el lector maduro, puede realizar un somero recuento de lo que hasta ahora intenta expresar la poesía de Cortés: en qué sitio del canon de la literatura mexicana le interesa adjuntarse, qué formas de expresión ha necesitado ensayar para satisfacer a su yo poético, qué ha hecho bien y qué no está tratado del todo con la debida profundidad.
Siempre me ha gustado ver las obras completas y las antologías de autor no como unidades bien pensadas, sino como producto de los otros yo que el autor ha sido en diferentes momentos de su vida. Me explico: en la Poesía completa de Rodolfo Hinostroza, no veo igual Consejero del lobo (1965), Contranatura (1971) y Memorial de casa grande (2005). Los tres libros parecieran ser de diferentes autores. El peruano transita de lo lírico, a experimentar con el espacio y la síntesis, a lo narrativo. Algo así ocurre con Jair Cortés. A casi 20 años de sus inicios en la poesía, ubico dos momentos: uno que va desde A la luz de la sangre (1999) hasta La canción de los que empiezan (2013) y otro que reclama el poema “Enfermedad de talking”, invade Historia solar (2015) y Laboratorio tropical (de próxima publicación). Es decir, hay dos líneas en su poesía, que no necesariamente tienen que ver con los temas que aborda.
La primera está preocupada por una poesía clara, musical, capaz de llegar sin problema a su lector. Al mismo tiempo le gusta paladear con algunas palabras, para hacerlas resaltar en el texto: “Ahí, en esa célula de tiempo”. “Por la piel escurre el ámbar”. “Y son quizá el destino vegetal de la libélula, / los brazos de una nave antigua”. “En el paisaje que provoca un ahuehuete en medio del campo”. “Nada en el odio / puede contagiar la sencillez de una línea recta”. “Esa ligera paz extraña e inmediata, / dejando atrás a todo el coro”. Esta primera versión de Cortés, entonces, se interesa en dos cosas de la poesía: la clara trama del poema y las texturas musicales de las palabras. Combinación que logra un buen aparato lírico, refrescado por algunos momentos de extrañeza.
La segunda deriva de la ocupación por la alquimia de las palabras, su punto más álgido es Laboratorio tropical. “Respondió el toc (tic tac) toc de un pájaro que voló dentro de la licuadora”. “La luz hacía progresar las raíces / tubérculos puntiformes”. “La coz de la voz, el casco de esta voz encasquillada, / que dispara en su silencio una metralla de pisadas”. Este Jair Cortés lleva las palabras a su límite. No sólo agota su sonoridad, también, las prueba y comprueba entre sí, las imagina libres en el espacio en blanco, para luego observar, cual científico en su mesa de trabajo, los nuevos efectos producidos. Es la conciencia del poeta que sabe que más que la trama del poema, las palabras son sus mejores herramientas. La poesía ha pasado de tener como aparato de fondo lo lírico a poner al centro de sus preocupaciones lo antilírico.
El poema “Libelus de medicinalibus” es muestra de esta búsqueda emprendida. Es, diría yo, un arte poética a manera de manifiesto personal. La poesía cura, sí, siempre y cuando goce de una buena salud, la cual se puede medir a través de las palabras. Similar máxima a la que llegamos al leer “Enfermedad de talking”, poema que es parteaguas en la producción poética de Cortés, marca un inicio en esta serie de experimentos lingüísticos.
Dos autores coexisten, entonces, en esta breve muestra antológica, ambos movidos por dos vocaciones distintas: la altura lírica, la gravedad antilírica. Lo celeste y lo terrestre. La música de la tierra al girar y el secreto que hay en ese movimiento. Ninguno de ellos, sin embargo, se estorba al dialogar en estas páginas, pues son hijos de una misma vigilia: el interés por el riesgo que hay en el lenguaje. Dos maneras de explorar la poesía: la música del poema, las sinuosidades del poema.
En lo personal, me parece más interesante y necesaria para la poesía de hoy en día la segunda forma de exploración. Esta no sólo indica que el poeta cuenta con cierta madurez (domina la sonoridad de las palabras y sus significados, entonces, puede jugarlas, moldearlas a sus necesidades), sino que ahora es momento de intentar poner su bloque de concreto al canon nacional, o cuando menos, debatir con él, cuestionar la vigencia de sus formas. En ese sentido, pienso que la poesía de Cortés se ha jugado el todo por el todo, pero lo ha hecho bien. Su campo de trabajo siempre ha sido el barroco, estilo que, según comentaba Alejo Carpentier, no podemos evitar llevarlo en la sangre los hispanoamericanos.
Poemas como “Caballos negro” y “Canto vocacional”, de simple título, pero con una hechura y uso de lenguaje inteligente, recuerdan “Salamandra” de Paz, en donde agota todos los significados semánticos, míticos, místicos, históricos, que puede llegar a tener el nombre de este anfibio. En Cortés se recurre a una fórmula parecida, con dos animales más cercanos al ser humano: el caballo y el elefante. Con el caballo se juega, más que con la forma, con el sonido de su galope: el sonido constante en el techo de la casa, de la recámara, de la cocina, del baño. Nunca se dice qué es en realidad aquel sonido (el lector no necesita saber, sólo imaginar). Algunas veces me gusta imaginar que puede tratarse de las pisadas de unos pájaros, otras, simplemente de la lluvia. Con el elefante se juega con las dimensiones logrando texturas basadas en símiles o paradojas: elefante = mitad del mundo, elefante = pieza de ajedrez. Otros poemas como “Enfermedad de talking” y “Libelus de medicinalibus”, que ya he mencionado, recuerdan algunas técnicas lingüísticas emprendidas por Lezama Lima. La creación de una atmósfera rica en elementos, la exploración con la extrañeza de algunas palabras antipoéticas, el uso de la enumeración, no para abarcar más temas en el poema, sino para darle una mayor textura.
El universo semántico de los dos últimos libros de Cortés es vasto, numeroso. Su preocupación por las palabras como elementos alquímicos del poema, la comparo con el ejercicio que oficiaba la poesía a inicios del siglo pasado. El poeta tenía la tarea de nombrar las cosas nuevas que comenzaban a existir en el mundo (tecnologías, ciencias), de ahí los múltiples ismos que enriquecieron la historia de la literatura. Cortés, como habitante del siglo XXI, no está enfrentado del todo a esta tarea (la cual terminó por rebasar a los poetas debido a la rapidez con que el mundo fue creciendo), pero, en cambio, tiene una similar que consiste en actualizar los temas y significaciones de las cosas a los tiempos que corren.
Mirando el total de los libros que Cortés ha publicado hasta el 2016, puedo decir que el poeta siempre ha rendido cuentas respecto a lo que antes señalaba: En Tormental (2002), Contramor (2003) y Caza (2007), se actualizan sentimientos como el amor y el odio, mientras que en Historia solar se revisa la importancia de la luz (como concepto místico y tecnológico) en la línea del tiempo de la humanidad, al mismo tiempo que reflexiona sobre nuestra época cuya cultura imperante es la visual.
Ahora que releo estas páginas, me queda claro que la poesía que le interesa a Jair Cortés va más allá de ser una búsqueda que satisfaga determinadas necesidades artísticas, tras estirar los límites de la poesía. En sus mejores momentos se convierte en una crónica de nuestro tiempo, un termómetro de mercurio en cuyas musicalidades y hallazgos lingüísticos se puede comprobar la salud que tiene en la actualidad la poesía mexicana.