Jaime Sabines. El poeta es el testigo del hombre

 

Por José Gregorio Vásquez

Crédito de la foto www.sololiteratura.com

 

 

Jaime Sabines.

El poeta es el testigo del hombre

 

…alguien me habló todos los días al oído,

despacio, lentamente…

Jaime Sabines

 

Suenan las campanas de Tuxtla

De dónde vienen esos sonidos. De la infancia. En Tuxtla Sabines dibujó su infancia. Sus calles, sus empedradas calles lo trasladaron a la vida. Cielos rotos que siempre se cruzan en las páginas. Cielos redondos que se hacen y se deshacen en el papel. Cielos ahuecados por los recuerdos. La poesía reúne todos esos instantes para que escuchemos la voz de las palabras: la voz que habita las palabras. Voces que nos permiten ver los distintos lados de la poesía. Cuáles son los lados de la poesía de Sabines. Jaime Sabines. México. Tuxtla. Chiapas. La tierra de sus padres. Los años de sus ancestros. Un mundo hecho de ensalmos que cruzan el tiempo. Palabras entretejidas en lo lejano, lo distinto, lo pequeño y lo separado del instante; lo otro, lo que nos enseña a ver de otra forma el lenguaje, la vida, la poesía, la tierra, el lado silencioso de la noche, el lado que guarda el singular luto de la noche. Sabines viene de ahí con todo a cuestas. Su tierra viene de adentro. Su fuerza viene de la magia que guardan estos recuerdos. Su voz acaricia el ahora de cada gesto nacido en la brevedad y postergado por la palabra para que perdure en el eco del lenguaje. Eco que busca, eco que brega, eco que nos hereda.

 

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Sabines representa una fuerza natural para los mexicanos, fuerza que también nos pertenece desde hace mucho tiempo. Sabines ha sabido estar entre nuestros poetas. Los poetas que abrazan la palabra con lo incandescente del instante, de esa naturalidad del instante que se apropia de la voz y pasa a la página con esa misma fortaleza. Monsiváis nos recordó siempre que Sabines era el poeta por antonomasia de México. Nada nos debe extrañar de tamaña ofrenda. México ha tenido en su poesía a unos herederos sin iguales. Sabines es uno de ellos: él ha nacido de entre su pueblo para cantarlo, para recordarlo, para desentrañar su fortaleza, para acompañarlo en su pena, en su día a día, en su angustia y dolor, en su carencia y su pequeña alegría. Sabines celebró con la poesía este encuentro. Lo hizo con las palabras de su tierra, de su sangre, de su infancia, de sus recuerdos. Su trabajo poético está actualizado siempre por la reelaboración de la estética de lo cotidiano, todo lo que nos cruza el instante, porque sus textos contienen relatos, momentos de la idea de la vida como el sueño amoroso, las escenas que constituyen las horas del día y la noche. Sus libros son la viva ofrenda de la sencillez que llegó a todos y cantó con todos, y desentrañó con todos la magia y el acontecimiento de la poesía, así lo reafirma Monsiváis con estas palabras:

Al leer a Sabines, la persona se convierte en persona y el público se individualiza, y todo se hace en el silencio, en la captación de las voces de la belleza que ya nos habitaban sin así percibirlo. Sabines se beneficia del legado de los poetas modernistas de Hispanoamérica, que a fines del siglo XIX y principios del XX construyen la espiritualidad de los lectores y oyentes, y les imprimen el sello de lo inefable: el estremecimiento que certifica la espiritualidad….

 

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El canto de la poesía

Qué canta allá en lo hondo el poema de Sabines. Qué conjura contra la desesperanza y la soberbia. Quizás el poema mismo se haga entrañable en el murmullo de cada letra. En la experiencia vivida de cada palabra. En el sonido puro de cada silencio contenido en la palabra. Muchos son así los lados de la poesía de Jaime Sabines. Y cuando nos preguntamos por esos otros lados es porque no encontramos nada común en la obra de este poeta tan singular, ni en su poesía con respecto al tiempo inicial de su vida en México. Otros andaban por la página con estilos y formas muy distintas. Lo común aquí no es lo cotidiano, sino eso otro que empapa el lenguaje y lo trastoca para llevarlo desde lo más sencillo de su expresión a lo más sublime de la poesía. Así, poesía hecha de sonidos puros que revientan con el aire de un pueblo vivo en la palabra; así, poesía para aprender la vida, sonido para caminar por la soledad de lo negado. Junto al poeta abrimos otras ventanas que nos abre el tiempo. Las abrimos para escucharlo, porque si algo ha quedado atrapado en nuestra memoria es la voz del poeta, esa voz tan particular que nos desentrañó desde su casa la pureza y la magia de todos esos sonidos que lo habitaban. Su voz cantó la vida que le tocó padecer. Casi nunca tuvo nada. Vivió en las esquinas pedregosas de su pueblo. Trabajó incansablemente todos los años de su existencia. Pasó por tantos oficios: quizás los más auténticos le dejaron las marcas profundas que legó a los libros que ahora nos acompañan. De ahí Tarumba: su gran canto de sobrevivencia. El dibujo en palabras más cercano de la condición humana: lo vivido, lo desgarrado, lo sufrido, lo negado en los días. No quiso, luego del gran reconocimiento que le manifestara su pueblo, un homenaje, porque nos enseñó siempre y hasta el final de qué se trata el milagro de estar vivos con alegría y sencillez…

Uno es el hombre.

Uno no sabe nada de esas cosas

que los poetas, los ciegos, las rameras,

llaman “misterio”, temen y lamentan.

Uno nació desnudo, sucio,

en la humedad directa,

y no bebió metáforas de leche,

y no vivió sino en la tierra

(la tierra que es la tierra y es el cielo

como la rosa, rosa pero piedra).

 

El poeta Jaime Sabines en su juventud. C. 1955
El poeta Jaime Sabines en su juventud.
C. 1955

 

El poeta es el testigo

El poeta es el testigo del hombre, de las cosas, del acto amoroso. El poeta vaga, juzga, grita, no posterga nada, no deja que otros lo digan: el aprende a pronunciar con una voluntad de otro horizonte. Se sobrepone a la totalidad. Pasa por la página como por la vida. Reúne palabras. Recoge las ganas de asumir el tiempo y anida con él la ventura de lo eterno.

En sus páginas: la otra zona, el otro territorio detrás del silencio. La llama del poema; detrás del poema, la perenne llama de la poesía. El poeta persiste porque cree en la palabra: el tiempo único del poema. Palabra que vibra sutil en el sonido escondido del lenguaje. Palabra: aposento de otros misterios que hacen la vida.

Jaime Sabines nos ha dejado algunas señales: melodías acuosas que viajan por el papel ya no reseco, sino por otros lugares escondidos porque esas palabras quieren seguir diciendo, cantando, gritando tal vez. En tanto, siguen sonando las campanas de aquel pueblo de la infancia. Dónde está el México de Sabines. Dónde sus sonidos.

Uno apenas es una cosa cierta

que se deja vivir, morir apenas,

y olvida cada instante, de tal modo

que cada instante nuevo, lo sorprenda.

 

Uno es algo que vive

algo que busca pero encuentra,

algo como hombre o como Dios o yerba

que en el duro saber lo de este mundo

halla el milagro en actitud primera.

 

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Las condenas del día enfurecido

Las calles, la sombra que nos camina cuando todo pesa, cuando todo aturde ante la nada que nos ahoga. Somos dice el poeta, somos en todo lo nos duele, en todo lo que nos ahoga. En todo lo que amamos y soñamos. Aquí no podemos sino ser en estas calles dice el poeta, en estos limbos de nuestro ahora. Aquí somos en el sueño de los otros, en los sonidos de los otros, en los amorosos que caminan el silencio, la palabra, el instante que se hace imperecedero. Aires que trae la tierra para movernos de distintas formas. La frontera que nos separa de esa tierra es el dolor, dice el poeta, pero también es el amor, dice el poeta. La sombra que nos acompaña: la muerte del padre que en un tiempo le permitió reconocer lo lacerante del agobio y el abandono, también le permitió volcarse a escribir solo la vida.

La poesía ha llega a todos así: y en con el poema todo canta dolor, todo suena dolor, todo brilla dolor también. En el poema la palabra conduce a algo profundo y cierto que viene con los sueños. Todos encontraron las palabras en las palabras del poeta, para decirnos asimismo ese agobio y ese anhelo, esa pena y ese sueño y ese amor verdadero. No sabemos sino su grandeza y la sabemos de cierto porque sus poemas la celebran y la viven, y es por ello que Sabines sigue ahí, en la cercanía de quienes lo leen, quizás porque encuentran en sus poemas el espejo más íntimo donde mirar lo escondido, lo sufrido, lo vivido, lo entrañable, lo que ayuda a vivir y a morir eternamente.

Uno es el hombre que anda por la tierra

y descubre la luz y dice: es buena,

la realiza en los ojos y la entrega

a la rama del árbol, al río, a la ciudad

al sueño, a la esperanza y a la espera.

 

Uno es ese destino que penetra

la piel de Dios a veces,

y se confunde en todo y se dispersa.

 

Uno es el agua de la sed que tiene,

el silencio que calla nuestra lengua,

el pan, la sal, y la amorosa urgencia

de aire movido en cada célula.

 

Uno es el hombre —lo han llamado hombre—

que lo ve todo abierto, y calla, y entra.

 

 

 

 

 

*(Chiapas-México, 1926 – Ciudad de México-México, 1999). Poeta y político. Estudió Medicina humana en la Escuela Nacional de Medicina (México) pero no culminó y siguió la licenciatura en Lengua y literatura española en la Universidad Nacional Autónoma de México. Obtuvo el Premio Chiapas (1959), la Beca del Centro Mexicano de Escritores (1964), el Premio Xavier Villaurrutia (1972), el Premio Nacional de Ciencias y Artes Lingüísticas y Literatura (1983), el Premio Mazatlán de Literatura (1996), entre otros. Fue diputado federal por el Partido Revolucionario Institucional y por el mismo partido en el Congreso de la Unión (1988). Publicó en poesía Horal (1950), La señal (1950), Adán y Eva (1952), Tarumba (1956), Diario semanario y poemas en prosa (1961), Poemas sueltos (1951-1961), Yuria (1967), Tlatelolco (1968), Maltiempo (1972), Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973), Otros poemas sueltos (1973-1994), entre otros.

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