Por Jorge Frisancho*
Crédito de la foto (izq.) Ed. AUB /
(der.) www.radionacional.gob.pe
Invocar lo real.
Sobre Cosas sin nombre (2024),
de Violeta Barrientos**
Cosas sin nombre inicia con un dictamen sucinto pero cargado de teoría, que funciona también como declaratoria de intenciones: “Nombrar lo real es imposible”. En efecto, no podemos darle nombre a lo real porque nombrar es un acto del lenguaje, y como tal inscribe lo nombrado de lleno en el orden simbólico (o permite su inscripción en el registro imaginario, que es donde “el engaño”, dijo Lacan, se formula como verdad). Nada de eso es lo real: lo real, entendido así, no es representable, no es simbolizable, no es imaginable. No se puede decir ni pensar. Lo real es lo que se ausenta, y esa ausencia, ese vacío, es precisamente el fundamento de todo lo demás.
Pero también hay esto: lo real se puede invocar. Es lo que hace la poesía: rasga el firmamento de la significación, el orden de las cosas nombradas y dichas, ese engaño que construimos (y nos construye), y permite que estalle por la hendidura un haz de luz nueva y distinta, restaurando por un instante —esto lo escribieron Deleuze y Guattari— “la incomunicable belleza de lo que ya no podemos ver”.
Invocar lo real, entonces: esa es la ruta que señala desde su apertura, y de hecho desde su título, Cosas sin nombre. Lo hace ya con su apuesta formal, y doblemente: con el devenir prosa de su escritura poética y con su construcción como una secuencia de fragmentos de efecto aleatorio.
Deviniendo prosa, esta escritura esquiva las tentaciones del reclamo lírico convencional, largamente agotado. Al mismo tiempo, se normaliza, se entrega a nuestra inquisición interpretativa, se abre a la lectura en vez de bloquearla. Interroga el silencio de las palabras, su vacío fundamental, sin declarar perdida la batalla.
Construyéndose como una secuencia de fragmentos, disuelve su intensa visualidad y su tendencia a la imagen —al imaginario— en una multitud de miradas, delineando figuras que insinúan metáforas y metonimias sin aspirar a cerrarlas. Es un mirar persistente, y en su persistencia hay algo vivo antes que algo meramente literario.
El resultado de estas operaciones, y otras, es quizá paradójico. La invocación de lo real a la que se nos invita no se aleja de lo inmediato y lo tangible, de sus tiempos y espacios, del cuerpo y sus medidas, de la materia viva o de la materia social. Hace lo contrario. No aspira a trascender el mundo dado sino a internarse en él y habitar su entraña.
Ese es el punto: se trata de hacer visible lo invisible, señalando algo que está presente pero sumido en “el instante banal y repetido” de las experiencias cotidianas. Se trata de disipar la “cortina de humo” e iluminar “las partículas de polvo que estallan” entre las palabras acumuladas. Se trata de desarmar nuestro habla, su “música oscilando en el silencio”, para “tocar el espejo” —otra vez Lacan— y deshacer aquel engaño, recuperando por un instante el pleno habitar de la morada humana, que de otro modo siempre se nos escapa.
Marzo 2024
*(Barcelona-España, 1967). Poeta, narrador, ensayista y crítico literario. Residió en Nueva York (EE.UU.) entre 1991-1998 y en Chicago (EE.UU.); y desde hace varios años reside en Lima (Perú). Ha publicado en poesía Reino de la necesidad (1987), Estudios sobre un cuerpo (1991), Desequilibrios (2004) y La pérdida (y otros poemas) (2014).
**(Lima-Perú, 1963). Poeta y ensayista. Se desempeña como profesora del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú y profesora de la Maestría de Género de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú). Es autora de ensayos de análisis político–social y de crítica literaria. Reconocida como Personalidad Meritoria de la Cultura (Perú, 2020). Ha publicado en poesía Elíxir (1991), El innombrable cuerpo del deseo (1992), Tras la puerta falsa (1994), El jardín de las delicias (1999), Tragic/Comic (2003), El libro de la serpiente (2004), Cosas sin nombre (2008; 2024) y Las imposibles orquídeas. Antología personal. 1991–2017 (2019).