De pocos poetas se puede decir que, además, son excelente personas. El poeta argentino Jorge Ariel Madrazo (1931-2016) es uno de ellos. Poeta acucioso, diletante, puntilloso, que supo reconocer en la palabra, a una compañera incansable de alegrías y penurias. Gracias, Jorge Ariel por la poesía, gracias por la amistad.
Por: Jorge Ariel Madrazo
Selección: Mario Pera
Crédito de la foto: El autor
In memoriam Jorge Ariel Madrazo.
Breve selección de poemas
PERO ¿POR QUÉ
está de pronto todo
tan silencioso
hoy? ¿Tan
borrosa la consabida
huella?
¿Y nadie te responde?
¿Y todos los mayores
faltaron hoy
a clase, en esta
rara noche
que (quién sabe)
sucederá mañana?
SI ESTALLARA algún día
arboladura o diapasón
espejismo de ávido
clima?
¿Si un encendimiento de cielos
en ésos los
tus pechos
y tu pasión susurrando allí
donde lumbres de ayer
iluminan
aeropuertos parrales
glicinas?
¿Si Emily Dickinson desvélase
en océanica tumba?
¿Si huesecillos trasegando la
cíclica descomposición?
¿Si es musical la fuerza
que hace girar al
mundo?
¿Si sólo fuera cierto ese
zumbar de moscas sobre
la cinta engomada y
una humana hembra
que platica
su acidulado
cavilar?
(al poeta Eugenio Montejo)
¿ES UNA NADA que simula un todo?
¿el sólido vacío en que algo nace?
vuela tu mano, sangra, reza, yace:
alma prensil con que escribís tu todo
mejor dicho: te escribe -mano a codo-
la palabra-poema, donde pace
tu buey tan ojos que el dolor enlace,
que lo lleve a otro mundo, donde el modo
de ser vos mismo es, sin más, ser nadie
y allí al fin te disuelvas, luz y estrella
amando el raro amor que otorgó vida
a tu otro-yo: tu muerte renacida.
Jamás la muerte resultó tan bella.
Vivo estarás, mientras tu muerte irradie.
¿Y QUIÉN DIJO QUE JAMÁS ―JAMÁS―
he de retrovar
tu rajita tu allegretto
para
clavecín tu bucle tu
pezón (el pezón pecador por lealtad a
sí mismo)?
LA PRECISA condición
la órbita del cosmos
donde flotas o pereces
torpe miembro
de esta especie en desahucio
cuánto ah
cuánto
depende
de tu destreza
para
desollar
el cordero
tribal
de
tu aptitud para ejecutar
las bellas artes de la
demolición.
OJOS TUYOS QUE me miran no son
riente o cándido mirar, ojos
son para ser
religiosamente, en sí,
mirados: iris de Afrodita de Fidias
mar que en el mar
se enmarina
Egeo que un paralelo
Egeo espeja
entes u ojos libando
tu vigilia interior
Sobre la batea
ojos de mujer
procrean
en solitaria aldea
la idea
Mujer
SI A ESTO LLAMAS
«ruidos de la noche»
significa que
la noche
ánfora es
desfondando aguada
de ruidos
lecho pequeño es
para el fornicio de los ruidos
Si no te aterran ruidos de la
noche: no estás vivo
o, quizás, sólo seas
inocuo pretencioso
ser
sin -aún-
estar.
AGITANDO, FRENTE AL pesado cielo, tu
cabello,
te apurás a cerrar la persiana
(oxidada)
con cierta
secreta
voluntad
de dar vuelta una página
molesta.
Al asomarte, la aguja del frío
proyectará en tus pupilas dos
estrellas tan diminutas que
ni merecen
llamarse
universo:
allí
estarán, algo (bastante, quizás) más
arriba de tu mano,
tu mano que acaso
bruscamente va a golpear
(para mejor cerrarla)
la herrumbrada hoja de metal.
III
Ah de aquellas carnes resurrectas
aquél néctar de lúpulo y
cebada
La belleza quizás sea hebra o
caligrama
de lo indeterminado
(de lo que jamás ha sido
o será)
La cerveza: pesante vellón
alquímico babeo
nupcial
y el vivir que empotra sus patas de cerdo
y el morir que ríe de la tumba vacía
Tal truco -revivir luego
andar- ya el Christo lo hizo
Mis amigos suelen repetirlo
No hay milagro para nos
reyes de utopía
Sólo es poeta
quien al tercer día
canta y abandona
sin prisa el sepulcro
Y aquí: Magdalena, la escena
armemos, Hosanna,
el poema
bienvenido sea al café
que abre las tontas veinticuatro
horas
Piquetes del verbo, hágase la
fe
Y sea con nosotros la palabra
Y se cabree la cabra de la afasia
Y se enrabie el burgués
de pacotilla
con todo el vulgo vomitado
a cuestas
AH FRÁGIL EQUILIBRIO
o columpiar del blanco
grano de arroz en el borde
del plato, el arroz que osciló
hasta caer sobre el no más
pulcro mantel. Si fueras Marcel
Proust, tal hecho bastaría tal vez
para evocar la infancia y hacer
del plato, porcelana de Limoges,
del arroz, magdalenas en el té
invistiendo así de eternidad
a un día, como todos, prescindible.
SI MIRAS A TU ALREDEDOR
el banal ajetreo de
luces y de sombras
de ángulos y tangentes
que se funden
en una turbia vibración
sin sentido -o quizás
el sentido, al fin, se refugie
en el hervor de los minúsculos
cuerpos que nutren tales
formas-
si el discurrir del cosmos
al común entender desafíe
cuando tu hija
(a su vez, madre de hijos)
exhume
de algún mohoso archivo
tu imagen, e interrogue:
«¿por qué tuviste que morir?»
si se indignen parientes
y amigos
porque los señales con el dedo
o pretendas dictarles instrucciones
aun después de hundirte
bajo tierra
aun después de arder
como una tea
obstinado en regir tu propia muerte
rebelde al más básico urbanismo
insoportable
hasta en el
ataúd