In Memoriam Arturo Corcuera. Breve selección de poemas

 

Nos ha dejado, sólo físicamente, el poeta peruano Arturo Corcuera (1935-2017). Poeta que tuvimos el privilegio de conocer para poder dar fe de su gran calidad como persona, intensa pasión por la poesía y gran amor por su familia. Sin duda su pérdida es sensible, tanto por haberse hecho un espacio en la poesía peruana con poemarios magistrales como Noé delirante, como por su gran don de gentes, por la honestidad y coherencia de su vida, su intensa actividad poética y por la sencillez que siempre mantuvo, incluso tras los homenajes y reconocimientos. Santa Inés ha visto partir a su tordo más querido.

En Vallejo & Co., presentamos esta nota pues creemos que no hay mejor homenaje al poeta, que releer sus poemas. Gracias por la amistad, la honestidad y tu poesía Arturo.

 

 

Por Arturo Corcuera

Selección por Mario Pera

Crédito de la foto www.filmicoblog.wordpress.com

 

 

In Memoriam Arturo Corcuera.

Breve selección de poemas

 

 

Tarzán y el paraíso perdido

 

¡Aaaúuaú aaa…! ¡Aaauaúaa…!

Tarzán (Johnny Weismuller) es internado en un manicomio por creerse Tarzán.

Su grito, que asusta a médicos y enfermeras, no es el clarín con el que hacia su victoriosa aparición en la pantalla. El grito a Tarzán no le pertenece. Fue un collage de sonidos confeccionado y patentado por la Warner Brothers: decantaron en el laboratorio los gruñidos de un cerdo y las notas de un tenor.

Tarzán en el sanatorio para artistas (retirados) de Hollywood,
abatido y vencido por la camisa de fuerza
(él que encarnó la fuerza sin necesidad de camisa).
Hoy casi a oscuras y ayer mimado por los reflectores.
Tarzán víctima de una dolencia cardiaca
se toca el corazón y piensa en Jane.
Desamparado llama en su desesperación a Chita
(entre sombras ve y besa a Chita como si fuera su madre.
Chita se limpia la boca, hace morisquetas
y dando volatines desaparece),
llama a Chita
para que lleve un recado pidiéndole ayuda a Jane.
Pero Chita no podrá acudir. Chita no existió en la vida real.
(Eran ocho monas chimpancé, ocho monas que parieron su estampa cinematográfica).
Y Jane,
la bella silvestre de los níveos brazos,
ya no lucirá más su silueta junto a Tarzán,
porque Jane ya no filma. Hace mucho tiempo que se le venció el contrato con la Warner: las piernas de Jane ya no están todo lo tersas que uno quisiera para hacerlas figurar en el reparto.

(Ah, Jane, paraíso perdido, divino tesoro, ya te vas [para no volver],
cuando quiero llorar
pienso en ti, mi dulce Jane.
Cuánto hubiera dado por tenerte en mis brazos,
por confesarte mi amor: Yo querer mucho a Jane.
Silencio insensato que guarde por culpa de mi testaruda timidez.
Por culpa de los barritos de mi precoz adolescencia.
Ah, Jane, ya no adoro tus senos besados por las lianas.
Tus senos asediados al centímetro por flechas y lanzas.
Ya no adoro tu rostro que el tiempo implacable ha ido modelando a su capricho.
Tu rostro que acaricie con ternura [a escondidas del público] en todas las carteleras.

Que no me digan nunca que te quitaste el maquillaje.
Que no me enseñen nunca tus cabellos de desfalleciente plata.
Para mi tú serás siempre la linda muchacha que yo amé matalascallando,
que yo ayudé a inventar con mis ensueños en los destartalados cines de mi barrio, mi inolvidable Jane).

En su cuarto Tarzán da vueltas como condenado
y en su rayado papel de loco repara en el espejo del lavabo y quisiera lanzarse.
Tarzán varias veces campeón olímpico de natación.
Amor, juventud y dinero, la veleidosa gloria:
todo desde el trampolín se le fue al agua.
Todo se lo devoraron con voracidad las fieras.

Entre paredes pálidas que su insomnio decora
de enredaderas por sentirse libre (al final de la película)
se aferra a sus sueños:
se sueña sobre el lomo de sus elefantes y sonríe.
Se sueña venciendo a sus repujados cocodrilos de cartón.
Ve acercarse a sus leones de felpa (pura melena)
y Tarzán siente miedo
y tiembla y grita como un desventurado niño de pecho:
¡Aaaúaúaa…! ¡Aaaúaúaaaa…!

Pobre Tarzán indefenso y desnudo,
descolgado del ecran por inservible,
loco, completamente solo entre los locos,
aullando perdido en su paraíso perdido,
sin Jane, sin chita, sin fuerzas, sin grito,
solo con su soledad y sus taparrabos.

 

 

 

Fábula de Maese Cuervo

 

Sombra de plumas

que empolló la noche.

 

La noticia funesta,

las defunciones,

de maese cuervo

son lectura diaria.

 

“¡Ah –exclama-,

si tuviese

agencia funeraria!”

 

 

 

El hereje

 

Nadie podrá convencerme

que el tren

no es larva de mariposa

que el avión no tiene plumas

que el mar no bebe cerveza

que la luz no es una flor

 

 

 

El arca viajera de Bombay Palace

 

Más que baúl chico es arca de madera.

Me cautiva el olor a sándalo. Paso, gozoso, los dedos sobre el tallado de la tapa

con pagodas y gente de largas batas de seda y anchas mangas.

Pasaje de un lago al atardecer con lotos, remeros alrededor, bambúes, plantas

colgantes o altas hierbas que crecen de árboles podados.

Mi fantasía reconoce al pájaro pihis del que habla Apollinaire. Sólo posee un

ala y tiene que aparejarse para poder volar. (el viaje de luna de miel lo

inventaron los pihis).

 

Después de una larga travesía, navegando por los espejos llegó el arca al

dormitorio. Y en él guardo mis poemas, hasta que maduren como las frutas.

 

El poeta Arturo Corcuera y su arca
El poeta Arturo Corcuera y su arca

 

Los amantes

 

Mientras caminas

por bosques y parques

sólo por besar tus pies

el otoño desnuda sus árboles

sólo por besar tus pies.

 

El te ama como yo

con ojos infinitos

y como yo

también quisiera

desnudarte de otoño.

 

Nosotros los amantes

sobre nosotros

la lluvia y el amor

la lluvia sin cesar

sin cesar el amor

sobre nosotros

la lluvia que como el amor

humedece a los amantes.

 

 

 

Fábula del caballo blanco saliendo del Arca

 

A José Carlos Ramos

 

Piel de serpiente el arco iris anuncia el fin del diluvio.

Encalla el Arca en el Monte de Ararat.

Caen del cielo aerolitos de oro en forma de huevos.

El primero en salir al abrirse el portal es el caballo,

un caballo blanco, sin sombra, sin bridas. Corre ciego,

sin fatigarse, sin poderse detener. Monte abajo,

desciende, en desenfreno, perseguido por el espanto.

En su Carrera, echa espuma, sangran sus cascos, se le

salen los ojos… El eco devuelve el trote que va sin

destino, de risco en risco, por la montaña

solitaria…

 

 

 

Fiebre amarilla

 

Amarillo,

amarillo, amarillo,

amarillo, amarillo, amarillo,

¿de qué color nacerán los canarios,

la retama, el limón y el membrillo,

si el otoño sigue despilfarrando

todo el amarillo,

amarillo, amarillo,

amarillo?

 

 

 

Fábula del cuervo oriundo de Ginebra

 

Cuando no hay un alma en casa y tengo que almorzar solo, invito al cuervo.

Lo siento junto a mí en el tablero de la mesa.

Me distrae su compañía. Su lealtad supera la de algunos amigos. ¡Tan simpático

el cuervo con su pico curvo, su traje negro, recién untado con los betunes

de la noche, en el que relucen filamentos dorados!

Sus piernas y sus alas flexibles se acomodan a cualquier postura y a cualquier

amo.

 

Disfruta sintiéndose a mi lado, sobre todo cuando pelo las uvas y desorbitadas

ruedan sobre el plato de postre. Él me observa con avidez, se le hace agua

la boca.

 

Lo adquirí en el mercado de pulgas de Planpalais de Ginebra, que se puebla

miércoles y sábados de mercaderes y mercachifles.

El elegante cuervo lucía aquella tarde en un mostrador, muy campante, cruzado

de piernas. Tenía la misma gracia, el mismo aire de distinción.

 

Entre máscaras, campanas, relojes y otros objetos antiguos, era maese cuervo el

que daba la hora.

Atento el ojo, contemplaba con puntualidad los ires y venires de las cosas, el

comercio incesante de la vida.

 

Se siente bien cuando me acompaña. En su silencio percibo un hálito de ternura,

pero yo sé que en el fondo lamenta su naturaleza de madera.

El preferiría ser cuervo de carne y hueso y aguardar el momento propicio para

sacarme los ojos.

 

 

 

Las puertas y las penas

 

Puertas que van a dar al mar o al amar, puertas por donde se ingresa inexorablemente al olvido, puertas como ganzúas, puertas abiertas al vértigo de las pesadillas, puertas en abandono, enmohecidas, pesarosas, aguardando el día de la demolición, puertas en espera de la llave que jamás las ha de abrir, puertas por donde huyen estrellas y leones, puertas como labios incitando al peligro, puertas coronadas de enredaderas y silencio, puertas de una sola hoja, en medio de la agonía del otoño, puertas tapiadas con piedras y fantasmas, puertas abatidas que ardieron vivas y sobrevivieron al incendio, puertas pintarrajeadas como las mujeres de la noche, puertas que conducen a ninguna puerta, puertas que enloquecen a quienes las trasponen, puertas sin centinelas, sin historia, a tientas, sin el ojo de la cerradura, puertas enfermas, contagiadas de los descalabros irreparables del amor, puertas sin dinteles ni ventanas, clausuradas en soledad como los párpados, los monasterios o las lápidas, puertas infinitas como túneles de rápidos espejos, puertas que enmudecieron para siempre como los torturados.

 

 

 

Juego de espejos

 

(el poeta)

Para buscar imágenes

me sumerjo en el sueño,

para cazar sirenas

tiro mi anzuelo al espejo

 

(álbum de familia)

¡Oh, antiguo espejo,

adónde habrás guardado

la cara del abuelo!

 

(leyenda)

Cuentan los viejos

que los ríos

de antes

desembocaban

en los espejos

 

(suspenso)

¡Cuántos rostros por la borda,

ay, si el espejo se rebalsa

y se desborda!

 

(hallazgo)

habita un cisne de bruma

en el fondo del espejo:

ayer le arranqué una pluma

 

(ego)

¿Algún día, espejo,

enseñarás mi rostro

cuando no era viejo?

 

El poeta Arturo Corcuera
El poeta Arturo Corcuera

 

Balada de la última ofrenda

 

Me niego a que se pudran estas venas

por las que mis padres y otros míos

navegan viniendo desde tan lejos;

no quiero ese final para estos ojos

con los que miro y lloro;

para estos pies

que beben andando sobre la tierra

la sed de los caminos;

no se volverán carroña, merienda

de gusanos, este cerebro

ni este corazón cuando yazgan sin irrigación, inmóviles;

nacieron mis brazos para abrazar. Llegará el día

de abrasarse; incinerar lo que quede de este cuerpo;

no sabe hacer otra cosa que arder,

ese es su destino,

ese es el incienso que ofrendaré a los dioses.

 

 

 

El viaje final

 

Nací a orillas del mar, en un viejo puerto de cerro azul y casas de madera. Recuerdo a los ahogados tendidos en la arena, gordos y amoratados. Los pescadores que no volvían. Las olas encrespadas en mis sueños, engulléndose las estrellas.

 

Cuando muera (¿lejos del mar?) incinerar mi cuerpo, este madero inflamable que mientras tenga un aliento arderá en el amor, raudo navío de las tempestades.

 

Sacar mi ceniza a los caminos y esparcirla en el río, tal vez una tarde desde el Puente de los Ángeles.

 

Haría así, por última vez, el recorrido que tantas veces hice fatigado hasta Lima. Le diría, de paso, adiós a la Ciudad de los Reyes (el Rey de la Papa, el Rey del Pollo, el Rey de los Narcos) y proseguiría discurriendo en las aguas mi añorado viaje al mar, al encuentro de aquel viejo puerto de cerro azul y casas de madera, donde nací, crecí y fui dichoso en los esmirriados años de mi niñez.

 

 

 

La Luna y su antiguo habitante

 

La luna no es astro,

la luna no es blanca,

la luna no sale de noche,

la luna no es redonda,

Ia luna no será habitada,

la luna nada tiene que ver con las mareas

ni con los cosmonautas,

la luna es una flor amarilla hecha de vapor niquelado,

la luna es el atisbo inquietante de Narciso desorbitado y loco,

a la luna en su mansedumbre sólo le falta el cisne,

en los crepúsculos la luna funde su metal

para enchapar la cola de las sirenas,

una mujer desnuda sumergida en un estanque

es la otra cara de la luna,

por la cascada sabemos que la luna precipita sus represas,

las bestias engullen la luna en los abrevaderos,

presa de pánico la luna acepta que los lobos

acicalen el colmillo en sus escamas,

la luna es el ojo del náufrago en el temblor

supremo del sobresalto,

los lancheros decapitan la luna con sus remos,

la luna es la sombra amoratada del ahogado

persiguiendo sin sosiego a los navegantes,

la luna ronda los sueños,

la luna es el atajo por donde huyen los enamorados.

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