In memoriam. 7 poemas de Francisco Brines

 

Por Francisco Brines*

Crédito de la foto Àngels Gregori /

www.elcultural.com

 

 

In memoriam.

7 poemas de Francisco Brines

 

 

En el cansancio de la noche,

penetrando la más oscura música,

he recobrado tras mis ojos ciegos

el frágil testimonio de una escena remota.

 

Olía el mar, y el alba era ladrona

de los cielos; tornaba fantasmales

las luces de la casa.

Los comensales eran jóvenes, y ahítos

y sin sed, en el naufragio del banquete,

buscaban la ebriedad

y el pintado cortejo de alegría. El vino

desbordaba las copas, sonrosaba

la acalorada piel, enrojecía el suelo.

En generoso amor sus pechos desataron

a la furiosa luz, la carne, la palabra,

y no les importaba después no recordar.

Algún puñal fallido buscaba un corazón.

 

Yo alcé también mi copa, la más leve,

hasta los bordes llena de cenizas:

huesos conjuntos de halcón y ballestero,

y allí bebí, sin sed, dos experiencias muertas.

Mi corazón se serenó, y un inocente niño

me cubrió la cabeza con gorro de demente.

 

Fijé mis ojos lúcidos

en quien supo escoger con tino más certero:

aquel que en un rincón, dando a todo la espalda,

llevó a sus frescos labios

una taza de barro con veneno.

Y brindando a la nada

se apresuró en las sombras.

 

 

Cuando yo aún soy la vida

 

La vida me rodea, como en aquellos años

ya perdidos, con el mismo esplendor

de un mundo eterno. La rosa cuchillada

de la mar, las derribadas luces

de los huertos, fragor de las palomas

en el aire, la vida en torno a mí,

cuando yo aún soy la vida.

Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,

y un amor fatigado.

¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;

y amar, mientras se agota el corazón,

un mundo fiel, aunque perecedero.

Amar el sueño roto de la vida

y, aunque no pudo ser, no maldecir

aquel antiguo engaño de lo eterno.

Y el pecho se consuela, porque sabe

que el mundo pudo ser una bella verdad.

 

 

 

A punto de un viaje en coche

 

Las ventanas reflejan

el fuego de poniente

y flota una luz gris

que ha venido del mar.

En mí quiere quedarse

el día, que se muere,

como si yo, al mirarle,

lo pudiera salvar.

Y quién hay que me mire

y que pueda salvarme.

La luz se ha vuelto negra

y se ha borrado el mar.

 

El Poeta Francisco Brines

 

Ardimos en el bosque

 

¿Pero cómo saber, sin la mirada,

la hermosura del bosque, la grandeza del mar?

 

El bosque estaba tras de mí; lo conocían

mis oídos: el rumor de sus hojas,

la confusión del canto de sus pájaros.

Sonidos que venían de un remoto lugar.

Y el mar del otro lado, golpeando

la frente, sin rozarla,

cubriéndola de gotas. Era mi piel

quien descubría su frescura,

mi soñoliento olfato quien entraba en el pecho

su duro olor.

¿Pero cómo saber, sin la mirada,

la hermosura del bosque, la grandeza del mar?

Porque no había más, en el lugar del pecho,

que una extendida sombra.

 

(¿Mas qué frío candente mis párpados abrasa,

qué luz me desvanece, qué prolongado beso

llega hasta el mismo centro de la sombra?)

 

Joven el rostro era,

sus labios sonreían,

y el retenido fuego de su cuerpo

era quemada luz.

Entramos en el mar, rompíamos

el cielo con la frente,

y envueltos en las aguas contemplamos

las orillas del bosque,

su extensa fosquedad.

Miré, tendidos en la playa, el rostro:

contemplaba las nubes;

y el retenido fuego de su cuerpo

era un sombrío resplandor.

Penetramos el bosque, y en las lindes

detuvimos los pasos;

perdido, tras los troncos, miramos cómo el mar

oscurecía.

Tenía triste el rostro,

y antes que para siempre envejeciera

puse mis labios en los suyos.

 

 

 

Amor en Agriento

(Empedócles en Akragas)

 

Es la hora del regreso de las cosas,

cuando el campo y el mar se cubren de una sombra lenta

y los templos se desvanecen, foscos, en el espacio;

tiemblan mis pasos en esta isla misteriosa.

 

Yo te recuerdo, con más hermosura tú

que las divinidades que aquí fueron adoradas;

con más espíritu tú, pues que vives.

Hay una angustia en el corazón

porque te ama,

y estas viejas columnas nada explican:

 

Unos ardientes ojos, cierta vez, miraron esta tierra

y descubrieron orígenes diversos en las cosas,

y advirtieron que espíritus opuestos los enlazaban

para que hubiese cambio, y así explicar la vida.

Esta tarde, con los ojos profundos, he descubierto la intimidad

del mundo:

Con sólo aquel principio, el que albergaba el pecho,

extendí la mirada sobre el valle;

mas pide el universo para existir el odio y el dolor,

pues al mirar el movimiento creado de las cosas

las vi que, en un momento, se extinguían,

y en las cosas el hombre.

 

La ciudad, elevada, se ha encendido,

y oyen los vivos largos ladridos por el campo:

éste es el tránsito de la muerte, confundiéndose con la vida.

Estas piedras más nobles, que sólo el tiempo las tocara,

no han alcanzado aún el esplendor de tu cabello

y ellas, más lentas, sufren también el paso inexorable.

Yo sé por ti que vivo en desmesura,

y este fuerte dolor de la existencia

humilla al pensamiento.

Hoy repugna al espíritu

tanta belleza misteriosa, tanto reposo dulce, tanto engaño.

 

Esta ciudad será un bello lugar para esperar la nada

si el corazón alienta ya con frío,

contemplar la caída de los días,

desvanecer la carne.

Mas hoy, junto a los templos de los dioses,

miro caer en tierra el negro cielo

y siento que es mi vida quien aturde a la muerte.

 

 

Alocución pagana

 

¿Es que, acaso, estimáis que por creer

en la inmortalidad,

os tendrá que ser dada?

Es obra de la fe, del egoísmo

o la desolación.

Y si existe, no importa no haber creído en ella:

respuestas ignorantes son todas las humanas

si a la muerte interroga.

 

Seguid con vuestros ritos fastuosos, ofrendas a los dioses,

o grandes monumentos funerarios,

las cálidas plegarias, vuestra esperanza ciega.

O aceptad el vacío que vendrá,

en donde ni siquiera soplará un viento estéril.

Lo que habrá de venir será de todos,

pues no hay merecimiento en el nacer

y nada justifica nuestra muerte.

 

El Poeta Francisco Brines recibiendo el Premio Cervantes 2020 de manos de los reyes de España.
Valencia, 2021

 

Esplendor negro

 

Sólo una vez pudiste conocer aquel Esplendor negro

e intermitentemente recuerdas la experiencia con vaguedad,

aproximaciones difusas, inminencias,

y así, desde tu juventud, arrastras frío,

un invisible manto de ceniza escarlata.

Y no fue necesario cegar los ojos,

pues de las luces claras de los astros

llegó el delirio aquel, la posibilidad más exacta y sencilla:

en vez de Dios o el mundo

aquel negro Esplendor,

que ni siquiera es punto, pues no hay en él espacio,

ni se puede nombrar, porque no se dilata.

Valen igual Serenidad y Vértigo,

pues las palabras están dichas desde la noche de la tierra,

y las palabras son tan sólo expresión de un engaño.

Volver al centro aquel es ir por las afueras de la vida,

sin conocer la vida, un inmundo imposible,

pues sólo el no nacer te pudiera acercar a esa experiencia.

Crear la inexistencia, y su totalidad,

no te hizo poderoso,

ni derramó tu llanto, y nada redimiste.

La misma incomprensión que contemplar el mundo

te produjo el terror de aquel Esplendor negro,

y aquel desvalimiento al cubrirte las sábanas.

Insistencias en Luzbel

 

 

 

 

 

*(Valencia-España, 1932 – Valencia-España, 2021). Poeta. Miembro del Grupo poético del 50. Es miembro de la Real Academia Española. Ha recibido los premios Adonáis (1960), Nacional de Literatura de España (1987), de las Letras Valencianas (1987), Internacional de Poesía Federico García Lorca (2007), Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2010), Miguel de Cervantes (2020), entre otros. Ha publicado en poesía Las Brasas (1959), El santo inocente (1965, en reediciones se titula Materia narrativa inexacta); Palabras a la oscuridad (1966); Aún no ((1971); Ensayo de una despedida (1974); Insistencias en Luzbel (1977); Poemas excluidos (1984); Poemas a D.K. (1986); El otoño de las rosas (1986); El rumor del tiempo (antología, 1989); Espejo ciego (antología, 1993).

 

 

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