Por José Kozer
Crédito de la foto www.culturacientifica.com /
Mapamundi de «Geografía» de Claudio Ptolomeo
Imago mundi.
Poema de José Kozer
Hojear. Un lucio, y verse suscitar un río. Dejar correr
la vista por una superficie
lisa, números la horadan,
brota aulaga, en las puertas
del vecindario aparece un
asterisco rojo por orden
superior, no es ley pero
van a morir: resoplan a
lo lejos caballos retenidos
en sus propios espacios,
ijares empapados de
agua serenada de
madrugada en tibores,
recipientes de plástico,
barreños y palanganas
de cobre: a una señal
estallan, estallarán las
maderas, el acebo y
los lucios de río, redes
desfondadas, nada
que coger, alzar, todo
seto de buganvilia, tuya,
pruno enano, el mirto y
el higo loco se habrá
secado: huelga decir
que a partir de aquel
año no habrá azahar
en el limonero, la
naranja hollejo seco,
no dar otro paso, nada
que barruntar: el sargazo
apesta y las constelaciones
serán espejos retrasados,
y asunto concluido a raíz
de la muerte (no tengo
otra manera de transmitirlo,
coloco el recipiente sobre
el mueble consola) así me
alejo.
Irme a pie o mejor dicho largarme hasta que no haya
horizonte, se resquebraje
la cerca, a mis espaldas,
a ojos cerrados, entumecido,
fiel difunto, se seque el río,
desperdicio del agua:
boqueen lucios y lisas,
tencas, no quede abrojo
por pisotear, herramienta
para escarbar, caracoles
habitados, ecos, largos
ecos habituados a
constatar a medias lo
inesperado. Un bozal
la muerte. La tulipa
hecha trizas de una
lámpara al pie del sol
(mediodía) en lo más
interior de un cuarto
mis vísceras. El velo
protector nada oculta,
la manopla acaba de
descarnar. Devora la
neguilla la mesa
puesta, el contorno
de un caballo cercano
(lo lejano son las
trompetas) cubierto de
una sábana inconsútil,
gualdrapa despedazada,
flor de lis por los suelos,
no cabe en su agujero,
le sobra pieza por pieza
fuerza motriz para bajar
la cuesta, resoplar,
caracolear, echarse a
galopar tras piafar,
atravesar bruma
conformada a su
figura, irse de bruces
detrás del horizonte,
caballo de madera
espoleado.
La otra estructura de la madera, escalón a escalón,
donde las lámparas
cuelgan del cielo, se
reflejan en el suelo,
el subsuelo, me
permite en un rellano
o el hueco de una
escalera (cuidado
al pisar) contemplar
el espectáculo de
un horizonte celular,
microscópico, apenas
cabe una hormiga
patas arriba, el élitro
de un insecto, un
corpúsculo, un ocelo,
cornezuelo, y en un
espacio mayor del
todo exterior, ver
llegar las bandadas
de loros, las garzas
rumbo norte a la
media hora de salir
el sol: el fregadero
reluce, el piso
trapeado en seco,
silencio monástico,
apetito saciado, un
plátano de Indias
donde corresponde,
las siete palmas del
camellón cada una
con su estípula, tres
cuartos, dos ventanas,
la puerta ventana del
balcón y una última
mirada (habíamos
hecho planes de
almorzar mañana
berberechos,
ensaladilla rusa,
vino blanco)
quede claro,
suceda lo que
suceda será por
fuerza mayor.