Por Gladys Mendía*
Crédito de la foto Alfredo Cortina
Ida Gramcko:
el recuerdo antes que la experiencia
Ida Gramcko (Puerto Cabello-Venezuela, 1924 – Caracas-Venezuela, 1994), Premio Nacional de Literatura 1977. Se erige como una de las figuras más destacadas de la literatura venezolana del siglo XX. Reconocida y admirada por grandes autores como Andrés Eloy Blanco, Mariano Picón Salas, Juan Liscano, Rafael Arráiz Lucca, entre otros. Su obra, se caracteriza por una introspección profunda y una estética lírica única dejando un legado extraordinario en la literatura de Venezuela. Lamentablemente, esta multifacética escritora ha sido poco difundida dentro y fuera del país; una deuda que nunca es tarde para saldar.
Considero necesario traer a la palestra su vasta obra, no solo poética, sino en periodismo, filosofía, narrativa, teatro, y ensayo. Con la idea de realizar nuevas investigaciones y re valorar al mismo tiempo que visibilizar su aporte al mundo cultural y de las letras.
Desde jovencita llegada a Caracas, Ida entra a la radio. Escribe historietas en verso y diálogos que interpreta en programas radiales. Trabaja como reportera de periodismo policial y cronista en el diario El Nacional, oficio que ejerce por cincuenta años, convirtiéndose en una de las primeras periodistas del país. Colabora así mismo en la Revista Nacional de Cultura entre los años 1947 y 1963.
Ida tiene una vida compleja y llena de ansiedad y angustia. Pasa temporadas en las que sufre ataques psicóticos aislándola del entorno social al que habitualmente concurre. Le quedan sus familiares y amistades cercanas. Luego de estos tránsitos feroces, escribe, escribe copiosamente, a raudales.
En 1948 es enviada por el presidente Rómulo Gallegos para realizar labores diplomáticas como agregada cultural en la Unión Soviética. En 1963 es directora de la revista Mar de cosas a petición del escritor Mariano Picón Salas. En 1964, a los cuarenta años, egresa como Licenciada en Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, donde más adelante es profesora.
Publica los libros de teatro: Belén Silveira, María Lionza, La Rubiera, La dama y el oso, Penélope, Job y la gacela, La hija de Juan Palomo, La hoguera se hizo luz y La mujer del Catey. Coral Pérez dice sobre sus obras de teatro: “Su estilo es de un raro barroquismo interior, introspectivo, impresionista, que prolifera en temas mágicos (…) inspirada tutelarmente en leyendas, mitos y ritos indígenas venezolanos”. En una entrevista al Nacional el 3 de diciembre de 1958 Ida nos dice sobre hacer dramaturgia desde la poesía: “(…) que la fuerza lírica penetre en el público sin que se dé cuenta, a través de la acción.”
Sobre sus obras dice Leonardo Azparren Giménez en su libro Historia crítica del teatro venezolano (1594-1994):
El teatro de Ida Gramcko, muy celebrado en la década de los cincuenta y referencia principal en el panorama de las dramaturgas venezolanas, bien puede ser considerado un teatro para leer (un oxímoron), en el que destaca la alta calidad lírica de su lenguaje, en verso o prosa, aunque sacrifica la teatralidad, no por la debilidad de las fábulas sino por la poca o ninguna intriga que las sostiene en la escena.
Es autora de los libros de poesía: Umbral (1942), Cámara de cristal (1944), Contra el desnudo corazón del cielo (1944), La vara mágica (1948), Poemas (1952), Poemas de una psicótica (1964), Lo máximo murmura (1965), Sol y soledades (1966), Este canto rodado (1967), Salmos (1968), 0 grados norte francos (1969), Los estetas, los mendigos, los héroes (1970), Sonetos del origen (1972), La andanza y el hallazgo (1972), Quehaceres (1973), Salto Angel (1985), Treno (1993) y Obras escogidas (1988).
La creación literaria de Ida Gramcko, se distingue por su estilo personal y su mirada introspectiva hacia el mundo y hacia sí misma. Sus versos fluyen con una musicalidad que acaricia los sentidos, y su capacidad para exponer las emociones humanas la convierte en una poeta que se conecta íntimamente con quien la lee. Desde sus primeros poemas hasta su obra madura, la “niña prodigio” demuestra una evolución constante y una búsqueda incansable por expresar lo más profundo de su experiencia en relación con el cosmos. Una búsqueda de la humanidad y sus complejas lides. Inicia Juan Liscano el prólogo de Cámara de cristal (1944) así:
La precoz e iluminada madurez de esta poetisa, quien apenas cuenta con 20 años, y cuyos versos revelan una plenitud conceptual y formal verdaderamente extraordinaria, nos induce a pensar que la duración, es, quizás, una medida falsa, y que la única adecuada para medir una biografía es la intensidad.
Y luego más adelante dice:
En el contenido, su poesía revela una honda pasión amatoria, un estado perfecto de amor terrenal, pasional, noblemente nutrido de un erotismo sano, aunque siempre dolido. El amor y la muerte, la alegría y la pena, se besan apasionadamente al amparo del alma lírica y atormentada de esta joven poetisa.
En sus primeros escritos, Ida Gramcko aborda temas como la naturaleza y el amor. Su poesía revela una sensibilidad aguda hacia el mundo que la rodea, y su capacidad para plasmar las imágenes con precisión evoca una atmósfera de encanto y nostalgia. Su obra temprana ya muestra indicios de su estilo lírico y su profunda reflexión a través de un lenguaje formal y refinado.
La palabra poética de Ida trasciende la razón y se convierte en instrumento para cuestionar la experiencia vital. A través de sus versos, la poeta logra plasmar lo intangible y expresar emociones que resuenan en el lector a nivel personal y universal. En el poema “9” de Contra el desnudo corazón del cielo (1944), nos dice:
Soy racimo de luz,
puro haz de niebla,
aunque lo quieras tú
no puedo ser perfecta…
Mi ansiedad no termina,
mi amor no se condensa,
soy vida,
idea,
sonrisa,
tristeza,
y todo lo demás. Soy poesía
inmaterial y etérea,
flotante y desleída
como fuente de angustia, en la espera…
¿de qué? de ella, la misma
torturadora esencia
que me absorbe, seduce y aniquila
como la única fuerza.
Por ello, siento en mí como una herida
que soy casta y eterna,
un racimo de luz infinita,
el puro haz de la niebla,
sin perfección, sin fin, a la deriva,
sabiendo que jamás podré estar muerta.
En el poema “17” del mismo libro leemos:
Tú y yo, hundidos en la vida, sin saber,
perdidos en las cosas, sin pensar,
riendo y amando para morir después,
y después, ¿qué vendrá?
¿No crees tú que esta vida,
dolorosa y sensual,
es tan solo una obscura pupila
que nos cede el espíritu
para mirar, un poco, su verdad?
Sí, tan solo un aspecto
de su fuerza infinita;
un perfume, un color,
un hálito de sombras movedizas;
pero, ¿y esto que llamamos amor?
¿Un reflejo fugaz?
Terrible pensamiento que no quiero intentar
porque ya nos hundimos y perdemos,
y amamos esta viva realidad.
Animal de costumbre nuestro ser, Vida mía,
¿te fijas? “Vida mía”… y no sé decir más.
No, no, no me interrumpas,
tú y yo somos un algo
que ha de tenerlo todo
de esa fuerza ancestral.
Y si después de muertos
no encontramos de vida
la más leve señal,
¿viviremos? No. ¿Sentiremos? ¡No puede ser tampoco!
Dime, cruel fuerza extraña,
¿por qué, si era tan vano, nos enseñaste a amar?
La autora busca transformar lo efímero en eterno y trascendente a través del lenguaje poético, y su búsqueda del existir se convierte en una constante pulsión creativa.
Ida Gramcko considera que la palabra es un instrumento sanador, y su libro Poemas de una psicótica (1964) refleja un tránsito doloroso en camino hacia la recuperación y la conciencia expansiva. La poeta encuentra un espacio de claridad a través de la palabra, y la escritura se convierte en un medio para re-crear su mundo interno.
Ha dicho Rafael Arráiz Lucca sobre Poemas de una psicótica (1964):
Poesía que surge como de los pantanos del delirio y busca la difícil claridad, pero no a través del conducto de la claridad misma, sino del intrincado crucigrama del caos y de las palabras. Experiencia de la oscuridad en la aventura de la búsqueda de la luz.
La experiencia psicótica de Ida Gramcko se convierte en un camino para la expansión de la consciencia y la búsqueda de la iluminación mística. Su poesía oscila entre lo oscuro e inquietante, y su intento de simbolizar la experiencia psicótica resulta en una obra de gran belleza y originalidad.
Dice Ida al inicio del libro:
Los poemas comprendidos en DIABLOS, EL ÁNGEL y EL ESPECTRO, pertenecen a la psicosis que padecí. PLEGARIA, CASI SILENCIOS y LO MÁXIMO MURMURA son los poemas de mi curación. Lo fugitivo, porque se agota, se repite. Sólo lo verdadero permanece. Me alegra saber que, aún durante el sufrimiento de mi enfermedad, yo continué siendo poeta.
Caracas, diciembre 1964
Casi al final de su libro Sol y soledades (1966) dice: “El mundo natural solo quiero vivirlo recordando para que no me duela su compacta y vistosa materia”. Este es un fragmento de un párrafo mayor. Esta afirmación refuerza mi creencia que Ida tiene una forma neurodivergente de estar en el mundo. Entendiéndose por neurodivergente aquella persona que posee características neuronales o cerebrales diferentes al promedio. Aclaro que no es una enfermedad, sino una forma diferente de ser de la típica asumida por el sistema como única. Observo una similitud con el escritor, educador y autodidacta José Antonio Ramos Sucre (Venezuela, 1890 – Suiza, 1930). Recordemos unos versos de su poema titulado “Preludio”: “Yo quisiera estar entre vacías tinieblas, porque el mundo lastima cruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amada que me cuenta amarguras”. De manera similar, Ida se siente acechada por la realidad y sus estímulos. Tan es así, que prefiere el recuerdo a la experiencia. La ensoñación al fenómeno. Y después continúa su prosa:
Eso no le ocurre a ningún alma. Quieren, por ejemplo, vivenciar el otoño, tocando sus hojas berbellones. Yo, en cambio, prefiero no contemplar sus ramillas rojizas y sus arbustos gualdas. Quiero memorizarlo y entonces el otoño es como un oro antiguo o como un fino fuego.
Esa sensación de soledad, de entender y sentir de manera distinta a la mayoría de los individuos es otra característica de las personas neurodivergentes. La frustración por la incomprensión y muchas veces el rechazo por pensar y escribir diferente, está presente en la vida de nuestra querida escritora, quien tiene que inventarse una coraza para que no la afecten los comentarios y críticas sobre su obra. En este mismo orden de ideas, recuerdo el ensayo biográfico dedicado a Ida por la escritora María Cristina Solaeche Galera, donde en un párrafo dice “Es una escritura compleja estructuralmente, en la que se acentúa el estilo barroco y hermético en el juego del ritmo interior y de la rima”. Yo discrepo de esta visión, intuyo que Ida no es barroca y hermética, simplemente su expresión se manifiesta en correspondencias íntimas, así como en correspondencias universales, además de su indudable erudición, fruto de las numerosas lecturas y estudios que desarrolla a lo largo de su vida. Todo esto desembocando en una escritura enigmática para los demás, pero enigmática por la ignorancia de los conocimientos que Ida maneja con sabiduría. Ella dice: “La poesía es la voz de mi Verdad”. Algo así le pasa a Ramos Sucre, quien en respuesta a la crítica dice:
Los juicios acerca de mis dos libros han sido muy superficiales. No es fácil escribir un buen juicio sobre dos libros tan acendrados o refinados. Se requieren en el crítico los conocimientos que yo atesoré en el antro de mis dolores. Y todo el mundo no ha tenido una vida tan excepcional.
En la misma línea de sensibilidad encuentro a la poeta Emily Dickinson (Estados Unidos, 1830-1886), quien vive enclaustrada, vistiendo de blanco, para quien la poesía es otra manera de orar. Huye del bullicio, no habla a menos que le hablen y encuentra en la lectura la liberación: “No hay ninguna fragata como un libro para llevarnos a lejanas tierras, ni hay caballos mejores que una página de piafante poesía” dice en un poema. Emily manifiesta una alta fragilidad ante los estímulos, en su casa no recibe a nadie, sino a contadas personas y cada encuentro es un acontecimiento que deja una inmensa impresión en su psique canalizado en la escritura de cartas y poemas: “No es el morir lo que nos duele tanto, vivir sí que nos duele mucho más”. La memoria afectiva, el recuerdo, la ensoñación, son herramientas útiles porque vivir es doloroso, es imposible relacionarse sin salir herida. “En la voz siempre hay algo que nos salva. Sin embargo, el silencio es lo infinito”. Emily Dickinson llega a escribir en su poema “Un funeral en mi cerebro”, que su propia locura es en realidad el sentido más divino. Ese que le permite escribir y que le confiere profundos sufrimientos. A Ida le sucede parecido. Emily fue muy consciente de que le ocurría algo, y de que esos “demonios mentales”, como ella los llamaba, le nublaban la razón, el sentido y el equilibrio: “Y yo, y el silencio, una extraña raza. Destrozada y solitaria, aquí”. Y si sigo pensando en más escritores con estas características, recuerdo a Edgar Allan Poe (Estados Unidos, 1809-1849), quien escribe en su poema “Solo”:
Desde el tiempo de mi niñez, no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no pude sacar
mis pasiones desde una común primavera.
De la misma fuente no he tomado
mi pena; no se despertaría
mi corazón a la alegría con el mismo tono;
y todo lo que quise, lo quise solo.
Entonces -en mi niñez- en el amanecer
de una muy tempestuosa vida, se sacó
desde cada profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio que todavía me ata:
desde el torrente o la fuente,
desde el rojo peñasco de la montaña,
desde el sol que alrededor de mí giraba
en su otoño teñido de oro,
desde el rayo en el cielo
que pasaba junto a mí volando,
desde el trueno y la tormenta,
y la nube que tomó la forma
(cuando el resto del cielo era azul)
de un demonio ante mi vista.
Sin ir más allá, en nuestro país vecino —Argentina— nace una mujer muy especial, Alejandra Pizarnik (1936-1972), quien en vida lucha contra la depresión y la ansiedad, perdiendo la batalla con su suicidio a la edad de 36 años. Sus poemas breves, intensos y cargados de símbolos manifiestan un sentimiento de inadaptación, profundo hastío y melancolía. Su obra está marcada por el peso de la obligación de encajar en el molde social que aborrece:
Simplemente no soy de este mundo… Yo habito con frenesí la luna. No tengo miedo de morir; tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva… No puedo pensar en cosas concretas; no me interesan. Yo no sé hablar como todos. Mis palabras son extrañas y vienen de lejos, de donde no es, de los encuentros con nadie… ¿Qué haré cuando me sumerja en mis fantásticos sueños y no pueda ascender? Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver.
Nuestra Ida dice: “La soledad me ofrece lo que la compañía le cuesta entregar: silencio. Pero aun así soy incesante seguidora de las reuniones que organizamos para discutir un tema en particular o para intercambiar opiniones, ideas y versos”. Es entonces una persona de inclinación mayoritariamente solitaria, pero llamada con urgencia a reunirse con sus amistades queridas en torno al debate literario, cultural y artístico, temas de su fundamental interés y a los que entrega su vida.
Continuando con la obra de Ida Gramcko, su multifacética creatividad se plasma también en la narrativa. Escribe interesantísimas novelas como Juan sin miedo (1957) y la breve autobiografía novelada Tonta de capirote (1972). Con Juan sin miedo gana el Premio de Prosa “José Rafael Pocaterra”. De igual manera escribe los ensayos: El jinete de la brisa (1967), Preciso y continuo (1967), Magia y amor del pueblo (1970), Mitos simbólicos (1973), Poética (1983) e Historia y fabulación en “Mi delirio sobre el Chimborazo” (1988).
Quisiera agregar unas breves observaciones sobre la relación de Ida con el lenguaje y su neurodivergencia. Las personas neurodivergentes se caracterizan por tener una relación literal con el lenguaje en su uso cotidiano, en su interacción con los demás. Tienen una comprensión según el significado exacto de las palabras, es debido a esta razón que en muchas ocasiones no entienden las bromas, los chistes o los sarcasmos de las personas. Gracias a unas páginas que me compartió mi querida Belén Ojeda de Tonta de capirote, pude encontrar de la propia pluma de Ida anécdotas en este sentido, las cuales me recordaron mi propia experiencia y la de mis hijas, quienes estamos en el espectro autista. Citaré dos de las múltiples que hay en el libro:
-¿Qué es morir?- Indagué.
– ¡Bah, no te preocupes! Estirar la pata, simplemente.
Quería calma, quietud…eso debía existir. Y lo estirado o estirar la pata era todo lo contrario. No hay nada más distinto a lo sereno que lo tieso. No hay nada más distinto a lo estereotipado que lo que es espontáneo. No hay nada más distinto a lo aprendido que lo fresco. La educación, es una muerte.
Aquí se percibe además de la literalidad de la comprensión, una reflexión tajante sobre el sistema educativo equiparándolo a la muerte. Según sus memorias, ella cuando va al colegio se queda dormida, me imagino que se aburre. Para una mente brillante no hay nada más aburrido que esas largas y rígidas jornadas sobre temas de poco interés para nuestra “niña prodigio”. También en esta línea ella expresa que quería calma, quienes la conocieron me han dicho que ella sufría de ansiedad y fumaba mucho, también era insomne.
El otro ejemplo es el siguiente:
¿Qué era emparedar? A los “sandwichs” se les llamaba emparedados en idioma castizo. Entonces, doña Ana, ¿sería una especie de mujer “sandwich” como esos norteamericanos que se veían en fotografías, cuyo cuerpo se embutía entre dos carteles de propaganda?
Pero me lo explicaron.
En una entrevista ella declara: “Soy lo que llaman una autodidacta: yo leía mucho y muy disciplinadamente”. Ida y su hermana se educan en casa por diversas razones, sus padres son sobreprotectores y temen que les pase algo a sus hijas fuera del hogar, además tiene la posibilidad de aprender todo lo necesario de sus familiares. Ya adulta realiza exámenes para obtener el bachillerato y estudiar en la Universidad.
Ida Gramcko también incursiona en la prosa poética y la crítica literaria, lo que amplía aún más su impacto en el panorama cultural venezolano. Su capacidad para analizar y reflexionar sobre la literatura y el arte enriquece el discurso intelectual de su época y la consagra como una pensadora y crítica literaria de relevancia.
El poeta Alfredo Silva Estrada en el prólogo de sus Obras escogidas señala que “Esta orfebre, esta artesano exuberante, este arquitecto del lenguaje, esta tejedora agilísima trenza y destrenza, entreteje conceptos, pensamientos, sentencias, definiciones primigenias, imágenes, metáforas, símbolos, integrando discursos insólitamente ritmados, construcciones únicas dentro del panorama de nuestra más alta poesía.” y luego agrega que “La poesía de Ida Gramcko supone, fiel a su fundamentación conceptual, una violencia sobre la realidad, sobre las apariencias: irrupción abrupta, sacudimiento de lo real, ensanchamiento de mundos”.
Más adelante, nos dice al inicio de su libro de poemas Salmos (1968):
Desde hace años siento y expreso en mi poesía lo que para mí constituye una realidad espiritual invariable. Puede ser admitida, juzgada, criticada, censurada, mas no puedo dejar de ser yo. Y en nada me apesadumbra ser así. Dentro de esa realidad espiritual, el hallazgo de la amistad se me da como una dimensión sin asidero ni atracción sensoriales.
Caracas, noviembre 1968.
Con el paso del tiempo, Ida se sumerge en una reflexión más profunda sobre el yo y el ser humano. Su poesía adquiere un tono más íntimo y existencial, revelando inquietudes sobre la vida, la muerte, el amor y la identidad, siempre con un estilo clásico y erudito. Sus versos se tornan introspectivos y cuestionadores, mostrando complejos paisajes de la psique y enfrentando las verdades más profundas de la existencia. Recordemos que Ida fue filósofa de profesión, ella estudia en la Universidad Central de Venezuela, donde también ejerce como profesora de Literatura. Dice José Napoleón Oropeza (académico, escritor y promotor cultural venezolano) en el prólogo a Treno (1993):
Treno, extenso poema en estancias o conjunto de poemas de Ida Gramcko, es, quizá, en el panorama de la poesía contemporánea el poema amoroso más intenso escrito en nuestro país en los últimos tiempos. Mediante el empleo de un verbo de aliento cósmico, asentado en lo telúrico, tomando como herencia elementos de la poesía presocrática, y algunos símbolos que (retomados para la revisión lírica, o excusa del alma para su sentir) se tornan arquetípicos, Trenonos propone al diálogo del alma con su entorno, y del entorno, del hábitat, con el universo, a manera de un trepidante jadeo.
Nos dice Ida para cerrar el primer poema de Treno: “La voz no es un sonido sino un orbe que triunfa, la voz es un cimiento de arcángeles y arcadias.” En la escritura de Ida el misterio de la poesía y los misterios del inconsciente son lo mismo.
En el poema “IV” de Treno siguen las correspondencias:
Cuando se ama, en los ojos aflora la llovizna
y no sabes si riegas a otro ser o a la tierra.
No hay otredad. Fundidos al gorjeo y la brisa
fuimos como una fuerza floral sobre la yerba.
Sin medición. La forma tenaz se nos concilia,
lo distinto seduce, la fusión está cerca.
A veces, cuando se ama, resulta advenediza
la carne y una vasta posesión se pergeña.
Nuestra poeta es la naturaleza. Aprende a ver como un fenómeno natural todo lo que se desenvuelve dentro de su psiquis y mirando más allá, descubre los arquetipos que se imponen.
El caracol, la rosa, la brasa, el pez, la mies, el hueso, la luciérnaga, el girasol, el trébol, la breva, el crisol, constituyen algunos de los elementos que, una y otra vez, son retomados para la indagación elemental y comunicación arquetípica.
Nos recuerda José Napoleón Oropeza en el prólogo de Treno.
Ida Gramcko sabe consolidar una voz única, capaz de trascender el tiempo y llegar a las generaciones posteriores. Su legado literario aún tiene mucho por descubrir, siendo urgente la difusión de sus libros. La visibilización de su obra es esencial para que continúe inspirando a nuevas generaciones de poetas y lectores. Como una estrategia en este sentido, he creado el Premio de Poesía Joven Ida Gramcko 2024, con un jurado de lujo como se merece nuestra gran escritora. Y también, para conmemorar los 100 años de su nacimiento, la edición en tres volúmenes de su obra poética, que se irán publicando el 21 de marzo, el 21 de junio y el 21 de septiembre de 2024. Tres fechas que nos recuerdan los ciclos de la vida. Por supuesto, con la venia de su heredero, el Dr. Enrique Aristeguieta Gramcko, a quien le agradezco infinitamente la generosidad y el entusiasmo.
Para finalizar las reflexiones en torno a esta inolvidable alma de diamante, les comparto el primer poema que leí de ella y del cual incluí unos versos como epígrafe en mi segundo libro La silenciosa desesperación del sueño (2010):
ATIENDA AQUEL QUE DIJO
hallar dicha y sosiego
en un sueño beatífico y tranquilo;
atienda a lo que digo y lo que creo.
¿Sabes, nocturno amigo,
a qué cosa en verdad llamamos sueño?
Atiende, hermano mío,
sin pena y sin recelo,
yo, que he soñado, yo, que no he dormido,
te pregunto sin voz desde mi lecho:
¿crees que el sueño protege del abismo,
rescata del asalto y del incendio?
Yo, soñadora inmóvil, no he creído
en mi rostro apacible cuando duermo.
Lucho soñando, sórdida, conmigo,
con un pájaro extraño, con el viento,
con un agudo y afilado pico
que me horada las sienes y el cerebro
y dejo sangre en el cojín y heridos
flotan ardiendo, aullando, mis cabellos.
Soñador y sonámbulo es lo mismo.
Se va entre nieblas, huérfano.
¿Quién hiló las almohadas? ¿El olvido?
La mano movediza del recuerdo
con un sombrío ovillo
y tejió la crisálida del lienzo
con una larga víbora de lino
que se enrosca en el alma y en el cuerpo.
Atienda aquel que alguna vez me dijo
hallar quietud seráfica en el sueño;
atienda a mi creencia, a mi pregunta,
que es la de todo soñador despierto.
Creo en mi corazón, su llama oculta
bajo las sábanas, ardiendo.
Creo en mi sangre muda
corriendo como un río del infierno.
¿Cree alguien en la calma de las tumbas,
en la paz de los muertos?
Quieren creer… ¡No lo han creído nunca!
Descansa en paz, sólo es un gran deseo.
Descansa en paz, pero la paz no escucha;
descansa en paz, pero el descanso es ciego.
La muerte, insomne, mira hacia la lucha
y el sueño es el más íntimo desvelo.
De Poemas, 1952.
*(Venezuela, 1975). Poeta, escritora, traductora y editora. Fue becaria de la Fundación Neruda (2003 y 2017). Participó en el Taller de creación poética con Raúl Zurita (2006). Es editora fundadora de la Revista de Literatura y Artes LP5.cl y LP5 Editora, desde 2004 y cofundadora de la Furia del Libro (Feria de editoriales independientes, Chile). Traduce del portugués al castellano, entre otros, la antología poética de Roberto Piva titulada La catedral del desorden (2017). Ha publicado en poesía El tiempo es la herida que gotea (2009), El alcohol de los estados intermedios (2009), La silenciosa desesperación del sueño (2010), La grita. Reescritura de Las Moradas, de Teresa de Ávila (2011), Inquietantes dislocaciones del pulso (2012), El cantar de los manglares (2018), Telemática. Reflexiones de una adicta digital (2021), LUCES ALTAS luces de peligro (2022) y cocreados con Inteligencia Artificial Fosforescencia tigra, Aire y Memorias de árboles (2023); ha participado en diversas revistas literarias y antologías, la más reciente Temporary Archives, Poems by women of Latin America, ed. Juana Adcock y Jèssica Pujol Duran (2022).