Por Joaquín Fabrellas*
Crédito de la foto (izq.) www.caminosdepakistan.es /
(der.) Ed. Anagrama
Huyendo del canon.
19 apuntes sobre Besos humanos (2018),
de Francisco Ferrer Lerín*
1.- El conocimiento sesgado que tiene el público lector sobre FFL descansa en su propia leyenda. Creo que es hora de desmontar esa leyenda. Después de su silencio de más de tres décadas, es hoy un escritor que no deja de publicar, y el interés que suscita es tal, que el mundo editorial quiere disfrutar de esa vuelta, de ahí que se sucedan antologías alfabéticas, selecciones de textos, publicaciones en revistas especializadas, exposiciones, estudios de tesis, etc. No es, pues, un autor de culto porque hay un gran número de seguidores que siguen su vida y obras con una fe de conversos; es tal la cantidad de artículos que se han escrito sobre él, o de entrevistas que ha concedido en estos últimos años que lo elimina de la lista de raros, inclasificables u ocultos al gran público.
2.- La “rareza” de FFL reside, primero, en que su obra está blindada en cuanto al estilo, y, segundo, en que no es un autor popular. Textos que cuentan con más de cincuenta años siguen siendo actuales ahora. Es el viejo tropo del irreparable paso del tiempo, y esa “actualidad” no les ocurre a muchos autores contemporáneos, por el estilo o por la temática. Ferrer Lerín es atemporal. Ha dinamitado la lógica empresarial de las editoriales. Su especificidad lo hace único, la pureza sintáctica y léxica de sus textos lo convierten en un elegante del estilo mientras se abandona al estudio de las palabras, a la investigación en textos antiguos para cotejar y consignar significados y términos huérfanos, (hápax). O la pesquisa incesante en libros de caza medievales, o la búsqueda de una expresividad semántica única, por el choque de significados, que encuentra en algunas malas traducciones de enciclopedias antiguas. Esa es la diferencia con otros autores, no hay nada casual en su forma de proceder. Tradición y modernidad, porque también trabaja en los nuevos ámbitos tecnológicos, y los utiliza con destreza, y es ahí donde su obra se reproduce con profusión, como en ese laberinto de espejos que encontraríamos en Borges y que tratan de explicar los caminos inescrutables de la creación.
3.- Tanto se ha hablado de FFL como “alma nutricia” de los novísimos, o como “el ala más radical” de aquella tribu, que ya no significa nada; aquel movimiento poético promovido a partes iguales por un fenómeno editorial y por una estrategia intelectual, ha sido desmontado con el paso del tiempo con creces, —mientras se han recuperado otros autores que se apartaron de aquella canonización mercantilista de una generación moderna. También se ha hablado de la influencia en autores como L.M. Panero o Félix de Azúa, con los cuales tuvo estrecha relación en su juventud, y convierte a FFL en un absoluto moderno, por tanto, compararlo con los novísimos es hoy más un lastre que un elogio, toda vez que la relación con ellos sufrió también un continuo tira y afloja y fue fruto de desencuentros propios del pasar del tiempo que ahora no vienen al caso.
4.- Tampoco le ayudó a efectos del discernimiento entre su carácter público y privado, si no es para destacar el propio carácter casi literario de su persona: (esa forma de ser extremadamente seria en su forma de hablar, casi nunca sonríe, y cuando lo hace, el rictus le desaparece pronto, su metódica y pulcra corrección expresiva y la amena conversación que mantiene); la aparición en diversas obras literarias como personaje de (¿ficción?), en Vila-Matas, en Bartleby, o en Félix de Azúa, en el Diario de un hombre humillado, es por ello, que los lectores casi no diferencian entre el FFL real y el literario, porque el real se nutre de su fama literaria, de su desaparición durante tanto tiempo —más de tres décadas— y del carácter icónico de una extrañeza original que tanta falta hace en la literatura española actual.
Por tanto, es dueño de una singularidad que se tiende a confundir con una rareza estilística, y es el suyo un estilo basado en el apego a la corrección sintáctica, a la pulcritud a la hora de interpretar las normas, y es con esa pobreza aparente, con la que consigue superar las imposiciones que produce el marco teórico y técnico de donde sus obras surgen. Transgrede estilos con una naturalidad deudora de Borges, un Borges que habita un mundo de símbolos transitado por una corrección idiomática pocas veces vista y que no deja de referirse a sí mismo, o también, lo podemos emparentar con un Kafka que relata el horror con una tranquilidad y naturalidad impropias que convierte la realidad en una pesadilla líquida. De ahí nace la obra de Ferrer Lerín, de aquello que Rafael Argullol llamó las “escrituras fronterizas”, porque lo suyo es traspasar fronteras genéricas, y de ello, hay buenas muestras en Besos humanos.
5.- Es su obra en general una muestra de transdiscursividad, y eso es lo que lo hace tan moderno: la mezcla de géneros, porque en Besos humanos hay muestras que aparecen en otros libros ya publicados por el autor y que se han considerado como “poemas”, o quizá la palabra poema sería insuficiente para designar esa realidad artística. FFL habla de “casos” para ciertas manifestaciones textuales que difunde por las redes sociales. La crítica se muestra de nuevo incapaz a la hora de clasificar su producción. Tal vez, la forma de acometer por parte de los críticos oficiales ciertos fenómenos culturales sea insuficiente, desde luego, lo es a la hora de acometer el trabajo con Ferrer Lerín, ya que siguen trabajando con categorías trasnochadas que inventó la teoría literaria del racionalismo europeo, entrando en crisis inmediatamente con el surrealismo que diluyó los límites del libro como objeto literario, y con el arte “degenarado”, con un afán clasificatorio que más tenía que ver con el control de la obra y del autor, que con la propia hermenéutica de la misma. Eso sigue ocurriendo con un inclasificable como “el Buitre”.
6.- La producción de FFL tiene que ver más con la indisciplina creativa heredada de artistas tan afectos a él como Tristan Tzara. Ferrer Lerín como el artista aproximativo, aquel Tzara[1] que se acercaba a las distintas disciplinas con la intención de destruir las raíces en las que se basaba el arte, porque así procede FFL, con un ansia de sembrar el terror literario en donde nada se parece a nada en su obra. Es cambiante en la constancia, algo así como una literatura anfibia: su literatura es como el renacuajo que está a punto de abandonar su estado larvario, al que casi le molestan sus apéndices vestigiales, y que aún no puede habitar fuera del agua, incómodo en todos lados. Así su obra, no se ajusta a ningún estado literario por ese carácter transdiscursivo del que habla Agamben[2] [2005].
7.- Besos humanos viene construido de la mano de Ignacio Echevarría que ha elegido acertadamente los textos en una obra tan difícil de antologar por su gran extensión temporal. Arqueologiza los textos antiguos de FFL como pone a punto los nuevos o más recientes en un buen equilibrio que hace de este libro una agradable opción. Acierta también el compilador en la elección de la longitud de los mismos, porque a veces, estos relatos desgajados de su matriz original, ganan en impacto, como veremos más adelante.
Señala Echevarría en el Epílogo, (pp.163-170), su carácter “antipoético” y antiartístico en cuanto a la forma de acometer FFL la escritura de sus textos, así como el carácter onírico de muchos de sus relatos. Y de ese carácter liminar es consciente FFL, que en una conversación con el poeta Félix de Azúa, le confiesa que «las palabras que empleo, que en su mayoría no suelen etiquetarse como poéticas, sufren un cambio en su uso que las lleva a ocupar, a veces quizá con violencia, un lugar nuevo en la realidad, que sigue siendo la misma, pero contemplada de un modo nuevo»[3]. Esta característica no es baladí, pues también quedó recogida en una serie de presentaciones por toda la geografía española por la publicación del volumen El primer búfalo,[4] a cargo del editor malagueño Francisco Cumpián en 2016, donde él mismo reconocía que al poeta siempre le está acechando la tentación de un léxico mal escogido, expuesto a las influencias nefastas de la televisión, de la publicidad y del lenguaje de las nuevas tecnologías, que tanto pueden empobrecer el discurso artístico; cito de memoria, pero es algo corroborado por FFL en diversas ocasiones; de ahí la sentencia machadiana de que la poesía “es palabra en el tiempo”, y esa es su función, estar puesta en el tiempo para siempre, siendo la que nos sobreviva, hablando de nosotros cuando ya no estemos, por eso es la función del poeta: que sus palabras no estén manchadas por una carga semántica temporal, o que estén acotadas a un contexto local, execrable con el paso de tiempo, y es así como se hacen los clásicos y el motivo por el que las enormes hordas de poetas bien vendibles hoy, no aguantarán el tirón estilístico dentro de una década, pongamos por plazo.
8.- FFL se ha convertido en un Pierre Menard[5] apócrifo de sí mismo. FFL se ha convertido en un escritor que fagocita su propia obra y al presentarla en otros volúmenes, los mejora, —porque la realidad es la misma, pero la contemplamos de un modo nuevo— recordamos que nos dijo en la conversación con Azúa.
Puede verse este fenómeno en “Aparición/Desaparición de un capitán Mascaraque”, (p. 99), que aparece en Ciudad Corvina[6], y que, previamente había aparecido como “caso” en su blog personal el 9 de diciembre de 2016[7], sin que por ello sufra merma en su contenido, ya que como texto publicado en su blog, alcanza una extrañeza expresiva en ese espacio creado por FFL desde la soledad de su cueva pirenaica de la que periódicamente sale para darnos a todos su mensaje zoroástrico; se domestica como relato al incluirse con otros relatos, haciéndonos dudar de la expresividad casi lírica del blog, y se hace acompañar de otros “casos” similares en una parte del cuaderno publicado por Banda Legendaria. Esa es la transdiscursividad de la que hablaba al principio, la capacidad de ocupar diferentes espacios genéricos sin cambiar una palabra, y encontrando un significado y una expresividad nuevos, esa es la confusión de la que surge toda su obra. La retroalimentación sufrida por FFL que pocos saben manejar de forma tan excelente, porque hay que saberse camaleón y saber jugar con esa combinación de capacidades para camuflarse en esos espacios que tanto duelen al autor cuando los crea —pese a que Besos humanos se trate de una recopilación de su narrativa, se presta a cambiar de género debido al carácter inclasificable de su obra total.
9.- Nos cuenta en “Bibliofilia 5”, (pp. 104-5), que el gran profesor Solapas sueña siempre con su obra perfecta y continua, una obra que nunca se acaba, está ideando la página perfecta, que pueda incluirse e intercambiarse en toda su obra, de tal forma que se pueda extrapolar y poner en cualquier otro libro suyo o de otros autores; el modelo literario perfecto, el ideal de la literatura que nunca envejece y que todo el mundo entendería.
Recursividad y autorreferencialidad. Eso mismo es lo que le sucederá a la obra de FFL: leyendo uno de sus últimos libros, se podrán leer sus primeros trabajos, debido a todas las interacciones realizadas a lo largo de su carrera literaria que él mismo promueve creando una red de tuberías que hacen referencia a su propia obra y a sí mismo, perdiendo el referente y el contenedor/contenido (significante y significado cuando muta de género), que cambian también a cada paso que se da del mismo texto en una nueva publicación, trazando además un nuevo camino autónomo. Esto que acabo de plantear puede comprobarse en “Triángulo G mail”, (p. 75), publicado en su blog personal como “caso”, en Ciudad Corvina y en Besos humanos con la misma extensión original.
10.- “La casa”, (p.16), es un relato perteneciente a su libro Hiela sangre[8], donde paga homenaje a los sueños, a esa naturalidad con la que Ferrer Lerín usa lo onírico, adueñándose de su arquitectura sintáctica que recoge esa plasticidad dúctil que te lleva a no sospechar que se trata de un sueño, pero que sí deja el mal sabor de boca de las pesadillas recurrentes, así como esa tristeza inexplicable en los seres diurnos. Es otro relato — y aquí se ve la mano del recopilador— de menor extensión que el original, al que se le confiere una potencia mayor en su expresividad. Habla de la experiencia de la vuelta de un hijo a su casa algún tiempo después de cuando se generaron los recuerdos que aquí narra, una especie de Lázaro huérfano, cuyas sombras familiares lo acechan en la antigua casa paterna y se mueven entre la fantasía y la realidad de los recuerdos, y donde puede adivinarse la casa familiar de la calle Aribau de la Ciudad Condal.
11.- Una de las muestra más representativas de la narrativa de FFL se puede encontrar en la segunda pieza de Besos humanos, la titulada “De vientre”,(pp. 8-10), —sin duda, una de las mejores muestras de narrativa actual, una de sus mejores piezas— por sí sola, da buena muestra de las obsesiones de Ferrer Lerín, y de lo que hemos venido hablando en este trabajo: el sueño, esa apariencia de lo vivido ya soñado, de lo que necesita de una estructura sintáctica para contrarrestar la acción del rápido olvido de lo onírico, (el lenguaje era a Wittgenstein, lo que el sueño es a Ferrer Lerín), ese ejercicio nocturno que muchos de los surrealistas empezaron a contar o a pintar de forma desaforada, y que él nos confía de manera tan directa, recomponiendo la situación con invención y narrativa. Paulo Amatller es el alter ego de un Lerín joven, héroe de sus hazañas ornitólogicas y sexuales, para aquel que ande perdido, de Familias como la mía[9], pero por la misma explicación borgiana, aquí cobra nuevo sentido, ya que nos ofrece un Amatller al que no conocemos y nos abre el horizonte de expectativas literarias.
Por otra parte, esta escena discurre en la naturaleza: la observación de las aves, en donde se abre un pequeño hueco para tener el encuentro sexual agazapados entre la maleza y desde donde son observados por un rudo hombre campestre que es el que nos abre el plano a la contemplación de la escena, influencia del cine, no en vano la novela fue concebida como guion cinematográfico de una película que iba a dirigir Frederic Amat y quedó fosilizado en esta novela.
Cumple este texto el principio freudiano de liberación de la represión mediante la sublimación por el arte y la represión de la frustración, el sexo como impulso y la muerte como represión, fin de todo lo que nos contiene, la catarsis es la escritura misma para Ferrer Lerín. Alfa y omega de su literatura: lo carnal, lo corporal, el deseo sexual de la larga noche del sueño se mezclan con la carroña que van a devorar las bestias ávidas que consumen los restos del deseo urgente y aquello que queda perdido en el monte: la energía se consume en boca de los animales que aúllan de placer.
12.- No se trata, pues, de analizar aquí el carácter de las sesenta y cuatro piezas de Besos humanos —pues ese sería otro cometido— pero, es cierto, sin especificar cuántos, que los textos que ha escogido el antólogo se corresponden en mayor o menor medida con las obsesiones de FFL, es decir: el sueño como experiencia literaria, las bestias y los monstruos, la naturaleza, el recuerdo y el olvido, la identidad, el cine, la violencia y lo insólito real, así, a grandes rasgos, ya digo, porque no se trata de sacar conclusiones de los temas de una antología que procede de su obra general y que, además, abarca más de cinco décadas.
13.- FFL disecciona la realidad desde su conocimiento de la naturaleza y del tiempo, desde la paciencia con que ha pasado observando las aves necrófagas. Como el amanuense medieval, explica el mundo desde su acotado campo de visión, y eso es maestría, procedente ese oficio, además, de la poesía como una de las artes que confieren carácter al artista, y de la disciplina, una disciplina del tiempo, que ahonda en la humildad y en la espera; otrosí, la poesía regala al poeta la capacidad casi infinita de la espera y del amor por el lenguaje. La pulcra elección de las palabras combinada también con el uso del idioma como herramienta, —no hay que olvidar que Ferrer Lerín es poeta y filólogo— y lo es precisamente por esa forma de utilizar las palabras, de encontrar significados perdidos, de ajustar la sintaxis de tal forma que no sea afectada por el paso del tiempo: la diacronía temporal resulta de la sincronía del presente, de ahí la actualidad de su textos; el resultado de esto es ya lo inclasificable, su carácter híbrido necesitará más tiempo por parte de la crítica para ser entendido, la huida del canon, y esa es la innovación de FFL, la dificultad al recibir su obra y su correcta interpretación con unos recursos que se nos muestran insuficientes debido principalmente al carácter de mezcolanza en que su obra se mueve.
14.- Uno de los textos más impactantes del volumen es “La dama que vive”, (p.87-9), que guarda una relación muy estrecha con el quehacer de la poesía de los primeros setenta en España, por la mezcla de elementos culturalistas que presenta: la aristocracia ajada, lo exótico presentado como un elemento demodé, que suena a kitsch, toda la decoración de la alta burguesía venida a menos, la languidez previa a su desaparición, la sensación de estar asistiendo a un decorado donde se representa una obra de teatro de bibelots poco lustrosos que se mueven con hastío por palacios de cartón. Muestran el proverbial cansancio de unas formas poéticas tardo-modernistas que, en España, habían gozado de cierto privilegio hasta que su generación trató de enfrentarlas para acabar con el maldito cisne y su canto moribundo. Esta dama del relato nacida de la demi-monde Odette de Crecy de Proust, que compone un ideal medieval de belleza y que es poseída por el protagonista: «Vestido de crespón georgette color gris perla guarnecido con bandas fruncidas», (p.88); o, «coloco las dalias en el búcaro y el perfume en la mesita, […] le quito los zapatos de chapa niquelada. […] Lleva dos anillos lisos y un brazalete de asta de búfalo. También un collar en doble recorrido de perlas japonesas. […] La falda es doble en las partes delantera y trasera a modo de delantal.»
Después la narración se convierte en violencia ejercida sobre el cuerpo de la mujer que está inconsciente, (la cosificación del cuerpo femenino), discurre en un sueño, sin que los actos procedan con remordimiento o culpabilidad, todo es inexplicable, encarna la vuelta al orificio materno, a un nacimiento invertido en el que el hombre vuelve a la comodidad del lecho uterino, trasunto de la muerte, de nuevo el alfa y el omega, omega y alfa, donde todo se mezcla, la música de Paderewski, los referentes del viejo Egipto, el nacimiento de nuestro autor como él mismo nos revela: el 1 de enero de 1942; todo es sangre, hierro y confusión, el nacimiento se convierte en muerte, el deseo en tánatos. Primer dolor, primer trauma. Todo está unido en las cavidades del deseo.
Este texto es buena muestra del referente cultural común que afectó no solo a FFL, sino también a otros autores que empezaron a publicar en torno a finales de los sesenta y principios de los setenta, que vieron en la utilización y tratamiento del icono y las imágenes publicitarias una forma de proceder, influencia mercantilista que empezaba a entrar en España en esa pequeña apertura que ya se podía ver tras un tímido y aparente cambio en el último lustro del régimen franquista, influencia que también entraba gracias al cine y a la publicidad que asolaba las conciencias ciudadanas en una España que estaba ya instalada en un incipiente consumismo estructural.
El proceso de vaciado de la imagen icónica de reconocidos líderes culturales o la mezcla sinestésica de referentes es el punto de partida para ciertos poetas, entre los que se incluye FFL, y entre los que se encuentran también: A. Núñez, J-M. Ullán, A. Delgado, M. Vázquez Montalbán, que vieron en las imágenes publicitarias y en las canciones españolas y en otras pop, una buena forma de criticar la realidad empobrecida y decadente después de tantos años de rictus emocional.
15.- “Murió Ferrara”, (p.117-8), es otra de las muestras que mayor prestancia tienen en este volumen de Besos humanos y donde puede verse de forma clara la influencia del cine, por el planteamiento del texto y el desarrollo del mismo; FFL tiende a trabajar de forma cinematográfica, (véase Familias como la mía) procede pues su obra de la imagen, en realidad, casi todos los autores del siglo XX no pueden desvincular el carácter iconográfico de su obra de la influencia cinematográfica, el tratamiento de las situaciones y las presentaciones de los personajes. Aquí FFL nos da una lección literaria en cuanto a la economía discursiva para contar una historia que se desarrolla con recursos propios de una acotación teatral y que apunta el desarrollo de la misma: oraciones cortas, acciones directas. Además, escoge, como es habitual en sus textos, el coche como lugar donde empiezan o acaban algunos de sus textos, como si de una road movie se tratara. Un cortometraje perfecto medido en cuatro minutos y cuarenta y cinco segundos que es el tiempo que ha tardado en realizar su crimen y coger el documento del escritorio de Ferrara: «El motor a punto. Neumáticos nuevos. Firmemente anclado en el asiento único que envuelve mi espalda. […] Ya parto. No llueve. No se nota viento. Estoy rodando a 160 por la autopista que me lleva al sur. […] Llego al edificio. […] Llamo. Un disparo seco tumba al hombre inseguro alto y blanco que taponaba. Entro. La claridad […]». Como ejemplo de modo de narrar breve, sucinto y cortante, heredado de toda la literatura aséptica y necrófaga que durante tanto tiempo le ha estado ocupando en su residencia de Jaca.
16.- En otro orden de cosas, siempre me ha parecido que FFL es un creador de espacios en la literatura y en el arte, de hecho, uno de los espacios predilectos que más se repiten a lo largo de su obra son los autos, elementos en donde se empieza a contar algo, o de donde surge la historia, o en donde acaba, o el motivo por el cual se acaba, un accidente, una salida de la carretera o como elementos coadyuvante de la narración. Así pueden verse: “Murió Ferrara”, ( p. 117); “Espantoso sueño”, (p. 73); “Ciento ochenta”, (p. 70); aparece también un auto al comienzo de “La bête de Gévaudan”, (p. 50); o en “Otelo”, (p. 125).
Estos espacios humanos o naturales también pueden verse en su faceta como artista en su plataforma de Arte Casual, donde plasma fotografías que él mismo realiza o que le han enviado amigos y colaboradores, donde se reflejan espacios cubiertos (como hace el artista búlgaro Hristo), edificios, bóvedas, salones, esquinas de calles, nichos donde se introduce nuestro autor, callejones, hornacinas, buitreras, etc. El auto, pues, sería uno de los espacios que se repiten en su literatura.
17.- La identidad como desaparición en la obra, ocupa otro de los motivos centrales de FFL, recogida en Besos humanos, y es uno, a mi entender, de los temas más interesantes y que más desapercibidos ha pasado a la crítica, sobre todo, cuando se trata de una identidad mutable, una identidad que se deslíe entre las páginas de sus obras y que componen una de las muestras de desaparición del autor en la literatura hispánica más significativas; FFL certifica su desaparición en sus páginas en: «Ahora quisiera recordar a un singular personaje que durante aquellos años nos honró con su presencia.[…] él mismo se hacía llamar por el apodo con que era conocido: El Buitre. […] Filólogo, poeta, hombre de letras, compaginaba con éxito privado y público esa faceta con la práctica entusiasta e incansable de la ornitología de campo, […] Él fue quien se envolvió con un cadáver eventrado de asno en la vertiente norte de la montaña de Montserrat.». (P. 20). “El muladar”. Dice más adelante: «El Buitre no murió en Calaceite sino en San Hipólito de Voltregá, víctima de la conjunción de sus dos mayores pasiones: la ornitología y la toponimia. Pretendió atraer de nuevo a quienes habían dado nombre a la población (Voltregá-Vultuaria-Buitrera) y trazó un anillo en torno a ella compuesto por decenas de cadáveres de porcino convenientemente putrefactos para que resultara más visibles y atractivos para las aves.» (P. 21).
“Marcar las propias huellas en un lugar vacío”, nos avisaba Agamben en Profanaciones [2005], algo que se puede ajustar a la muerte real del autor en el texto, que es tanto como marcar el espacio donde el autor puede verse desapareciendo. La forma de enfrentarse a sí mismo en cuanto que sujeto inventado por su propia conciencia creativa, por eso decíamos al principio que la crítica ha ido creando una visión, simplista e interesada, de FFL, que no se ajusta a la realidad porque confunde más que esclarece.
También vuelve a desaparecer, intercambiándose con un vecino, en “Parábola de un fumador empedernido y un ornitólogo de campo”, (p. 127), «Hay que decir que el fumador empedernido fue torero, después comercial de una conocida marca de pinturas, […], mientras el ornitólogo de campo es, además de ello, poeta en activo […]». Nuestras vidas no son tan especiales como solemos pensar, por ello: «El fumador empedernido proponía un arreglo para convertir las dos importantes actividades […] en algo placentero. Proponía permutar los pisos.» (P. 128).
También esta desaparición de la identidad personal en la obra vuelve a ocurrir en “Partida de nacimiento”, (pp.42-3), donde el autor se vuelve a ver a sí mismo desde los ojos de un personaje distinto que habita espacios de sobra conocidos por el propio autor y que no duda en localizar y representar con rasgos cotidianos. «A Ferrer Lerín se le ha iluminado el rostro. Me ha guiñado un ojo. Ha soltado una carcajada. Y ha pedido otra ronda».
En “Ciento ochenta”, (pp.71-2) también nos cuenta su desaparición, su muerte, después de salir del coche en el que viajaba a dar un paseo, y comprueba con horror cómo se despeña el auto en que iba él junto con otras personas que murieron en el accidente, y ve a algunos salir, pero no a él mismo, atrapado entre el amasijo de hierros, visionándolo todo desde lo alto como en una pesadilla. El sueño sustituye a la realidad que sustituye la invención y él lo contempla desde el espacio del sueño— o de la muerte.
18.- Y, para terminar, su mayor expresión de la rareza, por lo que se le ha considerado como un autor de terror, sus bestias, que están aquí expuestas de manera acertada, autor como sabemos de un Bestiario; Besos humanos está plagado de estas bestias que transitan los espacios lerinianos, lo habitan, forman parte de él, son él, porque es cierto que FFL es un ciudadano ejemplar, pero también es un monstruo en todas sus acepciones.
“La bête de Guévaudan”, (pp. 50-70), es un buen ejemplo de esa narración fronteriza que mezcla la historia de una salvaje serie de asesinatos con la historia camuflada del personaje principal, es una de las muestras más extensas de Besos humanos, y como siempre hace muestra de su escritura circunstanciada y aséptica, donde asistimos a la detallada descripción de una serie de asesinatos en Francia producidos, al parecer, por un lobo. Sin embargo, la narración desemboca en un apasionante relato, (el cambio de acción también afecta a la forma y al ritmo, ya que de una narración con tintes históricos al principio de este fragmento, se pasa a una narración con tintes personales), de la creación de un lugar cerrado—debido a la fuerte demanda de estos servicios— y con el beneplácito de las autoridades, dada la corrupción urbanística y medioambiental, tras la compra por partes de un pequeño pueblo perdido donde ciertas mafias se pueden deshacer de algunos cadáveres incómodos: la mafia rusa o el Grup d´Alliberament Gay de la Franja del Ponent, donde, con la ayuda de un grupo de lobos y de varios lugareños, los cadáveres desaparecerán de forma más efectiva que en antiguos silos sin utilizar, y hasta las aves más inocentes ayudarán en este cometido: «aquí los gorriones también transmutan a carroñeros; arrancan diminutos jirones de carne y beben sangre». (P. 68).
Y es que las bestias han conocido la disciplina del cambio, la añorada transformación, a veces, también genérica del monstruo, su ser natural lo hace único y esa naturalidad asusta al resto, solo actúa así por su naturaleza animal, no hay maldad en ello. En “Corvus Corax”, (p. 28-30) el narrador, o bien es un cuervo, o bien se transforma en uno —de nuevo la desaparición del autor— y escuchamos la narración de él mismo, de ahí lo insólito, la Verwandlung kafkiana que nos hace tomar la perspectiva del animal, que sostiene a su vez la perspectiva de la animalización del ser humano, pues solo contempla cadáveres en una ciudad costera en la cual se puede alimentar indefinidamente.
En “El monstruo”, (p. 38), se establece una lucha entre un ser monstruoso y el narrador, pero sin llegar a delimitar muy bien quién es quién, quién ha sufrido una transformación, o, si en verdad, son los dos la misma cosa-ente que, como amantes dan vueltas en un lecho onírico, la transformación y lo transformado se amalgaman en una confusión de miembros, extremidades y humores líquidos que se trasvasan una y otra vez. ¿Somos humanos o bestias según la razón occidental? ¿Cuál es nuestro carácter? Eso se vierte en su literatura.
En “Anteo”, (p.80), ocurre lo mismo, la transformación; basado en el gigante de la mitología griega que FFL convierte en licántropo; este hermoso relato también tiene como fin el paso del tiempo, pues mientras el hombre sufre su transformación, el tiempo no pasa igual para él. La bestia en sí tiene un carácter atemporal, casi inmortal.
19.- En definitiva, FFL es un autor incómodo por el carácter inclasificable de su literatura. No le vale el canon. Habita distintos géneros literarios, engaña al lector por transitar entre espacios no muy bien delimitados y por relatarnos realidades que igualmente habitan lo soñado y lo irreal, haciéndonos desmentir las categorías sobre las que se basa el alma humana, el discernimiento de la verdad y lo que representa; un espacio en el que todo discurre entre el recuerdo y el olvido, y donde se está destruyendo continuamente las categorías mentales que nos hacen llegar hasta un lugar que antes pertenecía solo a una verdad/mentira educada que nos han hecho creer siempre; por eso, su obra es necesaria, porque no encontraremos otro autor al que le guste jugar tanto con el barro, mientras marca las huellas de su propia desaparición en su literatura, mientras oímos su risa sardónica al escuchar a los cuerpos neutrales estrellándose contra su propia mentira creída solo en los reflejos.
Porque es la suya una literatura de transición, híbrida, transmutándose continuamente, mudando de piel, habitando el propio espacio que crea para su obra, una obra en continuo cambio desde la constancia impecable de un escritor que se escapa del canon. No le cogeréis.
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[1] Ferrer Lerín tradujo en 1970 L´homme aproximatif cuando trabajaba en Barral editores, a las órdenes de Carlos Barral, pero se perdió en los trasiegos de la empresa editorial de Carlos Barral.
[2] Profanaciones, G. Agamben. Anagrama. 2005.
[3] Conversación recogida en Ínsula, n. 825, pp. 21-27, septiembre 2015, con Félix de Azúa. Recogida esta cita también en el epílogo de Besos humanos firmado por I. Echevarría, (p. 165).
[4] El primer búfalo. El árbol de Poe. Colección “En Picado”. Málaga. 2016. Antología ordenada alfabéticamente. Prólogo de Juan Antonio Buil.
[5] “Pierre Menard, autor del Quijote”, J.L. Borges. Ficciones, 1946.
[6] Ciudad Corvina. FFL. Banda legendaria editores. Cuadernos 21 versos. Valencia. 2018.
[7] www.ferrerlerin.blogspot.com es el blog personal de FFL. El autor también tiene un blog profesional en la plataforma El Boomeran(g).
[8] Hiela sangre. FFL. Tusquets. Nuevos textos sagrados. Barcelona. 2013.
[9] La portentosa Familias como la mía. Tusquets. Barcelona. 2011. Es la única novela hasta ahora de FFL, comprende dos partes: Níquel, que fue publicada por la zaragozana Mira Editores, y la segunda parte, Nora Peb, que ya se publicó después junto a Níquel.
*Poeta y profesor de Literatura. Escribe estudios críticos, traducciones y reseñas para las revistas La manzana poética y Paraíso, así como artículos en Viva Jaén y en el blog www.lobelloylodifícil.wordpress.com