Por Luis Carlos Mussó*
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Húmedo azogue. 7 poemas de Luis Carlos Mussó
Ajedrez
64 escaques, un tablero. Tú de ébano ciego, yo de hueso-color. Te mueves en todas direcciones, pero tu abalorio recibe mi agujazo de hormigas. Los cuadros han medido tu silencio con un toque de incienso entre tus rodillas; y el peón adivina su salto diminuto sobre el tablero [PxT]. Tus torres se desladrillan en la diagonal de su cruz cuando entro en tu mezquita de rodillas [PxA]: aves de plumaje sin colores vuelan sobre el alfil mientras el caballo en celo revienta su casco de marfil en el coito de las laderas en ele, en forma de ele [PxC]. Poco falta para el sangrado del cielo aunque lucho y venzo en el enroque [0-0-0]. Son míos el susurro de los espacios, ese jardín incauto, el surco obediente de la espalda. El empeine de tu pie, a solo un casillero de mi lengua ofidia [PxP4R]. Culpas a la almohada de tus dolores –te ensañas con ella a mordiscos y lametones–. Pero no has caído en cuenta: somos ya un monstruo de doble espalda con fuegos de sal en el núcleo [P5D+]. Cojea nuestro aliento en este juego de reyes. Mi ariete embiste/ barrena las carnes/ incursiona en la memoria/ se duele en ti/ nos inunda pues tu saliva lo festeja y lo corona –peón por reina–. El surco está abierto para las tablas: nadie sabe de quién es la victoria [PxR++]. Nadie sabe de quién, el jaque mate.
Re[s]co[l]dos de vidrio
Sin saberlo Indiana está cerca / muy cerca / más cerca de lo que pensaba. La imaginé perdida para siempre –como al arca de la alianza– y llena de inscripciones sobre su nombre de yesca / y esta columna de humo corintio –esculpida con mecheros– quema pastizales en mi memoria:
empresa lisiada y polvo resarcido [virtual] a más de carroña para los cuervos y tribu perdida que aguaita mis nombres arrastrados por el viento impúdico impregnado en cuarzo y en un ajeno fuego antiaéreo [aún virtual]
Las zarzas albergan el grito de los pájaros / Y cada árbol es antorcha verde llena de sonidos en su destierro redoblado / Qué fue del nombre que sangra restándole volumen al gozo / sino consagración agusanada de mapas sobre los que sobrevuela –como gallinazo– esa tu voz hendida y rajada y leporina.
Ante la mar crispada [capítulos 1 – 3]
1
Con esparcir caracoles sobre el tapete –y desplegar su lámpara de aire iridiscente–, se reconcilian el arrebato de la luz y un antiguo tañido de vientos que camina entre los bejucos. Y la sombra de los orishás oscurece mis rostros / inocula tus miembros.
2
En un mundo anterior retenido bajo vientres que jamás callan están mis muertos –las manos vueltas hacia arriba– reconociendo rabos de gallo en un cielo rígido a través de celosías hechas de acacia y del sexo de flores venerables.
3
Sin saberlo, la muerte puede aún llamarse César y caer de rodillas ante una daga / o llamarse César y ser el jerarca que extenúa flores al son del estandarte. Sensemayá: para qué el llanto por el que nunca has llorado, si las cuerdas del instrumento son los surcos de toda triste canción / toda triste semilla. Desde las azoteas, un estrambote sin soneto busca las lindes del espíritu. Quencúyere / Mayambé. Y en mi voz ofuscada se posan los colibríes al tiempo que una cruz se incendia como zarza / la enorme zarza en llamas que avistas en el campo del Ku-Klux-Klan.
Telegrama
de indiana. a tantos de tantos.– En este naufragio sin olas, punto. Quise asentadas las huellas, punto. Pero no están las lumbres en la pupila ni en el húmedo azogue, punto. Y tanto ya no están, que en su lugar creció la demencia como idioma cuyas ramas fabrican una pizarra desbarrancada, punto. Y hallo un zodiaco que se remienda con exterminios negados a la derrota abierta, punto. Maestría y desamparo en este calidoscopio de pesadillas acuclilladas, punto. Aunque la amenaza del bufón sea el crimen más ligado a tu aliento –a la escasez de estas alforjas–, punto. Extenuados, un par de ángeles oscuros cierran mis ojos, punto. Les ha dado por medrar conmigo, punto.
Rememoración
[cfr. Historia de la eternidad]
Después de aquella noche –la de luna preñada, por más señas– en que pronunciamos al unísono el dolor y la herida en nuestros cuerpos, y en la que anegamos una terrible canción en ciénagas y resuellos –aferrados, ambos, con los dientes–, me negaste siete veces.
Recordé los hielos escandinavos. Esperé a que los lobos engulleran al sol y a la luna y pisé fuertemente el puente de la nave que me llevaría lejos –muy lejos–. Aquella nave construida con uñas de muertos y con pretensiones de trasatlántico o trirreme. Sentí la fuerza quebrada en mis rodillas, un humor vacío en el sexo y dos marcas color marrón –una en la nuez de Adán, otra en el hombro– que me estrangulaban. Pisé fuertemente sobre el puente de la nave, la que sería un abismo dispuesto a abrirme su secreto. Y viajé en aquella nave. Aquella nave pesada como tierra curada con uranio. Aquella nave construida con mis propias uñas.
Dominó
1
siento que esta mano demente está escribiendo sobre ti / que está escribiendo sobre mí / sobre una luz de altos refugios en esa noche quemada cuando me enteré por un viejo amigo en la cantina –de muros más blancos que los de un sanatorio victoriano– que más pronto de lo que me imaginaba se vaciarían de luz mis ojos, como callan, de golpe y a un mismo tiempo, los grillos en la oscurana
2
siento que esta mano demente está escribiendo sobre ti / sobre la noche que cerraste pensándote héroe trágico solo porque mataste a tu padre y vaciaste tus ojos frente al espectáculo de tu madre desnuda que caía del dintel como plomada de carne / igual a tu viejo columpio que no era tu columpio sino la sombra del cuerpo que inauguró tus pesadillas
3
siento que esta mano demente está escribiendo sobre ti / porque el cuerpo es tu región más poética cuando camina hacia esas lindes que tiran de las venas de mi ojo / porque el cuerpo es tu región más política cuando avanza, manso, hacia la pudrición: porque le has ofrecido tu cuerpo a la muerte / y ella te separa sus labios, como aceitados muslos
desabrocho la esquizofrenia de esta urbe …ciudad ciudad ciudad… / la expongo entre sus portones de neón con la precisión de un interruptor / le madrugo sus fuegos fatuos / llega el instante de abolir el paisaje urbano de abolir la luz tal y como la entendía hasta hoy de abolir la sobriedad del sexo de abolir los puntos cardinales / y el escalofrío no quiere ser la sombra de un cadáver y huye a toda prisa de mi espalda / y me prepara para el silencio / porque mi silencio es como decirte: ―aléjate de una vez, que no quiero que escuches cómo me pudro
crónicas 1 – 7