Huida y nueva tierra. Sobre «Los emigrantes» (2014), de Gaëlle Le Calvez

 

Por Gerardo Muñoz*

Crédito de la foto Ed. Molinos de Viento

 

 

Huida y nueva tierra.

Sobre Los emigrantes (2014),

de Gaëlle Le Calvez

 

 

El poema nos devuelve el extraño fulgor de lo divino en la tierra. En su cuarto poemario Los emigrantes (2015), la poeta mexicana-francesa Gaëlle Le Calvez** traza un recorrido sobre el mundo entendido como éxodo y clamor por un destino. Claramente el título pudiera prestarse a equívocos, ya que sabemos que atravesamos una época con vastas dificultades para entender la exterioridad del mundo. Es en este sentido el hecho de que la poeta no le “cante” a quien “emigra” o se “expone” al peligro del viaje, sino, más bien, su voz da testimonio de todas las posibilidades que nos acogen. Decir aquí posibilidad significa marcar una zona donde uno ha podido ser, pero también y sobre todo donde nunca he sido. Lo no-vivido aparece a lo largo del poemario como trazo inmemorial y minúsculo, apenas imperceptible. No es casual que el poemario abra con una exposición sobre el “principio” del habitar. Escribe Le Calvez: “Habitada la casa. Por tu olor. Habitada en el cuerpo… donde el amor se multiplica. Donde la palabra es el comienzo”.

No podemos pasar por alto que habitar es más que una “estancia” en el hogar; es la relación abierta y libre con el mundo. La errancia migrante acontecerá justo en este umbral: desde el interior al exterior, desde lo insular a lo múltiple, del cuerpo al paisaje, del comienzo a la duración que acecha a las formas. El “principio” al que alude la poeta —tal y como se hace en la génesis inasible del poema— no es un punto medible en el tiempo, sino el vórtice insurgente que no cesa de aparecer y desaparecer.

Frente las pulsiones espaciales que subdividen el mundo en territorios, Le Calvez concibe las apariencias al interior de la temporalidad. En “Shopping” leemos: “Las estaciones visten a las vitrinas si sólo llueve y no llueve, ¿Cuál es la diferencia? Quienes sólo pasan se detienen a veces para observarse a sí mismos su reflejo penetra y luego se diluye o simplemente desaparece”. El lugar de los objetos ya no tiene primacía porque carecen de experiencia. Eso lo sabemos hoy a la luz del ascenso civilizatorio de la metrópoli; algo que también ha percibido con lucidez la poeta norteamericana Jana Prikryl. En otros momentos se escucha más cerca ese tenor anti-metropolitano: “Enloquece mi paso me pierdo en esta ciudad que no reconozco y a la que no pienso volver a lo lejos…mientras camino de regreso hacia el sol”.

 

La poeta Gaëlle Le Calvez. Crédito de la fotografía: Pascual Borzelli

 

El “comienzo” (archê) es lo insondable del tiempo una vez que las apariencias se liberan de sus objetos. Le Calvez busca el afuera permanentemente en un polemos que no se reconoce en el encantamiento del lugar, sino en el ejercicio de la huida. Pero la huida aquí no es una figura que “sostenga” la movilidad del “principio”. La huida es lo que siempre ha estado-ahí, como un paisaje, donde las cosas aparecen en su inaparencia insospechada. Por eso leemos en “Vista sobre Manhattan”: “En aquel pedazo de tierra/ domina el paisaje/ verde madre fuego eterno… la única distancia es el río”. La tierra se desrealiza, pues la huida despeja paisaje extático que carece de propiedades (color, volumen, objetos, figuras). La distancia se vuelve irreductible entre mi aparecer y el afuera. Si podemos hablar hoy de algo así como una “crisis civilizacional” de la ciudad, es justo porque no hay resistencia hacia el paisaje. La distancia que Le Calvez recoge desde las alturas de Manhattan es la preparación en la voz de otra posibilidad de estar en el mundo. Y el mundo no es un territorio; es aquello que habito desde mis modos ser, actuar, contemplar, o amar.

En primer lugar, cuidar lo no-vivido en mi existencia. Como escribe Le Calvez: “lo que podría ser. Lo que pudo haber sido. Y el solitario espacio al que se vuelve”. En esta forma completamente modal (en la forma gramática del condicional) aparece el trazo de una huida de todo aquello que le pertenece a la vida. El espacio que “vuelve”, por lo tanto, no es un lugar físico, sino más bien, abismo de lo no-acontecido. Y, sin embargo, para Le Calvez es insuficiente que este desnudamiento de la experiencia cristalice en la imaginación. Necesitamos recorridos, encuentros, viajes. Estos son los nodos de la experiencia que no pueden anidarse en el lenguaje.

Dice Le Calvez: “No termina el viaje/ el barco gira sobre sí mismo/ y yo invento mi propia deriva”. La experiencia abre otra relación con el mundo, aunque no en un sentido meramente metafórico. Esta experiencia es tanto destino del afuera de la vida como transfiguración del habitar. En los tal vez sean los versos del vórtice de Los emigrantes, dice la poeta:

“No conozco su tumba no me hice piedra para acompañarte nunca je n’ ai jamais dit adieu no pude detener la marea entre nosotros diez mil kilómetros son el duelo la distancia que permanece entre el pasado y la tierra nueva donde el sol reina”.

 

 

¿Cómo llegamos a esa “nueva tierra donde el sol reina”? ¿De qué tipo de tierra hablamos tan iluminada hasta al punto de que su basileus lo ilumine todo? Obviamente que no se trata del sol de una verdad suprema que produce y orienta ruta de vida para los mortales. La luz es la física de una transformación del mundo en paisaje, nunca en cultivo. Justo en los versos siguientes, Le Calvez se suma a nuestra hipótesis: “Arlette era ese cofre adornado con hortensias rosas lilas azules del jardín”. Un jardín no es un lugar de producción ni topos civilizatorio; es algo así como la mancha floral de luz con las superficies. En el jardín no hay formas estables ni agrimensura, sino la posibilidad de la misma errancia que Mónica Ferrando ha asociado con el nomos mousikos[1]. La voz de Le Calvez es el medio de la experiencia del poema como fuerza de su desborde.

Es en este punto que establecer un diálogo con Hölderlin ayuda a ecualizar sintonías. Pues, si la experiencia es el recorrido y la huida del nomos telúrico, entonces la comprensión debe aspirar a atravesar lo irreductible en la distancia. En uno de sus tardíos cantos hespéricos, “El viaje”, excelentemente traducido por Verónica Jaffe, leemos: “y hacia lo alto pregunto,… a lo lejos me suena, tonos dorados, en esta hora cuando/ el pájaro despierta. Así bien va pasando”[2]. Si para Le Calvez la nueva tierra es aquella donde el sol reina, en Hölderlin el viaje queda registrado en tonos dorados. En ambas miradas, sin embargo, el paisaje reaparece como una separación respecto al mundo, produciendo un tiempo otro, el de la inversión de la especie.

En uno de los últimos poemas de Los emigrantes, Le Calvez da cuenta de este tiempo ex-nomos desde la mítica ballena de los mares: “…dices las ballenas como nosotros pueden permanecer sumergidas por un tiempo indefinido y descender hasta mil metros de profundidad…la ballena huye hacia cualquier dirección…”. La composición de las distancias fortuitas, que van marcando mis direcciones es lo que podemos situar bajo el signo de la phygén, que es precisamente la condición del fugitivo: la huida de uno mismo hacia uno solo. Pero también del que emigra del vitalismo de las formas: “soy todos los rostros y al final ninguno”. Es así, en un trazo de fuego vocal, como la poeta escribe en los últimos versos del libro la fuerza aórgica que es el extravío de nuestra tradición. En este punto también Le Calvez aclama las intuiciones pindáricas de Hölderlin: allí donde el poeta se entrega a la “infidelidad divina” se le dan a ver sus verdades en el tiempo.  

 

 

 

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[1] Ferrando, M. (2018). Il Regno Errante: L’Arcadia como paradigma politico. Vicenza: Neri Pozza Editore

[2] Jaffé, V. (2016). Friedrich Hölderlin: Cantos Hespéricos. Traducción y versiones libres (en lienzos y poemas). Caracas: La Laguna de Campona.

 

 

 

 

 

*Ensayista y poeta. Profesor en Lehigh University, Pensilvania (EE. UU.). Ha publicado Alberto Lamar Schweyer: ensayos sobre poética y política (2018) y Por una política posthegemónica (2020), entre otros.

 

 

**(París-Francia, 1971). Poeta, editora y académica. Se desempeña como colaboradora de varias revistas entre las que destacan Letras Libres y Periódico de Poesía. Es coeditora de Hiedra Magazine (www.hiedramagazine.com). Ha publicado en poesía Beirut o de las ruinas (1998), Otra es la casa (2000), La isla más alta (2004) y Los emigrantes (2014).

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