Poemas por Don Mee Choi* de ©DMZ Colony 2020
se publican con el permiso de la autora y Wave Books
Traducción por Katherine M. Hedeen
y Víctor Rodríguez Núñez
Crédito de la foto (izq.) Wave Books /
(der.) Archivo de la autora
Don Mee Choi.
Las huérfanas
Estos poemas forman parte del libro DMZ Colony, ganador en 2020 de uno de los premios de poesía más prestigiosos de Estados Unidos, el National Book Award. Su autora, Don Mee Choi (Seúl-Corea del Sur), es poeta, traductora y ensayista. Su obra había sido galardonada antes con los premios Whiting, Lanning y Lucien Stryk, así como con la residencia DAAD en Berlín. Por su traducción al inglés de Autobiography of Death, obra de la poeta coreana Kim Hyesoon, recibió en Canadá el prestigioso premio de poesía Grifiin (2019). La obra de Don Mee Choi está plenamente posicionada en su país natal, y sobre todo en la lucha contra el neo-colonialismo estadounidense. El mismo título DMZ Colony (en español, Colonia de la Zona Desmilitarizada), se refiere a la frontera resultante de una guerra, impuesta por intereses imperialistas, que resultó en la división de Corea. El poemario se divide en varias secciones, y “Las huérfanas” es una de ellas. De acuerdo con Choi, estos poemas son sus traducciones de testimonios de varias huérfanas de una masacre perpetrada por el ejército de Corea del Sur, en una provincia sureña de la península, en 1951. Al traducirlas al español, pudimos escuchar como un eco de las voces latinoamericanas, víctimas de la misma tragedia. Solo ha ocurrido en un sitio diferente. Suele decirse que la traducción es imposible, y sobre todo de la poesía, pero en este caso fue demasiado fácil. Además, no deja de llamar la atención que la guerra desborde las especificidades de los idiomas, de las culturas. En fin, aquí le ofrecemos al lector hispanohablante una perspectiva de —como Choi se identifica a sí misma— “una hija de la neo-colonia”, o sea, de una pariente muy cercana nuestra.
11 poemas de DMZ Colony (‘Colonia de la Zona Desmilitarizada’, 2020),
de Don Mee Choi
Ningún imaginario realmente ayuda a prevenir la miseria,
a oponerse a las opresiones, a sostener a quienes las “soportan”
en su cuerpo o en su espíritu. Pero el imaginario modifica
las mentalidades, tan lentamente como sea.
Édouard Glissant
Poética de la relación (traducción de Senda Inés Sferco
y Ana Paula Penchaszadeh)
En una noche sin estrellas, yo estaba varada. Ni qué decir, los extranjeros siempre estamos varados. Tomé la decisión de traducir las historias de ocho niñas que sobrevivieron la masacre de Sancheong-Hamyang, que tuvo lugar en Gyeongsangnam-do, una provincia sureña de Corea del Sur, en 1951. La decisión de traducir las historias de las niñas no la tomé sola. Puede demorar miles de millones de años para que la luz nos llegue a través de las galaxias, o sea, la Historia siempre está por llegar. Así las cosas, es probable que esa decisión, en apariencias solo mía, fuera tomada por otro hace muchos años, o sea, el idioma —o sea, la traducción— siempre se alza de la conciencia colectiva. Me dices que sea objetiva. Como ya mencioné, los extranjeros simplemente lo sabemos. Nombraré a las huérfanas que sobrevivieron cada una en honor de los niños sin nombre que todavía extrañan su casa, que son prisioneros, que están detenidos en un campo de internamiento, en un campo de concentración, en el mar, en el desierto, en el Planeta Nueve, entre otros. Y no olvidemos a los niños que todavía están en la escuela.
La huérfana Cheo Geum-jeom
(13 años)
¡Año nuevo! Estaba repleta de comer un montón de tortas de arroz. Mis preferidas son las rellenas de castañas. Hacía tanto frío que parecía que mis dedos se iban a partir, pero de todas maneras fui a la casa de mi amiga para jugar. Luego sentí la ametralladora y vi el enjambre de soldados. Parecían hormigas sobre la nieve. ¡Salgan ya! gritaron. ¡Vamos a matarlos a todos! Pero mi amiga y yo seguíamos jugando. Imaginábamos que era todavía verano y hacíamos fideos verdes con hojas de camelia, cortándolas fino y con mucho cuidado. Luego todos en el pueblo fueron detenidos. Mi madre lloraba, nunca la había visto llorar. A lo mejor, por eso yo empecé a llorar también. Los soldados hicieron que subiéramos la colina en el bosque donde mi madre y yo recogíamos castañas. Me había entrado tanto miedo que no me di cuenta de que me había quitado los zapatos. Lloré aún más. Más que cualquier otra cosa, odio estar sin zapatos. Apretaba la mano de mi madre y me di vuelta porque los soldados lo mandaron. Miré hacia abajo en el hoyo. Solo vi tierra. Pensé ¿cómo voy a encontrar mis zapatos? Entonces de pronto mi madre flotó en el aire varias veces. De algún modo, yo estaba ya acostada debajo de ella. De algún modo, una bala entró en mi pie izquierdo. De algún modo, había tanto silencio que pude escucharlo todo en mi cabeza. De algún modo, salté hacia lo alto. Todos los cadáveres ardían. De algún modo, mi madre estaba sin cabeza. Mi tío, cubierto de sangre, se volvió loco. De algún modo de algún modo. Cruzamos el río corriendo y subimos la cuesta. Los soldados nos vieron y nos volvieron a disparar.
La huérfana Helo Jeom-dal
(10 años)
Todavía me orino en la cama. Tenía miedo de ir al excusado. Mi madre dijo que me mandaría a pedir sal casa por casa con una pala de aventar en la cabeza. Los soldados aparecieron de la nada y nos dijeron que saliéramos, hasta mi abuela en paños menores. Mi abuelo quería regresar a casa para buscar su abrigo, pero los soldados no lo dejaron. Prendieron fuego a nuestra casa. Se quemó rápido porque el techo era de paja. Los soldados nos reunieron en un barranco y nos dispararon. Luego prendieron fuego a los cadáveres. Los muertos olían a carne asada, y vomité. Mi hermana aún estaba viva después de que le dispararan siete veces. A mí, una bala me atravesó la mejilla izquierda. No puedo sonreír. La cara no me deja. Cuidé a mi hermana en nuestra casa quemada. Con la mirada fija en los orificios de bala de su cuerpo día y noche. Después de una semana volvieron los soldados y nosotros huimos. Mi hermana no pudo moverse así que le volvieron a disparar. Murió la segunda vez. Mi padre murió en la casa de mi tía. No sangraba. Pero un agua salía de su herida. Era tan profunda como el barranco. Meses más tarde vi a mi madre y a mi hermana en un sueño. El agua. No pude detener el agua.
La huérfana Kim Gyeong-nam
(16 años)
Mi hermano menor llegó a casa descalzo y cubierto de sangre.
Pudo salir vivo de la fosa común.
Dijo: Pisé cadáveres.
La fosa se llenó de sangre.
Le pregunté: ¿Huyeron nuestros padres sin nosotros?
No, todos están muertos.
El gritaba y volvía a gritar.
No lo creía.
No, regresarán con vida.
Nuestra hermana mayor escondió a mi hermano bajo su falda y se sentó encima de él para mantenerlo vivo.
El gritaba y volvía a gritar.
Solo pude coger un mechón de pelo de mi madre.
No pude apagar las llamas.
Mi padre crepitó y crujió.
Mi hermano gritaba y volvía a gritar.
En un sueño mastico y vuelvo a masticar el pelo de mi madre.
La huérfana Kim Gap-sun
(8 años)
abuela roja
abuelo rojo
arrozal rojo
madre roja
falda roja
padre rojo
hoz roja
hermanas rojas
hermanos rojos
sobrinas rojas
sobrinos rojos
bebé rojo
amigo rojo
todos somos unos rojos de mierda
La huérfana Jeong Jeong-ja
(8 años)
En un sueño le pregunté a mi tía si podía tocar la luna. Todas llevaban unas blusas y faldas lindas menos yo. Mi madre y mi hermana se fueron y me dejaron. Nevaba. Vi una mancha de pulgas. Eran soldados. Gritaron: ¡Salgan! ¡Escuchen este discurso! No sabía qué era un discurso. El discurso daba miedo. ¡Rojos de mierda! ¡No son humanos! ¡Perros! Se dispersaron las pulgas, luego empezaron a escupirnos. ¡Ra-ta-tá! ¡Ra-ta-tá! El discurso daba miedo. Era la única que lloraba en mi sueño. Luego tenía hambre. Le pregunté a mi tía si podía tocar la Vía Láctea.
La huérfana Yu Gi-myo
(13 años)
Salí cojeando del arrozal para buscar a mi familia. Mi madre estaba muerta, pero en su espalda mi hermano pequeño todavía estaba vivo. Se había cagado. Lo desaté y lo puse sobre mi propia espalda. No me acuerdo si lloraba o no. Mis oídos se entumecieron después de los disparos de ametralladora. Los soldados regresaron para revisar. Me hice la muerta. Estaba encima del vientre de mi madre. De su boca abierta yo todavía podía oler la sopa de fideos que había almorzado. Un fideo alrededor de su cuello parecía un collar. Alguien se quejó y dijo: Acaba conmigo. Así que los soldados volvieron a disparar. Cuando salí de la trinchera, la gente de la aldea dijo: ¡Mira los pies de tu hermano! Miré por encima del hombro. No tenía pies. Solo vi sus pantalones sucios y harapientos. Cuando llegué a casa, la gente de la aldea estaba adentro apiñada pues sus casas habían sido quemadas. Dijeron: Mira ese bulto de carne que tienes en la espalda. Me hice la sorda. Fin.
La huérfana Yi Jeong-seon
(7 años)
Tenía ganas de ir al excusado mientras el discurso seguía, pero mi madre me dijo que me quedara con ella. Me abrió un pequeño hueco y me dijo que me acostara. Entonces, ¡bum! me desmayé. Cuando abrí los ojos en el hueco estaba oscuro. Toqué cuerpos sin brazos, sin piernas, sin cabezas, buscando a mi madre. Mi cabeza dio un sinfín de vueltas. Vi a mi madre vestida de blanco con el pelo suelto alejándose de nuestra casa. La seguí. Y la Osa Mayor me siguió a mí. Hasta atravesé la Vía Láctea. Lo que vi fue un fantasma, entonces me di vuelta y caminé de regreso. Ya mi hermana estaba en casa. Lloraba todos los días. No pude ir a la escuela. No pude comer. Sobreviví un año solo comiendo avena de sésamo.
La huérfana Kim Seong-rye
(15 años)
Vi un sinfín de cuerpos calcinados. Vi filas y filas de cadáveres.
Un año más tarde, un día lluvioso de verano sentí llantos que venía del hoyo. Oblongo oblongo.
Vi fantasmas flotar en el bosque. Volaban en círculos alrededor de mí.
La huérfana nueve
Hice un tur en la Escuela No. 6 de Ilya Kabakov. Es una escuela imaginaria, abandonada en el desierto, igual que un huérfano. Un crítico famoso dijo que la escuela y los niños representan el futuro, ¡una utopía! No, esto no es un discurso. A lo mejor soy la única que piensa así, pero la representación puede ser mágica. La crueldad y la belleza —¿cómo conviven? Quisiera que las ocho huérfanas asistieran a esa escuela. Podrían haberles enseñado a los niños rusos cómo hacer fideos verdes con hojas de camelia. Y los niños rusos podrían haberles leído su cuento de hadas preferido: “Blancanieves”. El guía nos contó que una enorme serpiente vivía sola en el patio de la escuela, entre la hierba descuidada y unos árboles secos donde ningún pájaro se posa. ¡Qué vacío! Pero el salón de música era encantador. Había muchos cuentos escritos por los niños. Escribían de los sucesos en su aula, de cómo repararon la escuela, de cómo se portaron en un viaje a un museo, y así. Sus cuadernos tirados por el piso de madera cubierto de polvo no eran muy diferentes de los míos: “cuadernos abandonados que nadie necesita”, según el artista. Quisiera que las huérfanas escribieran sus cuentos de la escuela también. Pensaba que al piso le hacía falta una buena limpieza con aceite de sésamo, la manera en que los niños le sacaban brillo al tablado en mi vieja escuela, cuando me fijé en una tarjeta postal descolorida con una mariposa. Otra tarjeta junto a ella tenía unas rosas de color rosa. ¡Qué perfección! El artista lo había pensado todo, como lo hace un niño. Las rosas parecían unas flores de camelia, así que se las dibujé rápido a mi madre. Mi madre siempre buscaba las flores de camelia en nuestra huida. Quisiera que las huérfanas también pudieran dibujarles rosas a sus madres. No sabía que Blancanieves también volara con los ánsares nivales. Pero, es lo que pintó el artista, como si fuera uno de los niños: Ilustración para el cuento de hadas de Ostrovsky “Blancanieves”. De hecho, finge ser todos los niños de la escuela imaginaria mientras me hago la sorda. A lo mejor soy la única que piensa así, pero su traducción de “La doncella de nieve” en “Blancanieves” es sublime. Como dije, la representación puede ser mágica. De todos modos, se expone a Blancanieves en la vitrina junto al mural para anuncios. Quisiera que también se expusieran los retratos de las huérfanas, detrás del cristal. Entonces ¡vivirían para siempre en una utopía! ¡Ojalá! Parece que Blancanieves puede tocar la Vía Láctea. ¡Ojalá!
¿Quién soy yo?
Tú eres Halo
¿Quién soy yo?
Tú eres Oblongo
¿Quién soy yo?
Tú eres Nieve
¿Quién soy yo?
Tú eres Rosanieves
*(Seúl-Corea del Sur). Poeta, traductora y ensayista.