Hace poco falleció el creador de Cuatrotablas, Mario Delgado, y a manera de homenaje por su extenso legado para las artes dramáticas peruanas e hispanoamericanas, Vallejo & Co. publica, en exclusiva, este testimonio de Roger Santiváñez.
Por: Roger Santiváñez
Crédito de la foto: www.laxion.blogspot.pe
Homenaje a Mario Delgado & Cuatrotablas.
[Testimonio de Roger Santiváñez]
Nunca conocí a Mario Delgado. Es decir, nunca fui su amigo. Pero hacia 1975-76 y quizá hasta 1980 lo veía casi todas las noches en la esquina de Rufino Torrico y La Colmena esperando el último microbús –unos plomos– circa las 12 de la noche rumbo a Magdalena cuyo paradero inicial quedaba en dicha esquina del Centro. Yo sabía –por supuesto– quién era él. Supe de la existencia de Mario Delgado y Cuatrotablas desde los tempranos 70’s estando aún en el colegio en Piura a través de la revista Caretas.
Así me enteré del estreno de Tu país está feliz por la ilustrativa carátula de Caretas en la que aparecían la hermosa Soledad Mujica y el moreno Enrique Avilés –jóvenes actores del momento– para escándalo de la pacata y racista Lima de entonces y de todavía. Luego vendría Oye (1973) –la que no pude ver por vivir en Piura– pero de la que me conseguí el afiche que venía con las letras de las canciones de la obra –de creación colectiva (como se decía en esa época)–: “Oye tú que dices que tu patria no es tan buena / Oye tú que dices que su cielo no están bello / Yo te invito a que encuentres otro cielo tan azul como tu cielo”. Cosas muy lindas que a uno lo emocionaban hasta humedecérsele los ojos, junto a versos como “Porque mi patria es hermosa / como una espada en el aire / yo hablo y la defiendo con mi vida” de Javier Heraud, preclara lectura de aquella adolescencia que nos hinchaba el corazón y lo hacía latir pronto bien a la izquierda del pecho.
En 1974 comencé a trasladarme a Lima. Y entonces me fui de cabecita a La Cabaña para ver a mis anchas a Cuatrotablas con su espléndido montaje El sol bajo las patas de los caballos. Constituyó para mí no sólo una gran revelación en cuanto a la reivindicación étnica y política de la obra, sino un insospechado despliegue escénico con varios pisos y el dominio del espacio teatral (incluyendo una parte de la platea) totalmente revolucionario; aparte de la fusión de música y actuación que definía la propuesta. Allí vi por primera vez a Alberto El Chino Chávez –carismático y con la melena hippie hasta los hombros– llevando la voz cantante de la expresión musical. Igualmente a Hilda Collantes, de quien era fama había sido declarada la primera actriz del mundo en un Festival de teatro de avanzada –habido en Europa– durante aquella época.
Lo que vi después –junto a mi entrañable compañera de entonces la poeta Dalmacia Ruiz Rosas– fue Encuentro (1977) en el estrado del teatro Felipe Pardo y Aliaga a la espalda del Ministerio de Educación, en el Parque Universitario. Para mí, esa ha sido la más extraordinaria puesta en escena de Cuatrotablas.
Por primera vez veía un notable despliegue actoral –era el nuevo método creado por Mario Delgado– que fusionaba expresión corporal y vocal, así como danza, canto, acrobacia e impactante comunicación e interacción con los espectadores quienes –para comenzar– no estábamos en las butacas convencionales del teatro, sino rodeando a los cuatro actores en pleno trance– alrededor de ellos en el mismo proscenio en el que –en esos instantes– se ponía Encuentro. Los cuatro genios actores fueron Carlos Cueva, Malco Oliveros, Luis Ramírez y Ricardo Santa Cruz. El tema: La identidad nacional y latinoamericana.
Equilibrios (1979) fue el siguiente montaje del grupo. Asistí a la temporada de estreno –en el Patio central del Museo de Arte– con Dalmacia y su mamá, la gran actriz brechtiana que ha tenido el Perú, Dalmacia Samohod. Fuimos testigos de una brillante puesta en escena que narraba una suerte de viaje introspectivo del grupo y de cada uno de sus miembros y de cómo habían ido llegando a Cuatrotablas.
Por aquellos días Mario Delgado se había declarado militante del Tercer Teatro tendencia fundada en Europa por el director italiano Eugenio Barba y el Odín Theatre de Dinamarca y que había visitado Lima desarrollando gran conmoción –con sus espectaculares montajes callejeros– y ultramodernos en 1978. En el elenco de Equilibrios estaba Pilar Nuñez, la increíble Pili amiga y musa única de la mancha de jóvenes poetas de San Marcos y la Católica que nos reuníamos –convocados por Edgar O’Hara– en un bar de la Plaza San Francisco, centro de Lima, desde 1975, y que poco después en 1977 dio origen al colectivo La Sagrada Familia.
En 1980, Cuatrotablas presentó en el área del depósito del Museo de Arte una formidable puesta en escena titulada Los cómicos basada en la famosa Opera de dos por medio de Bertolt Brecht. Allí se lució el equipo actoral del grupo destacando Pili Nuñez y el jovencísimo y talentoso José Carlos Urteaga –rindo homenaje a su memoria– amigo mío de los combativos días de la Comisión de Cultura del Frente Izquierdista UDP (Unidad Democrático-Popular) durante la lucha por la Asamblea Constituyente de 1978. Fue una función inolvidable. Para entonces, Cuatrotablas era ya una consolidada agrupación de vanguardia en el teatro peruano y latinoamericano.
Debo decir que –a partir de allí– ya no pude asistir a las siguientes e innumerables obras de Cuatrotablas. Mi vida personal entró en un vértigo que no lo hizo posible. Sin embargo, cuando yo militaba en el Movimiento Hora Zero (1981-82) una tarde de verano se produjo un encuentro casual en el bar del Solari de Pardo en Miraflores. Convocados por Jorge Pimentel –como era lo usual– nos dimos cita en aquel sitio y allí estaban Mario Delgado y Carlos Cueva. Juntamos las mesas y entonces la tarde se pasó volando al departir variados temas vinculados a la poesía y al teatro. Lo que más recuerdo –con claridad– es que Mario y Carlos nos proponían lanzar un tremendo y radical Manifiesto conjunto, lo que entusiasmaba vivamente a Jorge Pimentel.
Ahora que Mario Delgado –el gran Mario Delgado– ha partido a la Gloria, es lícito recordarlo y rendir homenaje a su memoria, por todo lo que él hizo por el teatro y la cultura en nuestro país. Toda una vida entregada a su única y profunda pasión: expresar mediante una puesta en escena supermoderna, la compleja realidad humana peruana –con su grandeza y su miseria– retratándola siempre con la posibilidad de una gran esperanza final. Su luz no ha de apagarse jamás.
[Octubre de 2016,
a orillas del río Cooper,
New Jersey]