Haciendo esquinas con Lorenzo García Vega, por León Félix Batista

 

Por: León Félix Batista

Crédito de la foto: www.culturacubana.net

 

 

Haciendo esquinas con Lorenzo García Vega*

 

 

“Hacer esquina”, en llano español dominicano (y también, imagino, caribeño), en castellano callejero, es “intimar”, “coincidir”, “congeniar”, simpatizar a fondo con otro. Dos sujetos, como calles transversales entre sí –más radical aún: dos individuos, perpendiculares– acaban encontrándose en un punto común, en una esquina, que los hace coincidir en intereses, espíritu, estética o pensar. Dicha acepción se aparta totalmente de otras, mucho más conocidas, como “dar esquinazo”, es decir, sacar el cuerpo. No en un saque de esquina, justamente. Incluso el cuadrilátero en que se enfrentan púgiles y pancracistas tiene esquinas neutrales, las que anulan la agresión.

Una esquina que se hace es una esquina que no existía. Y la amistad real, la empatía verdadera, está a la vuelta de la esquina, vale: hay que hacer que exista. Lorenzo y yo, desde que Kozer nos puso en contacto en los 90s, hicimos rápidamente esquina, varias. Tanto, tantas, que a Lorenzo debo acercamientos invaluables, como a Reynaldo Jiménez y a Octavio Armand, por ejemplo. Lorenzo y yo compartimos cuadrilátero (quiero decir: la mesa) en Buenos Aires en 2000, cuando presenté Crónico, publicado por Tsé=Tsé ese mismo año. Anduvimos en el subway por todo Brooklyn hasta mi casa, Greenwich Village tomando shots, Queens a un Lunes de Realidad Aparte. Nos escribimos a mano, luego por mail, horas y horas por teléfono. Me dedicó aforismos, me incluyó en sus memorias El oficio de perder, yo cociné para él en Nueva York y en Buenos Aires. Y en 2010, dos años antes de su muerte, logré que visitara, por fin, Santo Domingo, y lo alojamos frente al mar, tan verde como sus ojos; usaba ya bastón y no pudo cruzar al malecón, me dijo luego. Sin su calle no hago esquina, desde entonces. Discurre mi calle sola.

Conseguí entrevistarlo un par de veces, para las hoy extintas revistas Realidad Aparte (Nueva York, 1999) y Diario de Poesía (Buenos Aires, 2001). Pero Lorenzo no se conformó con ello: quiso completar la esquina e insistió en entrevistarme para El Nuevo Herald (Miami, 2002). He querido recordarlo aquí, reproduciéndolas, pues (como escribió en No mueras sin laberinto) “los recuerdos, por muy finos que sean, a veces no dicen nada. Se fijan en una esquina, a un lado de la noche”.

 

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Los poetas León Félix Batista (Rep. Dominicana) (Izq.) y Lorenzo García Vega (Cuba) (Der.)

 

Primera Esquina neutral: Lorenzo García Vega entrevistado

por León Félix Batista

 

 

León Félix Batista: ¿De qué está hecha la playa Albina? ¿Cuál es su ubicación geográfica (o mental) exacta?

 

Lorenzo García Vega: De un ascetismo, de un ascetismo tanto más implacable, cuanto que se confunde con el destino. Playa Albina es, en fin, lo que a uno no le queda más remedio. En este lugar, he tenido experiencias tan inolvidables como llegar a convertirme en mi heterónimo, el doctor Fantasma, o sea, convertirme en ese personaje que antes, siendo él funcionario estructuralista del CONICIT de Caracas, llegué a conocer, (¿Lo conocí o lo soñé?) en mis inolvidables años venezolanos. En este lugar, como sólo tuve, durante una prolongada temporada de experiencia etílica (temporada en la que escribí mis “Collages de un notario”), la posibilidad de dirigirme diariamente, tal como si se tratase de un peregrinaje, a un solar yermo donde habían botado un colchón viejo, llegué con ello a entrar en una especie de misticismo Pop donde, aunque careciendo de la más mínima habilidad manual, me llegué a convertir en un heterónimo Constructor de cajitas. En este lugar, en fin, he terminado como tenía que terminar un hombre que toda su vida ha tenido el oficio de perder (sobre este oficio de perder, estoy escribiendo algo así, más o menos, como unas memorias): o sea, he terminado, a mis setenta años, en lo que esotéricamente el poeta venezolano Santos López ha calificado como una iniciación, pero que manifiestamente sólo parece ser el ejercicio del oficio de bag boy, en un Publix de este arenal donde vivo.

Playa Albina, si quieres saber más, es también mi manera de ser cuban-american. Pues tú y yo, mi querido amigo Batista, también somos minoría étnica, pero… Lo que pasa es que como no cultivamos el realismo editorial, no cobramos por eso.

Y, por último (¿pero por qué me enredo en decir esto que no va a ser entendido?, Playa Albina fue antes, como sueño, en Cuba, así como lo es ahora aquí, en la Florida, como realidad concreta (¿concreta?). Playa Albina, Miami, fue en los cubanos de mi generación (tanto los contras como los comunistas: nuestros comunistas han sido siempre unos stalinistas consumistas) el modelo soñado para encarnar en nuestra desdichada isla.

Pero…, no quiero seguir hablando de eso. No me interesa la política.

 

LFB: Pienso que tus textos se explayan en una vitalidad extraordinaria, incluso en los pasajes pesimistas o de profundo cuestionamiento del sujeto poético, de su funcionalidad. Y pienso que eso se deja ver en el hecho de referirte con frecuencia a tu infancia en el Central Australia, o en tu autoacusación de “padecer de inmadurez”.

 

LGV: Me alegra que me digas eso, amigo León Félix, pues aquí en esta Playa Albina se está tan solo, que hasta un amigo, aunque crea que uno es meritorio, puede pensar que lo que uno hace es como un buen jueguito de hábil fabricante de trucos, o como si uno se hubiera especializado, pero sin haber logrado triunfar en…, en diálisis, digamos. Es lamentable. Es lamentable que al convertirnos en fantasmas, o al entregarnos a la tarea de repetir y enumerar, de enumerar y repetir (“Todo texto es un catálogo”, decía Duchamp), no se sepa que uno está tratando de rescatar, a como pueda, una increíble, pero cierta, nevada que, precisamente en el Central Australia, se está seguro que se llegó a ver.

Y en cuanto a esa inmadurez en que tanto he insistido, sí quiero que se me vea en ella.

Lo único que no me he permitido nunca, ni nunca me lo permitiré, es ser oportuno. Por eso, después de mis Años de Orígenes, no quisiera volver a hablar sobre eso. No me gusta cobrar por lo que fui.

 

LFB: ¿La muerte…?

 

LGV: Me sospecho que en este oficio de bag boy, en esta iniciación de que habla el poeta Santos López, ya debe de estar su poquito de muerte. Me sospecho que hay algo así como una calle que, en un tramo determinado, se interrumpe, y ya después de ese tramo no hay más nada. El daydream con eso, con ese tramo que se interrumpe, lo tuve después de la muerte de mi madre (¿tendré que decir que soy un edipiano de los buenos?), y ya no puedo dejar de tener en cuenta esa calle que se rompió. Además, me sospecho que los viejos de setenta años, como yo, tenemos como un doble, que sí sabe bastante de la muerte, pero que por desgracia casi nunca se comunica con nosotros. Yo espero, pero sin hacerme muchas ilusiones, poder comunicarme con ese doble a través de mis sueños. Por eso, he empezado a tratar de construir a Vilis, la ciudad de los sueños, así como, si viviera un poco más, quisiera convertirme en onirólogo. Todo esto lo digo jugando, pero lo chivado es que es verdad.

 

LFB: Si uno revisa los números de las revistas Orígenes y La Poesía Sorprendida, su paralelo epocal dominicano, descubre no sin asombro que, mientras los origenistas aparecieron en varios números la revista dominicana, los sorprendidos jamás publicaron en Orígenes. ¿Fue Lezama, como se sospecha, el responsable de ese rechazo?

 

LGV: No sé. Para hablar de eso tenía yo que convertirme en un caribeño de vanguardia, pero eso, convertirme en caribeño de vanguardia, me ha llevado muchos años.

No sé, repito. Al emprender en Újule un homenaje a Orígenes, y encontrarme con La poesía sorprendida, me di cuenta de que algo tuvo que haber pasado. Pero en mi tiempo, en mis Años de Orígenes, yo no pude saber nada de eso. Repito, a mí me ha costado mucho trabajo poder reaccionar frente a unos años que me devoraron (o me metí yo mismo en la cabeza del león, ¿qué otra cosa podía hacer en aquel tiempo?) Así que hay cosas que sólo sospecho.

 

LFB: Te calificas (en Espacios para lo huyuyo) de no escritor que escribe, que se pasa la vida publicando. Quiere escribir el Libro sobre Nada, cosa que no podría hacer de ser un escritor que no escribe y no lo contrario que dice ser. ¿Es un estigma escribir literatura?

 

LGV: No, si volviera a reencarnar quisiera dedicarme a la literatura. Yo he sido un loco que lo único que ha tenido es la literatura. Yo soy un escritor, eso ya lo sé. Pero cuando hablo de ser un escritor-no escritor me estoy refiriendo a la manera en que mi inmadurez nata se manifiesta a través de mi expresión, así como me estoy refiriendo también a mi rechazo a insertarme en un mundillo cultural donde pueden suceder cosas tan peregrinas como que se llegue a premiar, con el Cervantes, la supuesta obra de una viejita cubana,  ama de casa. Eso ha sucedido, tú lo sabes. Y yo no debería tener el mal gusto de hablar sobre eso. Pero hay cosas, León Félix, que por desgracia a mí me tocó hablar de ellas, así que cuando se me pregunta tengo que contestar.

 

Bastón en mano el poeta Lorenzo García Vega
Bastón en mano el poeta Lorenzo García Vega

 

LFB: Las siguientes son extracciones de Rostros del reverso… “Mi imposibilidad de encontrar un equilibrio en el trabajo de creación…”, “…mi vivir lo poético como tensión, como resistencia…”, “A veces me duele demasiado mi condición de escritor”. ¿Hablan estas palabras de alguien que escribe contra sí mismo, a  pesar de sí mismo?

 

LGV: Uno, cuando escribe un diario, dice muchas cosas. Lo bueno es que se puede decir una cosa hoy, y otra cosa mañana, sin necesidad de hilar los puntos. Y hasta se puede dar un salto que resulte ser un falso salto, pero al día siguiente se sigue con otra cosa, pues no hay que rectificar nada. ¡Qué bueno!

 

LFB: En esos diarios tuyos, tus Rostros del reverso, de vez en vez te refieres a  Cioran, Bataille y Nietzsche, escritores, filósofos de  la iluminación, ajenos en principio, o con acercamiento apenas tangencial, a la estética origenista. ¿Qué clase de relación tiene Lorenzo García Vega, el extraño, el extraviado origenista, con esas ideas?

 

LGV: Aunque creo ser serio, siempre le tengo temor a parecer demasiado serio. Sería demasiado, demasiado para mí, tener una relación con esos tremendos, Cioran y Nietzsche. Y, en cuanto a Bataille, desgraciadamente lo conozco poco. Sabe usted, hay ocasiones en que yo toco el piano de oídas. Pero vamos a dejar esto, no vaya a ser que un profesor se entere.

….En cuanto a que haya existido una estética origenista, me temo que no entiendo. Tanta guerra han dado los tesiteros (¿no se les llama así, tesiteros, a los que hacen tesis académicas?) con Lezama y Orígenes que ya uno no sabe ni de lo que están hablando.

 

LFB: Al Lector le parece evidente que, de la Generación de Orígenes (ya ves que insisto e encerrarte allí), la tuya es la poesía más fresca y atrevida. ¿Tendrá que ver en esto el hecho de fuiste el benjamín del grupo?

 

LGV: No, esto no tiene que ver con ninguna condición benjaminesca. Esto, más bien, tiene relación con una extraña raíz anacrónica. ¿Cómo explicarme? Yo tengo la costumbre de decir las cosas así, sin explicarme, y a veces lo enredo todo. Pero voy a ver si aclaro lo que acabo de decir: Se trata, lo confieso, que yo fui, en mi juventud, un curioso ejemplar de muchacho anacrónico enamorado de una vanguardia que tenía muy curiosos componentes: por una parte, esa vanguardia era como un telón de fondo, soñado, pero inexistente, de la década del 20 en que yo había nacido; y, por otra parte, esa vanguardia, extrañamente, estaba soñada como si Tom Mix, y los vaqueros que yo vi en las películas silentes de mi infancia, pudieran reducirse a la dimensión de unas figuras que se pudieran meter en unas cajitas semejantes a las que hacía Joseph Cornell.

 

LFB: Háblame un poco, por favor, de ese constante rastreo de ti mismo, de esa lucidez y continua  exploración del yo, de ese verse desde afuera de tus textos.

 

LGV: Cumplo setenta años el mes que viene. Estoy ejerciendo, en un supermercado, el oficio de bag boy. Pero, ¡le juro que le digo la verdad!, antes de acabar mis días como bag boy, pasé varios años viviendo, quizá inútilmente. Leía a Krishnamurti, y diariamente iba, como en procesión, hacia un solar yermo donde estaba tirado un colchón. Soñé ese colchón, tirado en el solar yermo. ¿Era un solar yermo como perteneciente a una tierra baldía? No, era un solar yermo-solar yermo. No estaba haciendo literatura. Miraba al colchón y me planteaba asuntos como un cuadro que había pintado un loco. En ese cuadro había cuatro filas. En cada fila había cuatro casas iguales. El cuadro era amarillo.

Todo esto en la Playa Albina, por supuesto. Y como telón de fondo, por supuesto, la musiquita del carrito de helados del hombre de Nicaragua.

No sé cómo, en este mi oficio de perder, no me he acabado de joder. Pero no me jodí.

Después de mis años de peregrinación al lugar del colchón, me invitaron, en Caracas,  a la Semana Internacional de la Poesía; y recibí una cartulina, en el supermercado donde trabajo, donde se hace constancia de mi alta calidad como bag boy.

LFB: Existe por ahí la idea de que, después de la Revolución, la literatura cubana más significativa se ha hecho desde el exilio, y se cita a Sarduy, Cabrera Infante, José Kozer… ¿Se trata de una  falacia o qué tiene de realidad?

 

LGV: Eso, como más o menos dice el Catecismo: “No me lo preguntéis a mí. Doctores tiene la Santa Madre Profesoral que os sabrán responder”.

Eso sí, existe en este exilio poético y profesoral una especie de destierro que no entiendo muy bien. Se trata de unos nietos de Orígenes, sentimentales neobarrocos, que hablan de un paisaje donde hubo una fiesta innombrable. Es curioso, porque yo que viví durante los años de Orígenes, nunca vi nada de eso. La literatura, verdaderamente, puede conducir al delirio. Y es bueno que así sea. Pero lo malo es que el delirio se vaya a convertir en algo profesoral y reglamentado. Un delirante, bajo formalidades de tesis de grado, es demasiado.

 

LFB: De exiliado a exiliado: ¿el destierro nos mutila o nos proporciona tentáculos?

 

LGV: Gracias por incluirme, León Félix Batista, dentro de tu círculo, ya que tú eres un poeta a quien respeto, pero en los años en que yo salí de la Atlántida, no podía considerarme un exiliado. Esa condición de exiliado, que abría puertas en el mundo académico del imperialismo, sólo estaba reservada para los intelectuales de izquierda que amaban a David frente a Goliat.

 

LFB: La pregunta inevitable: ¿cómo eran  en esencia tus relaciones con Lezama y cómo fueron hacia el final de su vida?

 

LGV: Esta es la pregunta de los 64 millones. Ya hablé de eso en Los años de Orígenes, y parece que tendré que seguir hablando. Pero… ¿para qué? En Hispanoamérica no hay público lector, sino sólo profesores que leen por obligaciones de su cargo, y escritores que leen a otros escritores. Pero lo malo, por supuesto, no es eso, lo malo es que aquí todo el mundo mira para el otro lado cuando se toca una estatua, o cuando se le tira un huevo a un bombín de mármol.

Además,  a mí ya sólo me gusta hablar sobre las cajitas, y hablar de cómo los textos se  pueden reducir a cajitas. Repito, una vez más, que vivo en una Playa Albina, que descubrí a un doctor Fantasma, y que hasta, también, me he vuelto un fantasma yo. Aunque, ¡quién sabe! Como estoy escribiendo unas memorias, y las memorias tienen que ver con los testamentos, me considero que ya me acabé de morir, y vuelvo, desde el más allá, a hablar sobre Lezama. Pero no aseguro nada, los viejos, y mucho más los viejos que viven en una Playa Albina, dicen ya lo que les da la gana. De todas maneras, nadie se va enterar.

 

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Izq. Lorenzo García Vega y centro León Félix Batista

 

Segunda Esquina neutral: Lorenzo García Vega entrevista

a León Félix Batista

Quisiera que el lector se acercara a Burdel Nirvana, el libro de León Félix Batista. ¿León Félix Batista? Nació en 1964, allá donde el diablo vanguardista dio las tres voces, o sea allá –Santo Domingo– donde hubo un movimiento postumista Inter-Planetario (1922) que tuvo como Sumo Pontífice, a quien vio al aire “parado como una inexpresiva mirada”, o sea a Domingo Moreno Jimenes, así como también donde un tremendo Franklin Mieses Burgos supo meter en la piña a los teólogos cuando dijo que “Saber es el pensar de un Dios desmemoriado que tiene que inventarse continuamente el mundo”.

Y, ¿cuál es la obra del León? Pues bien, Batista tiene los siguientes libros: El oscuro semejante (Santo Domingo, Foro, 1986), Tour por todo (Barcelona), Las Hojas del Diluvio, 1995), Negro eterno (Santo Domingo, Casa de Teatro, 1997), Vicio (Casa de Teatro, 1999), Crónico –segunda edición de Vicio– (Buenos Aires, Tsé-Tsé, 2000), Burdel Nirvana –anteriormente titulado Torsos tórridos–  (Premio Casa de Teatro, 2001). Una obra, pues, bien plantada, con “una poética –tal como ha sabido señalarle en una buena entrevista, el poeta y crítico dominicano Néstor E. Rodríguez– de carácter “entrópico rizomático”.

Es que hace un buen rato que ando, con Batista, en una labor onírica afín. ¿Una labor afín? Sí, puede tratarse, entre otras cosas, de un sueño donde aparece un quirófano. Un sueño, con quirófano, donde se trataría de cómo operar a los monstruos (ejemplifico esto que he comenzado a decir: León Félix, nada menos que hilvanando un maniquí, nos ha dicho: “Qué siega minuciosa entre charcos en reposo, estrías de moluscos, terrenos bajo un manto. Tú excavas, raspas, roes, el tapete minucioso y supliciado de la carne. Él te victimará, drenará y hará declive”).

Pero ¿se quiere, aparentemente, algo más inmerso en una, ya, venerable tradición del viejo siglo XX, que esto de un quirófano con operación de monstruos? Pues ¿no son los quirófanos, y los quirófanos donde se operan monstruos, piezas de ese viejo museo surrealista donde se encuentra venerable y respetada mesa de operaciones –con paraguas y máquina de coser– lautreamoniana; o prolijos discursos, sadeanos, con metafóricas guillotinas dispuestas para decapitar sabrosas imágenes; o, plataformas de la tortura, como las presentadas por Raymond Roussel en sus Impresiones de Africa; o las tremendas, inolvidables, torturadas muñecas de Hans Bellmer; o…? Pero ¿para qué seguir citando?: esto sería el cuento enumerativo de nunca acabar.

Sería el cuento de nunca acabar pero…, no sería, ese cuento (y, aunque todos le somos deudores), el mismo que he empezado a decir, y donde se encuentra mi afinidad con el poeta dominicano León Félix Batista.

Pues conviene decirlo desde ya: este León Félix dominicano y… ¿sádico de la lengua?, que ahora se nos presenta con un discurso titulado Burdel Nirvana, no es, de ninguna manera, un poeta de museo surrealista, ni padece, por tanto, de ningún anacronismo. Al contrario, el León Félix que aquí presentamos, ubicado dentro de una, espléndida, corriente de poetas dominicanos (poetas, algunos de los cuales llegaron a aparecer en una de nuestras mejores revistas hispanoamericanas: como aquella revista De azur, publicada en Nueva York, y dirigida por el dominicano Leandro Morales, y de cuyo Consejo de Colaboración –en el cual, entre otros, se encontraban los cubanos Octavio Armand y José Kozer, así como la argentina Mercedes Roffé– siempre me sentiré orgulloso de haber pertenecido), bien puede, en vez de ser implacablemente catalogado –tal como cierta crítica lo ha hecho– dentro de la linda corriente neobarroca, ser visto, más bien, como quien se debate por entre  las, actualmente vigentes, ventoleras posmodernistas.

Ventoleras posmodernistas acabo de decir, y como labor quirúrgica con los monstruos, empecé diciendo. Pero, ¿cómo es esta cirugía? Bueno, por supuesto, no se trata de nada que pudiera relacionarse con el doctor Frankenstein, sino que más bien pudiera decirse que se trata de una labor quirúrgica con las tripas del lenguaje (una labor donde León Félix, entre otras cosas, nos va confesando esa lucha que consiste en meterse, con escalpelo, por dentro del revolico del lenguaje: Escucho bocanadas, misivas de Albanyá; materia prima enfermiza y en código aberrante. Repaso cada sílaba, regreso de leer, y así padezco el golpe que me decapitara). Pero ¿estoy hablando en serio?, ¿cuando estoy hablando de una labor con las tripas del lenguaje no es que estoy agarrándome a una metáfora? No, no es metáfora. Siempre he sentido a León Félix como quien, con batilongo blanco, le puede meter mano, como Hans Bellmer lo hacía con las muñecas, a las palabras convertidas en material de descuartizamiento.

Pero, ¿cómo podrá ser visto, por León Félix Batista, todo esto que estoy diciendo? Bien, como soy un adicto a los email, aproveché la ocasión de este artículo para hacerle unas preguntas aclaratorias a este poeta dominicano que hace cosas tan bonitas como partir de un corsé del burdel nirvana para hacer un mandala, o hasta para acercarse a Wittgenstein, y he aquí el mini diálogo que pudimos establecer:

León Félix, si es que puedes ser un cirujano, entonces, sin duda, también podrás acercarte al concretismo, ya que este movimiento siempre tiene que andar cercano a un descuartizamiento. ¿Qué puedes pensar de esto?

La poética del concretismo me fascina. Me siento cercano a eso. Incluso, el hecho de trabajar profundamente en el fondo y mantener la forma inalterable, en bloque, es con la idea de la impresión visual, recta, del hecho poético.

Bien, muy bien, veo que siempre me puedo sentir afín contigo. Así que, entonces, ¿siempre andarás tratando de pisarle los talones a esa Ouroboros querida, a esa serpiente linda?

Creo que sí me muerdo la cola literaria. Regreso a los mismos temas una y otra vez, insatisfecho con su agotamiento.

Y una última pregunta. Poeta, ¿qué piensas de la traducción?

La traducción es muy importante para mí. Tanto, que la creo también creación. La ejercito como un acto creativo para inventarme que creo sin cesar. Trasladar una imagen de un idioma a otro es hacer una imagen nueva. Además, los poetas que he traducido me han marcado en cierto modo: Eshleman, Antin, Richard Kenney, Ashbery…

 

 

 

 

 

*(Cuba, 1926-Miami, 2012). Escritor cubano, residió en EUA desde finales de la década de 1960. Fue representante del Grupo Orígenes, fundado por José Lezama Lima. Escribió en casi todos los géneros literarios, aunque la base de su escritura sea la constante ruptura de las formas y conceptos. Su ensayo autobiográfico Los años de Orígenes (1979) es uno de los libros más polémicos de la literatura cubana. Ha publicado Espirales del Cuje (1952), Ritmos acribillados (1972), Collages de un notario (1992), Espacios para lo huyuyo (1993), Poemas para penúltima vez (1948-1989) (1991), Vilis (1998), No mueras sin laberinto (2005), Cuerdas para Aleister (2005) y Devastación del Hotel San Luis (2007).

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