Por Augusto Munaro
Crédito de la foto (izq.) Ediciones del Dock /
(der.) Youtube
Tocar la ausencia. Sobre Géminis (2017),
de Gabriel Pantoja
Géminis (2017), de Gabriel Pantoja* apuesta a los desplazamientos múltiples de sentido para restructurar la escritura poética. Así, el poeta se destituye a sí mismo como autor. Contra el mito fundacional del yo romántico, enuncia que una verdad en la poesía depende del desvanecimiento simultáneo del sujeto enunciador. La trama lírica se astilla, se hace múltiple. Se abre y expande en significaciones. Pantoja ayuda a pensar la poesía, el tiempo y el nudo legible entre ambos. Este imperativo, implica, desde luego, una verdadera épica semántica. El poemario obtuvo el Premio de Poesía “Javier Adúriz” en 2016, y fue organizado por Ediciones del Dock, sello argentino que lo ha publicado.
Entrevista
Augusto Munaro [AM]: Antes que nada, ¿qué significa para vos un poeta?
Gabriel Pantoja [GP]: En primer lugar podría decirlo así: el poeta es la consecuencia ilusoria de un poema. Es el poema el que va a efectuar al poeta, no al revés. Luego, recién entonces, el poeta sería alguien que ha sido mordido por el animal del lenguaje y se pone a trabajar intensamente sobre esa mordedura. Ese trabajo lo lleva muchas veces a sacudir significados, a moverlos de lugar, incluso el significado de poeta y de poema.
[AM]: Géminis es un libro que avanza juntando evidencias, especulando, haciendo comprobaciones, dando cuenta de eso que podría llamarse realidad. ¿En tu escribir siempre arranca de cero el poema, el poeta y el lector?
[GP]: Quizá el cero sea más una aspiración que un punto de arranque. Por el contrario, como punto de partida encuentro trozos, materias sonoras principalmente, algo de una forma pero más bien previo a la forma, previo a las tramas de cierre o a los argumentos con desenlace y tal vez mi propuesta tenga que ver con algo de eso, si es que puedo hablar de propuesta (me gusta más apuesta): consiste por momento en situar eso en un mapa más o menos organizado de sentido pero cuando llego al sentido –si esto fuera posible–, entonces lo desplazo. Ese corrimiento puede provocarme una conmoción. Puede provocar la conmoción de abrir un lapso o puede hacerme fantasear con la figuración de un origen, de un vaciamiento de los significados y las cosas y entonces desde ahí me doy con la oportunidad de fabricarlas de nuevo, desde otro lugar, a las cosas. Hasta siento que les invento un origen. Si hay alguna evidencia entonces y un rastro que busco de esa evidencia en la escritura, creo que tendría que ver con esa conmoción, con ese espacio abierto que juega en otro espacio con elementos a sus costados, digo a sus costados, porque los elementos del centro son ausencia. Entonces desde ahí, medio idealmente lo digo, tocar algo del lector: llegar a lo que hay de ausencia en un lector, que no es lo mismo que un lector ausente; llegar a ese estado cero en el poema, y que revele de tal modo la transformación que es lo único permanente en la naturaleza de las cosas.
[AM]: ¿Géminis encierra una o múltiples historias?, ¿por qué?
[GP]: Me gusta imaginar que se trataría de una misma historia que cuando vuelve sobre sí misma se hace múltiple o se hace, mínimamente, de un movimiento doble: la historia que está para que se vuelva sobre ella, pero que si sobre ella no se vuelve entonces la historia no está. Si no hay ese doble movimiento, nada pasa. Si no se sostiene la ilusión de un regreso –por ejemplo, al cero– tampoco se podría trazar un camino de ida –no habría uno para que luego se parta y haya dos, tres, etc.
Y también esto: cuando uno vuelve sobre la historia que está ahí, que había imaginado estando ahí, se da cuenta que no estaba ahí y todo se empieza a romper: se rompe por ejemplo la ilusión de que había historia y se empieza a esbozar la vertiginosa idea de que quizá estemos recién empezando. Quizá por eso yo siento que todo el tiempo necesito recomenzar. Y ahí la historia o la trama o la noción de sentido se astilla, se hace múltiple, o bien no era siquiera historia sino cruces, un encuentro más o menos caprichoso de fragmentos también caprichosos, unidos por la majestad del azar.
[AM]: En Géminis la voz enunciativa vacila. Por momentos está en primera persona, luego en segunda y tercera. ¿Qué busca desajustar ese quiebre de referencialidad?
[GP]: Desajustar. Sacarle la soga a la significación. Hacer notar que el yo no es de nadie. Ni siquiera de la primera persona en singular. El yo es como una fuerza que si se ejercita en la elasticidad empuja a la interrupción y a los desplazamientos. Empuja a una continuidad entrecortada, más bien, porque vengo comprobando que el yo más logra afirmarse cuando se afirma en otra cosa que no sea él.
Mirá esto: mientras el yo no sea él, más de él puede hablar. La tercera persona tiene esa posibilidad: desde la aparente distancia acerca una referencia que no era tenida en cuenta. La segunda persona es afectiva, a veces más dramática: parece agradarle el pegoteo, por eso cierta sospecha sobre su uso demasiado frecuente me resulta noble y necesario, y todas son el yo y las torceduras del yo.
[AM]: Es muy interesante notar como, con ciertos vocablos específicos, tratás a las palabras como si fueran objetos (la constatación de las relaciones materiales entre uno y las cosas como un valor poético y lírico). En ese aspecto hay una clara labor experimental en tu propuesta. ¿Lo ves así, Gabriel?
[GP]: Te agradezco esta observación enormemente. Hay palabras que sí, se vuelven objetos. Golpean como cosas. Tienen digamos la potencia del eco, que es la materialidad del sonido: de lo que puede tocar un cuerpo aún sin que haya intervenido, sobre ese cuerpo, el sentido. La potencia está en que algo puede ser oído sin que haya sido escuchado desde el sentido necesariamente nada todavía. Pero ese espacio de potencialidad –de algo pudiendo ser oído– crea la palabra como objeto. A la vez que la palabra deja al objeto en un lugar de creación. Al menos para mí, ésa sería la palabra poética. Ponerla entonces en el lugar de objeto es, al mismo tiempo, no dejarla ahí sino desplazarla hacia una ruptura donde pueda decir, además, otras cosas. Si yo digo rampla, estoy mencionando el objeto, pero a la vez menciono la palabra que me permite dar señas de ese objeto, es decir, no ignoro la distancia entre rampla y rampla. Pero si puedo decir rampla ¿no es un modo de tener eso delante de mí; o es la palabra quien la tiene ante sí? ¿Y por qué ha llegado a mí esa palabra y no otra? ¿O es que yo a partir de rampla no soy el mismo? ¿O no era el mismo antes de decir rampla pero al decir rampla obtengo el modo de comprobación de esa diferencia? Si este recorrido es experimentación, entonces sin duda sí, todo el tiempo me encuentro ante esa labor.
[AM]: ¿Te preocupa la métrica?, me gustaría conocer tu mecánica rítmica.
[GP]: Es una de mis obsesiones. Cada oído asume una métrica y –yo diría así– una asi-métrica. Me preocupan las dos. A veces me paso horas revisando cómo encabalgar un verso, dónde cortarlo; pruebo varias versiones, porque intento que los cortes apunten a eso mismo que decía acerca del objeto: hacer que la palabra diga más allá de donde ha sido puesta por los conventos de la significación, hacer que suene en la palabra o en un sonido al menos dos direcciones, o tres, o el estallido mismo: que barra con los puntos de vista demasiado fijos.
[AM]: ¿Qué significa para vos la operación de incluir (o no) itálicas? Cuando lo hacés, ¿qué cambia allí, el tono de lo que se dice únicamente?
[GP]: Es muy bueno que te hayas detenido en esa observación. En Géminis hay toda una serie de poemas, los que van de la A a la G, que están escritos en itálica. Se trata, en realidad, de un mismo poema reversionado creo que siete veces. Un solo poema en el que pruebo si la reversibilidad es posible o imposible y, en tal caso, si eso modifica lo que se está diciendo ahí, si es que algo alcanza finalmente a decirse ahí. De algún modo me sirve de invitación a que se lea una suerte de guiño, hacer señas respecto de una particular extrañeza que se revela en el uso del lenguaje: la idea de que siempre el original está en falta. La originalidad es una absoluta ausencia, y por eso venimos a decir algo al modo de una cita que equivocamos cada vez que intentamos decirla nuevamente.
[AM]: Antonio Gamoneda jamás escribía con programa ni proyecto. ¿De lo desconocido se llega al conocimiento?
[GP]: Lo desconocido lo asumo más bien como un hecho del conocimiento mismo, probablemente su reverso. Se puede en cambio partir de lo conocido para ir hacia la extrañeza: extrañarse, por ejemplo, de que algo –una cosa, una palabra, un lugar– sea capaz de no hacerse conocer; algo se las arregla casi milagrosamente para escapar a nuestros métodos de conocimiento y comprensión. Lo inasible. Ahí hay algo de la poesía, creo. Digo, en la resistencia a la captura, en lo que resiste a la domesticación, ahí en esa tensión puede haber algo de la materia poética.
[AM]: Hay un uso obsesivo y monológico del lenguaje. ¿De qué modo pensás que asoma tu licenciatura en psicología en esa refractada voz de Géminis?
[GP]: Con el psicoanálisis fui entrando en una primera franja de extrañeza: la de que la palabra, por ejemplo, no está al servicio de la comunicación. No es un puente para el entendimiento. Más bien, y casi, lo contrario. Cuando se usa la palabra la lengua es asumida como un integral de equívocos. Eso puede ser explosivo, también puede ser epifánico. En todo esto hay una revisión constante sobre la materia por la que concibo el mundo: el lenguaje. Y sí, hay un especial amor por el lenguaje.
[AM]: ¿Qué lugar ocupa la repetición como herramienta de significación en tu escritura?, ¿qué sintomatologías te permite conocer y asimilar?
[GP]: Vos lo decís: es una herramienta y vertebra no digo el tono pero sí el tema del libro. Después de eso sobreviene una especie de tono, sí, casi como tratamiento del tema. Leía por ahí que la verdadera repetición es un vestido tan perfectamente ceñido al cuerpo que no se siente llevarlo, es casi un modo de decir que es la materia con la que se compone (y también se descompone) un cuerpo.
Y hay un detalle más, incisivo y a mi modo de ver extremadamente sutil, en relación a esto de la repetición: no solo hay repetición porque se haga algo dos veces de igual modo (de ahí la idea de Géminis, el porqué de ese nombre: esto de dos veces decir algo o hacerlo, ser dos veces al mismo tiempo, la idea de gemelos como copias, etc.) sino que repetición hay cuando otra vez o, si puedo decirlo así, cuando por segunda vez se vuelve a no hacer algo. Me gusta pensarlo con esta imagen: cuando se repite la ausencia. Por ahí digo: dos veces fueron las que no pasé bajo el mismo árbol. Bueno, hoy por hoy en materia poética siento que llevé al libro el tema de un modo algo pretencioso –reticente, si vos querés, a que se capte el detalle de un modo inmediato-, pero fue una pulsión que me empujó a trabajarla casi como una urgencia así, y porque sigue dándome vueltas todo esto como un tema fundamental. Por eso vuelvo a decirte: Una cosa es que yo te diga una cosa y otra cosa es que yo te diga una cosa.
[AM]: ¿Cuál es el lugar del afecto en tu poética?
[GP]: Es un afecto desordenado por la enredadera del sentido. No es inasible, es sutil y bien palpable. Es por pura afección que una voz aquí se pone a trabajar intensamente, y no por mero divertimento intelectual. Aunque también, es cierto, el divertimento es un afecto. Es una pelea, en todo caso, con eso que causa sin embargo tanto regocijo: la intelectualización, el autoerotismo mental.
Entonces acá hay una voz o un personaje si preferís, que se ve afectado de este modo: tiene que iniciar un movimiento inverso a las cosas, al orden en que está planteado el mundo, quiero decir, si el mundo va por la acumulación, por la suma, por la demostración de la suma de experiencias, por la devoración de conocimiento; el afecto acá se lo encuentra más vivo en la sustracción; se lo encuentra en la apertura de espacios vacíos. Cuanta menos muestra doy del afecto es que más afectado estoy, algo así. Una imagen que me hacía de esto era más o menos así: aparece el afecto en el momento de abrir una caja –hay algunos poemas con cajas en Géminis–, en el aire que entra y sale por el vacío de la caja, en el aire y el sonido que circulan ahí, ese sonido rebotando contra las paredes de la caja, es el que mueve todos los temas.
[AM]: ¿Pensás que la premisa que has trabajado y desarrollado en este libro, podría implementarse, tal vez, en el género novelístico?, ¿por qué?
[GP]: En un librito anterior a Géminis, que se llama Crack, traté más de cerca esto que me preguntás. Quizá vos te diste cuenta de una especie de reverberación. Digamos: creo que hay una novela que se deshace; en ese deshacerse cuando avanza, en esa pulverización digamos, se va medio trazando una novelística, poco lineal, es cierto, más bien bastante desviada del género esperado. Pero si vos adivinaste algo de eso, me alegra y me sorprende.
[AM]: Finalmente, ¿pensás que el estilo en que está escrito el libro sea reticente a la elocuencia?; ¿te preocuparía que no lo sea?
[GP]: Si se volvió reticente a la elocuencia fue un efecto, no una causa. No me preocupa.
[AM]: ¿A qué autores volvés?
[GP]: Arrojo una lista como me venga a la cabeza ahora mismo: Teuco Castilla. César Vallejo. Jotaele Andrade. Daniel Freidemberg. Raúl Zurita. Mario Arteca. Mario Ortiz. Jorge Aulicino. Elena Annibali. Laura García del Castaño. Marcelo Díaz. Bustriazo Ortiz. Joaquin Gianuzzi. Hector Viel Temperley. Watanabe. Pablo Seguí. Macedonio Fernández. Héctor Libertella. Enrique Vila-Matas.
[AM]: Por último, Gabriel. ¿La sospecha de demencia siempre recae sobre el poeta?
[GP]: Están los locos y están los débiles mentales, dice Lacan. Vos elegís.