Ferlinghetti, el último santo Beat, por Sergio Pinto Briones

 

Por Sergio Pinto Briones

Crédito de la foto www.zendalibros.com

 

 

Ferlinghetti, el último santo Beat

 

 

Lawrence Ferlinghetti cierra la boca para decir poésie en francés –su segunda lengua– y  contener así el grito de espanto en el desembarco de Normandía. Meses después, George Whitman, de la librería Shakespeare and Company, le prepara un café mientras el exsoldado horrorizado piensa en volver a Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, París se ha transformado en un paisaje solitario en el que nadie lee a Jacques Prévert, y desde el río Sena se sabe por los peces que hay vehemencia en las costas del océano Pacífico, donde la gente ríe y baila con las ratas sin asco.

En 1953, Ferlinghetti abre la librería City Lights, en San Francisco.  Seis años antes, tal vez arrepentido, Ferlinghetti piensa en las primeras conversaciones beat que se perdió entre esos dos jóvenes universitarios, Jack Kerouac y Allen Ginsberg, y William Burroughs, de treinta y cuatro años; una generación de furtivos, como decía Kerouac, una especie de ya no aguanto más y una fatiga de todas las formas, de todas las convenciones del mundo… Y el jazz como salvación.

 

(De izq. a der.) Lawrence Ferlinghetti, Gary Goodrow, Allen Ginsberg, Charlie Plymell, Philip Whalen en la librería City Lights, 1963.
(De izq. a der.) Lawrence Ferlinghetti, Gary Goodrow, Allen Ginsberg, Charlie Plymell, Philip Whalen en la librería City Lights, San Francisco, 1963.

 

Ferlinghetti  domina el territorio de los libros, como almohadas para leer otros libros. No se espanta de ver insectos lectores manchados por las tintas de los volúmenes que ha publicado como editor. Por él han pasado, no solo los beat, sino también Pier Paolo Pasolini, Ernesto Cardenal, Georges Bataille, André Bretón, Paul Bowles y Juan Goytisolo, por nombrar algunos.

Un  superviviente, a fin de cuentas, la voz de la tribu que no se deja domesticar. Un bastión de los creen que un libro en la mano es el ladrillo para quebrar los ventanales de los conformistas, aquellos que tienen el césped cortado a la altura de sus pretensiones. Allá ellos, contentos: Ferlinghetti en su paraíso perdido tiene un montón de maleza y arbustos explosivos. Y los jueces, afuera, observan con lanzallamas cualquier provocación.

Ginsberg leyó Aullido (Howl and Other Poems, City Lights, 1956), libro de las fauces de Ferlinghetti, y ambos poetas cayeron en las celdas anoréxicas acusados de ser autores obscenos, de llevar el arte a las aceras, en medio de la altanería. Larry Smith dijo de Ferlinghetti: «Escribe poesía verdaderamente memorable, poemas que se alojan en la conciencia del lector y generan conciencia y el cambio. Y su escritura canta con la música triste y cómico de las calles». Y al decir del traductor Esteban Moore, «su mirada, –el ojo obsceno del poeta–, siempre atento al universo, expresa sus inquietudes en una modalidad poética en la que se evidencia la intención de regresar a la práctica de los bardos, la comprensión del fenómeno poético como un evento público, donde la recuperación de la perdida capacidad del poeta para difundir su noticia resulta fundamental. No se trata simplemente de una continuidad del modelo romántico (Byron, Shelley), en el que el poeta se ve a sí mismo como un héroe, sucesor de Prometeo o de Hércules, que asume roles proféticos. La intención de Ferlinghetti es recrear la confianza en el poder de la inspiración y transmitirnos su fe en la noción de que el poema con su energía crítica operará sobre el mundo y el espíritu de los hombres».

 

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Lawrence Ferlinghetti en el juicio por la publicación de «HOWL», 1957.

 

Memorable fue el viaje a Chile de Ferlinghetti y Ginsberg en 1960. Ginsberg y Ferlinghetti, simbióticos, admiradores de la poesía latinoamericana, fueron invitados por Nicanor Parra, que les presentó a la poeta Stella Díaz Varín, anfitriona del lugar donde durmieron las dos cabezas, los agitadores, los hijos de Leviatán para las sotanas. Ocho años después, Ginsberg le escribe a la chilena, conocida por su pelo rojo y su ferocidad, un poema de agradecimiento que decía:

«Thank you…! Viva la mariguana! ¡Viva Príapo! / Por favor amo / Por favor amo puedo tocar su mejilla / Por favor amo puedo arrodillarme a sus pies / Por favor amo puedo aflojar sus pantalones azules / Por favor amo puedo mirar su vientre de vello dorado / Por favor amo puedo bajar suavemente sus calzoncillos / Por favor amo puedo tener sus muslos desnudos frente a mis ojos / Por favor amo puedo sacarme la ropa bajo su silla / Por favor amo puedo besar sus tobillos y su alma».

 

Ferlinghetti mostrando en el escaparate de la librería City Lights los libros prohibidos por obscenos.
Ferlinghetti mostrando en el escaparate de la librería City Lights los libros prohibidos por obscenos, entre ellos, HOWL.

 

Ferlinghetti coge el sombrero y busca en él contradicciones en las palabras. Repite: «Sí, no, sí, no», como una poesía fonética, huérfana en medio de una estantería en Luces de la ciudad. La noche es un ingenuo engaño del día, dice. La luna es un reflejo de un platillo Ride de una batería que, tocada por Zutty Singleton, implora ser escuchada más fuerte con tal de despertar a los guardias, los verdugos de los orfanatos neoyorkinos donde el poeta fue criado. Ginsberg, en una pared contigua, reconcilia el vicio y la santidad con la poesía de William Carlos Williams en Danse russe: «Si en mi habitación del norte bailo desnudo, grotesco, ante mi espejo, agitando la camisa alrededor de mi cabeza y cantando suavemente para mí mismo». Y en otro escenario, Kerouac corta un árbol con las uñas y fabrica un papel tan largo como la autopista de En el camino, publicado un año después del encierro de Carlo Marx, personaje de Ginsberg en la novela; libro por el que fue calificado como el nuevo Charlie Parker por su  prosa espontánea, emparentada con el bebop debido a su ritmo improvisado y frenético.

Ferlinghetti, poeta, pintor, periodista, dramaturgo, performer, pieza clave de los beat, ve cómo los poetas captan el tono, el ritmo,  y la cadencia del jazz en la escritura. Es así como los beat, incluyendo a di Prima, Cassady, Corso, Waldman y McClure, entre otros, solían tener acompañamientos musicales para sus lecturas de poesía.  Un dato, en petit comité, los que van quedando dicen estoicos ¿por qué murieron tan pronto Kerouac y Coltrane? El poeta Tomas Harris, a años luz de los hechos, pregunta: «¿Moriré yo tan pronto? Y si muero pronto, ¿adónde dirigiré mi mirada?». Sempiterno, Ferlinghetti colabora con el saxofonista Stan Getz y hay lecturas magistrales de ello. Y otras bandas, sellaron momentos inmortales, como los italianos Timoria, con «Ferlinghetti Blues», del álbum El Topo Grand Hotel.

 

Poetas Lawrence Ferlinghetti (izq.) y Allen Ginsberg conversando en una performance artística dedicada a Jack Kerouac, en Massachusetts, 1988.
Poetas Lawrence Ferlinghetti (izq.) y Allen Ginsberg (der.) conversando en una performance artística dedicada a Jack Kerouac, en Massachusetts, 1988.

 

Hoy, Ferlinghetti, el autor de Un Coney Island de la mente (1958), A partir de San Francisco (1961) y Paisajes de la vida y la muerte (1979), entre otros, todavía trabaja en City Lights, y se le ve con frecuencia en la galería George Krevsky, donde cuelgan sus obras, muchas de ellas inspiradas del expresionismo abstracto. Pasa a diario por el callejón Jack Kerouac, que hace esquina con su librería. Noventa y seis años pesan sobre él. Un Tolstoi americano, «un anarquista en el corazón», como se autodenomina, enfatizando que el mundo debería ser poblado por beatos, santos y varios Ginsberg caracterizados por su extraordinaria compasión, que permitirían que el anarquismo puro sea vivido prácticamente; de fondo, una banda sonora: los amigos de Kerouac, Zoot Sims, Al Cohn y Brew Moore.

 

El ya mítico Lawrence Ferlinghetti, actualmente con 98 años.
El ya mítico Lawrence Ferlinghetti, actualmente con 98 años.

 

«Te hago señas a través de las llamas. El polo norte ya no se halla donde solía estar.

El destino manifiesto ya no se manifiesta.

La civilización se autodestruye.

Némesis golpea a la puerta.

¿Para qué sirven los poetas en épocas como estas? ¿Cuál es la utilidad de la poesía?

La condición del mundo pide auxilio para que la poesía lo salve.
Si aspiras a ser un poeta, crea obras capaces de responder al desafío de los tiempos apocalípticos, aun cuando esto signifique que tu tono sea apocalíptico…

Si aspiras a ser un poeta, escribe periódicos vivientes. Sé un reportero del espacio exterior que envía sus despachos a algún editor supremo que cree en la total revelación de los hechos y tiene un bajo umbral de tolerancia ante la mentira y sus mierdas.

Si aspiras a ser un poeta, experimenta con todo tipo de poéticas, rotas gramáticas eróticas, religiones extáticas, efusiones paganas hablando en lenguas, rimbombante discurso público, escritura automática, apreciaciones surrealistas, monólogos interiores, sonidos hallados, delirios y enojos –para crear tu propia voz, tu voz que subyace allí, una voz límbica, tu voz original, una voz primal.

Si dices que eres un poeta, no te quedes sentado ahí nada más. La poesía no es una ocupación sedentaria, no es la práctica del “sentados, por favor”. Párate y tírales con lo que tengas…

Transfórmate en una mente nueva y hazla más nueva aún.

Barre lejos las telas de araña…».

 

(Lawrence Ferlinghetti: De la poesía como arte insurgente. Nueva York: New Directions, 2007)

 

 

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