Por Faruk Tuncay*
Traducción del griego y notas: Mario Domínguez Parra
Crédito de la foto www.lifo.gr
Faruk Tuncay: una vida aventurera
Un refugiado político (en Grecia) turco narra su peripecia vital a Ceoni Skaleri.
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Mi carné dice que soy Faruk Tuncay. Soy ateo. Cuando muera, quiero que estudiantes de medicina descubran el fármaco más efectivo a partir de mi cadáver. Pero hasta entonces podré vivir en cualquier país del mundo y sentirme parte de él. Siento que pertenezco a todo el mundo y que toda la gente, si estamos de acuerdo en algunas menudencias sobre la actitud mental de nuestras vidas, es mi gente. Mis raíces están en mi piel. En mi sistema emocional, nervioso.
«El sistema nervioso de cada persona es su destino», dijo Foucault. Quizá a las cuerdas de mi sistema nervioso les interese ser más sensibles respecto a todo lo relacionado con la injusticia. Otros, simplemente, lo superan. Porque no lo sienten.
Mi primer comportamiento extraño y antisocial ocurrió durante el mes de agosto de 1960. Tenía seis años. Tenía un amigo, Sabri. Era un sirviente de mi tío, trabajaba en sus terrenos y era el chico de los recados. Mi tío por parte de madre era muy rico. El pueblo en el que nací, en Turquía, está cerca del Cáucaso. Se llama Kars[1]. El clima allí es muy duro y en aquel tiempo no habríamos plantado sandías ni en nuestros mejores sueños. Mi tío había traído una sandía de la Ciudad[2]. Nos sentamos todos alrededor de la mesa y esperamos a que la cortase con un cuchillo para que cada uno se comiese un pedazo. Sabri nunca se sentaba a la mesa con nosotros. Se quedaba de pie al lado de la puerta. Esto me extrañaba y no podía encontrar para ello una explicación lógica. Era inteligente, honesto, buen muchacho y amigo mío. ¿Por qué no se sentaba con nosotros? Cuando mi tío repartía los pedazos, llamaba a Sabri para darle la cáscara. En una ocasión, me levanté de la mesa junto con mi trocito de sandía y me dirigí hacia la puerta para compartirlo con Sabri. Escuché a todos mis parientes maldecirme.
Cuando cumplí doce años, mi madre murió. Veintinueve años, un ataque al corazón. A veces la veo en sueños y hablo con ella. Con los años, por supuesto, hago que parezca mayor. En psicología, este fenómeno se llama Dreaming mind[3]. La última vez que la vi tendría cincuenta y tantos años. En mi mente, cada cinco años de pérdida tienen que corresponder a un año del calendario.
Cuando comienza la desintegración, normalmente prosigue. A los catorce años, ingresé en el Instituto Militar. Era el único modo de sobrevivir que tenía en aquella época. Todavía existen institutos militares en Turquía. No hay una propaganda especial en estos institutos. No es necesaria. Son institutos normales, hay pocas materias militares, pero todo el espíritu y todo el ambiente es militar. Ingresas como alumno interno, llevas uniforme, los profesores son oficiales, tras las clases te preparas para los desfiles, veraneas en campamentos en lugar de en la playa… Después de cuatro años en el Instituto Militar, puedes continuar en la correspondiente Escuela de Cadetes (en Turquía se llama Escuela Bélica).
Ingresé en la Escuela Bélica el mismo día en que tuvo lugar la segunda invasión de Chipre[4].
Por esta razón, mi propia promoción tampoco se educó correctamente. Nos escondíamos en las montañas, porque el campamento de verano de la Escuela se encuentra en Esmirna y esperábamos que los aviones griegos nos bombardeasen. Cómo íbamos a saber que no existía tal posibilidad. Allí, sin embargo, nos soltamos por primera vez, espíritus libres, y cogimos el virus del socialismo. Conversábamos sin parar, por el día en las montañas y por las noches en las tiendas de campaña. Cada uno desafiaba a los demás con respuestas a preguntas que nos quemaban. Por supuesto, estábamos en contra de la invasión. Y aunque fuera de manera poco refinada, tal y como lo considerábamos entonces, teníamos razón. Porque, a pesar de que los turcos ganaron la guerra, desde entonces se torció toda la estructura de la sociedad turca y el estado turco aún está pagando las consecuencias.
Cuando regresamos de Esmirna al campamento de Ankara, la Escuela Bélica había ordenado a los mejores de entre los oficiales que habían combatido en Chipre que nos trasladasen sus experiencias. Pero todos habían enloquecido durante la guerra… Estos escombros de personas, en lugar de convertirse en ejemplos a seguir, nos empujaron de la manera más convincente al bando exactamente contrario. Nos convertimos en la segunda generación socialista de Turquía, tras la generación del 70, a cuyos miembros habían liquidado por completo.
De 400 personas en cada clase, 300 eran socialistas. No sabían qué hacer tras pasar por el ejército. La dictadura de Evren[5] expulsó del ejército a miles de oficiales después de 1980 por sus convicciones izquierdistas. A mí me habían expulsado mucho antes, en 1978, porque era miembro de la ejecutiva y creían que así los ánimos se tranquilizarían un poco. Un poco. Recuerdo que bajé por la colina donde se encuentra la Escuela Bélica en dirección a Ankara y me sentí como si me quitase un peso de encima. Dejaba tras de mí ocho años de encierro.
En realidad, habíamos creído que el socialismo salvaría el mundo. Todos los izquierdistas de la Escuela Bélica queríamos convertirnos en policías. Para no oprimir a nuestro pueblo, para no asesinar a aldeanos kurdos… ¡Queríamos convertirnos en policías para hacer buenas obras! Por increíble que pueda parecer, pensábamos de esta manera. Sin embargo, no puede haber Ejército del Pueblo, tal cosa es de por sí un oxímoron. Algunos de los que se salvaron durante la dictadura y no fueron expulsados de la Escuela, cuando terminaron, intentaron ponerlo en práctica. Recuerdo a uno de ellos. Alférez de la policía cuyo primer trabajo fue en el Kurdistán turco. Lleno de ideas socialistas, románticas, circulaba por las montañas desarmado y ayudaba a los aldeanos kurdos.
Se dirigió un día a casa de un enfermo para trasladarlo al hospital en su jeep del ejército y el Movimiento Guerrillero Kurdo (PKK) lo ejecutó a sangre fría. ¿Sabes qué razón invocaron en la declaración que hicieron pública? Escribieron que «era el peor de los enemigos, porque intentaba engañar al pueblo mostrándole el rostro amable del estado fascista». Y el muchacho falleció injusta y gratuitamente. Un mundo ridículo, ridículo. Pudo haberme ocurrido lo mismo a mí si no me hubiesen expulsado. Cuando te rodea el puerto de una ideología, no puedes imaginarte qué profundidad pueden llegar a tener sus aguas.
Entre 1978 y 1980 comencé mi actividad en la organización Camino Revolucionario. Cuando la organización se disolvió, trabajé durante dos años en una fábrica, en el turno de noche. Con un carné falso perfecto, porque siempre me andaban buscando. Mi hermana también estaba integrada en la organización, pero hasta entonces no tuve ningún contacto con ella. Cuando me enteré de que ella también se ocultaba, fui en su búsqueda y la encontré. La estaban juzgando in absentia y el fiscal quería para ella la pena de muerte. Decidimos pasar a Grecia juntos.
Conseguimos una pequeña barca de un metro y medio de eslora, con un motor exterior de un caballo y medio. La cargué en un camión en Esmirna y llegamos a Çeşme. Encontré el lugar perfecto para pasar al otro lado, a Quíos[6], y el día 12 de junio de 1982 partimos al amanecer, a las siete menos algo. El mar estaba totalmente vacío. Los coches-patrulla y los barcos pesqueros habían regresado; había una ligera niebla en el Egeo, el mismo escenario que el del ataque a Pearl Harbor. Nadie se dio cuenta de nuestra presencia. Una vez puse el pie en Quíos, distinguí a la derecha la comisaría y a la izquierda la policía militar. En mi vida había visto a un griego, nunca había escuchado una palabra en griego, en absoluto sabía con qué nos íbamos a enfrentar y tenía miedo.
Mi hermana y yo entramos en la comisaría y pedimos, en inglés, asilo político. El policía estaba fumando mientras se tomaba el café de la mañana, con una tranquilidad absoluta, y cuando tomó conciencia de la situación, me dijo amablemente: «No, amigo mío, no tenías que haber venido aquí, tienes que ir allí», mientras me señalaba el edificio de la policía militar, la actual autoridad portuaria. Inmediatamente, llegamos a la autoridad portuaria. Un oficial reservista estaba fumando su cigarrillo matutino mientras se tomaba un café, nos pidió amablemente el pasaporte, le explicamos que queríamos asilo político y nos respondió con una sonrisa de oreja a oreja: «Ah, no tenían que haber venido aquí, tienen que ir allí enfrente, a la Policía». «Pero si venimos de allí», le dije. Entonces descolgó el teléfono y escuché por vez primera la palabra griega más conocida: «Pero gilipollas[7], ¿estás de coña?» Finalmente decidieron compartir la responsabilidad. Nos acogió la policía y nos interrogó la policía militar. ¡Yo, mientras tanto, al ver todo esto, no pude más que hacer una reverencia ante el milagro del socialismo puesto en práctica! ¡Policía tranquila, ejército tranquilo! Ya me había enamorado del país, de la gente y la lengua me sonaba como pájaros que gorjeaban.
Le pedí a un policía que me acompañase a la librería más cercana para comprar un diccionario con el que poder comunicarme. No había. «Are you joking?», me dijo el librero. Me entristecí. Las lenguas y las religiones son para mí herramientas de comunicación. Así tiene uno que enfrentarse a ellas. Ojalá pudiese aprender todas las lenguas que existen. No tengo identidad nacional ni religiosa. Todas esas identidades no son nada más que terribles adicciones que limitan al ser humano.
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[1] Ciudad del noreste de Turquía, capital de la región del mismo nombre.
[2] Estambul, palabra de origen griego («en/hacia la ciudad»). En Grecia siguen refiriéndose a ella como Κωνσταντινούπολη (Constantinopla).
[3] «Mente soñante».
[4] Tuvo lugar el 14 de agosto de 1974. El dictador griego Dimitrios Ioannidis (1923-2010) proclamó la anexión (Ένωση) de Chipre y llevó a cabo un golpe de estado, que tuvo lugar el 15 de julio del mismo año. Derrocó al presidente de Chipre, el arzobispo Makarios (1913-1977), lo cual precipitó la invasión turca de la isla, la consiguiente guerra y su división final entre grecochipriotas y turcochipriotas, que dura hasta hoy en día. Una entrevista (en inglés) de la escritora y periodista Oriana Fallaci a Makarios se puede leer aquí.
[5] Kenan Evren (1917-2015), militar turco que dio un golpe de estado en 1980 y que gobernó el país hasta 1989. En 2014 fue condenado a cadena perpetua (a los 97 años) por crímenes contra la humanidad (detenciones, torturas y asesinatos extrajudiciales).
[6] Una isla del mar Egeo que está muy cerca de la costa de Turquía y de Çeşme en particular.
[7] Utiliza aquí el vocativo, sin sigma, «μαλάκα» (transliteración: «malaka»).