Por Enrique Darriba
Crédito de la foto (izq.) RIL – Aérea/
(der.) Fb del autor
El fantasma que habitamos. Sobre Phasma (2019),
de J.L.M. Mallada
Éste es, en realidad, el diario de un poeta. Un diario en el que su autor, J.L.M. Mallada*, nos da cuenta de un proceso, de una metamorfosis que en él se produce. Así, el diario se convierte en una libreta de síntomas, en un vademécum científico, en un prontuario donde se detallan las diferentes etapas de esa metamorfosis, la cual habrá de concluir con la justa visión del mundo que nos rodea y del mundo que nos habita. El título del libro ya nos pone sobre la pista, Phasma, palabra griega que significa aparición, fantasma, haciendo referencia con ello a la realidad que llamamos tangible y que, sin embargo, no deja de ser un espejismo, una simple apariencia.
El viaje que el autor inicia a través de este territorio falsamente real es largo y con apenas indicadores que nos señalen la dirección correcta, un viaje lleno de caminos que no conducen a parte alguna o que lo hacen al lugar de partida; caminos que de continuo se ramifican en otros caminos que a su vez se vuelven a ramificar hasta formar una especie de nervadura intrincada y laberíntica, de telaraña donde quedar atrapado. Cabe preguntarse por qué el poeta, como otros muchos antes que él, decide un día emprender este peregrinaje, y quizá lleguemos a la conclusión de que todo se debe al puro azar: a un atisbo imprevisto, a una fugaz visión que le pilla desprevenido. Aunque si se piensa con un poco de detenimiento es difícil creer que algo de esta índole no responda a las exigencias de nuestra propia evolución, incluso a un plan minuciosamente trazado, es decir, la visión como señal, como pistoletazo de salida hacia una nueva etapa.
Dicho todo esto, el libro de Mallada, no lo olvidemos, es sobre todo un libro de poesía, de la mejor poesía. Y es que sólo cuando el lenguaje se vuelve más emotivo que racional es capaz de expresar con mayor acierto las ideas que quedan fuera del intelecto. Sin embargo, aparte de su labor descriptiva, el lenguaje tiene también aquí la finalidad, mucho más ambiciosa, de cambiar las estructuras mentales que nos mantienen amarrados a nuestras viejas creencias.
Así, el poeta-experimentador desarticula el lenguaje, lo desguaza y lo vuelve a recomponer según sus nuevos propósitos. Se trata de un lenguaje múltiple, un lenguaje colindante con lo musical pero que también recurre a la imagen, a la plástica, un lenguaje tachonado, asimismo, de extraños signos que nos evocan las matemáticas o la física y que lo hace comprensible sólo para un yo no cotidiano, un yo que permanece oculto tras nuestro yo habitual. Son estas visiones, digo, que acaecen breves pero tajantes y perturbadoras, las que impulsan al poeta a emprender el camino. Es lo que se nos refiere en el primer capítulo del libro, “Los velos y los pasajes”. Son los velos que habremos de trasponer, los pasajes que habremos de transitar hasta que alcancemos aquellos territorios que ahora sólo vislumbramos, territorios que se nos presentan cernidos, vaporosos, pero, aun así, lo bastante sugerentes como para que el poeta decida profundizar en la visión, aunque, de momento, no disponga de los medios para lograrlo. Es entonces que echa mano de filosofías o disciplinas tales como el chamanismo, la alquimia, el sufismo, el budismo… Es la etapa del estudio, de la preparación. La etapa que, una vez dispone de las herramientas precisas, le permite continuar su andadura.
“Los velos y los trazos” es el título del segundo capítulo, el cual se centra en el proceso de indagación propiamente dicho. Son los trazos la voluntad, son los trazos la disciplina, el método. Es en este capítulo donde comienza el verdadero viaje, un viaje al origen, un viaje al vértice, allí de donde todo parte y adonde todo ha de regresar. El cambio que esto implica es drástico: hablamos de la destrucción metódica, consciente y dolorosa de nuestro yo más cotidiano, aquél que responde a un nombre propio por el que nos reconocen y nos reconocemos. Un proceso, decimos, doloroso pero necesario para lograr esa percepción de unidad que el poeta anhela y que queda reflejada en el último capítulo del libro: “Cosmos”. Es “Cosmos” la visión clara de esa nueva realidad alcanzada. Es “Cosmos” la armonía, la confluencia. Es “Cosmos” el estado de gracia del que hablan los místicos. Llegados a este punto podríamos pensar que su periplo ha terminado. Pero no es así. Aunque el poeta ha dejado atrás los velos, lo que equivale a decir que en gran medida se ha dejado atrás a sí mismo y ha alcanzado una visión cosmogónica de la realidad, aún le queda el paso más difícil, integrarse en ese cosmos, tener no sólo la visión de la unidad sino su experiencia directa, o lo que es lo mismo, desaparecer como individuo, abandonar su limitada conciencia para integrarse en esa otra que todo lo abarca, aquélla de lo que nada queda fuera. Pero esto, claro está, ya sería tema para otro libro y quién sabe si para otra vida.
*(Zaragoza-España, 1966). Poeta. Estudió en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos. Como artista plástico ha realizado distintas exposiciones a título individual y colectivo y alguna performance. Ha publicado en poesía Del haz fúgido (2010), la plaquette Mondo Daimon (2015) y Phasma (2019).