Por Lola Andrés*
Crédito de la foto (izq.) www.poetica2puntocero.com /
(der.) www.amargordtransatlantica.blogspot.com
Extravagantes.
[Un apunte sobre la poesía de Teresa Pascual
y de Julia Castillo]
quanta freschezza fu persa scappando
Amelia Rosselli
porque viene al caso
Conocí la poesía de Teresa Pascual, en lengua catalana, hace unos años con la lectura de El temps en ordre, en el 2002. Tarde. Su quehacer poético venía de atrás y habían salido ya a la luz algunos de sus libros desde 1987.
A Julia Castillo la descubrí con Febrero, sobre el 2008 o el 2009. Tarde. A 1974 se remonta el comienzo de sus publicaciones.
¿Por qué no supe antes de ellas y de tantas escritoras cuyos libros se me han hecho imprescindibles?, ¿no estuve suficientemente atenta o no había apenas registro ni noticia de su escritura? Son preguntas, sin embargo, nada estériles. Lo cierto es que nunca tuvieron un lugar en el canon establecido por la cultura patriarcal imperante o su rastro, muy débil, debió de quedarse en las camarillas y en los entresuelos del edificio cultural de entonces. Unido a mi ignorancia se me hace imperativo que hubo un ocultamiento o una dejadez o un silencio embarrado en el estudio y la difusión de los libros de las poetas. Ana Gorría, cuyo estudio y selección en la Antología de poetas españolas (De la generación del 27 al siglo XV), (2018) es un valioso caleidoscopio en el que se puede vislumbrar la escritura de poetas tan necesarias, dice en el prólogo:
Esta antología supone, por tanto, un esfuerzo al servicio de mostrar un sujeto cancelado, subterráneo, a menudo invisible. […] Protagonistas todas de una historia que no ha cabido y que no cabe todavía en los modelos imaginarios de una sociedad patriarcal.
También Concha García, en su libro Miradas en los entresijos. Percepciones alrededor de poemas escritos por mujeres (2020), al tiempo que analiza y reflexiona sobre una variada cantidad de mujeres poetas de su interés, apunta lo siguiente en la nota final:
La poesía de la mayoría de mujeres no ha sido lo suficientemente entendida, ni siquiera se ha intentado desatar por parte de la crítica oficial, siempre fue algo en el margen, un resto, la peculiaridad que se construía mediante subjetividades frágiles, imprecisas.
Falta mucho por iluminar a este respecto y entiendo ―no concibo otro hacer― que algunas de estas voces ―diferentes, no entendidas, afiladas como cuchillos e imprescindibles― ya deberían estar rodando con mayor contundencia entre las manos y las entrañas de quienes aprecian la buena lectura y se enriquecen con ella.
preámbulo prescindible:
A menudo doto a las palabras de imagen. Pero no de su referente ordinario. Se trata de imágenes amplias, en movimiento muchas de ellas, y algunas de estirpe extraña: cavidades o lugares que existen dentro de un enjambre novedoso y falaz, pero no por ello menos válido. Una de estas palabras es extravagancia. Significando errar fuera de los límites, asume más connotaciones; sin embargo, suele acudirme al pensamiento, a saltos, cuando me interno en algún libro de poesía que me interesa. La imagen es la siguiente: alguien camina por unas sendas bastante mermadas de vegetación. Mientras pasea se va haciendo más costoso el paso puesto que se inicia una cuesta interminable y se acrecienta el cansancio y la lentitud. A veces visualizo a más de uno ―incluso en ocasiones, por infección cultural, salen Virgilio y Dante―. A ambos lados de la senda hay unos pequeños látigos que, como serpientes, emiten sonidos no de animal sino de crujido o rotura de cristales. De lo que hablan solo puedo decir que hay asombro, o pesadumbre; tal vez preocupación. Sé que es así, entiendo ese lenguaje. Y no es el mío.
Todo este preámbulo, acaso prescindible, puede servirme para explicar por qué la elección de estas dos poetas: leo sus textos y veo extravagancia. Aunque la imagen que potencia es muy distinta en ambas. Único matiz en común: la concatenación cuerpo / escritura caminando por esa cuesta en la que sobreviene un esfuerzo por articular un discurso que rezuma la materia fugaz del pensamiento y los misteriosos elementos que lo asisten.
Teresa Pascual:
la palabra en entredicho
El paisaje poético tiene distintos hábitats. Tengo en alta estima esta diversidad siempre y cuando se produzca, en este entrar en él, un desajuste, o algún eco insistente, o una pequeña o gran estridencia en el lector. Si esto no ocurre, si no me ocurre como lectora, es más que probable que no haya sido capaz de entrar; podría ser también que no vislumbrara ningún paisaje. Pero vayamos a la primera opción: hay paisaje poético, distingo el hábitat, me da paso y hay inquietud: la poesía de Teresa Pascual (Gandía, Valencia, 1952) abre, en su manera de transpirar, una intensa pátina marina cuyo fondo abisal ―convulso y tempestuoso― emerge a una superficie en calma. El lenguaje es capaz, en su escritura, de traspasar, mediante una disposición discursiva aparentemente tranquila, la fase de significación común y sumergir al lector en esa confusión tensa y provocativa que es la comunión de la mirada y la conscientia. ¿Qué estimula la perturbación, la caída, la tristeza de un horizonte inasumible, la soledad de uno con interrogantes reiterativos?
Este es el hábitat de la poesía de Teresa Pascual, una de las voces más hondas y relevantes del panorama poético actual en lengua catalana. Pero maticemos su “palabra”.
En la poeta, el cuerpo, siendo el natural depositario del paso de los años, es también un hogar sonoro; las manos, los brazos y los ojos ofrecen el soporte y la gravidez que intensifica la palabra:
Desig paraula i sensació de mans/ la cara descoberta dels ulls fondos/ provisional la culpa que vacil·la/ somni gestat i sensació de braços/ a mitja nit cabells de terra ocre/ tendresa al coll i lentament la roba/ provisional el dubte color vi/ la boia no conforme de les hores. [Deseo palabra i sensación de manos/ la cara descubierta de los ojos profundos/ provisional la culpa que vacila/ sueño gestado y sensación de brazos/ a media noche cabellos de tierra ocre/ ternura en el cuello y lentamente la ropa/ provisional la duda color vino/ la boya no conforme de las horas.] (El temps en ordre, 2002)[1].
A través de esta amalgama carnal y expresiva sus versos se rearman por infiltraciones ontológicas: la pregunta como plataforma inestable es el lugar desde donde deja caer todo el peso de la culpa, de la pesadumbre o del colapso final. “Pesado, pesado, pesado,/ cayendo por/ caminos y sendas de la palabra.” escribió Paul Celan. También en el mismo libro de la poeta leemos: “Ventre partit a la boca del ventre,/ arrel que enfonsa i beu, boca i arrel,” [Vientre partido en la boca del vientre,/ raíz que hunde y bebe, boca y raíz.]. La boca despliega significados oblicuos, cuya fosa recupera la sed de lo dicho y la sed del temblor: esa raíz inmarcesible aunque presente.
Toda esta incertidumbre tiene que ser nombrada, hay que nombrar las cosas, ¿cómo? Ya advertía M. Foucault que (las cosas) “ocultan y manifiestan su enigma como un lenguaje.” (Las palabras y las cosas, 2010). Intuyo que en el término comparativo radica la relevancia puesto que la verdad ―como esencia― se disemina entre el lenguaje y ofrece fragmentos que van cambiando a medida que la memoria los nutre de imágenes nuevas o retazos de lo que fue. Walt Whitman ya desmenuzó esta, llamémosla, imprecisión: “Todas las verdades aguardan en todas las cosas», «Considero esas cosas, o su apariencia, o su resonancia ―llego y me alejo.” (Canto de mí mismo, trad. de Borges, 1997). Y Teresa Pascual, en unos versos de Rebelión de la sal (Ed. bilingüe en La Garúa a cargo de Lola Andrés, 2020), advierte en este sentido: “Es el momento de volver a las cosas,/ de nombrarlas sin mirar/ los efectos que causan sobre el alma.” Es recurrente en la poeta la temática del esfuerzo por decir, por dotar a la palabra de esos cauces de duda y de incertidumbre. Acaso sea el hilo conductor de una hermenéutica que ha de resquebrajar el fondo de la escritura poética y, por ello, reveladora de una multiplicidad de cosas:
És del que fuig/ pel cristall líquid,/ del balbuceig/ no fet paraula,/ enigma en veu,/ lloc del silenci/ des d’on em parle. [Es de lo que huyo/ por el cristal líquido,/ del balbuceo/ no hecho palabra,/ enigma en voz,/ lugar del silencio/ desde donde me hablo.] (Vertical, 2019).
La poesía de Teresa Pascual se asoma a un límite fronterizo: dentro del mismo hábitat hay una gran cantidad de pequeñas áreas donde la palabra salpica de mar, de viento, de interrogación, de bocas y manos, de secuencias alteradas en las imágenes de la memoria. Con un inquietante sosiego, sus versos transpiran por el pensamiento y la fuga del mismo. “Clar sobre obscur,/ l’escriptura,/ una impressió d’oli/ sobre l’espai/ posat al límit.” [Claro sobre oscuro,/ la escritura,/ una impresión de aceite/ sobre el espacio/ puesto al límite.] (València Nord, 2014).
Su palabra desmenuza el mismo interrogante en toda su obra: ¿qué hábitat en la raíz del lenguaje poético crea la imprecisión del pensamiento ―o de su sentido—?
Julia Castillo:
en las palabras-bocas
A veces las palabras
se acercan
como bocas.
Julia Castillo
A menudo el discurso poético más buceador, más disgregado y con mayor estrago en la conciencia lo descubro en las mujeres. Emily Dickinson, María Zambrano, Teresa Gracia, Clara Janés, María Auxiliadora Álvarez, Olvido García Valdés o Mercedes Roffé ―por citar solo algunas voces que emprendieron y emprenden otro impulso poético― me sitúan en esos lugares que advierto como cuerpo o escritura punzada y que reconozco en cuanto leo sus versos. La voz de Julia Castillo se ubica en este territorio dispar y fragmentado, pertenece a esta estirpe de escritoras cuya voz ocurre en otros parajes porque es otra su manera de ocupar ―o desocupar― la palabra.
Deleuze apuntaba que “para que hubiera lenguaje, era preciso pasar por el verbo y su silencio, por toda la organización del sentido y el sinsentido sobre la superficie metafísica” (Lógica del sentido, 2005). Afrontar el desajuste que producen las reverberaciones del pensamiento y trasladarlo al texto es una migración que, en su transcurrir, pasa por dificultades y tropiezos. El proceso, en Julia Castillo, es esencial; su transcurrir, su ir y venir, los saltos que se van produciendo durante su salida a la superficie. Por ello, la escritura, la palabra, la poesía, forma parte de la trama, es la médula del hueso del texto poético y al nombrarlas, se enhebran esos poemas largos y subterráneos que la poeta construye. Son muchas, por tanto, las referencias al hecho de escribir; diría que mediante esta temática, va ensartando sus libros en un largo alambre de voz. Nos dice en Místico solo (2017): “Escribo para esos picos/ temblorosos/ en la niebla.”, o:
Y no escribir sobre/ la mesa:/ el mundo/ no descansa sobre un tablero./ Puedes sentarte tú/ a escribir―/ y el poema tener prisa/ o querer acabar…/ Y es que es incierto/ lo que quiere/ e impredecible.
Cuando María Zambrano hablaba de la razón poética abordando la riqueza de la posibilidad y el deseo o pureza de ser cavidad de lo inexpresable ―por ello poesía―, es difícil no entrar en los versos de Julia Castillo y no ver esa tensión que, sin embargo, es capaz de ir construyéndose. Si en Palimpsesto (1999) leemos “A ponerse/ un murmullo/ esta noche/ contra el pecho”, en que el cuerpo y la palabra sobreentienden su lugar común, en Dos poemas (2001) hay una ausencia de las potencias sobreescritas y el lenguaje brota sin riendas, despedazado y solo, con desplazamientos a marcas visuales que captura con la sed de lo que es mirado: “La tarde/ otros renglones.”
Febrero (2008), es uno de los libros de la poeta al que más regreso. Por él descubrí la escritura de Julia Castillo. Emily Dickinson ―a quien tradujo― respiraba al lado, o esa fue la sensación que tuve. No hay metáforas con que redoblar los sonidos, hay un tuétano escrito y él es el absoluto conductor de la respiración. El poema es lo que late. Como casi toda la obra de la poeta, los textos son una riada de voz aunque con diminutos y continuados brincos de piedras. Hay espacios entre pequeños grupos de versos; nunca he visto en estas paradas el silencio sino la respiración, la toma de aliento de las palabras. “Entre el vacío y el suceso puro,/ de mi íntima grandeza el eco aguardo”, escribió Paul Valery. Esto escribe Julia Castillo en Febrero: “Aquel día / estaba lo exterior / como caído en un revuelo” (escrito por la autora en cursiva). Lo que se oye es lo que se espera. Y lo esperado se transfigura en halo, en sensación, porque jamás ocurre: se piensa, se imagina o desaparece.
La poesía de Julia Castillo, rebosante de trozos, pareciera que, en su aparente o cierta sequedad, alumbrara pequeños resquicios de íntima y obtusa ternura: “Escribo para no/ llorar.” (Demanda en Cartago, 1987). O “Esos colores/ del invierno―/ era mi padre.” (Febrero). Garcilaso de la Vega, en la Elegía Segunda, amagaba en el transcurso ese detenerse de la memoria, el flujo de lo recordado en imagen o en sonido: “Así se van las horas engañando,/ así del duro afán y grave pena/ estamos algún hora descansando.”
Acabaré este vago apunte aludiendo a una sinécdoque: el cuerpo del lenguaje en Julia Castillo ―poema― permite que se lea desde dentro del cuerpo. No hay historias que contar, no hay tramas; hay un resquebrajado y vital hálito que se deposita en la palabra, cuyo ensamblaje con el pensamiento ―y más allá de él― rompe las referencias habituales y recompone la antigua dispersión del ser. La totalidad de lo Uno que Plotino pensó como visión sinóptica de lo mismo, engendra la multiplicidad. El lenguaje en poesía, en la poesía de Julia Castillo, responde así a su mismo nacimiento. Escribir advierte de aquello que se rompe. Y la poesía oye y camina por este intrincado y confuso devenir.
Mayo de 2020
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[1] La traducción al español de los versos aquí citados es mía.
*(Valencia-España, 1961). Poeta, traductora y editora. Filóloga por la Universidad de Valencia (España). Obtuvo el Premio Gerardo Diego de la Diputación de Soria y el Premio Alfons el Magnànim “Ciutat de València” (poesía en valenciano, 2006). Ha traducido del catalán al castellano a poetas como Joan Navarro, Teresa Pascual, Jaume Pérez Montaner, Begonya Pozo o Josep Checa; y al catalán, junto a Anacleto Ferrer, la poesía de Hannah Arendt. Ha publicado en poesía Moléculas y astros (2002), Jocs de llum (2006), Materia (2007), Pendiente del aire (junto a Eva Hiernaux, 2013), Cielo líquido (2015), Travesía (2016 y 2021); y las plaquetas Brecha, Poética y peatonal (con pinturas de Gabriel Viñals, 2017) y Ho(yo) de hueso (2018).