Por Romilio Ribero*
Selección de Rodolfo Ossés** y Silvina Mercadal***
Crédito de la foto www.diariodepunilla.com.ar
Extrañas escrituras.
5 poemas de Romilio Ribero
Las otras mujeres
En los ramajes del diluvio, más allá de los jóvenes ríos de octubre
están las madres desposeídas de la luz, vueltas al diálogo de los años
olvidados.
Cuando un ser se halla separado del cielo y nadie lo advierte
en vano vuelven las bandadas a sus ojos y en vano también se repiten
las abrasadas amapolas a sus pies.
Todavía vienen esas manos para despedirnos y nos siguen a través
del espacio.
frágiles desterradas de una delicada espesura, en gozosa espera.
Oh madre: aún te recuerdo tan luminosamente que estoy seguro que
en cualquier día volveremos a encontrarnos en abrasadas
tinieblas y te desprenderás de tu sombra y me seguirás
como en los antiguos años
cuando el mundo era baldío.
Entonces encendíamos las fogatas cerca del mar
y las otras mujeres danzaban debajo del deshabitado trono de las
lluvias.
Y recogían de los bosques cercanos setas de colores, crisantemos,
inocentes junquillos
y contaban a los niños tiernamente, historias del agua,
o sobre las laderas presenciaban las rondas
mientras la noche con sus responsorios, sus perros arenosos, sus
lechuzas, sus navíos, sus alas, sus paños gigantes,
llegaba con Sagitario y Capricornio.
Esto lo saben las dulces mujeres sepultadas:
Que equivocaron las puertas del paraíso y confundieron sus caminos.
Lloraron al ausente con sus telas, sus flores, sus collares mágicos
por más de trece lunas. Y vieron arder los sepulcros y quemar a los
viejos santos de paja y sepultar sus manos entre dos ríos.
Amar, penúltima vibración de todo. Creer en la canción poderosa de
los árboles, e iluminarse con el cuerpo desnudo a los
bordes del cielo.
Recoger de lo que nunca volverá a existir un aliento, un perfume, algo
que sea luz en las tinieblas, música en la soledad, pan en
el huerto.
Y esto hablo de las dulces mujeres: Que ya tienen comienzo en la luz
y allí terminan.
Las conozco en los rebaños de meses que se apagan en mi tristeza;
las veo detrás de la fragancia de los pinos y en la sal del mar donde
ciegos pescadores descubrieron amargas ciudades.
Y esto relato de las bellas mujeres:
Se han vuelto al antiguo día de las barcas del cielo. Dejaron sus
desiertos, sus aves, sus deidades y lirios
y como personas de alguna primavera
por interminables crepúsculos rezaron, rezarán aún
para que el mundo tenga temporales de polen y de carnales begonias
y haya confortación en los regazos
y también consuelo a los solitarios que les cuesta vivir y morir con sus
alas de sangre.
(de Las otras mujeres)
Los fundadores
Errantes hechiceros
Portadores de aromáticas flautas en la lluvia.
Hombres descifradores de los mares
que armaron el coral en su memoria.
Padres de los que cazan en los bosques
mariposas de pórfidos celestes.
Viejísimos cuentistas olvidados en amarillas tumbas
sin coronas.
Mujeres de la música
en comercios de amorosos perfumes del rebaño.
Astrónomas secretas
que a las lunas celebraron con sangres consagradas.
Navegantes traídos del rocío
con las quinientas Aves inmortales.
Parteras que tuvieron la belleza
del Árbol-Pan y del Árbol de las lámparas.
Hiladores del fuego
entre palomas con el encantador de los otoños.
Lapidarios de extrañas escrituras
que revelan las cosas del espíritu.
Mercaderes de ciencias aromáticas
y la alquimia de negras lunaciones.
Oficiantes que cazan a las víboras
en el yacente mundo del que llora.
Nómades hechizados
que se duermen en violentas llanuras con orquídeas.
Alucinaciones madres
que frecuentan el reino de los peces y el misterio.
Cazadores de perlas
en ciudades con techumbres de bronces y diluvios.
Cuidadores de fuentes
que en la noche anunciaron la sed del extranjero.
Abuelos de la raza del espanto
y abuelos de perdidas narraciones.
Oficiantes dormidos en esteras
del país de sales y el tributo.
Floristas que retornan con las aves
azotados de azufres y tinieblas.
Bebedores del viento y la ceniza
que traen magnolias del danzante.
Pintores de lechuzas y osamentas
que siguen a las barcas del crepúsculo.
Narradores del iris y las fiestas
las serpientes corruptas y la esponja.
Plantadores del árbol de las bodas
y de los nacimientos con sus lepras.
Pregonantes del mar
que no conocen costumbres del incienso.
Bailarinas quemadas
Semejantes a oscuros tejedores de las dalias.
Carpinteros con rostros que entristecen
a todas las palomas y los nardos.
Hacedores del fuego
vestidos de azahares y alcanforeros antes de la esmeralda.
Ellos dieron el principio
a este reinado de los tronos de agua
y de los musgos.
Habitan finalmente
en la barca terrestre con sus armas de magia.
(de Libro de las estirpes)
Cartas a la hechicera desamparada
Con frecuencia me he encontrado en los caminos,
con bolsas abandonadas del Mineral de las Otras Mujeres.
Y nunca las he recogido,
porque sé que me encontraré con desagradables sorpresas.
Raramente las bolsas aúllan o gimen.
Siempre están ocupadas en interminables diálogos que llevan
y traen los remolinos, donde se cuentan historias de herreros
que hasta la mortificación de la muerte,
tuvieron que soportar bajo sus yunques una de estas bolsas.
No se las ve a simple vista,
pero aquel que en su vida ha dialogado con algún mago del otoño
o ha escrito cartas a la hechicera desamparada,
las percibe,
es decir, que puede desviar sus carruajes y cabalgaduras
del camino del bosque o del desierto,
donde aguardan impacientemente,
para proponerles bodas y muertes, desgracias y fortunas.
(de El mágico señor de lo oscuro)
Poética
Viviendo en los comienzos de la magia y el fuego,
en las altas provincias del asombro en la infancia,
reducido a las tardes que se vuelven palomas del diluvio,
purificado en los ceremoniales de plantas y hechiceras,
he visto en esta condición lo extraño,
lo que ha tramado el dios del destierro en su espíritu.
Pero aferrado al mundo cotidiano, a las cosas más simples,
he olvidado por fin, esas aves de niebla y de flores,
esos soles cantantes entre los nacimientos de las víboras,
y las altas mujeres que conjuraron rayos y granizos
con miradas de líquidos otoños en países ardientes de corales.
Ahora acabo de entender lo cierto que no es esto ni aquello,
ni ese mar prodigioso que sepulta sus lunas inmortales.
Es la ciudad que llaman: poesía
En un país del alto resplandor.
(de El mágico señor de lo oscuro)
Invoco a la hechicera de las palabras
Invoco a la hechicera de la palabra
la que fue la separadora de las tres cosas del prodigio:
Inclínate, cazador, en la coagulada sangre de tu estirpe,
y reconócela en los astros de tu suerte, en el limitado y repugnante
tejido de tu savia.
He invocado a ella con su profesión de descifrar mis sospechosas
aventuras en la tierra.
Y fue exactitud lo que me exigía
en esta ardua tensión
sobre el blanco papel
donde ahora, las inquietantes sombras crepusculares
van otorgando significaciones diáfanas:
Por ejemplo, la inminencia de un animal del sueño que desciende
del arco iris,
vegetaciones demasiado representadas en un plano,
rostros olvidados en la perfección de lo extinguido
proponiéndome
seguirlos de etapa en etapa
con los extraños constructores de los hornos alquímicos
y los arquitectos del rigor,
orgullosos de las columnas que cantan
en la desnuda tarde de algún día en Atenas.
Confieso que entre altas multitudes
oí su voz, como la del cantor de una lejana aldea de
prodigiosas narraciones:
Me parece estar aun esperándola, toda una eternidad,
con su amante perfume,
apasionada como una ramera que es en la boca del pobre cantor
o ágil, esbelta, juguete de la realeza del espíritu
en la casa del oscuro Mallarmé,
o pálida, castigada, escupida, maldecida
y nuevamente en la plenitud más esplendorosa
cuando paseaba de mesa en mesa por los tugurios con Rimbaud.
Invoco a ella
para decir que ella es una misteriosa amenaza para quien
no tiene relación
en su limitado círculo de pureza,
para sentenciar o maldecir
a los que tratan de violarla con el absurdo, ofreciéndola
como una dádiva
enumerando menudos gestos cotidianos
y accidentales virtudes domésticas, quehaceres.
Cierro los ojos y la veo, aquí está el papel.
Espantosamente exigente me obliga a que la cree o recree
Con su inmensa, eterna e inseparable locura,
y le doy las gracias.
(de Familiares y Sortilegios)
*(Córdoba-Argentina, 1933 – Córdoba-Argentina, 1974). Poeta y pintor. Vivió pobremente de sus dibujos y murió a los 43 años. En vida publicó sólo dos libros Tema del Deslindado y Libro de bodas, plantas y amuletos, y dejó inéditos otros dieciocho. Su poesía comenzó a redescubrirse en los 90 gracias a su compañera Susana Sumer y a la editorial de Alción que asumió la publicación de su obra. Libro de viaje de los varones prudentes (1997), Las mujeres, las magias (1997), Propiedades de la magia (1999), Imago mundi (1999), Presentación de mi familia (1999), Familiares y sortilegios (2000), Libro del lejanísimo día (2001), El paraíso destronado (2002), Todo fénix es la mirada (2003), El mágico señor de lo oscuro (2004), Las pálidas esmeraldas (2005), son algunos títulos editados.
**(Córdoba-Argentina, 1981). Artista Escénico y visual. Desarrolla su trabajo desde el cuerpo y sus posibilidades de diálogo con diversos lenguajes y soportes artísticos, generando una trama interdisciplinar en constante retroalimentación. En paralelo a su trabajo individual, forma parte de diversos proyectos colectivos con los que profundiza la investigación y producción en torno a la performance y el arte escénico. Estos proyectos son Irreal Academia, Efimerodramas, Acciones hacia una escritura performática, Proyecto TRIADA, Compañía Taanteatro (San Pablo, Brasil), Compañía Intercanario y Compañía La Comisura.
***(Córdoba-Argentina, 1971). Es docente en la Universidad Nacional de Villa María (Argentina). Ha publicado en poesía Nupciario (2007), Acuario de la morsa (2009), Un bosque oriental (2010), Las aventuras de la piña monstruo (2013), La cautiva, alucina (2016), La esquina del fresno (2016), Orange (2017), Célibes liebres y Aurora o la flor de oro (2019), Vano (2020), El jardín de los astronautas (2020).