En noviembre del año pasado, 2017, el escritor y filósofo Matteo Fais publicó una nota para la revista web Barbadillo (www.barbadillo.it) en la que preguntaba a varias escritoras italianas respecto a la existencia o no de una escritura sólo femenina. Debido a la importancia de un día como hoy, 08 de marzo, en que las mujeres luchan una vez más por lograr la igualdad, Vallejo & Co. traduce y reproduce esta nota a modo de pequeña contribución para lograr esta muy justa causa igualitaria.
Por Matteo Fais*
Traducción por Mario Pera
Crédito de la foto www.barbadillo.it
¿Existe una literatura (sólo) femenina?
Responden las poetas
Existe una vieja interrogante, en la vida práctica, que atañe a la intersubjetividad. Banalmente, se relaciona la posibilidad de establecer una real comunicación entre los seres humanos. ¿Existen concretamente las bases por qué eso ocurra, o bien cuándo hablamos nos decimos los unos a los otros palabras vacías a las que cada uno atribuye un significado personal? La cuestión es vasta, tanto como vertiginosa. Naturalmente, una duda similar resuena y repercute en ámbito literario. ¿De aquello que escribo (admitiendo, obvio, que lo hago para comunicar) qué le llega al lector? ¿Cuánto de lo que él lee es su construcción formada por la materia (las palabras) que se le propone? Y todavía: ¿el escritor puede hablar a nombre de entidades extensas como la especie humana, el pueblo, una generación o sus coterráneos?
Entre las muchas interrogantes que giran alrededor de la cuestión de la comunicación, en relación a la producción literaria, hay un punto, en particular, sobre el cual sería imperdonable no detenerse con cuidadosa para reflejarlo y ello concierne a la escritura femenina. No que se quiera dudar de la posibilidad, o la necesidad, de la literatura que viene del género en cuestión ―eso sería loco e inmundo. En cambio, es interesante meditar sobre qué puedan tener la escritura masculina y femenina de irreducible la una frente a la otra. En síntesis, ¿puede un hombre (narrador o poeta), hablar en lugar de la mujer y viceversa? Podemos, en la innegable subsistencia de algunas diferencias biológicas y psicológicas entre géneros, pensar que tenemos sentimientos y sensaciones imposibles de entender para quienes pertenecen al sexo opuesto al nuestro?
Para tal propósito, hemos ido a entrevistar dieciséis escritoras, entre poetas y narradoras. Se trata de mujeres de edades y generaciones diferentes, cada una con una historia y sensibilidad muy personal. Hemos pedido a todas el contestar a una sola pregunta precisa ¿Existe una escritura de lo femenino o bien un modo de describir la vida en versos o en prosa que remite a un particular sentir impedido al otro sexo? A pie de página, quién escribe ha decidido insertar un comentario personal, partiendo de los puntos de reflexión provistos por las entrevistadas.
Respuestas
Floriana Naso: No, no existe diferencia alguna, a mi parecer. A propósito de ello me pregunto, ¿sería posible adivinar el sexo del escritor leyendo sólo un fragmento? Existen hombres dotados de sensibilidad, talento poético y romanticismo en un grado capaz de suscitar profundas emociones y mujeres que están totalmente desprovistas de ello. La escritura es una huella digital, esta devela a la persona y cada uno es único.
Melania Panico: Sinceramente nunca me puse en el lugar de si existe una escritura femenina. Así como no me puse nunca en el lugar de que exista una escritura masculina. Existe la escritura. Y después existe el estilo. Y el contexto social influencia la escritura y el estilo. Así, por ejemplo, si leo a Yourcenar no me pongo el problema de si es hombre o mujer y creo che tampoco la autora se puso en el problema de aparecer de una manera. Lo mismo vale para Yehoshua o Coetzee (hablo de autores que estimo). Cuando leí Rosa cándida de Olafsdóttir (autora islandesa de nombre impronunciable) no entendí que el autor era mujer hasta cuando –al fin– leí la cuarta. Que después hay una diferencia entre sexos no lo diré yo. La diferencia, en todo caso, es una evidencia y no un agravante. No todas las mujeres tienen la misma sensibilidad. Luego, hablar también de diferencia sobre la base de mayor o menor sensibilidad me parece engañoso. Esto en lo que respecta al concepto de escritura femenina. Si luego hacemos referencia a la literatura para las mujeres eso es a las secciones de libros para mujeres que encontramos en las librerías, bla, mi reacción es la misma que cuando veo las secciones de libros de literatura gay o LGTB: primero río y después, pirandellianamente me entristezco.
Rita Pacilio: La escritura es el lenguaje del pensamiento en continua búsqueda y evolución del sentido y de lo verdadero; si se la expone a una connotación exclusivamente sociológica (escritura femenina/feminista, masculina/machista, civil, de amor, etc.) me parece que se verá disminuida de honor, belleza y privilegio. Detrás de la palabra, hay siempre, prescindiendo del sexo, la virtud del milagro, el sacrificio de quien escribe, la carne/cuerpo/alma de quien lo piensa (¿carga? ¿Secreto? ¿Cognición?) hasta alcanzar una pérdida de identidad. Quien escribe, en efecto, se muestra como otro, a menudo sin edad y sin tiempo (Rimbaud: je est un autre), porque se niega, se autoniega, y se abre al cuerpo desconocido enamorándose, traicionándolo, por lo tanto oscilando en la multiplicidad compleja de las igualdades, semejanzas y diferencias innatas en lo femenino y en lo masculino. El acto creativo se destaca y precisa la palabra merodeando en lo real para ampliar el punto de observación y absorber el peso del conocimiento.
Lo íntimo, entonces, no tiene género; como el arte, el mundo, la suerte. La pureza de la escritura universal si fuera declinada a lo femenino o a lo masculino, de manera aplicada, empobrecería la finalidad literaria y la solución del tormento de los fenómenos existenciales. La experiencia humana, es verdad, también es hecha de nuestro sexo y del ajeno sexo, sentido y racional, de modo realista y fiel pero, extraordinariamente, en la escritura se puede asumir y aclararse en un rol simbólico, potente y contradictorio. Cuando la conciencia se supera a sí misma y se expande, la carne está inmersa por completo en mi fingir. Señalarla con el dedo, aislarla o rechazarla según el sexo de pertenencia, es una obra excesiva que puede sólo ser justificada por una investigación antropológica y/o cultural.
Alessia Iuliano: En literatura, como en el arte, vale aquello que llega. No el género que lo produce. No me importa quien está detrás del biombo, si es mujer u hombre, si es adulto o anciano, homosexual o hetero. Pienso en las poetisas que han rechazado el “poetisa”, en sostén del ser llamadas “poetas”. Ciertamente, es diferente el cuento de un aborto que hace una mujer y no puede hacer un hombre. Pero, tampoco es demasiado. El todo está en un cierto tipo de sensibilidad e introspección psicológica, ¡calidad que no tiene género! Están vinculadas a la personalidad y a la capacidad del autor en cuestión. Por ello, si autor es Autor y narrativa y poesía son Narrativa y Poesía, estas últimas, como Literatura, prescinden del señalar el género. Sencillamente, puedo reconocerme muy bien en un poema de Montale o en la poética de Fortini, o los hombres en un poema de Szymborska.
Beatrice Orsini: Creo que la escritura es, de cierto modo, una operación femenina, en la medida en que lo femenino tiene, estructuralmente y de manera más radical que lo masculino, una relación con la experiencia de la falta. Escribir es circunscribir un vacío, una falta, mediante las palabras y la relación con el lenguaje es asimismo una relación faltante, precaria. Ponerse al servicio de la escritura implica pasar por ese atolladero, hendidura, de la palabra que no logra decir todo pero que, sobre todo en la poesía, puede crear nuevos significados. Y tal vez en ello las mujeres parten con ventaja.
Izabella Teresa Kostka: Más allá del ciclo menstrual, de las hormonas enloquecidas y del embarazo (verdadero, presunto o histérico), creo que la escritura es, fundamentalmente, de dos tipos: aquella de peso y aquella insulsa. Seguro la percepción de algunos argumentos tratados puede cambiar dependiendo del punto de vista femenino o masculino, pero en el mundo de hoy, en el cual cada vez hablamos más a menudo de filosofía de género, de homosexuales y transexuales, las diferencias entre los sexos tienden a disminuir y la escritura se vuelve más universal, más unisex. La literatura típicamente femenina pertenece, según yo, al pasado: no es, de hecho, extraño encontrar a escritoras con las pelotas y escritores lentos sobre tacones altos. Personalmente, he sido siempre descrita como una Bukowski en femenino, probablemente por las temáticas que afrontado, que describo también los oscuros lados de la vida y negados por la sociedad sin tabú. ¿Debería ofenderme? ¡No! Pertenezco a la fila de las mujeres guerreras, tejedoras de versos en minifalda y con una lengua de acero que hace sangrar las páginas, independientemente del ciclo lunar. La escritura debe ser intensa y nunca banal, indudablemente aquellas dotes dependen del intelecto y no de un elemento X o Y sobre una pareja de cromosomas.
Michela Zanarella: Sí, creo que una mujer que escribe hace hablar a su alma, a su piel, a su cuerpo. Es un modo de sentir y percibir las cosas que tiene en sí un lenguaje emotivo que no es el mismo de aquel masculino. Con esto no quiero crear tergiversaciones en el género de la escritura, sino solo hacer comprender que ciertas experiencias, determinadas emociones, son descritas con un enfoque diferente. Inconscientemente una escritora ve con otros ojos y elige a veces un léxico que no siempre se cruza con el de un hombre. Si pensamos en el tema del amor, indudablemente cambia el modo de expresarse. Hay luego situaciones que una mujer vive de modo íntimo y completamente justo: el nacimiento de un hijo, por ejemplo, es algo único, el ser madre, dar la vida, piensa que quien engendra debe tener la conciencia de la procreación, del acto de dádiva.
Noemi De Lisi: Contestaría con otra pregunta: ¿existe una escritura masculina? ¡Asistimos a la lucha contra los estereotipos de género, (¡era hora!), o mejor, a una reeducación de la sociedad en este sentido; un recorrido informativo en el que se trata de derribar, poniendo en tela de juicio, las barreras dictadas por el género biológico (nacer anatómicamente de sexo femenino o masculino). Encuentro que es legítimo hablar de una diversidad entre mujeres y hombres en el caso de que, por ejemplo, se hable de disciplinas deportivas (ámbito en donde el cuerpo es el dictamen principal), pero cuando tomamos en consideración cierta sensibilidad por las palabras, el cuerpo se convierte en algo superfluo.
Existen personas que escriben del mundo a través de su punto de vista. ¿Pero cómo tienen éxito? Imaginan, fingen. Estas personas pueden escribir imaginando ser perros, sirenas, robots, fantasmas, mujeres, hombres. La habilidad de un escritor consiste en lograr engañar al lector, fingir hasta el último punto: ¿puede un hombre imaginar y describir el ciclo menstrual? Sí. ¿Puede una mujer imaginar y describir una erección? Sí. Hemos elegido escribir para olvidarnos (o recordarnos), hemos elegido imaginar otras vidas más allá de la nuestra, hemos inventado todo: hemos sido madres, padres, asesinos, héroes. Quien elige escribir, elige todas las vidas imaginables. Como hacemos pila, si de pie o sentados, es algo que no concierne la literatura, concierne más banalmente a nuestra vida, lo único que no hemos elegido.
Eleonora Rimolo: El sentir es de por si una experiencia heterogénea y por lo tanto individual. Cada modo de ver el mundo, de vivirlo y de describirlo es personal y por esto es incomprensible a los ojos del otro. La diferencia de sexo, tal como la diferencia de cultura, por ejemplo, son grandes categorías que ayudan a orientarse pero dentro de las cuales confluyen otras infinitas diferencias. Personalmente siempre he me ha atraído la idea de escribir en masculino: no he buscado nunca una explicación a tal tendencia, pero muy a menudo mi escritura sale de mí así. Por lo tanto, en lo que concierne a mi experiencia como poeta, los puntos de vista se sobreponen, confundiéndose, fundiéndose para llegar a un raro, simple y unívoco mensaje válido en cualquier espacio y tiempo, y para cualquier sexo: la soledad es la única y verdadera constante de los seres humanos.
Alessandra Corbetta: Analizando las fases que conducen del feminismo igualitario a la diferencia sexual, pasando por el construccionismo social, parece evidente cómo la concepción del cuerpo, elemento primario de la discriminación entre hombre y mujer, se modifica con base en los regímenes de sentido atribuidos a la esfera biológica del cuerpo, de un lado, y a aquella sociológica, del otra; de cualquier modo en fin se considera que resta una diversidad connatural al pertenecer a un sexo o al otro y, a pesar de que la sociedad actual intenta disminuir las diferencias intrínsecas y extrínsecas existentes entre los dos, la diferencia queda y, sería buena cosa, seguirá quedando.
La escritura poética no se sustrae, es cierto, a estas dinámicas: el sentir masculino no es aquel femenino, no sólo en relación al diferente modo de considerar una misma temática sino, a priori, en el modo de vivir y habitar el mundo; esta diferencia, lejanísima de cualquiera impostación jerárquica, es una de las riquezas que la poesía ofrece en un círculo continuo de armonías y disonancias que atraviesan los dos polos del ser humano común que sería estúpido ignorar y del que sería aún más estúpido privarse.
Linda Ansalone: Para mí no es una cuestión de escritura, sino de sentir. Si tienes una buena base técnica, una modesta inspiración, con la escritura puedes encaramarte dónde se te ocurre, pero el lector despierto advertirá enseguida la falta de autenticidad. La literatura testimonia un gran número de suicidios en el ámbito femenino, para citar algunos nombres: Virginia Woolf, Sylvia Plath, Antonia Pozzi, Nadia Campana, Anne Sexton, Amelia Rosselli. ¿Qué ocurre? La escritura te obliga a ir más allá de, más allá incluso de tus mismas emociones, volverse otro de sí. Y ocurren encuentros, justo allí dónde flota el vacío; es necesario cerrar la puerta al exterior y dejar que se extienda el propio mundo interior. “La lengua y la escritura pueden ser consideradas como operaciones mágicas, brujerías evocadoras”, escribía Charles Baudelaire, como para subrayar la paradoja del arte como muerto pero, al mismo tiempo, como vida; sin embargo, Baudelaire es hombre. La vida le es regalada. En cambio, las mujeres engendran la vida, son investidas de un misterio tan grande que las llevará para toda su existencia a buscar lo auténtico, a costa de encontrar la oscuridad y el horror. El recorrido de la autenticidad de la poesía en lo femenino, es un recorrido despiadado, pero corajudo que no se rinde frente a ninguna verdad, ni siquiera si es extrema.
Valentina Neri: La escritura femenina existe y no se puede prescindir de tal realidad. Obviamente, cada individuo, macho o hembra, tiene su identidad. Pero la voz femenina no escapa. Sin embargo, no la clasificaría nunca como superior a la masculina. Mi modo de vivir la sexualidad, de la que a menudo está impregnada mi poesía, es femenina. La connotación erótica cambia según las relaciones y los sentimientos que siempre vivo en primera persona con gran intensidad. Yo entiendo y percibo en cuanto soy mujer y, a la vez, de manera distinta a otras mujeres. Y me siento incluida y compartida por los dos sexos. No se necesita, según yo, crear fracturas entre poesía masculina y femenina. De los poetas que leo entiendo qué cosa quieren y qué desprecian, cómo aman y cómo odian. Pues, el conjunto es un juego de develamiento que nos acerca a la recíproca comprensión.
Gabriella Musetti: Debo contestar que no, no existe un sentir particular femenino en la escritura cerrado al otro sexo, basta recordar cuántos grandes escritores del pasado se han descolgado con maestría y empatía en las profundidades del alma femenina. Además, hablar de escritura ‘femenina’ me parece que es restarle fuerza y libertad a las composiciones de las mujeres, circunscribir el territorio, limitando el impacto también subersivo. No creo que el puro dato de la naturaleza sea tan dirimente en las cuestiones del arte y la escritura literaria: la imaginación es una capacidad creativa que supera las barreras, cuando la obra es arte. Hay, ciertamente, puntos de vista, ámbitos, sensibilidad, intereses, deseos (no digo capacidad creativa), que marcan con mayor o menor intensidad las diversas escrituras, pero esto lo hallamos también en el plano subjetivo.
¿Entonces las escrituras son asimilables? La respuesta todavía es no. El hecho de haber estado por centenares de años a los márgenes de la escritura y de la escolarización, además de una vida social autónoma (salvo casos específicos), ha promovido formas de comunicación y relación que vuelven sus obras tan interesantes y nuevas. La tradición literaria en este campo es joven, y está consolidando desde hace casi dos siglos. Ahora que se expresa en su inmediatez y libertad se convierte en detonante. Es lugar de estudio y análisis de muchas críticas y académicas, mujeres generalmente, porque también en ese ámbito la cultura patriarcal ha impuesto su propia visión del mundo”.
Mariagloria Fontana: Existe una profunda y connatural diferencia de escritura entre los dos sexos. Analizamos, por ejemplo, el modo en que los autores y autoras describen el amor: Lev Tolstoj, Philip Roth, Michel Houellebecq y Karl Ove Knausgard de un lado y Charlotte Brönte, George Eliot y Jane Austen del otro. Los personajes de los escritores se sienten atraídos a ellos como si fuera un estallido, una atracción que tiene algo inexplicable e incomprensible. “Todo tomaba luz de ella: fue ella la sonrisa que iluminaba todo, de cada cosa alrededor”. Un poder emotivo misterioso hace eco a la reacción de Levin a la sonrisa de Kitty en Anna Karenina. La concepción del amor en Tolstoj no es disímil de la de Knausgaard, Roth o Saul Bellow; estos últimos describen la sensualidad y el erotismo de modo tal que vuelven el sexo y la sensualidad estéticamente ricas e intelectualmente elevadas. La idea romántica que divide a los autores de las autoras parece apoyarse en uno u otro de dos principios: el concepto de amor como una profunda y misteriosa atracción, que es más exageradamente masculino, o la idea de una colaboración con un alma, una persona únicamente capaz de comprender la misma vida interior, puramente femenina.
Flaminia Cruciani: Encuentro esta pregunta anacrónica, en particular en un momento en que en el ámbito de las diferencias de género ya no estamos más evidentemente frente a un dualismo determinado, sino en un debate lleno, confuso y cacofónico sobre la identidad de género sexual. En todo caso, me pregunto ¿por qué la pregunta nunca ha sido hecha al contrario?, ‘Hablamos de la escritura masculina, ¿cuál es el modo de describir la vida de manera imposible para las mujeres?’. Pienso que dentro de esta pregunta resuena un prejuicio, un legado de patriarcado como si la mujer fuera el intruso que tiene que legitimar su presencia en este ámbito [la literatura]. De otra parte, me pregunto: ¿por qué no se habla nunca de lo femenino en las otras formas de expresión artística, en pintura, escultura o en música? Creo que hay una razón metafísica, vinculada a las Sagradas Escrituras y a los monoteísmos. La Sagrada Escritura que es, según el logocentrismo, la transcripción de la palabra del Dios (único y macho) y de la revelación.
La escritura está conectada, por lo tanto, al logocentrismo y al falocentrismo occidental, una lógica binaria jerarquizada que favorece eso que se identifica con lo masculino. Concierne a la imposibilidad de describir una experiencia que no pertenece directamente al género, como lo es para el hombre la maternidad: les pido sólo pensar en La Pietà de Miguel Ángel. Es evidente, como decía Jung, que en el hombre o en la mujer hay ambas naturalezas, masculina y femenina, y cuando el individuo escribe poesía, sea hombre o mujer, representa el tercer género de la cosmología del Timeo platónico: la Chōra.
Valentina Di Cesare: Tu pregunta es compleja e importante, a la que contesto con mucha cautela, sin alguna pretensión de ser exhaustiva.
Creo que el concepto de escritura femenina todavía padece de muchos estereotipos y autoestereotipos (voluntarios o involuntarios), sedimentados en el tiempo sobre el debate mismo. Los acontecimientos de la historia humana le han permitido a las mujeres expresarse con menor frecuencia en todas las artes, este es un dato concret. Probablemente un elemento parecido contribuye a volver las dos perspectivas (masculina y femenina) al desequilibrio. Hablo justo a nivel de experiencias, de pruebas, de conciencia, de herencia. La verdad es que el canon y los géneros sigo considerándolos accesorios respecto a la Literatura.
Ahora que soy una lectora más experta respecto a los exordios, a menudo vuelvo a pensar en mis primeros pasos, mis primeras lecturas quizá confusas, parciales. Recuerdo que a menudo me olvidaba el nombre del autor, sólo recordaba el título de la obra o el nudo de la historia pero el nombre del autor no. En literatura, en lo que me concierne, existe y siempre ha existido sólo la Voz, la capacidad única y universal que quien escribe tiene de observar, interpretar, revelar. A mí interesan las historias. Las historias siempre son interesantes. En estos casos mucho depende del lector, de sus elecciones, de sus expectativas, de lo que busca. Es aquella la verdadera perspectiva que hace la diferencia.
Comentario de Matteo Fais
Solo puedo agradecerte infinitamente por su inestimable contribución a este debate. Los puntos de reflexión son innumerables y cada una de ustedes merecería una respuesta por separado, pero me abstendré de aburrirlas sin mesura. Les ruego que no cambien estas palabras mías por un deseo de imponer el último orden de la virilidad sobre el brillante talento femenino. Me gustaría simplemente decir mi opinión, después de meditar, a partir de lo que ustedes me han hecho notar amistosamente. Por lo tanto, comenzaré con la pregunta contraria que muchas han planteado: “¿Existe una escritura masculina? Me duele afirmarlo, mis amigos, pero creo que sí. Somos diferentes y no podemos negarlo. Por supuesto, muchos aspectos a nivel biológico y psicológico nos unen, tantos como aquellos que nos dividen. Bien se puede hablar de poner en discusión los géneros, pero soy un hombre y no tengo la menor idea de lo que significa amamantar, llevar a un ser humano en el útero, recibir a alguien dentro de mí en el acto sexual. Alguna de ustedes dirá que el verdadero escritor imagina, se identifica, empatiza… Es bueno cada intento de acercarse al otro para tratar de comprenderlo, pero una cosa es vivir sobre la misma piel una experiencia y luego contarla, y otra es imaginar. Puedo pensar ser una planta, pero será la fantasía de quien no tendrá nunca una posibilidad similar y no ha vivido nunca de fotosíntesis clorofílica. Pero, para quedarnos sobre este punto, les confesaré que cada vez que he leído una novela en la que una escritora buscaba identificarse y contar en primera persona, fingiendo ser un hombre, apenas he retenido las risas. “¡Pero cuándo», me he dicho, «un hombre pensaría cosas parecidas!». Desafortunadamente, la imaginación no es todo y no basta. No hablo sólo de la diferencia de la escritura entre hombre y mujer. Puedo imaginar en mi mente la experiencia de ser un hombre negro esclavizado y obligado a recoger algodón en un campo del Louisiana. Eso no quita que no sea un negro en un plantío y no haya recibido nunca un latigazo sobre la espalda por no haber recogido bastante durante un duro día de trabajo. Si probara a describir la vida de un ser humano similar, probablemente resbalaría en la retórica y en el piedad barata. Soy un varón blanco, crecido en Occidente, entre la media burguesía. Puedo simpatizar por la causa de los palestinos, pero no seré nunca un guerrillero nacido y crecido en aquella tierra.
En tal sentido, en mi opinión, cada obra de arte es histórica, situada en un horizonte cultural y geográfico más o menos amplio. Por tanto, cualquier novela o poesía, así pueda contener personajes inventados, para ser auténtica debe brotar de un sustrato autobiográfico.
Raymond Carver podrá haber inventado los varios James, John, William, etc., pero se tratará siempre de creaciones que se atienen a su universo de referencia, la América del low middle class que vive en la constante inseguridad económica.
Para concluir, creo que la idea de una escritura universal, de una literatura con L mayúscula, es el derivado de una visión romántica. Por el contrario, la literatura que no quiere reducirse a la abstracta retórica será atada por la fuerza a la tierra, a los lugares, a las situaciones experimentadas, casi diría a un microclima que circunda a cada autor y, sí, obviamente a su biología. En dos palabras, el género es un destino.
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(nota en su idioma original, italiano)
Esiste una letteratura (solo) femminile?
Rispondono le poetesse
Esiste un annoso interrogativo, nella vita pratica, che concerne l’intersoggettività. Banalmente, riguarda la possibilità di instaurare una reale comunicazione tra gli esseri umani. Esistono concretamente le basi perché ciò avvenga, oppure quando parliamo ci diciamo l’un l’altro parole vuote a cui ognuno attribuisce un significato personale? La questione è vasta, quanto vertiginosa. Naturalmente, un simile dubbio echeggia e si ripercuote anche in ambito letterario. Di quel che scrivo (ammettendo, ovviamente, che lo faccia per comunicare) cosa arriva al lettore? Quanto di ciò che egli legge è una sua costruzione che si forma dalla materia (le parole) che gli viene proposta? E ancora: lo scrittore può parlare a nome di entità estese quali la specie umana, il popolo, una generazione, i suoi conterranei?
Tra i tanti interrogativi che ruotano intorno alla questione della comunicazione, in relazione alla produzione letteraria, ve n’è uno, in particolare, su cui sarebbe imperdonabile non soffermarsi attentamente a riflettere e riguarda la questione della scrittura femminile. Non che si voglia mettere in dubbio la possibilità, oltreché la necessità, della letteratura che viene dal genere in questione – ciò sarebbe folle e immondo. Invece, è interessante meditare su cosa possano avere la scrittura maschile e femminile di irriducibile l’una all’altra. In sintesi, può un uomo (narratore, o poeta) parlare in vece della donna e viceversa? Possiamo, nella innegabile sussistenza di alcune differenze biologiche e psicologiche tra generi, pensare che vi siano sentimenti e sensazioni impossibili da cogliere per chi appartiene al sesso opposto al nostro?
Siamo andati a tal proposito a intervistare ben sedici tra poetesse e scrittrici. Si tratta di donne di età e generazioni diverse, ognuna con la propria storia e sensibilità. Abbiamo chiesto a tutte di rispondere a una sola e precisa domanda: “Esiste una scrittura al femminile, ovvero un modo di descrivere la vita in versi o in prosa che rimandi a un particolare sentire precluso all’altro sesso?”. In calce, chi scrive ha deciso di inserire un suo personale commento, partendo dagli spunti di riflessione forniti dalle intervistate.
Floriana Naso: “No, non esiste alcuna differenza, a parere mio. A questo proposito mi domando: sarebbe possibile indovinare il sesso dello scrittore leggendo un pezzo?
Ci sono uomini dotati di sensibilità, talento poetico e romanticismo in grado di suscitare profonde emozioni e donne che ne sono totalmente sprovviste. La scrittura è un’impronta digitale, svela la persona e ognuno è unico”.
Melania Panico: “Sinceramente non mi sono mai posta il problema se esista una scrittura al femminile. Così come non mi sono mai posta il problema se esista una scrittura al maschile. Esiste la scrittura. E poi esiste lo stile. E il contesto sociale influenza la scrittura e lo stile. Così, per esempio, se leggo Yourcenar non mi pongo il problema se sia maschio o femmina e credo che neanche l’autrice si sia mai posta il problema di dover apparire in qualche modo. Lo stesso vale per Yehoshua o Coetzee (parlo di autori che stimo). Quando ho letto Rosa candida di Olafsdóttir (autrice islandese dal nome impronunciabile) non ho capito che l’autore fosse femmina fino a quando – alla fine – non ho letto la quarta. Che poi ci sia una differenza tra i sessi non sto a dirlo io. La differenza comunque è un dato di fatto e non un’aggravante. Non tutte le donne hanno la stessa sensibilità. Quindi anche parlare di differenza sulla base di più o meno sensibilità mi sembra fuorviante. Questo, per quanto riguarda il concetto di scrittura al femminile. Se poi facciamo riferimento alla letteratura per le donnee cioè ai banchi di libri per donne che troviamo nelle librerie, beh, la mia reazione è la stessa di quando vedo i banchi di libri di letteratura gay o LGBT: prima rido e poi pirandellianamente mi intristisco”.
Rita Pacilio: “La scrittura è linguaggio del pensiero in continua ricerca ed evoluzione del senso e del vero; se la si espone a una connotazione esclusivamente sociologica (scrittura femminile/femminista, maschile/maschilista, civile, d’amore, ecc.) sembra venga sminuita di onore, bellezza e privilegio. Dietro la parola c’è sempre, a prescindere dal sesso, la virtù del miracolo, il sacrificio di chi scrive, la carne/corpo/anima del pensatore (fardello? Segreto? Cognizione?) fino a raggiungere una perdita di identità. Chi scrive, infatti, si mostra altro da sé, spesso senza età e senza tempo (Rimbaud: je est un autre) perché si nega, si autonega, e si apre al corpo sconosciuto innamorandosene, tradendolo, quindi oscillando nelle molteplicità complesse delle uguaglianze, somiglianze e differenze insite nel femminile e nel maschile. L’atto creativo si distacca e specifica la parola girovagando nel reale per allargare il punto di osservazione e assorbire il peso della conoscenza. L’intimo, dunque, non ha genere, così l’Arte, il mondo, il destino. La purezza della scrittura universale se venisse declinata al femminile o al maschile, in maniera applicata, impoverirebbe la finalità letteraria e la soluzione del tormento dei fenomeni esistenziali. L’esperienza umana, è vero, è fatta anche dal nostro e dall’altrui sesso, sentito e senziente, in modo realistico e fedele, ma, straordinariamente, nella scrittura, può assumere ed esplicitarsi in un ruolo simbolico, potente e contraddittorio. Quando la coscienza supera sé stessa e si espande, la carne è immersa completamente nel mi fingo. Additarla, ghettizzarla o declinarla secondo il sesso di appartenenza, è un’opera eccessiva che può solamente essere giustificata dalla rilevazione antropologica e/o socioculturale”.
Alessia Iuliano: “In letteratura, come in arte, vale quello che mi arriva. Non il genere che lo produce. Non mi importa chi c’è dietro il paravento, se donna o uomo, come se adulto o anziano, omosessuale o etero. Penso alle poetesse che hanno rifiutato il ‘poetesse’, in sostegno dell’essere chiamate ‘poete’. Certo è diverso il racconto di un aborto che fa una donna e non può fare un uomo. Ma, nemmeno troppo. Il tutto sta a un certo tipo di sensibilità e introspezione psicologica, qualità che non hanno genere! Sono legate alla personalità e alla capacità dell’autore in questione. Per questo, se autore è Autore e narrativa e poesia sono Narrativa e Poesia quest’ultime, come Letteratura, prescindono appunto dal genere. Semplicemente, posso benissimo riconoscermi in una poesia di Montale o nella poetica di Fortini, gli uomini in una poesia di Szymborska”.
Beatrice Orsini: “Credo che la scrittura sia, in un certo qual modo, un’operazione al femminile, nella misura in cui il femminile ha strutturalmente, e in maniera più radicale del maschile, a che fare con l’esperienza della mancanza. Scrivere è circoscrivere un vuoto, una mancanza, tramite le parole e il rapporto con il linguaggio è esso stesso un rapporto mancante, precario. Porsi al servizio della scrittura implica passare attraverso questa strettoia, feritoia, della parola che non riesce a dire tutto ma che, soprattutto in poesia, può creare nuove significazioni. E forse in questo le donne partono avvantaggiate”.
Izabella Teresa Kostka: “Al di là del ciclo mestruale, degli ormoni impazziti e della gravidanza (vera, presunta o isterica), credo che la scrittura sia fondamentalmente di due tipi: quella di spessore e quella insulsa. Sicuramente la percezione di alcuni argomenti trattati può cambiare dal punto di vista femminile o maschile però, nel mondo di oggi, in cui sempre più spesso parliamo di filosofia gender, di omosessuali e transessuali, le differenze tra i sessi tendono a diminuire e la scrittura diventa più universale, più unisex. La letteratura tipicamente femminile appartiene, secondo me, al passato: non è, infatti, così strano incontrare scrittrici con le palle e scrittori melensi sui tacchi alti. Personalmente sono stata sempre descritta come Bukowski al femminile, probabilmente per le tematiche affrontate, che senza tabù descrive anche gli oscuri lati della vita, negati dalla società. Dovrei offendermi? No! Appartengo alla schiera delle donne guerriere, tessitrici dei versi in minigonna e con la lingua d’acciaio che fa sanguinare le pagine, indipendentemente dal ciclo lunare. La scrittura deve essere intensa e mai banale, sicuramente quelle doti dipendono dall’intelletto e non da una X o una Y in più su una coppia di cromosomi”.
Michela Zanarella: “Si, credo che una donna che scrive faccia parlare la sua anima, la sua pelle, il suo corpo. È un modo di sentire e percepire le cose che ha in sé un linguaggio emotivo che non è lo stesso di quello maschile. Con questo non voglio creare fraintendimenti nel genere della scrittura, ma soltanto far comprendere che certe esperienze, determinate emozioni, vengono descritte con un approccio diverso. Inconsapevolmente una scrittrice vede con altri occhi e sceglie a volte un lessico che non sempre incrocia quello di un uomo. Se pensiamo al tema dell’amore, sicuramente cambia il modo di esprimersi. Ci sono poi situazioni che una donna vive in modo intimo e completamente proprio: la nascita di un figlio, per esempio, è qualcosa di unico, l’essere madre, dare la vita, penso che chi genera debba avere la consapevolezza della procreazione, dell’atto di donazione”.
Noemi De Lisi: “Risponderei con un’altra domanda: esiste una scrittura al maschile? Stiamo assistendo alla lotta contro gli stereotipi di genere (era ora!), o meglio, a una rieducazione della società in questo senso; un percorso informativo in cui si cerca di abbattere, mettendole in discussione, le barriere dettate dal genere biologico (nascere anatomicamente di sesso femminile o maschile). Trovo che sia legittimo parlare di una diversità tra femminile e maschile qualora si parli ad esempio di discipline sportive (ambito in cui il corpo è il dettame principale), ma quando prendiamo in considerazione una certa sensibilità per le parole, ecco che il corpo diventa superfluo.
Esistono persone che scrivono del mondo attraverso il loro personale punto di vista. Ma come ci riescono? Immaginano, fingono. Queste persone possono scrivere immaginando di essere cani, sirene, robot, fantasmi, donne, uomini. La bravura di uno scrittore sta nel riuscire a ingannare il lettore, fingere fino all’ultimo punto: può un uomo immaginare e descrivere il ciclo mestruale? Sì. Può una donna immaginare e descrivere un’erezione? Sì. Abbiamo scelto di scrivere per dimenticarci (o ricordarci), abbiamo scelto di immaginare delle vite oltre la nostra, abbiamo inventato tutto: siamo stati madri, padri, assassini, eroi. Chi sceglie di scrivere, sceglie tutte le vite immaginabili. Come facciamo pipì, se in piedi o seduti, è qualcosa che non riguarda la letteratura, riguarda più banalmente la nostra vita, l’unica che non abbiamo scelto”.
Eleonora Rimolo: “Il sentire è di per sé un’esperienza eterogenea e quindi individuale. Ogni modo di vedere il mondo, di viverlo e di descriverlo è personale e per questo incomprensibile agli occhi dell’altro. La differenza di sesso così come la differenza di cultura, ad esempio, sono grandi categorie che aiutano a orientarsi ma dentro cui confluiscono altrettante infinite difformità. Personalmente sono sempre stata attratta dall’idea di scrivere al maschile: non ho mai cercato una spiegazione a tale tendenza, ma molto spesso la mia scrittura viene fuori così. Quindi, per quanto riguarda la mia esperienza di poeta, i punti di vista si sovrappongono, confondendosi, fondendosi per giungere a un singolare, semplice, univoco messaggio valido in qualunque spazio e tempo, e per qualunque sesso: la solitudine è la sola vera costante degli esseri umani”.
Alessandra Corbetta: “Analizzando le fasi che conducono dal femminismo egualitario alla differenza sessuale, passando per il costruzionismo sociale, appare evidente come la concezione del corpo, primario elemento di discrimine tra uomo e donna, si modifichi in base ai regimi di significato attribuiti alla sfera biologica del corpo da una parte e a quella sociologica dall’altra; da qualsiasi parte si consideri la questione insomma, permane una diversità connaturata nell’appartenere a un sesso o all’altro e, nonostante la società attuale si prodighi nell’assottigliare le differenze intrinseche ed estrinseche esistenti tra i due, il divario resta e, sarebbe buona cosa, continuasse a rimanere.
La scrittura poetica non si sottrae, certo, a queste dinamiche: il sentire maschile non è quello femminile, non solo in relazione al diverso modo di considerare una stessa tematica ma, aprioristicamente, nel modo di vivere e abitare il mondo; questa differenza, lontanissima da qualsiasi impostazione gerarchica, è una delle ricchezze che la poesia offre, in un circolo continuo di armonie e dissonanze che attraversano i due poli di un comune essere umano che sarebbe stupido ignorare e di cui sarebbe, ancora più stupido, privarsi”.
Linda Ansalone: “Per me, non è una questione di scrittura, quanto di sentire. Se hai una buona base tecnica, un modesto estro, puoi con la scrittura arrampicarti dove ti capita, ma il lettore sveglio, avvertirà subito la mancanza di autenticità. La letteratura testimonia un grande numero di suicidi al femminile, per citare alcuni nomi: Virginia Woolf, Sylvia Plath, Antonia Pozzi, Nadia Campana, Anne Sexton, Amelia Rosselli. Cosa accade? La scrittura ti costringe ad andare oltre, oltre anche le tue stesse emozioni, divenire altro da sé. E avvengono incontri, proprio lì dove galleggia il vuoto; è necessario chiudere la porta che dà sull’esterno e lasciare che dilaghi il proprio mondo interiore. «La lingua e la scrittura possono essere considerate come operazioni magiche, stregonerie evocatrici», scriveva Charles Baudelaire, come per sottolineare la paradossalità dell’arte come morte, ma allo stesso tempo come vita, ma Baudelaire è un uomo. La vita gli è donata. Le donne invece generano vita, sono investite di un mistero così grande che le porterà per tutta l’esistenza a cercare il vero, a costo di trovare il buio e l’orrore. Il percorso di autenticità della poesia al femminile, è un percorso spietato, ma coraggioso che non si arrende di fronte a nessuna verità, nemmeno se estrema”.
Valentina Neri: “La scrittura femminile esiste e non si può prescindere da tale realtà. Ovviamente, ogni individuo, maschio o femmina che sia, ha una sua identità. Ma la voce femminile non sfugge. Tuttavia, non la classificherei mai come superiore a quella maschile. Il mio modo di vivere la sessualità, di cui spesso è impregnata la mia poesia, è femminile. La connotazione erotica muta a seconda delle relazioni e dei sentimenti che vivo in prima persona sempre con grande intensità. Io capisco e percepisco in quanto donna e diversamente da ogni altra donna. E mi sento compresa e condivisa dai due sessi. Non bisogna, a mio avviso, creare fratture tra poesia maschile e femminile. Dai poeti che leggo capisco cosa amano e cosa disprezzano, come amano e come odiano. Pertanto, l’insieme è tutto un gioco di disvelamento che ci avvicina alla reciproca comprensione”.
Gabriella Musetti: “Mi viene da rispondere di no, non esiste un particolare sentire femminile nella scrittura precluso all’altro sesso, basti ricordare quanti grandi scrittori del passato si sono calati con maestria ed empatia nelle profondità dell’animo femminile. Inoltre parlare di scrittura ‘al femminile’ mi sembra togliere forza e libertà alle composizioni delle donne, circoscriverne il territorio, limitandone l’impatto anche eversivo. Non credo che il puro dato di natura sia così dirimente nelle questioni d’arte e di scrittura letteraria: l’immaginazione è una capacità creativa che oltrepassa le barriere, quando l’opera è arte. Ci sono, certamente, punti di vista, ambiti, sensibilità, interessi, desideri, (non dico capacità creative), che marcano con maggiore o minore intensità le diverse scritture, ma questo lo si riscontra anche sul piano soggettivo. Allora le scritture sono assimilabili? La risposta è ancora no. Il fatto di essere state per centinaia di anni ai margini della scrittura e della scolarizzazione, nonché di una vita sociale autonoma (a parte casi specifici) ha promosso forme di comunicazione e relazione che rendono le loro opere così interessanti e nuove. La tradizione letteraria in questo campo è giovane, si sta consolidando da circa due secoli. Ora che si esprime nella sua immediatezza e libertà diventa dirompente. É luogo di studio e analisi di tante critiche e accademiche, donne generalmente, perché anche qui la cultura patriarcale ha imposto la propria visione del mondo”.
Mariagloria Fontana: “Esiste una profonda e connaturata differenza di scrittura fra i due sessi. Analizziamo, ad esempio, il modo in cui autori e autrici descrivono l’amore: Lev Tolstoj, Philip Roth, Michel Houellebecq e Karl Ove Knausgard da un lato, e Charlotte Brönte, George Eliot, Jane Austen dall’altro. I personaggi degli scrittori si sentono attratti come se vi fosse un’esplosione, un’attrazione che ha qualcosa di inspiegabile e inesplicabile. ‘Tutto prendeva luce da lei: era lei il sorriso che illuminava tutto, d’ogni intorno’. Un potere emotivo misterioso fa eco alla reazione di Levin al sorriso di Kitty in Anna Karenina. La concezione dell’amore in Tolstoj non è dissimile da Knausgaard, Roth o Saul Bellow; questi ultimi descrivono la sensualità e l’erotismo in modo tale da rendere il sesso e la sensualità esteticamente ricchi e intellettualmente elevati. L’idea romantica che divide gli autori dalle autrici sembra appoggiarsi a uno o all’altro di due capisaldi: il concetto di amore come una profonda e misteriosa attrazione, che è più smaccatamente maschile, o l’idea di una collaborazione con un’anima, una persona unicamente in grado di comprendere la propria vita interiore, prettamente femminile”.
Flaminia Cruciani: “Trovo questa domanda anacronistica, in particolare in un momento in cui nell’ambito delle differenze di genere non siamo più evidentemente di fronte a un dualismo determinato, ma in un pieno dibattito confuso e cacofonico sull’identità di genere sessuale. Comunque, mi chiedo come mai la domanda non sia mai stata posta al contrario ‘Parliamo della scrittura maschile, qual è il modo di descrivere la vita in versi precluso alle donne?’. Penso che dentro questa domanda risuoni un pregiudizio, un retaggio di patriarcato, come se la donna fosse l’intruso, che debba legittimare la sua presenza in questo ambito. D’altra parte, mi chiedo: come mai non si parli mai del femminile nelle altre forme di espressione artistica, in pittura, scultura o in musica? Credo che ci sia una ragione metafisica, legata alle Sacre Scritture e ai monoteismi. La Sacra Scrittura che è, secondo il logocentrismo, la trascrizione della parola del Dio (unico e maschio) e della rivelazione. La scrittura è connessa quindi al logocentrismo e al fallocentrismo occidentale, una logica binaria gerarchizzata che favorisce ciò che s’identifica con il maschile. Riguardo all’impossibilità di descrivere un’esperienza che non riguardi direttamente il genere, come per l’uomo la maternità: vi chiedo solo di pensare a La Pietà di Michelangelo. È evidente, come diceva Jung, che sia nell’uomo sia nella donna ci siano entrambe le nature, maschile e femminile, e quando l’individuo scrive poesia, uomo o donna che sia, rappresenta il terzo genere della cosmologia del Timeo platonico: la Chōra”.
Valentina Di Cesare: “La a tua è una domanda complessa e importante, alla quale rispondo con molta cautela, senza alcuna pretesa di essere esaustiva.
Credo che il concetto di scrittura femminile risenta ancora molto di stereotipi e auto-stereotipi (volontari o involontari) sedimentatisi nel tempo sul dibattito stesso. Gli eventi della storia umana hanno consentito alle donne di esprimersi con minor frequenza in tutte le arti, è un dato concreto questo. Probabilmente un elemento simile contribuisce a rendere le due prospettive (maschile e femminile) sbilanciate. Parlo proprio a livello esperienziale, di prove, di consapevolezza, di eredità. La verità è che il canone e i generi continuo a considerarli accessori rispetto alla Letteratura. Ora che sono una lettrice più esperta rispetto agli esordi, spesso ripenso ai miei primi passi, alle mie prime letture, magari confuse, parziali. Ricordo che mi capitava spesso di dimenticare il nome dell’autore, di ricordare solo il titolo dell’opera, o il nodo della storia, ma il nome no. In letteratura, per quel che mi riguarda, esiste ed è sempre esistita solo la Voce, la capacità unica e universale che chi scrive ha di osservare, interpretare, rivelare. A me interessano le storie. Le storie sono sempre interessanti. Molto in questi casi dipende dal lettore, dalle sue scelte, dalle sue aspettative, da quello che cerca. È quella la vera prospettiva che fa la differenza”.
Il commento di Matteo Fais
Non posso che ringraziarvi infinitamente per il vostro preziosissimo contributo a questo dibattito. Gli spunti di riflessione sono innumerevoli e ognuna di voi meriterebbe una risposta a parte, ma mi asterrò dal tediarvi oltre misura. Vi prego di non scambiare queste mie parole per un voler imporre l’ordine ultimo della virilità sullo spumeggiante estro femminile. Mi piacerebbe solo dire la mia, dopo aver meditato, partendo da ciò che voi mi avete amichevolmente fatto notare. Inizierei, dunque, dalla contro domanda che in molte avete sollevato: “Esiste una scrittura al maschile?”. Mi duole affermarlo, amiche mie, ma credo proprio di sì. Siamo diversi e non possiamo negarlo. Certo, molti aspetti a livello biologico e psicologico ci accomunano, tanti quanti sono quelli che ci dividono. Si può ben parlare di mettere in discussione i generi, ma io sono un uomo e non ho la benché minima idea di cosa significhi allattare al seno, portare in grembo un essere umano, ricevere un altro dentro di me nell’atto sessuale. Direbbe qualcuna di voi che il vero scrittore immagina, si immedesima, empatizza… Ben venga ogni tentativo di avvicinarsi all’altro per cercare di comprenderlo, ma una cosa è vivere sulla propria pelle un’esperienza e successivamente raccontarla, un’altra è immaginare. Posso pensare di essere una pianta, ma resta che la mia è una fantasticheria di chi non avrà mai una simile possibilità e non ha mai vissuto di fotosintesi clorofilliana. Ma, per rimanere sul punto, vi confesserò che ogni volta in cui ho letto un romanzo nel quale una scrittrice cercava di immedesimarsi e raccontare in prima persona, fingendosi un uomo, a stento ho trattenuto le risa. “Ma quando mai”, mi sono detto, “un uomo penserebbe cose simili!”. Purtroppo l’immaginazione non è tutto e non basta. Non parlo solo di differenza nella scrittura tra uomo e donna. Io posso figurarmi nella mente l’esperienza di essere un uomo di colore schiavizzato e costretto a raccogliere cotone in un campo della Louisiana. Ciò non toglie che io non sia un nero in una piantagione e non abbia mai ricevuto una frustata sulla schiena, per non aver raccolto abbastanza durante una dura giornata di lavoro. Se provassi a descrivere la vita di un simile essere umano, probabilmente scivolerei nella retorica e nel pietismo da quattro soldi. Io sono un maschio bianco, cresciuto in Occidente, tra la media borghesia. Posso simpatizzare per la causa dei palestinesi, ma non sarò mai un guerrigliero nato e cresciuto in quella terra. In tal senso, a mio avviso, ogni opera d’arte è storica, collocata entro un orizzonte culturale e geografico più o meno ampio. Perciò, qualsiasi romanzo o poesia, per quanto possa contenere personaggi inventati, per essere autentico deve avere la sua scaturigine da un substrato autobiografico. Raymond Carver potrà anche aver inventato di sana pianta i vari James, John, William e via dicendo, ma si tratta pur sempre di creazioni che attingono al suo universo di riferimento, l’America della low middle class che vive nella costante insicurezza economica.
Per concludere, credo che l’idea di una scrittura universale, di una letteratura con la L maiuscola, sia in fin dei conti il derivato di una visione romantica. Al contrario, la letteratura che non voglia ridursi ad astratta retorica sarà per forza di cose legata alla terra, ai luoghi, alle situazioni vissute, direi quasi a un microclima che circonda ogni autore e, sì, ovviamente alla sua biologia. In due parole, il genere è un destino.