Por Eleonora Finkelstein*
Crédito de la foto la autora
Esa tristeza de baja frecuencia.
13 poemas de Eleonora Finkelstein
Aylan Kurdi
¿Recuerdan a Aylan Kurdi?
¿Les dice algo ese nombre?
El niño sirio.
Boca abajo,
ahogado en la orilla
de una playa turca.
¿Ahora sí?
Ya sé que ha pasado mucho tiempo,
y que las tragedias giran rápido,
como expulsadas
desde una gran máquina centrífuga
instalada en nuestros cerebros
Es natural que no podamos retenerlas.
Bueno, si no recuerdan,
imaginen:
sus sandalias y las medias blancas
dobladas con prolijidad
sobre sus tobillos.
Pero no, un momento,
ese es otro niño que vi mucho después
y estaba vivo
caminando de la mano de alguien
en la misma playa u otra parecida.
El niño muerto llevaba ropa cómoda para el viaje:
camiseta roja, pantalones cortos…
Ahora, si no recuerdan, imaginen:
a su madre que lo viste,
lo calza, lo peina sin saber.
Alguien hoy hace lo mismo y tampoco sabe.
Pero ese es otro niño.
Un niño vivo, por ahora.
Recuerden o imaginen:
a su padre haciéndole promesas
¿Recuerdo o imagino
cómo se abrazaron y se desearon suerte
“y que Alá nos acompañe”?
De nuevo la imagen segura:
boca abajo, sobre la arena.
Sus zapatillas o las del otro niño
no puedo sacármelas de la cabeza.
Así de punta, semienterradas en la arena.
Y todos pensamos que parecía dormido.
La humanidad entera
pensó a coro la misma estupidez:
“pero si parece dormido”.
Como si alguien le hubiera contado un lindo cuento.
(Puede que en eso hayamos tenido razón).
Pero no se trata de angelitos. La sola idea
de angelitos me da náuseas.
El asunto es que hay niños vivos ahora mismo
y niños muertos ahora mismo, también.
Lejos de todo eso están ustedes
y estoy yo –mi película favorita-
No sé qué estarán haciendo.
Por mi parte, escribo este poema.
Que no sé la verdad si es un poema
-tengo buenos amigos que me dirían que no lo es.
Por el asunto aquel del ritmo, las imágenes
los ripios, las metáforas, etcétera-. Todas esas cosas
de las que deberíamos ocuparnos los poetas.
Puede que en eso tengan razón,
porque algunas veces yo también
parezco dormida y un poco estúpida.
Pero, para aclarar el punto:
este no es un poema en absoluto
o es un poema realista. Eso quiero.
Veamos, entonces:
Descartando el asunto de Dios,
¿quién nos ha abandonado así, de esta manera?
A él, a ellos, a ustedes,
al vivo, al muerto, al de la foto,
al que no sale en la foto,
a tantos más muertos y a mí.
En un estado intermedio
entre la piedad y la autorreferencia.
Entre la idea del otro y la realidad física de nuestro ombligo.
Mi vida, sin dudas, es bastante buena.
Y si bien, lo juro, no escribo esto para complacer a nadie,
(estamos claros que el bienestar
no es algo de lo que jactarse ahora)
lo escribo porque me siento confundida
y un poco avergonzada.
No tanto por los niños muertos
(¿quién no morirá tarde o temprano?)
sino por nosotros, los que lloramos,
teletransportados por una imagen.
Lejos bien lejos de los cuerpos, los olores
y los nombres propios,
tomando cerveza, comiendo papas fritas.
Llevando una vida normal. O lo que sea.
Con toda la mierda al alcance de la mano,
pero cada vez más difícil,
más difícil de masticar y de tragar.
La fundición
Era lo que quedaba de una antigua industria
que se recortaba bien negra
contra un cielo negro de menor intensidad.
Ya estábamos en México: había que ver
a la muerte de cerca, metérsela en la boca.
Dulces calaveritas y te lo digo todo.
Salvo por eso, podría haber sido
cualquier sitio después de los 90.
Ahí estábamos nosotros, uno por uno,
descorazonados, un poco cínicos,
especialistas en toda clase de vestigios.
Parecía terrible, pero no era del todo real.
El eterno desaliento de los trabajadores
ennegrecía los muros y la silicosis
hacía rato que había consumido los pulmones.
La historia sorda y engrasada, la enfermedad
se acodaba entre nosotros y bebía.
Extrañamente, eso nos ponía más felices:
comadres y compadres, densos y desencarnados,
de a ratos melancólicos, de a ratos
lanzando risotadas de borracho.
Sí, era la vieja esperanza de fondo para todos:
fantasmas de carne, fantasmas a secas.
Cada quien de su lado, en el mismo lugar.
Porque el paisaje había cambiado pero el paraíso
era la misma idea recurrente.
Andábamos casi en el aire, inestables
por unas escaleras de fierro, unos andamios.
Mirábamos la fiesta desde arriba,
algo cultural, lo de costumbre: muchas caras
y música y alcohol y algunas drogas.
Solo se trataba de pisar con cuidado
sobre los peligros de siempre.
Pero nos seguían unas mujeres, unos niños,
unos hombres demacrados.
No éramos tan diferentes de ellos,
excepto por lo inestables.
—Aquí tienes algo para equilibrarte, güera
—me ofreció uno—, por si das un paso en falso.
Acepté, nadie quiere ser un chingado aguafiestas:
—¿Crees que de verdad pueda equilibrarme
entre los vivos y los muertos,
entre lo que fueron y lo que somos ahora?
—No, claro que no —dijo—.
Está mal formulada la pregunta.
Ah, mis amigos de corazón implacable,
y todo ese rollo de la eternidad perdida.
Niños
1.
Igual que Ginsberg, Patti Smith,
yo también pensé que eras un chico.
Fue la primera vez que te vimos:
Allen en el Chelsea Hotel, en los 70, creo.
Yo, en una foto, en la década siguiente.
Soñé que dormíamos juntas.
Me pegaba a tu espalda
y era la noche, como siempre,
algo parecido a una cabalgata.
Entonces, me despertaba para dibujar
un retrato tuyo con un lápiz negro.
Un lápiz como una rienda, que cuando quería
se volvía blanco para iluminarte el cuello.
Era un camino largo donde pasaban los caballos
galopando hacia tu cabeza sin salida:
en uno iba montada yo.
En ese mismo sueño me salía del cuerpo
y miraba de lejos mi nuca rubia con el pelo revuelto.
Estaba dormida sobre un papel que tenía tu cara de chico.
Al otro día y al otro, repetía tus gestos y tus actos.
Por ejemplo, me corté el pelo frente al espejo
con una tijera desafilada y un cuchillo de cocina.
El efecto fue grandioso: escribí poemas.
2.
Por aquel tiempo besé a dos mujeres
las únicas de toda mi vida
(éramos solo niñas),
Blanca e Inmaculada se llamaban.
—Una de las dos afirmaciones anteriores es falsa—
También, para andar a tu ritmo,
tuve un novio gay tan guapo.
Un artista trágico, el más guapo.
Sus ojos eran igual de verdes
y abiertos como lagos.
Bautista se llamaba (vaya nombre)
y andaba traficando agua bendita.
—Una de las dos afirmaciones anteriores es verdadera—
Me adoraron, pero nunca fue suficiente.
Ellas lloraron por mí. Pidieron
por la salvación de mi cuerpo (¿o de mi alma?).
Él, como prueba de su amor, pasó una noche entera
acariciándome los brazos destrozados.
—Todo lo que afirmo es verdadero y falso al mismo tiempo—
3.
Estas son de las buenas historias de mi vida
y digo sus nombres para que me crean a pesar de todo.
Porque no era fácil seguir aquellos pasos.
El arte nos fregó, dijo Bautista en su lecho de muerte.
Blanca asintió: triste pero cierto. Inmaculada
se volvió negra, así, frente a nuestros propios ojos.
—Es verdad, lo juro, es falso—.
Éramos niños, querida, claro
y todavía no ha cambiado nada.
Seguimos creyendo en los milagros y somos
inestables como sueños. Hipersensibles:
estamos hablando de caballos.
Same Old Shit o las buenas drogas
Nada de aquí adentro está en disputa.
Esta cabeza es mi patria.
Toda mía, completa,
con lo que trae adentro.
Puede que tenga algunos problemitas:
ciertas bestias al acecho
unos fantasmas familiares
que suelen susurrar obscenidades.
Y lo típico: ansiedad, insomnio,
ganas de no mover más ni una célula
y acostarme a dormir, callar.
Esa tristeza de baja frecuencia.
Pero deténgase, por favor,
a pensar un poco en todo esto:
se acaba. Y se acaba
de la peor manera:
me refiero a la vida, al amor,
a cada una de las cosas
por las que podríamos morir.
Qué paradoja.
Y lo peor, nada nos garantiza
que esto pare con la muerte y sea todo,
ni que continúe el sueño como dicen
los delirantes, los sacerdotes, los poetas.
Esa clase de gente.
Pero, vamos, ninguno sabe
por qué está acá, ni para qué.
¿Es algo horrible, no?
Más de lo que alguien
puede soportar por varias décadas.
¿Le parece que un poco de ansiedad,
de insomnio, etcétera,
es la gran cosa?
Y no me venga con vueltas.
Nada de aquí adentro
está en disputa, dije.
Esta cabeza es mi patria.
Toda mía.
Deje de especular con soluciones,
con mentiras terapéuticas.
Esto no tiene nada que ver
con mi padre, con mi madre.
Deje de preguntar
que no hay respuesta,
y de una vez por todas,
haga algo por mí. Algo frío, sintético.
Cien por ciento eficiente mientras dure.
Break on Through
—héroes y villanos from the other side—
If the doors of perception were cleansed
everything would appear to man as it is, infinite.
For man has closed himself up,
till he sees all things thro’ narrow chinks of his cavern.
William Blake
No se trata de Blake, Jim
sino de cómo llegamos a Blake
filtrados por tus visiones de USA,
tan amada, tan mal llamada América.
Sinécdoque de los pequeños héroes familiares,
amos de nuestras vidas del más allá: el rock, esa poesía,
la tele en blanco y negro de la primera infancia, las movies.
Nosotros, nacidos después de los 60,
atravesando demasiado tarde las playas de California
donde había que brillar y brillar
porque la luz te derrotaba los ojos.
There, in the other side, quizás se pueda
estar muerto y vivo al mismo tiempo.
Ser humanos y jóvenes y voladores y pasar
al otro lado, donde está el Reino de los Cielos,
donde viven nuestros ángeles semidesnudos, Jim,
donde se engendran también esos demonios obesos,
perfectos villanos de Ciudad Gótica,
you know what I mean…
Un poco de esto, algo de aquello.
Impuros de la impureza misma, somos.
Mixtos, de carne y hueso y deseo. Negros
del Más Allá. Eso somos.
Tus pesadillas ya están aquí, Waspy,
cold white brother riding our blood,
pero no somos tus pesadillas.
Somos los Negros del Más Allá, dije.
Trepamos, atravesamos, desmoronamos a cada paso
los muros que te quitan el sueño.
Hagamos un trato: quédate con Disney y Las Vegas y Atlantic City.
Quédate con Washington, por algún tiempo.
Déjanos Frisco y Nueva York y la 66 de principio a fin,
por Jack y porque nos lleva encaminados.
Quédate con tus putas y tu peluquero
(a propósito, deberías cambiar de peluquero)
Al final, no sé si ellos o nosotros
o alguien de una generación cualquiera
esté dispuesto sinceramente a morir tan joven
por saltar esa pared de 8.000 millones de dólares y 2000 millas
(accidentes geográficos included, que abaratan el precio).
God bless America! God save
America’s money too!
Lo que se quiere es otra cosa,
los Negros del Más Allá queremos otra cosa:
ir y venir, ir y venir, ir y venir
eso queremos, y burlarnos de tu peinado.
Pero, OK, en igualdad de condiciones:
el paisaje real vs. tu escenografía.
Esta es la mejor road movie de nuestras vidas:
Escaparemos a México con nuestros amigos. Después
cruzaremos de nuevo. Aunque nos cierren el paso.
Aunque haya funerales prematuros
y no aplique la Quinta Enmienda.
Aunque muera nuestra madre vieja sin alcanzar a despedirse,
Kaddish, Kaddish, como reza el poeta,
el que escuchó a Whitman preguntar por el asesino
de las chuletas de cerdo.
Ir y venir, ir y venir, ir y venir. Eso queremos.
Siempre estamos en una línea de frontera, date cuenta.
Un poema zen antes de 24 horas
Unos cuantos segundos serán suficientes,
de pronto habrá pasado un día
y así es desde el principio.
Después, las décadas
caen sobre nuestras cabezas
como cuando se declara la guerra.
Pero volvamos a los días apenas,
unos tras otros, en línea, intrascendentes
en la tierra templada por la repetición.
Somos felices solo por saber qué viene después.
Felices de movernos con seguridad coreográfica
en esos terrenos difíciles.
Sigamos así, una cosa por vez y por ahora
marchando junto a los insectos más pequeños.
Giremos rápido antes de que se ponga el sol.
Este es un buen lugar donde enterrarse:
el futuro existe, de acuerdo,
pero existe en su mínima expresión.
La vida de los insectos
1. (Día del Señor)
Ese domingo bajábamos por los cerros
(donde la gente es rica y feliz)
en un Volkswagen bajábamos
pero no del todo,
patinábamos, en verdad,
sueltos y saltarines,
como si el viejo Volks se hubiera
convertido en trineo.
Íbamos igual
que aquellos niños de Eliot
pero por montañas sin nieve,
rojas y azules.
2. (Rezo por vos)
¿Cómo bajar?
—Todos en misa, como siempre —dijo.
Y era cierto:
tantos culpables reventando las iglesias.
Más de diez en veinte
cuadras a la redonda. Qué ciudad tan especial.
—Debería rezar —susurró—, mi madre está muriendo.
—Todos estamos muriendo
(“With a little patience”, pensé)
“con un poco de paciencia”, recité.
—En cuanto a rezar, tengo mis dudas:
un poema es una oración.
3. (El primo Gus fumaba grass)
—Guíame —pidió—, nací en una ciudad ajena.
A mí, a una recién llegada.
Le di tales señas que terminamos
en la cima del mundo. Bien.
—¡Guíame! —rogó, ahora con los ojos en blanco.
(¿Estaba rezando?)
Pero yo miraba las luces allá abajo como almas
y la luna allá arriba como a la hostia consagrada.
(—Qué buen pot —pensé).
—Primo —le dije—, no puedo guiarte,
pero debo confesar algo incómodo:
últimamente rezo casi todo el tiempo.
Me parece que creo en Dios.
Circe o las ruinas
Este cuerpo en el que habito
o soy,
me tiene generalmente sin cuidado.
Por eso, ahí está, si lo quieres.
Yo diré: ¿quién es aquella
tendida allí, con los ojos
clavados en el techo?
¿Quién la de los dedos como puñales
en la nuca del animal?
Soy vieja pero recuerdo
cómo derramar la sangre
y estoy en mis uñas viva como otros
se instalan en su cabeza.
Con ellas, mis preciosas,
todavía puedo degollar un cerdo
o partirte el corazón mil veces.
Porque (si bien es cierto) son
ruinas estas que nos rodean,
aún no ha pasado el tiempo suficiente.
Efectos especiales
Qué tanta pureza
en los registros básicos
de esta memoria.
Qué tanta memoria
en las formas que se dejan ver
para que las nombremos.
Vacías así como están,
vacías como guantes vacíos
navegando sobre el tiempo pleno.
Ese mismo tiempo, que ahora
ni siquiera existe.
Resulta ridículo, obsesionado de sí mismo:
Que alguien me explique a los disueltos
a los voladores, a los desintegrados.
Que alguien, cualquiera, me saque a bailar
y me hable al oído
y me haga entender que todo
tiene su precio.
Y ya que dije “tiempo” y “memoria” y “vacío”,
pasen y vean
lo que se proyecta en el techo
mientras intento dormir:
el bosque está en flor y la perra
amada, muerta.
Si ahora digo “amor” y “muerte”
en cualquiera de sus formas permitidas
(que en paz descansen)
seguro que se te hace un nudo en la garganta.
Pero no lo olvides: miento.
Atención, veamos lo que dice ahora
(ya que seguimos acá,
ya que seguimos mirando el techo).
Es algo duro como un hueso:
el poema es un arma de fuego,
el amor es el tiro de gracia.
Pero no lo olvides: miento
Liviana en la tierra
Ahora la que viaja soy yo.
Y viajo lejos: por el espacio y por el tiempo,
como decían mis héroes de la infancia.
Hasta donde el calor me destroza los nervios.
Toda vestida de blanco, con ropa liviana
y de nuevo los pies sucios, tan sucios
que no parecen mis pies.
Blanco sobre blanco, pienso y sonrío.
Negro sobre blanco, pienso y sonrío otra vez.
Parezco una virgen de yeso, un fantasma.
Puede que algunos de los que pasan
caigan de rodillas frente a mí.
Qué incómodo, después de tantos siglos,
no poder cumplir ningún deseo.
Me arden los ojos por la tierra y el sol.
Arden en nombre de todos estos años
de humedad y de frío.
Y no es tan maravillosa la historia
ahora que me toca a mí. Está sucediendo,
es el momento en que lo mundano impone su dominio:
la sed, el hambre, el dolor,
las cosas que nos queman.
¿Qué ganas pueden quedar
de ponerse a ver el paisaje?
Casi querría ser esa virgen de yeso,
para solucionarlo todo. Pero no alcanzo
a ser tan sólida, tan estática, tan lúcida.
Tendría que vivir un millón de vidas más
para ser la estatua que parezco.
Aunque prefiera no andar rápido
o quedarme quieta. No alcanza
porque a cada movimiento
el sol entra en mi carne y me diseca.
¿Qué podría hacer solo con esta ropa blanca
y la cabeza cubierta?
¿Cómo podría defenderme
nada más que con las manos?
Ya lo dije: no voy a mirar este paisaje.
Quizás, podría abrir los brazos y volar.
Porque a pesar de todo me siento tan liviana:
apenas 500 gramos de ropa blanca
y este cuerpo pequeño, con los pies negros,
descalzos. Unos pies sobre la tierra.
Aquí mismo
donde ahora, de solo pensarlo,
casi estoy flotando sobre las cosas.
¿Por qué sería entonces
tan pesada en el aire? No lo creo:
si no soy nadie, ninguna.
Apenas tengo unas flores en las manos
pero eso no me hace más buena.
Es hora de que lo sepan.
Levántense ahora mismo del suelo
y les prometo que no haré más milagros.
Y rogaré por ustedes,
como me lo han pedido tantas veces.
Ofelia o el abandono
Ahora cerrará los ojos
cruzará las manos sobre el pecho
e imaginará que sostiene
un manojo de hierbas.
Es perfecta.
Tiene el pelo brillante
y los labios relucientes.
Si finalmente la hubieran llevado
los mendigos o los actores con ellos
estaría bailando y por supuesto
ya no sería virgen, ni siquiera rubia
y acaso ni danesa.
Pero el destino es la elección obligada.
Y va demente de río en río:
morir / dormir / soñar
morir / dormir
soñar con la eternidad del cuerpo.
Pero el agua es fría y corre
y ella es más fría
y pálida
con venas azules y la sangre helada.
Sus piernas son blancas,
sus piernas son tan blancas.
Y las uñas de sus pies son iguales
a las uñas de sus pies a los diez años.
Noche en blanco
Anoche soñé en blanco:
creo que se asomó la muerte pero no me vio.
En la ventana del hospital vibraban las hojas de un árbol
que tampoco se veían. Así de blanco era.
Un aterrizaje nocturno en Nueva York.
Con esas multitudes regadas por el suelo,
brillantes como hormigas de oro puro.
¿Qué más puedo agregar?
¿Dónde estaban las sombras?
Muchos aviones. Muchas pastillas.
Muchos besos y el primero
ahí tirado latiendo todavía en la vereda
con su lucecita agónica e intermitente.
Lo demás: animales rugiendo y alcohol
(detrás de la cortina esa donde las azafatas
preparan algo para tomar).
—Enfermera, un Bloody Mary, por favor.
Estamos ansiosos por salir a escena.
¿Cromado? ¿Sangre? ¿Suero? ¿Instrumental?
Daba miedo olerlos porque no se veían.
No se veían, pero era mi voz y la de ellos
la que sonaba de fondo como aquella música
que nos acunó antes de ponernos a volar.
El cuento era fabuloso
y en él me reconocía: era yo pero no estaba ahí,
todo sucediendo al mismo tiempo,
así de vivas, así de blancas:
esas voces, los perfumes construidos en el aire
eran lo único que se distinguía.
Además de la muerte que andaba rondando
y se pegaba a mis costillas.
El ángel
Se vestía de blanco (tenía
cierta fijación –más bien rústica–
por la metáfora).
“Todo ángel es terrible”, decía
y cerraba el negocio.
Las mujeres entornaban los ojos
para entender mejor.
Pobres, feas, de las que se cambian el nombre
por Rosemary o Jacqueline y coleccionan muñecas.
Yo era una tipa fuerte y andaba con él,
habría sido una puta perfecta
pero iba a la universidad.
Tampoco me pidan que sea un ángel.
El cuento es que volaba,
volaba porque ese verso
–“Todo ángel es terrible”–
era su retrato fiel.
El mensajero del Oriente,
de la aspirina y el bicarbonato,
pensaba yo, y volaba también
mientras en la vereda
todo sucedía con naturalidad:
“este soy yo y esto es lo que hago”.
Canturreaba: “te ofrezco lo mejor de mí…”
¿Estaba suficientemente alerta?
¿Miraba cuando el ángel volteaba
los espejos para la degustación?
¿Entendía tanta mirada oblicua
si la cosa se ponía caliente de verdad?
Asuntos de un oficio terrible, me decía,
de la ira de Dios.
¿A qué temer? Después de todo,
no hay nada que te mate dos veces.
Debería contar esto alguna vez.
Pero contarlo mejor, contarlo bien.
Porque sé que es algo que nadie
buscaría recordar jamás.
Porque sé que todo ángel es terrible.
Y yo no soy un ángel.