Es hermoso ir con el sol. 3+1 poemas de Georg Trakl

 

Por Georg Trakl*

Traducción del alemán al español por Marco Antonio Campos**

Crédito de la foto www.celesteprize.com

 

 

Es hermoso ir con el sol.

3+1 poemas de Georg Trakl

 

 

Infancia

 

Pleno de frutos el saúco; tranquila moraba la infancia

en cueva azul. En sendero remoto,

donde pardusca ahora la hierba silvestre silba,

medita el quieto ramaje; el murmullo del follaje

 

es como cuando rumora en las rocas el agua azul.

Dulce es el lamento del mirlo. Un pastor

sigue mudo al sol, que rueda por la colina otoñal.

 

Un azul instante ya no es más que alma.

En el linde del bosque una tímida fiera asoma y en paz

descansan en el fondo las antiguas campanas y oscuros caseríos.

 

Más piadoso conoces el sentido de los años oscuros,

frescura y otoño en solitarios cuartos;

y en santa azulidad resuenan pasos luminosos.

 

Una ventana abierta levemente chirría; conmueve hasta

las lágrimas la vista del ruinoso panteón en la colina,

recuerdo de leyendas narradas; pero el alma a veces se ilumina,

si piensa en hombres dichosos, oscuros-dorados días primaverales.

 

 

El poeta Georg Trakl de niño, en 1892.

 

Helian

 

I

En las horas solitarias del espíritu,

es hermoso ir con el sol

a lo largo de los muros amarillos del verano.

Los pasos suenan leves en la hierba, pero duerme siempre

el hijo de Pan en el mármol gris.

 

De noche nos embriagamos en la terraza con pardo vino.

Rojizo arde el durazno en el follaje;

dulce sonata, alegre risa.

 

Hermoso es el silencio de la noche.

Sobre la oscura llanura

nos encontramos con pastores y blancas estrellas.

 

Cuando nace el otoño

se muestra una sobria claridad en el bosquecillo.

Sosegados vagamos a lo largo de muros rojos

y los ojos redondos siguen el vuelo de los pájaros.

Al anochecer cae la blanca agua en urnas funerarias.

 

En ramajes desnudos celebra el cielo.

Con manos puras el campesino lleva pan y vino

y en paz maduran los frutos de la alcoba soleada.

 

Oh que serio es el rostro de los queridos muertos.

Pero el alma se alegra con una visión justa.

 

 

II

Poderoso es el silencio del jardín devastado,

cuando el joven novicio, coronada la frente de pardas hojas,

su aliento bebe de helado oro.

 

Las manos tocan la edad antigua de aguas azules,

o en la noche fría las blancas mejillas de las hermanas.

 

Leve y armonioso es un corredor de cuartos amigables,

donde soledad está y el murmullo del arce,

donde quizás aún cante el tordo.

 

Hermoso es el hombre y evidente en la oscuridad,

cuando con asombro mueve brazos y piernas,

y en purpúreas cuevas giran con calma los ojos.

 

A la hora de las vísperas se pierde el extraño en la negra destrucción de noviembre,

bajo ramajes podridos, a lo largo de muros plenos de lepra,

donde enfrente, hace mucho, andaba el santo hermano,

inmerso en el dulce tañido de cuerdas de su locura.

 

Oh qué solitario se desvanece el viento del anochecer.

Moribundo inclina la cabeza en la oscuridad de los olivos.

 

 

III

Estremecedor es el crepúsculo del linaje

En esta hora se llenan los ojos del contemplador

con el oro de sus estrellas.

 

Al anochecer ahonda un carillón, que ya no tañe,

se derruyen los muros negros en la plaza,

el soldado muerto llama a la oración.

 

Un pálido ángel

entra el hijo en la casa vacía de sus padres.

 

Las hermanas se han ido lejos hacia donde están los blancos ancianos.

De noche el dormido las halló bajo las columnas del vestíbulo,

vueltas de tristes peregrinaciones.

 

Oh qué tieso de excrementos y gusanos su cabello,

cuando él dentro está parado con plateados pies,

y aquellas salen muertas de desnudos cuartos.

 

Oh vosotros salmos en lluvias fogosas de medianoche,

cuando los siervos golpean con ortigas los dulces ojos,

los frutos infantiles del saúco

se inclinan con asombro sobre una tumba vacía.

 

Suaves ruedan amarillentas lunas

sobre las febriles sábanas del joven,

antes de que siga el silencio del invierno.

 

 

IV

Un destino sublime reflexiona a lo largo del Kidron,

donde el cedro, una tierna criatura,

se despliega bajo las cejas azules del padre,

de noche guía un pastor su rebaño por la pradera.

O son gritos en el sueño,

cuando un ángel broncíneo enfrenta al hombre en el bosquecillo,

la carne del santo se derrite en la parrilla ardiente.

 

En torno de casas de adobe trepa la purpúrea vid,

resonantes haces de grano amarillento,

el zumbido de las abejas, el vuelo de la grulla.

Al anochecer los resurrectos se encuentran en rocosos senderos.

 

En negras aguas se reflejan leprosos;

o se abren la ropa manchada de fango

llorando al balsámico viento, que sopla de la rósea colina.

 

Esbeltas criadas tentalean por las callejuelas de la noche,

por ver si hallan a su amante pastor.

En las noches de sábado resuena dulce canto en las cabañas.

 

Deja que la canción evoque así al muchacho,

su locura, y blancas cejas y su fallecimiento,

el putrefacto, que abre azulmente los ojos.

Oh qué triste este volverse a encontrar.

 

 

V

Los peldaños de la locura en negros cuartos,

la sombra de los viejos bajo la puerta abierta,

cuando el alma de Helian se mira en el espejo róseo

y nieve y lepra caen en su frente.

 

En los muros se han apagado las estrellas

y las blancas formas de la luz.

 

Del tapiz surgen esqueletos de tumbas,

el silencio de las maltrechas cruces en la colina,

la dulzura del incienso en el purpúreo viento de la noche.

 

Oh vosotros destruidos ojos en bocas negras,

cuando el nieto en manso trastorno

solitario medita en el oscuro fin,

el callado Dios baja los párpados azules sobre él.

 

El poeta Georg Trakl, vestido como médico de la armada para la Primera Guerra Mundial.

 

En camino

 

Al anochecer llevaron al extraño a la cámara mortuoria;

un olor a alquitrán; el suave murmullo de los rojos plátanos;

el oscuro vuelo de los grajos; un guardia es relevado en la plaza;

el sol se hundió en largos lienzos; siempre regresa esta pasada noche.

En el cuarto contiguo la hermana toca una sonata de Schubert.

Muy leve ahonda su sonrisa en la fuente maltrecha,

que azulada murmura en el crepúsculo. Oh qué antigua es nuestra estirpe.

Alguien cuchichea abajo en el jardín; alguien abandonó este negro cielo.

Aroman manzanas sobre la cómoda. Abuela enciende doradas velas.

 

Oh qué dulce es el otoño. Leves resuenan nuestros pasos en el antiguo parque

bajo elevados árboles. Oh qué severo es el jacínteo rostro del crepúsculo.

El manantial azul a tus pies, lleno de misterio el rojo silencio de tu boca,

sombreado por el dormitar del follaje, por el oscuro oro de girasoles caducos.

Tus párpados están pesados de adormidera y sueñan leves sobre mi frente.

Dulces campanas vibran en mi pecho. Una nube azul

Es tu rostro que se hunde sobre mí en el ocaso.

 

Una canción para guitarra, que en una taberna extraña resuena,

los silvestres arbustos del saúco, allí, un ya remoto día de noviembre,

pasos familiares, la mirada de parduscas vigas,

una ventana abierta, donde se rezagó una esperanza dulce –

Indecible es todo esto, oh Dios, y uno estremecido cae de rodillas.

 

Oh qué oscura es esta noche. Una purpúrea llama

se apagó en mi boca. En el silencio

muere del alma inquieta solitaria música de cuerdas.

Abandónate, si ebrio de vino, la cabeza cae en el arroyo.

 

 

 

Grodek

 

Al anochecer resuenan los bosques otoñales

de armas mortíferas, las áureas llanuras

y lagos azules, y el sol en alto

rueda más tétrico; la noche encierra

guerreros agonizantes, el lamento salvaje

de sus bocas destruidas.

Pero callada se recoge en la dehesa

nube roja, donde mora dentro un dios colérico,

la sangre derramada, frescura lunar;

desembocan todas las calles en negra podredumbre.

Bajo el ramaje dorado de la noche y las estrellas

oscila la sombra de la hermana a través del callado

bosquecillo para saludar a los espíritus de los héroes y a las sangrientas cabezas;

y tenues resuenan en el junco las oscuras flautas del otoño.

¡Oh el más soberbio luto! Vosotros broncíneos altares,

la ardorosa llama del espíritu hoy se alimenta de poderoso dolor,

los nietos desnacidos.

 

 

 

 

 

*(Salzburgo-Austria, 1887 – Cracovia-Polonia, 1914). Poeta. Uno de los principales escritores vanguardistas y expresionistas en Europa. Licenciado como Maestro farmacéutico por la Universidad de Viena (Austria), por lo que luego trabajó en la farmacia Zum Weißen Engel (‘El ángel blanco’). Formó parte del círculo poético Apollo y mientras redactaba notas para Salzburger Volkszeitung. Entró a trabajar al ejército y fue destacado a Innsbruck, luego regresó a Viena. En 1914 fue reclutado para la Primera Guerra Mundial como oficial médico participando en la batalla de Grodek, lo que agravó su depresión y llevó a que fuera trasladado al manicomio de Cracovia. Publicó en poesía Poemas (1913), Sebastian en el sueño (póstumo, 1915), El otoño del solitario (póstumo, 1920), Canción del fragmentado (póstumo, 1933), Desde la copa de oro (póstumo, 1939) y Revelación y decadencia (póstumo, 1947).

 

 

 

**(México, D.F., 1949). Poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996) y Viernes en Jerusalén (2005. La editorial El Tucán de Virginia volvió a reunir en 2007 su poesía en un solo tomo: El forastero en la tierra (1970-2004). Es autor de un libro de aforismos (Árboles). Ha traducido libros de poesía de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Gide, Antonin Artaud, Roger Munier, Emile Nelligan, Gaston Miron, Gatien Lapointe, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Georg Trakl, Reiner Kunze, Carlos Drummond de Andrade, y en colaboración con Stefaan van den Bremt, Miriam van Hee, Roland Jooris, Luuk Gruwez, André Doms y Marc Dugardin. Libros de poesía suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, italiano y neerlandés. Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992) y Nezahualcóyotl (2005). Y, en España, el Premio Casa de América (2005) por su libroViernes en Jerusalén. En 2004, se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile. En París es miembro de la Asociación Mallarmé. En el 2009 obtuvo el premio de poesía Ciudad de Melilla, España.

 

 

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