Por: Guillermo Fernández
Durante el siglo XX, ningún otro país de lengua romance aportó tantos y tan variados movimientos literarios como Italia -o poéticas, término que suelen emplear constantemente los estudiosos literarios. Decadentismo, crepuscularismo, futurismo, vocianismo, rondismo, purismo, hermetismo, orfismo, realismo, expresionismo y neorrealismo son movimientos que ya forman parte de la historia de la literatura italiana del siglo pasado, a la cual se agregó el neovanguardismo de la posguerra, corriente ésta que adquirió su mayor fuerza e influjo en los sesenta. En la década de los noventa, la neovanguardia se ramificó en muchas direcciones (salvajes, posneovanguardistas, fumisti, pop, realistas, hiperrealistas, metafísicos…), tendientes todas al rechazo del rechazo de la literatura, no sólo “para poner en primer lugar a la política, sino también para dirigir una crítica destructiva a los intelectuales, a la industria de la cultura y a los aparatos ideológicos estatales […] cediendo al llamado de la impaciencia” (Franco Cordelli). Para la gran mayoría de los más recientes poetas italianos, la poesía representa un arma político-cultural, un instrumento de constante impugnación, un prolongado grito de batalla.
Eros Alesi nació en Ciampino (Lazio), en 1951. Se suicidó en Roma, en 1971. Los escasos poemas que de él se conocen fueron publicados hasta 1973, dos años después de su muerte.
Después de leer el poema dedicado al padre (Caro papà), uno tiene la impresión de estar frente a un texto único, esencial, límite. Y la clave de su innegable poderío consiste, tal vez, en ese perdido o tan escaso estado de gracia con que se dicen las cosas esenciales con inocente simplicidad, pero simplicidad iluminada.
Excepto en el poema Oh querida. Oh señora muerte, Eros Alesi empleó en todos los demás poemas un elemento formal -iba a decir “estilístico”- que lo singulariza: el relativo que. En algunas ocasiones, éste puede significar también pues o porque; sin embargo, he preferido no “mover” demasiado el texto original, absteniéndome de interpretaciones que no hacen sino estorbar la comprensión, indirecta ya, y debilitada a causa de la traducción. Para un oído bien educado en el bel canto, la repetición de ese que podrá parecerle un elemento pobre y de mal gusto. Pero para muchos ese que es como un resorte que se tensa y distiende en un espacio de espanto; vibración fosforescente, golpes de un marro obsesivo que repercuten en nuestros oídos y en la conciencia. ¡Qué tam tam palpitante! Desencadenamiento de fuerzas que se atraen y se repelen, y cuyo campo de batalla es el mismo que (¿un aquí enmascarado?), punto que sufre el martilleo incesante, como una varilla de hierro que acaba rompiéndose a causa del doblar y desdoblar sobre el mismo y paciente punto. Elemento acústico también, shock sonoro como el de un tambor oriental.
En la escasa obra poética conocida de este joven italiano no se observa ninguna “progresión”. Entre el primer poema que escribió (cuando tenía 14 años) y el último, escrito en 1971, no se advierte ningún cambio considerable, en cuanto a estilo o intensidad. Desde los 13 años se aferró al clavo ardiente de la droga, hasta que las manos se le carbonizaron. Alguien dijo que “en el mundo contemporáneo las almas más delicadas sucumben irremisiblemente; es necesario ser muy duros o muy cínicos para sobrevivir en él”. Su muerte nos lo devolvió con el nombre de siempre, el nombra más hermoso y padecido: Eros.
Que Roma
Que Roma. Que paisaje desde el tren a Milán. Que la frontera suiza. Que ocho días en Milán. Que de nuevo en Roma. Que cansada, desesperadamente otra vez en Roma. Que el loco estado de ansia debido a una cruda de Ritalin. Que de nuevo sin biombos que cubran mi ser. Que me encuentro de nuevo frente al ambiente -a mi ser. Que el ambiente es el ser que soy. Que estoy epilépticamente cansado. Que estoy epilépticamente cansado de un día de serenidad y tres de locura consciente, de ansia bastarda.
Que me hace dudar de la veracidad de mi historia pasada, del credo actual. Que la alegría y el interés de vivir ya pasaron. Que el tedio, la monotonía, el cansancio de vivir gobiernan mi forma de ser y mi vivir. Que la bola rebota en tiempo vibracional. Que las ondas corren, van y vienen, salpican, brotan, se lanzan, aceleradísimas, rebotan, vibran, oscilan con la velocidad del estímulo, del instinto. Que espero que en la sala cinematográfica de mi cráneo aparezca una imagen, una escena que unte sobre mi ser un estrato de serenidad, de paz, móvil viajante, no paz vegetativa. No estado dimensional apático al cual endilgarle autosugestivamente la etiqueta paz.
Que locura. Que es palabra vibracional. Que intensidad vibracional. Que variedad de sonido, de color. Que palabra de miríadas de interpretaciones. Que palabra misteriosa, secreta, inaccesible para las verdades lógicas y razonadas. Inaccesible a todas las verdades. Inaccesible al loco. Inexistente para el loco, inexistente es también el loco. Que dimensión limbo. Que dimensión inexistente. Que por lo tanto mi hablar inexistente, que quizá hablo de eso porque mi sr no siente el calor placentero del flashazo debido a la entrada de la nueva verdad en mi ser. Que tengo 19 años terrestres. Que siento que creo hechos con los sacudimientos sensoriales revolucionarios, desbarajustadores. Que me siento capaz de poder crear un rostro, dos ojos ardientes de dicha. De felicidad, de amor por ser lo que eres. Que tengo 19 años terrestres y tengo tantas ganas de arrojar mi amor, mi profundo amor, mi desapasionado amor, mi profundo amor hacia todo lo que me rodea, que forma parte de mí mismo, que es yo mismo, que procede conmigo sobre esta bola de tierra que holgazanamente mueve la cola por un arrabal del espacio.
Oh querida. Oh señora muerte
Oh querida.
Oh señora muerte.
Oh serenísima muerte.
Oh invocada muerte.
Oh pavorosa muerte.
O indescifrable muerte.
Oh extraña muerte.
Oh viva la muerte.
Oh muerte que es muerte.
Muerte que marca el alto a esta saeta vibrante.
Que tú en todos los caminos…
Que tú en todos los caminos y callejones del mundo, que yo en un manicomio o en una cárcel de cualquier ciudad del mundo.
Que dos veces se ha interpuesto esta triste realidad y otras tantas he corrido en tu mágica y misteriosa casa, el oriente, y las dos veces he vuelto a abrazarte con todo el amor que tú me enseñaste a tener.
Que ahora he salido de un manicomio, por tercera vez, y por una tercera y forzada separación de ti, MAMÁ MORFINA. Que estoy seguro, que estoy casi seguro de que pronto podré abrazarte de nuevo.
Que a las dos y media del 23 de diciembre de 1970, gente que habla de mi conversación, conversación sólo mía, que sólo yo y mamá morfina conocemos, que sólo yo y ella hemos llevado adelante en la conversación de verdades nuevas, mías y para mí, como la de amar a Giorgio. Como la de dos que buscan en el cuarto de allá alguien que se personifique en él.