Por Enrique Winter
Crédito de la foto LP5 Ed.
Epílogo a Nos siguen pegando abajo.
Brevísima antología arbitraria
Colombia-Venezuela (2020)
Como a la vida, el silencio precede a la poesía y también la sucede. El epílogo se expone así a una contienda desigual, la de justificar el hecho mismo de decir después de acabados los versos. Por eso son ellos, en orden de aparición y al menos uno por poeta, los que aquí reverberan en el agua de Nos siguen pegando abajo. Brevísima antología arbitraria Colombia-Venezuela, en una especie de discurso de sobremesa o relectura.
La frontera de 2.219 kilómetros entre estos países es de las más largas, y últimamente conflictivas, del mundo. Lo que ella esconde a la vista se revela amargo a la boca, Enteros me saco los ojos de las órbitas, gustosas uvas de/ fin de año, acaso pidiendo una constancia escrita donde Hay cadáveres que llegaron puntuales/ al olvido, pero impuntuales a la muerte. A la violencia de distinto signo, a cada lado de una línea imaginaria, responde mejor esta poesía con las formas sutiles de la sintaxis que con las de la denuncia tradicional.
Entonces vi pájaros cayendo de mi pelo. Los antólogos son sendos poetas y editores venezolanos en el exilio, un tema que recorre el conjunto como alegoría. Néstor Mendoza seleccionó a los colombianos, entre quienes vive, y Gladys Mendía a los venezolanos desde Chile y Estados Unidos. Ambos ejemplifican el tránsito de los autores reunidos mientras los poemas subrayan la rápida mutación de los cánones nacionales con que intentamos comprenderlos. Urgentes y contemporáneos, vienen de distintas provincias cuando al fin es innecesaria la presentación de credenciales en la capital y una antología de esta envergadura puede descargarse en ellas de manera gratuita. Por arbitraria que se presente, hay muchos méritos en la investigación territorial que impedirán apuntar al fallo recurrente de perseguir el cardumen sin saber nada de pesca. El resultado es tan diverso que los que sí corren el riesgo de ser arbitrarios son los argumentos agrupados a continuación.
Prevalece entre estas y estos poetas de Venezuela un saludable exceso que se contrapone a la precisión lírica y confesional de sus vates más reconocidos, Rafael Cadenas, Juan Calzadilla y Eugenio Montejo, e incluso de quienes declaraban después de ellos, pero ya hace cuatro décadas “Venimos de la noche y hacia la calle vamos”, como Armando Rojas Guardia y Yolanda Pantin en el manifiesto del grupo Tráfico. Porque el espíritu rebelde de aquellos sigue intacto en estas vasijas prematuramente quebradas por la presión que desde el sur y el norte les vienen imponiendo los descendientes del neobarroco. Todo hombre fue mujer alguna vez y es que todos son jóvenes, nacidos en los setentas y ochentas, En los bancos de plaza. En las salas de espera. En las paradas obligatorias, y de esa juventud pueden desprenderse aquí la oralidad por la que Perderás el habla y la desacralización de la historia, pero también cierta intimidad doméstica y urbana, donde susurra el patinar de las palomas sobre el mármol pulido de las plazas, así, aliterado. Campean encabalgamientos y crueldad, primeras personas que no son realistas, algo de humor y, sobre todo, soltura.
Mendía acierta al enhebrar una trama en el orden de los autores y de los mismos poemas dentro de cada uno. Iremos a las estrellas, pero No debo escuchar la señal de la estrella que apunta a la casa en el cielo es un ejemplo de versos de poetas consecutivos, puesto que De cien ojos que ven / ninguno apunta a la mosca que husmea su cuerpo y el cuerpo mismo, su género degenerado, es otro centro en torno al cual orbita la mitad venezolana fugándose incluso hacia la de Colombia. Cuando al final Nérvinson Machado acumula imágenes que apuntan a los países muertos, ya entendemos lo que nombra gracias a poemas de estéticas afines, como los de Diana Moncada, ya sea dentro del hogar, en el caso de las verdades desabrochadas desde la infancia por Deisa Tremarias Grimau, como fuera de él, en la multiplicidad de referencias de Luis Enrique Belmonte, hogares y países rajados a la manera de la obra visual “Splitting” de Gordon Matta-Clark. Yo cargo una maleta que es una pequeña casa para guardar mis párpados.
Se trata entonces de países vecinos que, por momentos, parecen galaxias lejanas. Otro libro empieza en la segunda mitad, donde la reacción al canon es casi la opuesta y puede deberse a que cuando los poetas leen también se leen y, de este modo, la obra de Mendía se asemeja a su selección tanto como Mendoza a la suya, pero es igualmente cierto que el espíritu de época es distinto en cada sitio y la antología lo refleja con honestidad. Pronto acabará el atrevido contoneo / que tarde a tarde obsequias a las calles, no así esta poesía colombiana, más conversacional y, a su modo, cercana a la transparencia.
Gracias también al trabajo de las editoriales independientes, que es música nadando/ a contracorriente, la segunda mitad ofrece un abanico de poetas quizás desconocidos fuera de Montería, como Ela Cuavas (Uno de esos lugares en los que se descubre que la necesidad de fingir es otra forma de suicidio), o Saracena, como Juan G Ramírez (Escribe la agonía, el salto, la estatura: tarde o temprano la palabra obedecerá) que se juegan la vida en prosas metaliterarias y narrativas exponiendo las grandes preguntas con respuestas tan derrotadas como voluptuosas. La naturaleza se desprende de ellas y de la mayoría de sus colegas que pintan al aire libre como los franceses del siglo XIX: Quisimos el sol antes del sol.
Hay una influencia más evidente de cierto objetivismo norteamericano y oriental, de dejar que las cosas hablen por sí mismas, porque La escritura tiene la forma de la borradura, ya sea optando por la contención del verso breve o la fluidez sin puntuación de Cuando me quejo a escribir yo en Medellín, dentro de una generación histórica de poetas mujeres que destaca a Tania Ganitsky (Las velas tiemblan antes/ de apagarse/ como ojos antes de llorar), entre varias que redefinen las reglas tacitas de la poesía bogotana, desde la filosofía del lenguaje y sin soltar la amarra sensible de la experiencia. Mendoza agrega a costeñas como Eliana Díaz, que también estudia en el extranjero y, desde La casa de tu herida, da otra vuelta de tuerca a la intranquilidad.
Finalmente, aunque esto sea solo el comienzo para seguir leyéndolos, Ya ida la nube,/ la madera, antes gris,/ reluce roja y aunque a ambos lados faltan otros cuya valiosa obra puede encontrarse en numerosas antologías recientes, sobre todo colombianas (pájaro arado/ sintetizando lo no visto), aquí aparecen por primera vez algunas voces que se quedarán, palabras y palabras y palabras que no bastaban para borrarte / pero ocupaban un espacio en la página y a cuyo parto se agradece haber llegado a tiempo para la despedida, con la reflexión sobre las palabras mismas que hace María Gómez Lara como si también ella se refiriera a los colegas celebrados en este epílogo.
Se puede descargar el libro dando click aquí.