«Encuentros: Agustín Lara y Vlad Draculea», por Juan Manuel Roca

ENCUENTRO DE AGUSTÍN LARA
Y VLAD DRAKUL EN VERACRUZ
TRAS EL CUELLO DE UNA DAMA

 
 
 

Por: Juan Manuel Roca

Crédito de la foto: http://amqueretaro.com/2013/10/

lo-que-no-sabias-de-agustin-lara/.html

 
 
 
Cuando Vlad Drakul se encontró con Agustín Lara, el descarnado señor del bolero, creyó curarse de la maldición del espejo: soñó con ver a su otro en el cristal. La verdad, muy poco debió darle la luz al cantor porque su aire de visitante del trasmundo confundió al emisario de la noche. El Conde olía a convento, a Europa, a pájaro mojado.
 
El cantor, que lucía una cicatriz de carrilera en la mejilla, en realidad toda su figura parecía una cicatriz rodeada de aire, cruzaba las veredas dejando una estela de lavanda mientras redondeaba sus versos modernistas. Exiliados del sueño, macilentos y góticos, parecían dos cocheros de pompas fúnebres, dos viajeros llegados de otro tiempo: algo en común había en la noche veracruzana. Quizá el cuello de telescopio de una mujer de cabaret, tal vez el corazón crepuscular o el borgoña púrpura en los sonoros cristales. A lo mejor andaban tras la sombra de una dama que chorreaba su cabello como si fuera un negro e incesante candelabro. ¿Cuál de los dos caballeros, desde su estirpe enfermiza y romántica llegó primero al corazón de María? ¿Cuál de los dos le colgó en la garganta el collar de su beso? ¿El Conde, a cuyo paso perdían su color las rosas rojas? ¿O tal vez el bolerista, que siempre vivía a la espera del momento en que la diosa retirara la chalina de su cuello para besarla? Imagino su encuentro bajo la luna. Agustín fuma, el Conde tose, sueñan con volver a casa, uno bajo el mosquitero y el otro bajo el féretro taraceado con su heráldica sombría. Los dos desfallecen de amor por María, por sus carnosos labios y su voz de catacumba. Ella huye, levanta muros y bohíos, castillos de niebla, y se aleja de sus famélicas sombras. Es seguro que los dos caballeros hicieran buenas migas. Tan sosías. Tan espejos. Tal vez se hundieran en la noche del regreso, tal vez en la noche que se desmaya sobre la arena, tal vez siguieran el paso de alguna constelada bailarina, tal vez se conformaran con la chica del guardarropa, criatura muy blanca envuelta en la piel de los jazmines. Lo cierto es que algo de desmayo y olvido flotaba en la noche, mordizcos y susurros, gotas de lacre en la pechera del frac, dos caballeros irredentos vestidos de velorio, huyendo de la luz por la vereda tropical.

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