Por (los abajo firmantes)
Crédito de la foto www.cordobabuenasnoticias.com
Encauzar el debate (II):
apuntes sobre la postmodernidad y la crítica inmanente
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En el debate en curso acerca de cómo pensar la reciente poesía peruana existen dos grandes formas epocales que se interpelan: la modernidad versus la postmodernidad. A primera vista podría parecer que en la escena local de un lado están quienes reivindican una versión universal-experimentalista de lo literario, y del otro, quienes se adscriben a una veta antiuniversalista-experimentalista del mismo. Sin abdicar ambos del experimentalismo, en tal debate los universalistas tienen como marco de referencia los grandes relatos filosóficos, mientras que los antiuniversalistas los deconstruyen. Sin embargo, encuadrar la discusión en base a tales dualidades reduciría la complejidad de lo debatible y su riqueza. Sin embargo, también sería una reducción no reconocer que existen predominancias en ambos polos en discusión. Por tanto, una primera idea a plantear es que en el actual debate se muestran apreciaciones en las cuales predominan, por momentos, los componentes modernos y, en otros, los postmodernos (aproximación filosófica), así como apreciaciones inspiradas en el modernism o en el postmodernism artístico (aproximación literaria). Precisamente, a la perspectiva filosófica se le puede añadir esta última variable interpretativa, la del llamado modo británico asociado al modernism de Pound, Eliot y Williams (1912), y ensanchado, por contraste, en el postmodernism de Charles Olson & Co. (1950)[1]. No hay compartimentos estancos y las imbricaciones están vivas.
Antes de proseguir con las propuestas para el debate, desde Vallejo & Co. declaramos nuestra voluntad de contribuir a encauzarlo, aunque somos conscientes de que quizá hemos sido excesivos al enunciar algunos puntos de vista en anteriores textos, lo que ha podido distorsionar su lectura. Esperamos que esas tendencias a promover gestos que desrealizan la posibilidad de una real discusión, en la que otros también han caído, sean revertidas. También somos conscientes de que tal vez nuestras ideas no resulten suficientes. Los conflictos de interpretación son permanentes, de ida y vuelta. Por eso, para continuar con el debate[2] primero problematizaremos dos respuestas de nuestros ahora interlocutores, el colectivo Ánima Lisa (en adelante AL), con el objeto de explicitar algunas ligerezas en las que han incurrido y con vistas a encontrar una ruta conjunta sobre cómo empezar a pensar la poesía peruana de hoy. En segundo lugar, haremos una breve referencia a las que creemos son las limitaciones y posibilidades del actual debate. Ya en un próximo artículo aplicaremos algunas ideas esbozadas hasta el momento en una selección de poetas jóvenes nacidos después de los 90.
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En Vallejo & Co. creemos que la participación de AL en el actual debate es fructífera y encontramos que algunas de sus ideas contribuyen a la discusión. Pero no podemos dejar de apuntar que existe una inconsistencia entre su proclama de debatir sobre poesía y al mismo tiempo la desvalorización que parecen asignarle a los otros con los que debaten, reproduciendo con tales actitudes parte de las nimiedades que critican en la escena literaria. Entonces, creemos que para efectos del enriquecimiento del debate sería muy útil que AL justifique su posición acerca del fondo del debate, referido al lugar y función de la crítica de la poesía en el Perú; y no limitarse a apostillar nuestros artículos con comentarios sutilmente deconstructivos bajo el formato via negationis de “control de cambios”. Asumimos que estos formalismos derivan de sus premisas conceptuales, y sería interesante si así lo teorizan, pero lo cierto es que tales formas son poco eficaces para construir un horizonte donde podamos arribar a acuerdos y disensos futuros.
Entonces, vamos a seguir desempacando algunas ideas en el debate, al tiempo que respondemos dos de las premisas de la réplica de AL (aparecida el 28 de marzo en su web) que consideramos fallidas. En primer lugar, sostendremos que el colectivo confunde el concepto de postmodernidad con el de postmodernism, sin reparar en que el segundo alude predominantemente a un movimiento literario antes que filosófico. A este error lo denominaremos “malentendido postmo-”. En segundo lugar, mostraremos que la explicación que el colectivo brinda acerca de la llamada crítica inmanente, por contraste con la ortopédica, en realidad no ofrece una explicación de ninguna de las dos y más bien oscurece la discusión con un subjetivismo lírico. A esta falla la llamaremos “malentendido ortopédico”.
El malentendido postmo-
En esta parte fijaremos algunas diferencias en torno a los términos “modernidad” y postmodernism, de un lado, así como “postmodernidad” y postmodernism, de otro. Creemos que explicitando tales diferencias una parte medular del debate actual podría aclararse. Más aún si el interlocutor –colectivo AL– ha hecho referencias a estos conceptos con una flexibilidad que denota cierta confusión. En los extractos de su réplica a nuestro segundo artículo, AL utiliza el término postmodernismo (que es una traducción al español del llamado postmodernism literario) confundiéndolo reiteradamente con alguna versión del concepto filosófico de postmodernidad. Y esa confusión, nos parece, revelan una postmodernidad malentendida. A continuación, dos de los casos a los que hacemos referencia.
Para abreviar el esquema plantearemos las diferencias por contraste. Empezaremos con la postmodernidad, y su correlato, y luego haremos lo propio con el postmodernism.
La postmodernidad es la actitud filosófica de un sentido común extendido de que varios aspectos de nuestra realidad social y simbólica han sufrido fuertes reveses. Los ideales modernos se han vuelto poco creíbles porque sus promesas nos han llevado a profundizar las distancias sociales, privilegiar el uso de la razón instrumental, destruir el medio ambiente, expoliar derechos territoriales históricos, instaurar la atomización como regla de subsistencia y proyectar orientaciones homogeneizadoras en contra de saberes y prácticas diferenciadas. Creemos que tales aseveraciones son fácilmente constatables, y que es razonable pensar que no existe un principio metafísico último justificable. Todo lo anterior en contraste con la modernidad que cobró impulso en s. XVI cuando empieza a extenderse la idea de que la historia era una realidad progresiva que incorporaba las conquistas de la humanidad: el lugar central de la razón, la idea del progreso histórico, el prestigio de la ciencia y la técnica, el surgimiento de los Estados-Nación, el siglo de las luces europeas, el reconocimiento básico de derechos (individuales), la posición central del hombre (no de la mujer); y en plano ideológico, el liberalismo, el cientificismo y el marxismo. Todos ellos grandes relatos, grandes promesas de realización humana que terminaron estrellándose contra la pared del devenir histórico. De forma que, por rebasamiento, varios teóricos de la postmodernidad (Lyotard, 1979; Vattimo & Rovatti, 1983) entendieron correctamente que tras tales resquebrajamientos culturales los postulados ilustrados de la modernidad estaban agotados y, por tanto, había que habituarnos a pensar sin criterios ni fundamentos fuertes. Visto así, los grandes relatos de la modernidad terminaron desvirtuándose históricamente ante el factum de la desrealización humana. Todo comenzaba y terminaba en occidente. Bienvenida, postmodernidad.
En el ámbito de la crítica literaria -transmutada mágicamente en teoría a partir de los setenta-, los ecos postmodernos se expresaron en la forma de una hegemonía de la deconstrucción, los estudios subalternos, los feminismos (aunque S. Benhabib sostiene que el feminismo no es heredero de la postmodernidad), el psicoanálisis lacaniano, el análisis del discurso, los estudios de diáspora, entre otros. Tales enfoques asumen una ética del fragmento y presuponen una mirada desilusionada del proyecto de la ilustración, de sus categorías universales y de su principal recurso autorreferencial: el lenguaje. A la postmodernidad no le falta razón en su diagnóstico epocal descreído de los universales, lo cual se acentuó globalmente en el escenario post guerra fría (Quijano, 2001). De allí que el ser humano sea, bajo tales premisas, un signo más entre otros signos. La desconfianza reina en todos los frentes. Y por eso alguna versión de la postmodernidad aplicada a la teoría literaria desemboca en una sospecha hacia todo aquello que la enjuicie desde un marco de referencia sólido o universal. En muchos casos, su apelación a comprender la “fisonomía de las propuestas” parecer ser una coartada para invertir la carga de la prueba: ya no es el escritor quien tendría que traducirse en el texto, logrando hacer de sus intenciones creativas una realidad escritural, sino el lector, o el crítico literario, quien tendría que asumir la responsabilidad de justificar cualquier texto bajo una retórica determinada. No es un tema maniqueo, ciertamente, sino de predominancias y acentos. Y pareciera que el gesto inaugurado por las vanguardias europeas de inicios del s. XX ha devenido en que ahora, por ejemplo, un artefacto artístico deviene como tal cuando quienes lo leen pueden justificarlo como tal. Las teorías, para quienes quieran justificarlo todo, pueden ser usadas para ello, para inflar el valor de las intenciones artísticas y literarias. La libertad intelectual lo aguanta todo, sin duda. Y sin dejar de valorar el caos en lo artístico, en Vallejo & Co. tomamos distancia de tales aproximaciones cuando se trata de discutir y debatir. Toda propuesta tiene un marco teórico aun cuando su propio autor no lo desarrolle o lo explicite. Y la teoría literaria, transmutada en crítica, no es posible si se abdica de un marco de referencia que contribuya a pensar, compartir y hacer intuible los sentidos de un texto determinado a lectores tales. Entonces, los referentes importan, los marcos teóricos importan, si estamos de acuerdo en debatir y pensar la poesía, no solo hacer poesía.
Desde el punto de vista político, una de las críticas más fuertes que se pueden hacer a la postmodernidad tiene que ver con el concepto de globalización y tecnología que de manera implícita también tiene un rol en este debate literario. La globalización es la forma de socialización más extendida que tiene múltiples aristas, pero nosotros nos ocupamos de estas que consideramos útiles para complementar el marco de este debate. Como consecuencia de la globalización, las relaciones humanas ya no son predominantemente interpersonales (sino impersonales), las tecnologías ya no se basan en la actividad directa del ser humano (sino en tecnologías portátiles), las relaciones comerciales no se resuelven a trato directo (sino vía regularidades impuestas en soft power), la información ya no es unidireccional, no representa la realidad y se desvincula de filtros editoriales (sino que es multidireccional, opera por autorepresentación y es resultado de la autogestión digital), la política abdica de las representaciones sociales (y más bien opera por simulación delictiva), las instituciones no conservan su mutua imbricación (sino que se disocian bajo la división del trabajo tecnocrático), las palabras pierden sentido (y más bien se diluyen en el sinsentido) y los Estados-Nación sucumben a la penetración económico-cultural de la llamada globalización. Visto así, la globalización-tecnológica parecería más bien ser una coartada para invertir más, a gran escala y con prestigio mediático. Nos preguntamos: ¿No será que la postmodernidad, en sus distintas variantes, es funcional -sin quererlo- a los intereses del capital global que nos plantea una retórica de la unidad cosmopolita a costa de dividirnos en individualidades tribales? ¿Acaso el movimiento de la tribu atomizada no es más que el movimiento del capital globalizado? ¿A quién le resulta funcional que el escepticismo y la desconfianza generalizada sean el fundamento de la participación pública ciudadana? Más aún, ¿cuál puede ser el rol de la literatura y la crítica frente a esta situación y al escepticismo de lo público? ¿Cuál puede ser el aporte de las escrituras multiculturales para frenar el avance del capital global? Y añadimos una pregunta que ha surgido en recientes intercambios web, ¿cómo combatir desde la escritura la ubicuidad del mercado con armas contra-distintivas a las del siglo XX? Solo dejaremos las preguntas planteadas, pendientes de resolución.
Mientras tanto, continuamos explicitando la otra parte de la confusión de AL. El colectivo, como dijimos, confunde expresiones literarias con nociones filosóficas. Una cosa es la postmodernidad, entendida como una actitud filosófica de sospecha ante los universales, y otra es el postmodernism literario, asociado a un movimiento artístico-literario. Aun cuando ambas perspectivas pueden interceptarse en varias partes del camino, conviene diferenciarlas por cuestiones analíticas. Veamos.
El postmodernism nace como una reacción y profundización del modernism literario. Su aparición suele atribuirse al poeta y crítico estadounidense Charles Olson, quien empezó a pronunciar esta expresión en los cincuenta del siglo pasado. En su decurso, tales propuestas se amplificaron en otros radios artísticos, como es el caso de pop art, la arquitectura, las artes visuales y la narrativa. Ciertamente, al igual que el modernism, el postmodernism es tributario del romanticismo inglés y del simbolismo francés. Sin embargo, el postmodernism es más literario que filosófico.
Tomando ideas de un ensayo de Hans Bertens (1991), el postmodernism se presenta como una radicalización del modernism de Pound, Eliot y William Carlos Williams. El postmodernism insistía la experimentación con el lenguaje, el multilingüismo, el desajuste de la disposición del texto y una estética del fragmento. Sin embargo, por contraste con el modernism, propugnaba la performance, el happening, la parodia, el anti-representacionalismo, el anti-elitismo, la resistencia a privilegiar actitudes occidentalizante, y por el encuentro entre alta y baja cultura. La impronta de las vanguardias europeas, en especial el dadaísmo y el surrealismo, es notoria. Y hacia fines del sesenta el postmodernism comenzaba a esbozar una subversión artística de la epistemología occidental, como es el caso del intelectualismo de Susan Sontag, o la contracultura de Fiedler, o las escrituras de Thomas Pynchon, Robbe Grillet y John Barth, e incluso el experimentalismo sonoro de John Cage. Tampoco la academia se quedaba atrás. Ya a inicios del setenta la revista norteamericana Boundary 2 se convertía en el caballo de batalla intelectual del postmodernism, imbricado ya con la postmodernidad entendida esta como actitud filosofía de sospecha ante los universales. En este aspecto, una expresión concreta de la imbricación sobrevenida entre literatura y filosofía es el interesante libro de Brian McHale’s Postmodernist Fiction (1987). Existen variantes del postmodenism, pero dejaremos tales cuestiones para un artículo posterior.
Planteado así el terreno, sería importante que colectivo AL trate de reevaluar el sentido de las nociones y categorías que viene usando en el actual debate. ¿O postmodernidad o postmodernism? O si ambas cosas, ¿no valdría la pena explicitarlo? ¿Se adscriben a alguna línea teórica o crítica? Y ¿cuál es el lugar desde donde enuncian sus ideas sobre crítica literaria?
Antes de cerrar este aspecto del malentendido postmo, intuimos que también sería importante incluir en la polaridad modernidad-modernism / postmodernidad-postmodernism, el impacto en la crítica literaria del modernismo hispanoamericano (Dario/Martí), así como de las vanguardias latinoamericanas del siglo XX (Vallejo, Huidobro, Neruda, Girondo, Parra), en línea con nuestras identidades geográficas culturales. Igual de interesante podría ser plantear una lectura de las actuales movidas de poesía a la luz de la poderosa escritura exhibicionista de Valdelomar (atención con los estudios de Monguió). Sin embargo, no estamos seguros de si tales aproximaciones contribuyan a aclarar la presente de discusión, ya de por sí compleja y parpadeante. En todo caso preferimos plantear la propuesta antes que no plantearla. Ya está planteada y a la espera de una réplica, pasamos al siguiente punto en cuestión.
El malentendido ortopédico
En esta parte intentaremos mostrar las insuficiencias conceptuales de AL cuando propone una explicación de lo que llama crítica inmanente, por oposición a una crítica ortopédica. Creemos que hasta ahora el colectivo no ha definido qué entiende por “crítica inmanente” y por qué esta resulta provechosa para el lenguaje y los lectores. Creemos que esas definiciones son imprescindibles para arribar a compartir un horizonte de discusión desde el cual uno pueda expresarse inteligiblemente para el otro, cómo se piensa y cómo se propone pensar la poesía peruana y, consecuentemente, las escrituras específicas involucradas.
De la réplica del colectivo a nuestro segundo artículo, podemos inferir que ellos se adscriben a una crítica inmanente y que rechazan la llamada crítica ortopédica a la que imputan ser una reducción homogenizadora y, por tanto, ineficaz para indagar en la complejidad de las escrituras. En el decurso del intercambio, nosotros planteamos una apreciación condicional sobre la llamada crítica ortopédica (“Si es así como entienden la ortopedia”, decíamos) con el objeto de buscar una respuesta de parte de colectivo que se produjo y pueden ver a continuación en los puntos 14 y 15 de su réplica.
Nos enfocaremos en el tercer párrafo del punto (14). Al margen de la referencia a la ortopedia de las mordidas y los brackets, este punto ofrece tres capas textuales. La primera es una cita de un libro de apuntes de Vallejo, a la que no agregaremos nada porque estamos de acuerdo con la lectura eficaz que el colectivo hace de ella. A lo que sí nos referiremos es a las otras dos capas textuales, a saber: la explicación de crítica ortopédica y su caracterización correspondiente.
Un primer punto es que AL no ofrece una definición de la crítica ortopédica. Como ya argumentamos en un artículo pasado, toda definición está conformada por una expresión genérica (género) y una diferencia específica (especie), lo que otorga identidad específica y valor explicativo a una noción determinada. Sobre este tema no hay mucho que debatir, creemos. De manera que cuando AL dice que “[c]uando utilizamos el término ortopedia referido a la escritura, nos referimos a la crítica uniformizadora que se concentra en la eliminación del síntoma ante el terror que le produce la eliminación de un diagnóstico”, más pareciera que estuviera refiriéndose a alguna variante del psicoanálisis que a la apreciación crítica de un texto literario. Ciertamente, siguiendo el impulso vallejiano, la naturaleza autoreferencial del lenguaje nos colocan frente a nuestra propia humanidad. Pero que tal cosa sea así, no debería impulsarnos a intercambiar marcos categoriales sin ninguna justificación de por medio. Tampoco, por supuesto, esto quiere decir que el cruce entre psicoanálisis y literatura no sea atendible, que de hecho lo es y lo ha sido. Tanto como el cruce entre psicoanálisis y marxismo, psicoanálisis y feminismo, y en última instancia entre psicoanálisis y voleibol. Pero para tales empresas, se requiere una elaboración mínima que evidencie el valor del apareamiento teórico; algo que se muestra ausente en el caso del comentario de AL. Para una mejor comprensión de lo que venimos diciendo, observemos que la explicación que el colectivo brinda de la crítica ortopédica es tan general que parece encaja con el aporte de “otras críticas”.
Critica ortopédica: nos referimos a la crítica uniformizadora que se concentra en la
eliminación del síntoma ante el terror que le produce la eliminación de un diagnóstico.
Critica periodística: nos referimos a la crítica uniformizadora que se concentra en la
eliminación del síntoma ante el terror que le produce la eliminación de un diagnóstico.
Crítica médica: nos referimos a la crítica uniformizadora que se concentra en la
eliminación del síntoma ante el terror que le produce la eliminación de un diagnóstico.
Critica capitalista: nos referimos a la crítica uniformizadora que se concentra en la
eliminación del síntoma ante el terror que le produce la eliminación de un diagnóstico.
Critica criminalización de la protesta: nos referimos a la crítica uniformizadora que se concentra en la eliminación del síntoma ante el terror que le produce la eliminación de un diagnóstico.
Tales generalizaciones, sin duda, contribuyen poco a que podamos entender qué es lo que quiere decir AL cuando mienta la llamada crítica ortopédica y cómo es que esta funciona según su concepción. Así que, hasta el momento, y mientras no expliciten su concepto, el término en cuestión ostenta un travestismo epistemológico engañoso y artificioso.
Un segundo punto es la caracterización que AL ofrece de la crítica ortopédica. Creemos que nuestro comentario cae de maduro. Sin definición previa de tal expresión, no se puede esperar mucho de la caracterización ofrecida. En especial cuando tal caracterización no viene acompañada de ejemplos concretos que evidencien cuál es el sentido de dicha caracterización. Evidentemente, tampoco se trata de buscarle cinco pies al gato, pero cuando preguntábamos por la definición de la crítica ortopédica queríamos confirmar o desvirtuar nuestras preconcepciones acerca del valor de tal término. Nuestra pregunta era sincera, efectivamente. Y estamos dispuestos a reconsiderar nuestra posición si media una explicación atendible. Pero también es sincera nuestra intuición de que tal término parece ser una coartada lingüística que esconde el malestar -tal vez el terror- del colectivo AL ante la inexistencia de una crítica que no se ajuste a los presupuestos conceptuales que respaldan su interesante trabajo. Si tal fuera el caso, invitamos al colectivo en su conjunto a realizar una crítica no-ortopédica, quizá inmanente, del texto o artefacto que consideren pertinente. Quizá con ese gesto crítico empecemos a entender qué es lo que el colectivo entiende cuando denuncia la llamada crítica ortopédica. Por lo demás, sabemos que uno de los miembros del colectivo ha publicado un sesudo trabajo sobre la poesía de Eielson, lo cual nos parece fantástico y será un libro pendiente de lectura para nosotros (pues solo leímos el fragmento que, a pedido de su autor, publicamos en nuestra web). Pero dado que nuestros intercambios han sido con el colectivo en su conjunto, que es como firman sus réplicas, sería mejor si el colectivo como tal nos muestra un caso concreto sobre cómo pensar la poesía peruana reciente. Estamos seguros de que en ese terreno arribarán a una mejor comprensión de la crítica que denuncian.
Sobre el punto (15), referido al concepto de crítica inmanente -que opera por contraste con la ortopédica-, nuestra observación es reiterativa: AL no ofrece una explicación de lo que entiende por esta crítica. Lo cual se acentúa porque este nuevo punto presupone la “explicación” ofrecida en el punto (14) que, como acabamos de evidenciar, no fue explicitado apropiadamente. “Si la crítica está obligada a ser un acto creativo es porque la particularidad de las escrituras clama no supresión/corrección de sus síntomas […]”, dice AL. Lo cual revela que en lugar de montarse sobre el concepto “de inmanencia” y afirmar sus posibles contenidos, la explicación de AL opera via negationis (señalando lo que no es, pero no lo que es), y, por tanto, su explicación sucumbe ante sí misma ante el poco valor explicativo de sus junturas. Más aún: pareciera que con la via negationis solo pretendieran una crítica sin exigencias epistemológicas, indefinida frente a la especificidad de cada texto. Una crítica de la excepcionalidad o una crítica de dribleo retórico.
Para cerrar con la “explicación” de la crítica inmanente, AL remata su comentario de la siguiente manera: “Esa es la labor de una crítica inmanente, pensar a partir de lo que se encuentra, antes bien que encontrar solamente lo que se busca”. El homenaje a Machado es de lujo, pongámosle una flor a su tumba.
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Un punto que quisiéramos dejar en claro es que no pretendemos ni pensamos que nuestras opiniones, ideas o argumentos enmarquen el grueso del debate, menos en un espectro tan amplio como es el de intentar una categorización de los cauces por los que discurre la poesía reciente de un país multicultural y plurilinguista como el nuestro. Las aristas son muchas, así como el intercambio de ideas entre diversos grupos genera nuevos derroteros y formas de entender la poesía, lo que enriquece la visión global y particular de lo discutido. Pero sí creemos importante tomar posición sobre ciertas rutas de pensamiento y ajustar ideas sobre la marcha de la discusión. Con las diferencias que pueden existir, nosotros tendemos a adscribirnos a una modernidad filosófica y postmodernism en lo artístico-literario, lo cual tiene un impacto en las fórmulas críticas y teóricas que usamos para pensar la poesía.
Y como hemos mencionado líneas arriba, ciertamente somos conscientes de que quizá a la hora de expresar algunas de nuestras ideas con humor o ironía ha podido llevar a distorsiones en su lectura, por lo que hacemos ese mea culpa. No obstante, si ha sido así, no significa que debamos dejar de tomar posición sobre el tema y, en ese sentido, renunciar a desempacar otros argumentos para intentar colaborar en la mejor compresión de la joven poesía en el país. Tampoco nuestra intención es deslegitimar el debate, faltaba más.
Nuestro objetivo desde un inicio ha sido contribuir con argumentos e interpretaciones para intentar comprender los caminos por los que cruza la poesía joven peruana, y así seguiremos. Saludamos que la intención del colectivo Ánima Lisa también sea esa, quienes con sus bemoles colaboran en escarbar en las condiciones de posibilidad de una crítica textual y, por supuesto, creemos que sería estupendo que otros grupos y personas (editores, poetas, colectivos artísticos, libreros, lectores, etc.) también se compren el pleito y participen más allá del comentario tribunero, pontificante, alegórico, sabelotodo, que fácilmente se vierte en redes sociales, pero que contribuye poco al debate. El pensamiento, y más aún el debate, requiere un esfuerzo y nosotros intentamos acometerlo. Pero claro, tampoco perdamos la ironía porque de lo contrario las ideas pierden lubricante. Como dijimos al inicio, intentemos ser parte de la solución y no del problema.
Hay escritura.
Luis Enrique Mendoza Mario Pera Bruno Pólack
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[1] Ambas, el modernism y el postmodernism, por cierto, son tributarias del gesto teórico de E. A. Poe (Poe, 1846) y de lo que Hugo Friedrich llamaba la estructura de lírica moderna (1957). Sin embargo, las raíces de la lírica moderna son extensas y aún por redescubrir.
[2] El actual debate incluye como un punto de referencia un interesante ensayo del poeta Mateo Díaz Choza, aparecido en el blog Cuadernos de Hontanar (enero, 2017) y reproducido luego en la revista Hueso Húmero (julio, 2017). Aquí la versión web del ensayo. Tal ensayo (“El repliegue de la crítica literaria”) se pregunta por cuál podía ser el lugar para pensar el fenómeno de lo literario y por qué resulta importante retomar el análisis moderno de los componentes formales, técnicos y compositivos en la evaluación de las escrituras. Recomendamos también la lectura de un ensayo de Alberto Castillo, publicado en la web de AL bajo el nombre «¿Cuánta madera roería una marmota?» (febrero, 2018), cuyo foco es el lugar de la poesía peruana en el espacio público de las últimas décadas y las condiciones de su reproductibilidad. Aquí el link: http://animalisa.pe/resenas/cuanta-madera-roeria-una-marmota/
Referencias
Benhabib, S. (2005). Feminismo y postmodernidad: una difícil alianza. En Amorós C. & Miguel, A. (coordinadoras). Teoría feminista: de la ilustración a la globalización, Vol. 2 (del feminismo liberal a la postmodernidad) (pp. 319-342). España: Minerva.
Bertens, H. (1991). Postmodern Culture(s). En Smyth, E. (Editor). Postmodernism and Contemporary Fiction (pp. 123-127). London: Batsford.
Diaz, M. (2017). El repliegue de la crítica literaria. Húmero, No 67, enero 2017.
Friedrich, H. (1957). La estructura de la lírica moderna: de Baudelaire hasta nuestros días. Barcelona: Seix Barral.
Lyotard, J. F. (1979). La Condition postmoderne: Rapport sur le savoir. Francia: Les Éditions de Miniut.
Monguió, L. (1954). La poesía postmodernista peruana. México: Fondo de Cultura Económica.
Poe, E. (1846). “The Philosophy of Composition”. Graham’s Magazine, Vol. 28, No 3, April 1846, pp. 163-168.
Pound, E. (1994). Cantares completos, Vol. 1. Introducción de Javier Coy (pp. 9-50). España: Cátedra.
Quijano, A. (2001). El regreso del futuro y las cuestiones del conocimiento. Hueso Húmero, No 38, abril 2001, pp. 3-18.
Vattimo, G. & Rovatti P. (eds.) (1983). El Pensamiento débil. España: Cátedra.