Vallejo & Co. presenta, en primicia web y en cuatro entregas, una serie de traducciones de poesía asiática (china y japonesa) realizada por Ricardo Silva-Santisteban, reconocido poeta, académico, traductor y editor peruano, quien fuera responsable de las colecciones El Manantial Oculto y Obras Esenciales del Rectorado de la Pontificia Universidad Católica del Perú y, en la actualidad, responsable y promotor de la excelente colección La fuente escondida bajo el auspicio de la Biblioteca Abraham Valdelomar, de la Huacachina-Ica.
Estas traducciones fueron publicadas en la revista Lienzo N°12, de la Universidad de Lima y no volvieron a verse publicadas sino hasta ahora que, con una necesaria revisión y corrección del propio Ricardo Silva-Santisteban, pasan a ser publicadas en nuestra web.
En la presente entrega, segunda de esta serie, publicamos varios textos del que quizá sea el más importante de los poetas chinos, el gran Li Tai Po.
Por: Ricardo Silva-Santisteban
Crédito de la foto: Izq. www.xinjingrushui.com/sites/default/files/imagefield2/mei_hua_.jpg
Der. www.elefantesazulesvoladores.blogspot.com
En las montañas de las brumas
En las montañas de las brumas pertenece, en realidad, a El ciervo en la fuente, mi colección de traducciones sueltas. Hubo, sin embargo, dos motivos para no incluirlo allí: por tratarse de versiones indirectas y por no extender un libro ya de por sí bastante considerable. Puede verse, por tanto, la presente publicación como un apéndice de dicho libro, pero, no por tratarse de un agregado, puede decirse que estas versiones me hayan costado menos trabajo ni que las haya realizado con menos placer. China y Japón han producido la poesía lírica más admirable y hermosa del planeta y su lectura ha sido, y sigue siendo para mí, de un inefable gozo.
Ricardo Silva-Santisteban
POESÍA CHINA
(Parte II)
Li Tai Po (701-762)[1]
DESPIDIÉNDOSE DE UN AMIGO
Azulados montes cruzan la muralla del norte,
transparentes aguas circundan la ciudad por oriente.
Aquí es donde debemos separarnos,
hierbas solitarias se esparcen por doquiera.
Nubes flotantes, pensamientos del viajero,
sol poniente, sentimientos del amigo.
Agitamos las manos cuando nos despedimos,
y relinchan nuestros caballos mientras nos separamos.
DESPEDIDA ALLENDE LA GARGANTA DEL JING MEN
Cruzamos distantes del Jing Men
para llegar a la comarca de Chu.
Las montañas se extinguen en hoscas planicies,
el río penetra entre vastas estepas.
Cae la luna: espejo que navega por el cielo;
se alzan las nubes: torres nadando por el mar.
Hondo sentimiento el de las aguas del terruño natal,
a través de diez mil leguas, despiden a mi barca.
AL VISITAR, SIN ENCONTRARLO, AL EREMITA DEL MONTE DAI TIAN
Los perros ladran en medio de los murmullos del agua;
flores de melocotoneros cargadas con denso rocío.
Profundas arboledas; por momentos, ciervos;
mediodía en el arroyo sin tañer de campanas.
Bambúes silvestres penetran las brumas azules,
fuentes volantes caen del pico de jade.
Nadie sabe dónde puedo encontrarlo;
acongojado, me recuesto sobre dos o tres pinos.
AL ASCENDER A LA TERRAZA DE LOS FÉNIX, EN JIN LING[2]
En la Terraza de los Fénix juguetean los fénix.
Los fénix se han ido; la terraza está vacía; el río discurre
solitario.
Palacio de Wu: flores y hierbas cubren sendas desoladas;
tiempos de los Jin: mantos y tocados se hunden bajo túmulos
vetustos.
Los Tres Montes casi traspasan allende el azul del cielo,
la Isla de la Garza Blanca bifurca la corriente del río.
Siempre las nubes flotantes pueden cubrir al sol,
no ver Chan Gan es una inmensa congoja.
EN LA TORRE DE LA GRULLA AMARILLA, DESPIDIENDO A MENG HAO RAN,
QUE PARTE PARA GUANG LING
Mi viejo amigo parte desde la Torre de la Grulla Amarilla;
en abril, entre flores y brumas, navega hacia Yang Zhou.
Su vela solitaria, una sombra distante, se pierde entre las
verdes montañas
y solo puede verse el largo Jiang alcanzando el cielo.
LAMENTO EN LA ESCALERA DE JADE
Sobre las gradas de jade se engendra el blanco rocío;
la larga noche empapó sus medias de gasa.
Luego, baja ella la cortina de cristal
y contempla la deslumbrante luna de otoño.
De CINCUENTA Y NUEVE POEMAS AL ESTILO ANTIGUO
Sexto
Los caballos de Dai no piensan en Yue, al sur,
las aves de Yue no aman a Yan, al norte.
Sentimientos y carácter determina el hábito,
las costumbres siempre fueron así.
Ayer nos separamos en el Paso de la Oca Salvaje,
hoy vigilamos frente al Atrio del Dragón.
El torbellino del desierto embrolla el sol sobre el «Mar
Inmenso»,
la revolante nieve confunde el «Cielo de los Hu».
Liendres y piojos colman yelmos y armaduras;
con el corazón y el alma perseguimos estandartes de seda.
La dura batalla no concede recompensas,
la lealtad y lo seguro son difíciles de expresar.
¿Quién se compadecerá de Li, el General Alado,
cuya blanca cabeza yace hundida donde las fronteras confluyen?
Decimocuarto
El paso de los bárbaros se colma con torbellinos de arena,
solitario desde la vasta eternidad.
Caen las hojas de los árboles, amarillea la hierba otoñal;
cuando escalamos, se observan las tierras de los bárbaros.
Ciudades desoladas, inmensos desiertos;
ningún muro se sostiene en la frontera.
Blancos huesos inmersos en mil velos de escarcha,
emcumbradas montañas cubiertas por bosques y zarzales.
Me pregunto: ¿quién provocó este destrozo?
El Orgullo del Cielo nutrió armas altaneras
que exacerbaron la cólera imperial.
El emperador ordenó al ejército batir tambores de guerra.
El sosiego bajo el sol tornóse en aire letal,
se enviaron soldados que alborotaron el Reino Central.
Trescientos sesenta mil guerreros.
Congojas. Congojas. Y lágrimas como aguaceros.
A pesar del sufrimiento la marcha debe continuar.
¿Cómo podríamos trabajar nuestros campos y huertas?
Quien no vea a los guardias fronterizos,
no puede conocer su congoja entre los pasos de las montañas.
El General Li Mu ya ha sido olvidado
y los guardias son pasto de tigres y de lobos.
Decimoctavo
En primavera, en el puente del Tian Jin:
sobre mil pórticos, duraznos y ciruelos en flor.
De mañana, flores que parten el corazón,
al ocaso, siguen las aguas que fluyen al este.
Aguas que se van y aguas que vienen,
y fluyen desde tiempos pasados hasta llegar al presente.
Los hombres de hoy en día no son como aquellos de antaño,
sin embargo, año tras año pasean por el puente.
Al romper el alba, cambian los colores del mar:
en la corte avanzan en orden los príncipes.
Cuando desciende la luna tras el Palacio del Levante,
sus destellos postreros iluminan la muralla.
Mantos y tocados brillan contra la nube y el sol,
terminada la audiencia, se dispersan desde la Capital Imperial.
En caballos ensillados vuelan como dragones
que llevan las testas ornadas con arneses de oro.
Los transeúntes evitan su marcha;
altivos, sobrepasan las más altas montañas.
Cruzan las puertas, ascienden a salones majestuosos;
se extienden ante ellos manjares exquisitos.
Auras fragantes incitan a la danza de Zhao,
flautas transparentes acompañan las canciones de Qi.
Setenta ánades purpúreos,
en parejas, retozan bajo la sombra del patio.
Quieren eternizar los príncipes la dicha de días y de noches,
y -se dicen para sí- viviré mil otoños.
Logrados los honores, no quieren retirarse;
¡cuántos han caído desde los días de antaño!
Al morir, Li Si suspiró sobre su perro amarillo,
la bella señora Lü Zhu desató deplorables querellas.
¿Con quién podríamos comparar a Fan Li,
quien soltó sus cabellos para luego desaparecer en su pequeña
barca?
DEDICADO AL TEMPLO DE LA CUMBRE DEL MONTE
Permanezco de noche en el Templo de la Cumbre del Monte;
al alzar las manos, puedo palpar las estrellas.
Sin embargo, no me atrevo a hablar en voz alta
temeroso de perturbar a los moradores del Cielo.
LA CANCIÓN DEL RÍO
Los remos de magnolia, la barca de sándalo;
músicos con flautas de jade y áureos caramillos, sentados en
proa y popa.
Vino exquisito para verter en millares de tazas.
Nos impulsan las ondas con delicadas cantantes a bordo.
Hasta el inmortal debió esperar para cabalgar en la grulla
amarilla,
mientras el pescador -sin quererlo- seguía a las blancas gaviotas.
Las canciones de Qu Ping cuelgan del sol y la luna,
las terrazas y pabellones del rey de Chu son yermos montes y colinas.
Inspirado por la bebida, mi pincel cae y se estremecen los
Cinco Montes,
acabado el poema, puedo reír y ascender a los cielos.
Si mérito y nombradía, prosperidad y riquezas, perduraran para
siempre,
entonces las aguas del Han remontarían a su fuente.
PASEO EN SUEÑOS POR LA MONTAÑA MADRE DEL CIELO: CANTO DE DESPEDIDA
Es difícil creer en la isla Ying, según cuentan de ella los navegantes,
entre vaporosas olas y distancias sin cuento,
pero puede verse a la Montaña Madre del Cielo, afirman los hombres de Yue,
entre nubes resplandecientes y luces que se extinguen.
Se extiende hasta el Cielo cerca del Estanque Celeste;
supera en majestad a las Cinco Montañas y cubre la Muralla
Escarlata.
La Terraza del Cielo, a quince mil metros de altura,
se reclina frente a ella hacia el sudeste.
Anhelé, por ello, soñar con las tierras de Wu y de Yue
y cierta noche de luna crucé volando a través del Lago del Espejo.
La luna en el lago proyectaba la sombra de mi vuelo,
que alcanzaba hasta el Torrente de Shan,
donde aún hoy se yergue la morada del Duque de Xie.
Las transparentes aguas fluían ondulantes mientras daban de gritos los monos.
Con los zuecos del señor de Xie
ascendí por la escalera de nubes azules.
A mitad del barranco, vi despuntar el sol sobre los mares
y en el vacío escuché el canto del Gallo del Cielo.
Entre mil despeñaderos y miríadas de vueltas, a través de senderos imprecisos,
por la inundación de flores preciosas y piedras extrañas, llegó de súbito la noche.
El bramar de los osos y el canto de los dragones estremecían
el pétreo manantial
haciendo temblar los bosques profundos y asustando a los acantilados.
Las nubes azules se adensaban
y las aguas ondulantes exhalaban vapores.
Los relámpagos y los rayos
destruyeron los montes,
y con gran estrépito se abrió
el portón de piedra de la Caverna del Cielo.
No podía percibirse la hondura de la vasta y densa oscuridad
mientras el sol y la luna destellaban en la terraza de oro y de plata.
Con mantos de arcoíris y corceles de viento
los moradores de las nubes descendieron en gran número.
Con los tigres que tañían las cítaras y los fénix que conducían sus carrozas,
los genios se alineaban como cañas.
De pronto, con el alma embargada y el corazón palpitante,
desperté empavorecido, me levanté y suspiré largamente
sólo que, al despertar, mi almohada y mi estera
perdieron aquel mundo de vaporosa aurora.
Igual ocurre con los goces humanos;
desde siempre, todas las cosas son aguas que fluyen al oriente.
Al dejarte, ay, ¿cuándo he de volver a verte?
Por el momento, abandonaré al ciervo blanco en el desfiladero,
cuando lo cabalgue he de visitar montañas legendarias.
¿Cómo podría yo servir obsequioso el poder y el dinero?
Ambos aniquilarían por completo mi dicha.
[1] Los poemas de Li Tai Po se han traducido del chino en colaboración con Fernán Alayza.
[2] Se cuenta que cuando Li Tai Po visitó la Torre de la Grulla Amarilla exclamó: «Frente a mis ojos está el paisaje y no puedo expresarlo; tengo en mi mente el poema de Cui». Posteriormente, cuando llegó a Jin Ling, escribió el poema «Al ascender a la Terraza de los Fénix, en Jin Ling» que, en forma deliberada, compuso a imitación del poema de Cui Hao (?-754). El poema de Cui Hao es el siguiente:
LA TORRE DE LA GRULLA AMARILLA
Antaño, un hombre se fue para siempre montado en la grulla amarilla,
y aquí quedó sola la Torre de la Grulla Amarilla.
Una vez que parte, ya no regresa la grulla amarilla;
desde hace un milenio flotan distantes las blancas nubes.
En el límpido río se copian nítidos los árboles de Han Yang:
las hierbas fragantes crecen copiosas en la Isla de los Loros. Al caer la noche, ¿dónde estará mi hogar?
Las brumas y las ondas del río son una inmensa congoja.