Por Arturo Borra*
Crédito de la foto (izq.) archivo del autor /
(der.) www.eolasediciones.es
En el límite de lo humano: una lectura de Plasticman
A contramano de los relatos edificantes que anuncian alguna salida mágica ―mezcla improbable de tecnologías salvadoras y de una disposición humana generalizada para dar un vuelco decisivo en su historia―, la nueva novela de Ximo Rochera**, editada por la leonense Eolas a finales de 2022, podría invocarse como un antídoto contra esa voluntad de ceguera que atraviesa nuestro presente. No hay ninguna panacea técnica que pueda sacarnos de aquí. De hecho, como el esqueleto de una ballena en la arena, no tenemos más que rastros pétreos de un mundo que agoniza. El homo sapiens no es, en este contexto, el héroe central que avanza de la línea de los animales a los dioses, sino el sujeto ególatra que, creyéndose divino, olvida a menudo su propia animalidad, condenándose a mantener un vínculo meramente instrumental con la naturaleza.
Plasticman, en efecto, se mueve en las antípodas de un pensamiento que deposita en el futuro la confianza que le negamos al presente. En su rotunda crítica ecológica, política y social, Ximo Rochera arremete contra esa forma de letargo que supone esperar algún invento futuro que solucione los acuciantes problemas que enfrentamos en la actualidad. La novela podría comenzar con una advertencia en la contratapa: si usted busca una “breve historia de la humanidad” que le de consuelo, entonces, se equivocó de relato. No va a encontrar ningún sujeto épico que sobreviva a las ruinas en las que estamos convirtiendo el mundo ni espiral histórica ascendente que de un sentido a esas ruinas. Más aún: Plasticman podría ser la continuación literaria de ese otro libro fronterizo que es Seguir con el problema de Dona Haraway[1]. Porque si con bastante frecuencia nos topamos con personas que no quieren saber nada sobre los problemas que estamos creando como sociedad, en esta otra opción no hay nada parecido a una tregua. Puede que el impulso a cerrar los ojos tenga algo de autoprotección. El mismo señalamiento del problema trae a su vez nuevos problemas, comenzando por el hecho de que formamos parte de ellos. No querer saber nada siendo parte agrava las cosas. No hablar de los problemas, claro está, no hace que desaparezcan. Puede que el deseo de huida sea cada vez más omnipresente, pero ―como dice Haraway― a menos que caigamos en una especie de “fe cósmica en las soluciones tecnológicas” o en la creencia de un “final de juego” (que suele conducir a cierto “cinismo amargo”), no tenemos más remedio que seguir luchando por un mundo diferente, comenzando por ajustar cuentas con ese excepcionalismo humano que deplora su pertenencia al entorno natural.
Para decirlo de forma positiva: la novela de Rochera parte del cuestionamiento a la plastificación del mundo en curso (como figura metonímica) para terminar convirtiéndose en una referencia crítica a la sociedad actual, sumergida como está en una cultura individualista en la que el otro tiende a ser cosificado y convertido en parte de un paisaje en ruinas. El devenir del relato se convierte así en una seria advertencia sobre los efectos devastadores que nuestro quehacer humano está produciendo, llevándonos a un punto sin retorno, al límite de la posibilidad, nada lejana, de extinción de la especie humana. La propia Tierra deviene un “enorme contenedor azul de residuos humanos…”.
No resulta extraño que el protagonista ―un “súper-antihéroe” de raigambre dotoievskiana― se declare un misántropo y mediante sus delirios de grandeza nade por el desierto de la miseria colectiva. De hecho, no deja de recordar al protagonista de Memorias del subsuelo de Dostoievski cuando se describe a sí mismo desde aquello que no ha podido: “(…) muchas veces quise convertirme en insecto. Pero ni eso logré. Les juro, señores, que tener exceso de conciencia es una enfermedad; una enfermedad real y completa”[2].
Por más megalómano que se proclame, este hombre de plástico es perfectamente consciente de la farsa en la que participa: la de un “individuo” que, al presumirse invulnerable, niega la fragilidad común desde la que podemos dar lugar a los demás. Es esa fragilidad la que atraviesa la propia forma dislocada de esta novela que extrae su potencia de su brevedad, en el límite entre la narrativa y la poesía, como si no fuera posible hablar más que desde un umbral en el que se juega lo decisivo. Hasta las palabras se rompen, se funden, se desterritorializan en una lengua salvaje que es arrojada al desierto. Ningún orden sintáctico previene aquí del caos vital y la ignominia que se multiplica. Es más: la desestructuración lingüística del relato corre paralela a la desestructuración del mundo, en manos de animales que se creen dioses.
En efecto, “jugar a ser dios”, como dice Ximo Rochera, entraña un doble peligro: mediante la plastificación del mundo también deshumanizamos a los otros, reduciéndolos a escoria. En esa situación donde no queda nada firme, Plasticman nada por el mar o el desierto, a ninguna parte y, mediante esa exploración en los límites humanos, empuja a rebelarnos contra lo que asfixia la vida.
La megalomanía bien podría ser, en última instancia, una declaración encubierta de rencor e incluso una forma de odio a una humanidad que avanza en esa marcha ciega de la historia que llamamos “progreso”. Porque si hay algo detrás de ese odio no es sino la decepción ante lo que estamos haciendo. Se sabe, lo decepcionante remite a unas expectativas defraudadas: una promesa arrojada a la basura. El punto donde el sufrimiento generado por los otros se convierte en un rechazo más o menos abierto.
Plasticman, en su hipérbole, se parece algo a todos nosotros, como el escribiente de Melville: escudándonos en nuestros baldíos, seguimos arrasando nuestro entorno natural y social, incluso si preferiríamos no hacerlo. La preferencia, sin embargo, no evita que actuemos como auténticos predadores: aun sabiendo lo que hacemos, ¿cuántas veces nuestro goce da las espaldas al mundo? En medio de este proceso de descomposición moral de la sociedad las lamentaciones son inútiles. La única certeza superviviente no parece ser otra que la evidencia de un hacer colectivo que reafirma el cinismo de nuestra sociedad. ¿Cómo podría no estallar la escritura ante esa certeza del derrumbe?
Puede que el protagonista fantaseando su superioridad, no sin contradicciones íntimas, no haga más que sucumbir a sí mismo, particularmente a una historia que lo condena a la soledad de quien no ama. Mediante ese dolor, demasiado profundo para ser dicho, lo único persistente es la autodestrucción. Extraña paradoja: el proceso de plastificación, propiciado por esa manía humana de concebirse como centro del universo (que antaño llamábamos “antropocentrismo”), implica asimismo una deshumanización radical de los otros. ¿Qué significa la presunción de este hombre de plástico sino el reconocimiento de un fracaso que es, necesariamente, colectivo?
De hecho, la voluntad de cortar con aquellos que han dañado nuestra vida, ¿no es la primera asunción de un quiebre? La sociedad encarnada por este personaje desesperado bien podría estar anunciando una sociedad del quebranto. Sin firmeza ya, si alguna vez la hubo. Lejos de los recursos fáciles de la identificación, el autor se interna sin retorno en el abismo de lo humano. Incluso los impulsos homicidas del protagonista podrían ser también los nuestros ante la estupidez generalizada; incluso su soledad podría ser la nuestra en una sociedad que convierte a los propios individuos en envases del vacío. Mediante sus personajes, sin embargo, el autor no se limita a constatar un proceso irreversible. La propia experimentación que pone en juego Plasticman quizás no sea nada distinto a la añoranza de un mundo entrevisto que la pesada normalidad en la que nos movemos aplasta. No puede ser casualidad que en las últimas páginas del relato aparezca de forma explícita la pregunta que nos hacemos de forma persistente: “¿Existe alguna forma de salir?”. No tenemos respuesta, precisamente porque lo que está en juego (o en riesgo) es la apertura del porvenir.
Nada que se parezca a una novela de la derrota o de la resignación. Todo lo contrario: mediante la evidencia del desastre, es también un llamado inconformista a transformarnos. Aunque condene a la soledad más extrema:
El desierto está dentro de mí. Toneladas de arena silícea, millones de litros de agua, sal, sol, soledad: nada. (…) Ya nada podéis hacer, más que esperar que el proceso tenga lugar… que todo suceda… que el plástico haya contagiado –sí contagiado– cada microscópica partícula viva, cada célula. Que todo –el planeta– sea devastado, asumido un nuevo orden inanimado. Que no seamos más que una pequeña partícula plástica en la galaxia, y más, en el universo”[3].
Distante de esos consuelos ilusorios que la mercadotecnia ha elevado al rango literario, ¿no es precisamente esta otra literatura, al borde del desquiciamiento, la que abre otra vez un horizonte de verdad?
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[1] Haraway, Donna (2019): Seguir con el problema, trad. de Helen Torres Consonni, Bilbao.
[2] Dostoievski, Fiodor (2017): Memorias del subsuelo, trad. Bela Martinovna, Epublibre, p. 52.
[3] Rochera, Ximo (2022): Plasticman, Eolas, León, pp. 36-37.
*(Argentina, 1972). Poeta y narrador. Licenciado en Comunicación Social y doctor en Estudios Interdisciplinarios de la Comunicación. Actualmente reside en Valencia (España) y colabora en diferentes revistas hispanoamericanas. Ha publicado en prosa poética Anotaciones en el margen (2008) y El azar de la historia (2020), las plaquettes Cielo partido (2009), La vigilia del deseo (2013), Esplendor saqueado (2015) y Donde nunca (2022); en cuentos Casa heredada (2022); y en poesía Umbrales del naufragio (2010), Figuras de la asfixia. El libro de los otros (2012), Para trazar lo (im)posible (2013), todo tanto (2016) y Desde lejos (2020). Asimismo, ha publicado en ensayo Poesía como exilio. En los límites de la comunicación (2017). También ha participado en diversas antologías poéticas, como Cuadernos Caudales de Poesía (2007), Por donde pasa la poesía (2011), Voces del extremo (2013), En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis (2014), Disidentes (2015), Tribu versus Trilce (2017), Árbol de Alejandra (2019), Los que se van (2020) o In nomine Auschwitz (2022), entre otras.
**(Castellón de la Plana-Valencia, 1968). Poeta y narrador. Profesor de química y editor. Colabora en diferentes publicaciones, dirige la editorial Libros del Baal y edita la revista Canibaal. Ha publicado la novela Donde tú estabas (2010), el libro de relatos Semillas de amapola (2010) y La entropía de los relojes rotos (2018) y el poemario Nacimiento, vida y muerte del pájaro-apóstol (2019).