Por VV.AA.
Traducciones al español por Juan Carlos Villavicencio*
Crédito de la foto www.ilawyerblog.com
Ellos mantienen el fuego.
15 poemas por Palestina
“Obituario”, de Mosab Abu Toha
Dedico a la sombra que había dejado sola antes
de cruzar la frontera, mi sombra que se quedó
escondida y sola en la oscuridad de la noche,
congelándose donde estaba, sin necesitar nunca una visa.
A mi sombra que ha estado esperando mi regreso,
sin hogar excepto cuando caminaba junto a ella
en la luz del verano.
A mi sombra que desea ir al colegio
con los niños de la mañana, pero no
cruza las puertas de las salas de clases.
A mi sombra que ya se ha enfriado, que ha estado
estornudando y tosiendo, sin que nadie le diga ¡Salud!
A mi sombra aplastada por autos y camionetas,
con el pecho atravesado por balas y metralla
cruzando sin alas el cielo,
mi sombra que nadie atiende,
sangrando sangre negra
a través de sus recuerdos
ahora y siempre.
“Un palestino podría decir”, de Naomi Shihab Nye
¿Qué?
¿Casi de la noche a la mañana,
ya no se sienten en casa en su país?
Todas las cosas simples
que les importaban,
las que tal vez daban por sentado…
¿Se sienten
insultados, invisibles?
¿Casi como si no estuvieran ahí?
Pero ahí están ustedes.
Donde antes se mezclaban libremente…
donde apreciaban a las personas que no eran
como ustedes…
Ahora se hacen más fuertes las divisiones.
Eso es lo que harán los ‘elegidos’ y los ‘no elegidos’.
(Sólo mantengan sus ojos en sus casas y jardines.
Mantengan sus ojos en ese árbol en flor).
Sí, un muro. Lo nuestro vino más tarde pero…
¿quién habla de lo triste que se ve la tierra,
marcada por este enorme muro?
Esa no es una sombra normal.
Es algo más que se cierne sobre sus vidas.
“Pies pequeños”, de Nathalie Handal
Una madre mira a otra
–un mar de pequeños cuerpos
quemados o decapitados
alrededor de ellas–
y pregunta,
¿De qué manera lloramos esto?
“La luna, dieciocho años después”, de Mu’in Bseiso
Aquí terminan las huellas;
aquí la luna
yace con los lobos, los perros y las piedras,
detrás de las rocas, las tiendas y los árboles.
Aquí la luna
vende su rostro cada noche
por un puñal, una vela, un mechón de lluvia.
No arrojes piedra alguna a sus fuegos;
no robes los anillos de cristal
de los dedos de los gitanos.
Ellos durmieron y también los peces, las estrellas y los árboles.
Aquí terminan las huellas;
aquí los dolores de parto alcanzaron la luna.
Entonces, tribu de gitanos,
denle los anillos de cristal
y las pulseras azules.
“cambiando nombres”, de Annemarie Jacir
por la noche sueñan
en camas que no les pertenecen
en casas
construidas por fantasmas
en aldeas triunfantes
que han marcado la extinción de otros
beit librin se convierte en beyt guvrin
salamá desaparece
muchachas patinan en
un suburbio de tel aviv
um khalid sepultada en Netanya
un hombre extiende una sombrilla de playa
las tierras de gisarya se convierten en sedot yam
la mezquita de la aldea reconvertida en bar
para otros…
quedan tres casas, dos santuarios y una escuela
permanecen cubiertos de cactus
malezas
una historia
que claman no saber
sueñan
en este país
en verano
en la canción
el espíritu
de la tierra
por la noche… escucha
luego de que los autos dejen de pasar corriendo
las voces de los vecinos se han retirado
y es menos frecuente el chirrido de los buses y camiones de basura
silencio
un zumbido silencioso
implacable
constante
un insomne se agita
el viento araña las ventanas
de abajo,
el suelo parece levantar
un silencio audible
que invade
ensordecedor
este es el sonido de bir salim
al mukhayzin
saydun
de pueblos borrados
enterrado en piedras y recuerdos
de niños que se despiertan en la noche
eligen una noche
tan oscura
la línea entre la orilla y la tierra
es indiscernible
las olas infringen
el círculo de la tierra como perros
los hijos de samra
nimrin
tabsur
despiertan a los demás
ellos mantienen el fuego
comen nubes negras
lloran un trueno
una carta llega
cuidado con la ira de los
niños no nacidos en Palestina
de noche otros sueñan
con patines en la puerta de casa esperando por mañana
ya dispuesta una mesa para desayunar
y bajo las tablas del suelo
en la oscuridad
los niños se
levantan
saben esto:
abu dis es solo
abu dis
“Amor al estilo palestino”, de Abd al-Latif Aql
En tiempos de sequía eres mis higueras y mis olivos,
Tu aridez es mi vestido fragante.
De los escombros que fueron tus ojos levanté mi hogar,
te amo viva, te amo en la muerte.
Cuando tengo hambre, me alimento de tomillo.
Siento tu cabello contra mi cara y te extraño,
mi rostro cansado se pone rojo.
Nazco en las palmas de tus manos, un embrión,
crezco y crezco, y llego a la madurez.
Bebo de tu mirada el sentido de mi vida,
entonces mi ser se despierta y se embriaga.
Viajo a través de fronteras, tú eres mi maleta,
eres mi pasaporte falso.
Me jactaré de poder contrabandear tus ojos
a través de las fronteras;
me jacto y me jacto y me voy llenando de orgullo.
Y cuando los soldados te confisquen,
incluso antes del hachís,
y me arranquen las pupilas de los ojos,
siento que he sido purificado de toda vergüenza;
me he vuelto más puro
e inmaculado.
Cuando temen lo que pueda haber debajo de mis axilas,
me encierran en celdas pequeñas;
firmo tu nombre
al final de los informes policiales.
Y cuando me llevan solo
a ser azotado y humillado,
y amarrado en cada comisaría,
siento que somos amantes, que morimos de éxtasis,
un hombre de piel oscura y su mujer.
Tú te conviertes en mí y yo me convierto en ti–
exquisitos higos y almendras sin cáscara.
Y cuando los soldados me aplastan la cabeza
y me obligan a sorber el frío de la prisión
para olvidarte – te amo todavía más.
“Toque de queda”, de Ibtisam Barakat
Nuestra ciudad es una celda.
Los rostros de los niños
son reemplazados
por macetas en
Los alféizares de las ventanas.
Y estamos esperando
desde los barrotes
de nuestro aburrimiento
entramos
en una competencia de escupos
aquel cuyo escupitajo
llegue más lejos
es más libre.
Miramos al cielo
y a nuestras preguntas de reojo
convertimos el sol
en un volantín
lo sujetamos con un rayo
hasta que se rompe
en el horizonte.
Y la luz se
despega de la tierra
en la página de un cuento
que no entendemos antes de dormir.
Nuestras preguntas siguen siendo
una levadura
dentro de nuestros pechos,
que no paran de crecer.
“el diario de un niño de casi cuatro años”, de Hanan Mikhail Ashrawi
Mañana me quitarán
las vendas. Me pregunto
¿veré media naranja
media manzana, la mitad de la
cara de mi madre
con el único ojo que me queda?
No vi la bala
pero sentí su dolor
explotando en mi cabeza.
Su imagen no
desapareció, el soldado
con un fusil inmenso, manos
inestables, y una mirada dentro de
sus ojos
que yo no pude entender
Puedo verlo tan claramente
con los ojos cerrados,
podría ser que dentro de nuestras cabezas
cada uno tenga un juego de ojos
de repuesto
para compensar los que perdemos
El mes que viene, en mi cumpleaños,
tendré un nuevo ojo de cristal
tal vez las cosas se vean redondas
y gruesas en el medio—
he mirado a través de todas mis canicas,
hacían que el mundo se viera extraño.
Escucho a una niña de nueve meses
también ha perdido un ojo,
me pregunto si mi soldado
también le disparó a ella —un soldado
buscando niñitas que
lo miren a los ojos—
ya tengo edad suficiente, casi cuatro,
he visto suficiente de la vida,
pero ella es solo un bebé
que no llegó a conocer nada mejor.
“Si debo morir”, de Refaat Alareer
Si debo morir
tú debes vivir
para contar mi historia
para vender mis cosas
para comprar un trozo de tela
y algunos hilos,
(hazlo blanco con una cola larga)
para que un niño, en alguna parte de Gaza,
mientras mire a los ojos al cielo
esperando a su padre que se fue entre las llamas
–y no se despidió de nadie
ni siquiera de su carne
ni siquiera de sí mismo–
mire el volantín, el volantín que me hiciste, volando alto
y piensa por un momento que hay un ángel ahí
devolviéndole amor.
Si debo morir
deja que traiga esperanza
deja que sea una historia.
“Refugiado”, de Salem Jubran
El sol cruza la frontera
sin que ningún soldado dispare
una alondra inicia su canto matutino
en Tulkarem
come y descansa tranquilamente
con los pájaros del kibutz
un solitario burro pasea en paz
a lo largo de la línea de fuego
ignorado por el escuadrón de vigilancia
pero ante mí, tu hijo refugiado,
oh mi tierra natal
entre tus cielos y mis ojos
se levantan los muros fronterizos
que oscurecen mi visión.
“En el tronco de un olivo”, de Tawfiq Zayyad
Porque no tejo lana,
y a diario estoy en peligro de ser detenido,
y mi casa es siempre allanada.
Para registrar y ‘limpiar’,
porque no puedo comprar un pedazo de papel,
dejaré constancia de mis sufrimientos
y de todos mis secretos
en un olivo
en el patio
de mi casa.
Deberé tallar mi historia y los capítulos de mi tragedia,
deberé tallar mis suspiros
en mi arboleda y en las tumbas de mis muertos;
deberé tallar
toda la amargura que he probado,
para que sea borrada por algo de la felicidad por venir
deberé tallar el número de cada título de propiedad
de nuestra tierra usurpada
La ubicación en el mapa de mi aldea.
Las casas que hicieron derribar,
mis árboles arrancados
Y cada flor que fue aplastada.
Y los nombres de cada uno de los torturadores
que quebraron los nervios y causaron mi miseria.
Los nombres de todas las prisiones,
y cada tipo de esposas
que se cerraron alrededor de mis muñecas,
los archivos de mis carceleros,
cada maldición
Derramada sobre mi cabeza.
Deberé tallar
al suelo ensangrentado de deir yassin
y kafr qasim, arraigado en mi memoria.
Deberé tallar:
hemos llegado a la cima de nuestra tragedia.
Nos ha absorbido y nosotros la hemos absorbido.
Deberé tallar todo lo que me diga el sol,
y lo que me susurra la luna,
y lo que me cuenta la alondra
cerca del pozo
abandonado por los amantes.
Y para recordarlo todo,
deberé tallar
todos los capítulos de mi tragedia,
todas las etapas del desastre,
de principio
a fin,
en el olivo
en el patio
de mi casa.
“Carta de alguien quebrado”, de Samih al-Qasim
Puedo perder mi pan de cada día, si así lo quieres
puedo vender puerta a puerta mi ropa y mi cama
puedo llegar a trabajar en una cantera, o de portero
o de barrendero
puedo buscar comida en el estiércol de los animales
puedo colapsar, desnudo y hambriento,
enemigo de la luz
no haré concesiones
y nunca
dejaré de pelear.
Puedes robarme el último tramo de mi tierra
puedes deshacerte de mi juventud en los calabozos de tu prisión
robarme lo que heredó mi abuelo:
algunos muebles, ropa y vasija,
puedes quemar mis libros y poemas
puedes alimentar a tu perro con mi carne
puedes imponer como una pesadilla tu terror
sobre mi pueblo
enemigo de la luz
no haré concesiones
y nunca
dejaré de pelear.
Enemigo de la luz
los presagios de alegría y las buenas nuevas
los gritos de felicidad y los himnos
siguen ahí en el puerto
y en el horizonte
una vela desafía al profundo mar y al viento
superando todos los desafíos
este es el retorno de Ulises
desde los mares perdidos
es el retorno del sol
y el retorno de los exiliados
y en nombre de ellos
lo juro
no voy a arriesgar a nadie
y nunca
dejaré de pelear.
“Vengo de ahí”, de Mahmoud Darwish
Vengo de ahí y tengo recuerdos
nacidos como los de cualquier mortal, tengo una madre
y una casa con muchas ventanas,
tengo hermanos, amigos,
y una celda en la prisión con una ventana fría.
Mía es la ola arrebatada por las gaviotas,
tengo mi propia vista
y una brizna más de prado.
Mía es la luna al otro lado de las palabras,
y míos la abundancia de pájaros
y el olivo inmortal.
Caminé por esta tierra antes de que las espadas
convertieran su cuerpo vivo en una mesa abrumada.
Vengo de ahí. Le entrego el cielo a su madre
cuando el cielo llora por su madre.
Y lloro por darme a conocer
a una nube que retorna.
Aprendí todas las palabras dignas del tribunal de sangre
para romper la norma de alguna manera.
Me aprendí todas las palabras y las rompí
para hacer de ellas tres únicas palabras: mi tierra natal…
“La muerte es una ola”, de Nidaa Khoury
La muerte viene a mí
Me saluda con besos
Que nunca son suficientes
Me besa hasta la muerte
Planta mil besos en mi cuerpo
En mi cintura y en mi pecho
En mi espalda planta sus semillas
Mi loco amante
Con él me bebo a sorbos la calle de besos
Ocultándonos de las miradas de la gente
Detrás de las bombas lacrimógenas
La muerte ampara otra vez los coqueteos de las olas
La muerte es el trigo que muelo
En mi tortura
Y camino hacia el horno de la revolución
Y a los arcos de aquella cárcel
“El hombre hermoso”, de Samer Abu Hawash
a mi Padre
Lo encontraron de este modo:
un cuerpo
desnudo
una planta verde
había atado su sombra
al suelo y dijo:
así que no duerme sin darse cuenta
entonces lloró
así lo encontraron
al mediodía
al hombre hermoso
codo a codo
con los peces.
*(Puerto Montt-Chile, 1976). Poeta, traductor y editor de Descontexto. Editor de antologías de Jorge Teillier y, junto a Carlos Almonte, de antologías de varios poetas chilenos y latinoamericanos. Traductor de Trakl, Eliot, Pessoa, Clapés, Teasdale y Rothenberg, entre otros. Ha publicado en poesía The Hours (2012), Breaking Glass (con Carlos Almonte, 2013), Oscuros ríos (2018), Visiones de María Magdalena (2020) y del texto dramático Antígona en el espejo (2021).