Por Mariano Massone*
Crédito de la foto (izq.) Corina Maruzza /
(der.) Ed. Juana Ramírez
Ello inseguro: el efecto del trance poético.
Sobre Ello inseguro (2017),
de Reynaldo Jiménez**
Cuando se lee una reseña sobre un libro, se espera que se hable de la materialidad del mismo. Sin embargo, cuando la lectura del libro se nos muestra tan fugaz (120 páginas en menos de una hora) es muy difícil dar cuenta de los procedimientos literarios, tal cual nos decían nuestros maestros, los formalistas rusos, y uno empieza a ver algo que va más allá de ellos; algo así como el efecto literario que nos deja a los lectores. Es que el libro Ello Inseguro de Reynaldo Jiménez no nos quiere dejar ningún procedimiento sobre el tapete, sino como dice Romina Freschi en el postfacio “los usa todos”. Y quizás ahí no se encuentre el quid de la cuestión.
Muchas veces, en mis talleres literarios, digo que para escribir narrativa uno necesita esquemas narrativos, predicciones y cierta necesidad de que los personajes se muevan en ese universo ficcional que estamos inventando para ellos. En cambio, cuando hablo de lo poético siempre expreso la necesidad de estar en trance.
Igual, tan loco no estoy. Julia Kristeva en su exposición “El sujeto en cuestión: el lenguaje poético”[1] plantea que hay dos fuerzas que motivan la escritura poética: por un lado, la fuerza organizadora y totalitaria de las estructuras gramaticales y sintácticas, que vendría a ser, en términos freudianos, el Super Yo (sí, en mayúsculas) del poeta; pero, por el otro lado, existe esa fuerza desintegradora del lenguaje, más cercana a la ecolalia infantil y al goce, es decir, cuando se rompe la estructura limitada del lenguaje y se quiere a acceder a eso otro, escribir con los propios sentimientos en vez de con la máscara claroscura de la sintaxis y la gramaticalidad. Esta segunda fuerza, en términos freudianos, sería el Ello.
Ahora bien, ¿Por qué no puedo recordar nada de la lectura del libro de Reynaldo más que su efecto de trance? Quizás porque, en el mareo desarticulador de los sentidos de las palabras, Reynaldo nos muestre un viaje hacia ese mundo interiorizado de repercusiones ecolálicas: no hay un Yo que escribe, sino un flujo que va armando y desarmando significaciones. El efecto es vertiginoso: cuando nos queremos acordar, terminamos de leer el libro y sólo nos queda como una sensación de que, por unos instantes, estuvimos en un tiempo fuera del tiempo; sentimos como que nos llevaron a un lugar extraño donde las palabras retumbaban entre ellas y colisionaban como átomos.
Si tengo que pensar antecedentes de este libro, para mí, es una exacerbación de la propuesta de Oliverio Girondo en En La Másmedula: algo de ese discurso interior impregnado de rodeos y mareos procedimentales me hace dar cuenta de que estamos ante un Reynaldo extasiado, en trance, y que el Ello que, supuestamente, parece inseguro no deja de tender sus trampas a la mente que intenta ordenar ese espiral literario.
El libro, en definitiva, es un libro altamente performático: importa más el efecto de lectura que la materialidad de lo que se dice. Ahí se encuentra su fortaleza.
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[1] Kristeva, Julia. “El sujeto en cuestión: el lenguaje poético” en Lévi Strauss, C. (1974). Seminario La identidad. Ediciones Petrel, Madrid.