Por Ray Paz Quesquén*
Crédito de la foto (izq.) www.cultura.gob.cl /
(der.) Libros de Tierra Firme
El horizonte no tiene perspectivas:
Elementales reflexiones sobre Elvira Hernández
El poema no necesita ponerse al día. Siempre será lo mismo:
una crítica del lenguaje,
de sus límites y del poder. La diferencia entre Safo y Elvira Hernández
es menor que la que hay entre Melville e Ishiguro.
Mario Montalbetti
El mundo es un ojo de buey mirado por un ojo de buey. Elvira Hernández Hace algún tiempo escribí a Elvira, me comentó después de unas semanas, que estaba presentando La bandera de Chile (1991) en Edimburgo, capital de Escocia. A pocas horas me entero que en plena presentación de su obra tuvo que abandonar la sala, porque en la línea telefónica se encontraba la Ministra de Cultura de Chile, pues merecidamente se le había otorgado el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. Una semana antes recibió el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier. La bandera de Chile texto de contra dictadura y clandestinidad de los años ochenta ha refulgido ahora como su obra cumbre, aunque debo admitir que, conociendo algunos títulos de su obra reunida y ese cuadernito verde con poemas inéditos escritos a mano que lleva y lee solo en circunstancias especiales, ese lenguaje figurativo y simbólico que conduce a la plenitud de la inexistencia de la cosa que describe, del objeto poético, aunque todos los poetas crípticos tienden a jugar con la indecisión de su mensaje, pero en su verbo jamás se desnudará un misterio sin sustento sin amparo, ni causa; la continuidad temática es un prodigio sin falsos susurros, sin sabiduría bibliográfica que opaque el cristal de los significados; pues en el misterio develándose no hay mayor profundidad que la mesura. Elvira lleva quince minutos esperándome en el aeropuerto de Chiclayo, el tráfico me ha retrasado, cuando llego está dialogando con un taxista, abordamos el vehículo a pesar de la exagerada tarifa, llegamos a los colectivos que nos llevarán a Chepén, tierra que perteneció al reino Moche, donde la religión y el matriarcado consolidaron la tradición chamánica más fuerte del periodo pre y post Chimú. Nos sentamos incómodamente en los últimos asientos. Elvira nunca remite sus impresiones, ni anuncia su mal humor dictado por cualquier carcelaria circunstancia. No desayunábamos aún, pero intercambiamos impresiones sobre la tradición poética peruana y chilena respectivamente, desde luego que tenía conocimiento extendido sobre Vallejo, impregnado intertextualmente en La Bandera de Chile. (“A veces se disfraza la bandera de Chile/ un capuchón negro le enlutece el rostro/ parece un verdugo de sus propios colores/ nadie la identifica en el charco donde vive/ si la han visto no la acuerdan/ ni siquiera como el paletó a toda asta de Vallejo.”[1]) Miramos la carretera como si esta continuara la noche, le comento que visitaremos las Ruinas de Pakatnamú, vestigio repleto de huacas y 300 pirámides aun no desenterradas, un centro ceremonial y ritual importante del reino de los Chimúes, famosos por su tradición chamánica. Elvira tiene un interés denodado por el pasado Precolombino peruano, ya que me afirmaría unos días después: “los Mapuches fuimos nómadas; no buscábamos extender ningún imperio, solo supervivir, ir de lugar en lugar”. La descendencia o tradición chamánica es heredada de nuestras culturas Preincas, el diálogo con los seres sagrados jamás se perdía, los objetos y canciones eran meros accesorios para establecer el vínculo con curacas o dioses tutelares, que podían seguir gobernando muertos por a boca de otros dependiendo la cultura o reino. En el caso del vestigio que visitábamos con Elvira, la divinidad era Naylamp y su templo se ubicaba en Pakatnamú, a unos pocos kilómetros antes de la desembocadura del Jequetepeque en el mar. Desde fines del Horizonte medio, y en términos de organización, tuvo probablemente la función de concentrar los recursos externos. La constante afluencia de peregrinos debió haber sido un importante estímulo en la economía local, a la vez que permitió a los sacerdotes objetos santuarios mediante ofrendas y tributos. En los incas quechuas lo era el Inti-Sol, pero su más grande predecesor fue Viracocha, el dios hacedor, creador del mundo de aquí, arriba y abajo. En nuestro primer encuentro quedó pendiente regalarle Don Tuno: el señor de los cuerpos astrales, de Eduardo González Viaña, que es un profundo y preciso diálogo del autor con su compadre don Tuno (Eduardo Calderón Palomino), el Chamán más poderoso y respetado del norte del Perú, que le muestra entre otras cosas cómo se ha de auscultar a un enfermo valiéndose de un roedor, cómo se debe limpiar de pesadas sombras una casa, cómo trasladarse a un paraje distante sin usar un avión o un barco, cómo celebrarse con todos sus implementos una mesa “mesada” sincronizada con la magia blanca o con la magia negra y llegar al diálogo con las huacas e incluso, cómo conversar con ciertos pájaros de Sudamérica. Pájaros desde mi ventana (2018), poemario de Elvira Hernández que le mereció el Premio Círculo Críticos de Arte 2018, aborda la significación del vuelo de los pájaros, para amalgamar en versos de preminente construcción conceptual; la definición de tal acto derivado en otro; de permanente búsqueda, acaso es este objeto de estudio; el imperante en las poéticas (derivado aristotélico de la Poeisis y su política marcada por el zoon politikón), que conjeturan siempre la creación misma, sus procesos, sus circunstancias y contextos sociales y desde luego políticos. La sutil, pero punzante alegoría está intacta; no queda otra cosa que contemplar con cuidado su proceso de observación cayendo en la velocidad de las alas en vuelo; no estamos invitados a su alquimia cerebral, solo a descifrar el resultado o retener al ave en alguna rama del árbol subjetivo de nuestros horizontes. En la creencia mítica chamánica del norte del Perú se define a las aves como “elementales”, que se activan cuando el animal fenece, lo que debe lograr el poderoso “chamán”, es conseguir su ayuda y detectar a los “pájaros muertos”, que siempre quieren adherirte e intersectar. En todas partes hay elementales, que oyen lo que uno dice, incluso leen los pensamientos y, si se pasan la voz, habrá que tener cuidado pues te harán confundir y enloquecer. Los elementales son entendidos por la gente común como la mala vibra o energía oscura, que circunda el ambiente. Hay un símil en la intención del corpus poético del libro antes citado de Elvira, al que deberíamos acudir y prestar una breve interpretación mediante la construcción de un objeto de estudio en base al vuelo de los pájaros, que en lo mítico chamánico solo se volverían: “elementales”, una vez hayan muerto; ésta es la metáfora de la transición, que implica todo vuelo, el cambiar de lugar; de la tierra al cielo, de la cima al peñasco, de la vida a la muerte. Esa es la conceptualización poética que discurre explicativamente en el libro, siempre y cuando estos pájaros en vuelo estén predispuestos a oír, intersectar, modificar el pensamiento del chamán (poeta), la voz que se conceptualiza en los poemas de este libro; intenta lo mismo que los elementales, adherirse al pensamiento del que los invoca o llama mediante la escritura, reescritura, lectura o relectura, exégesis del vuelo que es toda la poética de Hernández. Su misión es desviar el pensamiento del emisor y el receptor, diríamos del sujeto y el objeto lírico, para luego dejar que la gente común crea que es mala vibra, modorra, cotidianidad, mala elección de gobernantes, economía política, neoliberalismo; al fin y al cabo, lo que siempre se intuye pero jamás se dice tan directo como lo hace Elvira, aguardando paciente y meditativamente desde su ventana, el vuelo y la muerte de los pájaros-drones. ______________________________________ [1] Referencia intertextual al poema LXVIII de Trilce, del poeta peruano César Vallejo. Presentación
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Chamanismo
Pájaros desde mi ventana
Símil chamánico, aproximación a una leve interpretación mítica.
*(Chepén-Perú, 1993). Poeta. Estudió Lengua y Literatura en la Universidad Nacional de Trujillo (Perú) y cursos de Simbología Antigua (Universidad de Barcelona) y Arteterapia para el trabajo con niños y adultos (Instituto Europeo de Integración Sensorial). En la actualidad, dirige la editorial Reinos, el programa virtual de Filosofía y poesía Pensar en no Pensar y el programa integral de Lectura Leo Veloz. Obtuvo el Premio de los Juegos Florales de la Universidad Nacional de Trujillo (Perú, 2015). Ha publicado en poesía Cartas a una Reina (2014), Armonía Musical de las esferas (2015), Porn Art (2017), El Niño y la Luna (2018), Progressio Harmónica (2019) y No moderno artificio (2020).
**(Lebú-Chile, 1951). Poeta, ensayista y crítica. Ícono de la resistencia chilena a la dictadura pinochetista. Su poemario Bandera de Chile empezó a redactarse en 1980 y una vez acabado circuló en copias, pudiendo recién ser publicado en Argentina, en 1991. Obtuvo el Premio a la trayectoria en el Festival de Poesía La Chascona (2017), el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier (2018), el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2018) y el Premio Círculo de Críticos de Arte de Chile (2018). Ha publicado en poesía Bandera de Chile (1991), ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986), Meditaciones físicas por un hombre que se fue (1987), Carta de viaje (1989), El orden de los días (1991), Santiago Waria (1992), Álbum de Valparaíso (2002), Cuaderno de deportes (2010), Actas urbe (2013), Los trabajos y los días, antología; selección, edición y notas de Vicente Undurraga, Editorial Lumen, Santiago, 2016, Pájaros desde mi ventana (2018); y en ensayo Merodeos en torno a la obra poética de Juan Luis Martínez (junto con Soledad Fariña, 2001).