Por Vanessa Martínez Rivero*
Crédito de la foto El autor
El viaje hacía Andrómeda +3 poemas
La física nace de las preguntas, la gran mayoría son de cómo funciona el universo o cuál es nuestra conexión con él, una indagación reveladora y más que científica impulsada por la naturaleza de nuestros asombros en la tierra, y de pensar y de repensar cuánto más podríamos pertenecer a ese espacio infinito inalcanzable, a esa naturaleza de los dioses que es el universo. Entonces, el físico y poeta Julio Fabián, en su misión natural, se apropia de las palabras y nos invita a transbordar en este viaje poético hacía Andrómeda.
Anhelar con fe para evitar la destrucción terrenal de los afectos, y es ahí que la física fusiona la ilusión y se combustiona el amor; esa máquina de peregrinación en las imágenes muy bien cuidadas para describir los estados que pueden parecer tener un criterio surrealista, pero no para el universo científico y bien cultivado del autor, donde se permite licencias múltiples en el lenguaje, en un universo que es más nuestro si lo deseamos.
¿Quiénes somos en el amor? Preguntamos a los astros, investigamos, obtenemos las respuestas y vivimos dejándolas entre renglones. El libro nos adentra a momentos de oscuridad que buscan con pasión la luz en el futuro. El poeta describe el anhelo, el universo impalpable, cómo él lo menciona y le reza tántricamente:
Concédeme el poder de vibrar en silencio
y despertar dentro de un sueño.
El encuentro con Andrómeda en este libro es la más pura ensoñación de la memoria, de estos átomos con piernas, omóplatos y brazos, que son geografía carnal, suvenires de imágenes que como ofrenda son transportadas a la inmensidad galáctica. Chamanismo, conexión, trance, para nacer, y morir en la matriz, donde se reconoce la vulnerabilidad de su humanidad ante el universo.
El autor construye un humilde traje espacial, sin importar su inmolación ante los cuerpos de fuego; sabe que será salvado por la mirada del afecto, en el encuentro a su quimera; a la promesa vital en estaciones frágiles que se van incendiadas. Hay lucidez en el delirio del cosmos, en cada página de espera. La consecuencia leal y la euforia de transitar desérticamente desprendiendo el corazón; imperturbable en su viaje, con el rostro pigmentado de sagrada devoción.
Las palabras que parecen imposibles, para ser posible abarcar una galaxia que en millones de años nos devorará, y que se expande aún más en el ecosistema del autor con la velocidad de sus pensamientos; nos lleva a pensar que no todo está perdido, que debemos despertar hacia el universo, que esta especulación de delirio y camino a seguir en la tierra, nos engullirá velozmente a los habitantes. Hay valentía en las palabras del poeta Julio Fabián, y esto me trae a evocar el primer verso de este gran poema de Dylan Thomas:
No entres dócilmente en esa buena noche,
Que al final del día debería la vejez arder y delirar;
Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Andrómeda es esa fuerza sobrenatural y propia que reconocemos en el otro, que es potencia; la magia elevada en el amado, física pura, memoria luminiscente llena de imágenes que viajan con Moro por la vía láctea, es polvo cósmico, pero polvo enamorado en Quevedo. La pulsación ante el sonido astral del universo, pero bien sabe Julio Fabián que el universo está dentro de nosotros. Somos el átomo transformándose en poesía, el éter que es el aliento de las estrellas, en estos cuánticos versos del poeta. En esta larga y temprana noche, ellos viajaran con nosotros.
3 poemas de El viaje hacia Andrómeda (2022),
de Julio Fabián**
El viaje hacia Andrómeda
Yo también me encontré con el futuro en el camino
mientras descifraba los enigmas iridiscentes
que curvaban remolinos ebrios y fantásticos.
Calculé fases lunáticas y en el punto donde
la gravedad se perdía encontré
la verdad que levitaba brillante y diáfana,
descubrí el curso hacia Andrómeda.
¿Qué era el mar y su inmensidad ante la osada frente
que me guiaba con inocencia?
El frío sobre la montaña y el averno hecho pedazos.
Vi en el centro de una célula un letargo,
encontré a cientos de Dédalos buscando lo mismo
que yo, y todos llevaban rastrojos
de flores ígneas sobres sus pómulos.
Fui apaleado con austera soledad,
sangré efluvios,
encontré en el viaje de un transbordador
la más maravillosa desilusión,
percibí en el más escaso de los tiempos
la oscura curvatura del espacio.
He anhelado la esperanza más allá de mis sueños.
Conocí las dimensiones de los cuásares
cuando intenté descifrar formas de alhelíes.
Temí y me calmé frente a los árboles.
En desconsuelo pregunté a mi sombra
si aún tenía amor sobre mi pecho
para enfrentar a lo desconocido.
Ahora puedo escribir:
solo con amor me pude sostener.
A veces, en el mar del azar
todo inhóspito futuro
me traslada hacia Andrómeda.
Es cuando versifico que me encuentro
y me vuelvo a extraviar,
la distancia que aún me queda
para llegar hacia lo recóndito.
Oscurísimo silencio
Las leguas se acortan con tu acento,
las flores se abren como ecos extraviados
y el universo extendido se envuelve
alrededor de tus rodillas.
Una resplandeciente emoción se deforma:
para asir la luz
que parte la dureza del camino.
Y entonces la vida misma,
la vida misma tiende una escalera
y te hace un lugar entre el prado.
Se marcan los contornos de la sombra
con las líneas de tu nombre.
Ah, tu nombre de rosas y colores,
ah, tus leves clavículas parecen sostener
la delicadeza del agua en la montaña
y sujetar latidos de las estrellas
en oscurísimo silencio.
Bogotá 18
Miro el cielo, un cielo encendido de lámparas,
y el aire que sutura las montañas,
distingo a unos hombres levantando una torre.
La ternura de un perro extraviado detiene a los autos,
el aroma de las cafeterías hipnotiza el ritmo del tiempo.
Ah, el tiempo ha fugado de su espacio.
La fuerza breve de una flama se aquieta en una cópula.
El pecho se regocija ante la mirada diáfana
de los transeúntes,
me rodea la simétrica bahía
de una alucinación indestructible.
Bogotá, pronuncio y sigo caminando.
El asombro salta del escarnio,
se ofusca de resoplo, se equilibra la gracia y
la vicisitud aniquila toda infamia.
Encuentro el gesto amable de un malabarista
que lanza esferas de vidrio por las nubes.
Un chorro gélido de cruces empuja la tráquea.
y de una perfumería veo salir la fragancia
más inquietante
tomando la forma de una sinuosa mujer,
Distingo el timbre de un anciano que canta
levitando por el asfalto
y el sonido gutural de su despedida
deslumbra de impacto.
Y de pronto me doy cuenta que estoy lejos,
lejos y salvo.
Bogotá, pronuncio
cuando camino veo acuarelas sobre las paredes,
chorlos anidan en las ventanas
y sobre el filo de un naipe
una mariposa no deja de aletear.
*(Lima-Perú, 1979). Poeta, cantante, actriz y artista multidisciplinaria. Estudio en la Escuela Nacional de Teatro Rodrigo Virgilio Nache (Trujillo) y luego fue becada en la escuela experimental de Teatro Cuatro Tablas. Ha trabajado en radio, prensa, teatro, producción de eventos internacionales y nacionales. Publicó los poemarios La hija del carnicero (2007; 2014), Coraza (2009), Carne (2012), Cartografías de la carne (2012), Redondo (2015; 2016; 2019) y Un tercer ojo para el tiempo de la tristeza (2018; 2019). Ha participado en diversos festivales y ferias; asimismo, ha dictado talleres de poesía en escuelas rurales en México, Costa Rica y Perú.
**(Perú). Poeta y narrador. Magíster en Escritura Creativa por la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú) y doctor en Física por la Universidad de Antioquia (Colombia). Se desempeña como profesor principal de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Obtuvo el Premio Nacional de poesía FELIZH (2012). Ha publicado en poesía Eigen, Zumbante Nervio, El silencio de la máquina, Pared del sol, El viaje hacia Andrómeda (2022) y Sextinas, la matemática de la poesía (junto a Carlos Germán Belli y Marco Martos, 2015); en cuentos El aire que corta la piel (2016) y Un tiempo alucinado en oscuridad (2020).