El presente texto fue leído por su autor en la presentación del poemario El tiempo raspa (2023), el mes de mayo pasado, en Lima-Perú. Vallejo & Co. Lo reproduce ahora.
Por Enrique Sánchez Hernani*
Crédito de la foto Hipocampo Eds.
El tiempo y las palabras
La poesía de este nuevo libro de Guillermo Saravia**, El tiempo raspa (2023), ha tenido una maduración apropiada sobre la llama de los fuegos líricos. Tras una experiencia de juventud y primera madurez con la narrativa, con la que participó en el colectivo literario La Sagrada Familia de fines de los 70, su alma ha virado, con fortuna, hacia la poesía, y ahora nos ofrece su segundo volumen en este género.
Este proceso ha demandado varios lustros de decantación, pues Guillermo nunca estuvo alejado de la literatura como oficio. Lo prueba la madurez de los poemas de este libro, donde el edificio lingüístico y el vocabulario están sólidamente construidos, con las palabras apropiadas y de mayor lustre, sin descuidos, sin ambiciones toscas, con mano de artífice, de joyero. Esto no se consigue sino tras profundas lecturas, con ejercicios diarios frente al papel o la pantalla, con un sentido profundo de la corrección y la autocrítica.
Saravia, en estos tiempos, a veces asediados por las sacudidas de cierto postvanguardismo barroco que a mí me deja indiferente, ha optado por la lírica pura, por la factura en apariencia escueta de sus versos, que es la forma más compleja de escribir poesía. Yo lo veo emparentado con la gran tradición peruana que viene de Carlos Oquendo de Amat, Martín Adán, Juan Gonzalo Rose, César Calvo, Arturo Corcuera y Luis La Hoz, donde también están otros notables como Armando Arteaga, Juan Carlos Lázaro, Jorge Eslava y Alonso Rabí. Y me olvido de otros, por lo que pido disculpas.
Es decir, la poesía de El tiempo raspa, antes que el prosaísmo, el quehacer neovanguardista, el barroquismo y otros ejercicios poéticos que han ido copando nuestra historia poética reciente, ha optado por lo que requiere una mayor elaboración: la postura del alfarero que elige su materia verbal con sumo cuidado, limpiando el camino, discerniendo lo puro de lo contaminado, dando con el sentido exacto y creando un poema conciso, sin desbordes. Guillermo es, entonces, un hacedor de joyas minuciosas, finamente acabadas, que conmueve, sorprende y nos persuade con tan exacto ejercicio poético.
El gran tema presente en el libro es, como lo predice su título, el tiempo, en una serie de facetas donde se puede comprobar su paso implacable, no siempre gozoso, no siempre afligido. Pero en su poesía no hay lugar para el lamento o la queja; está la comprobación del transcurso del tiempo y el cambio de las circunstancias, sí, pero esto le sirve para dar ciertas muestras de sabiduría que caen sobre los hombres mayores y sabios. Creo que aquí coincide con lo que señalaba Octavio Paz al respecto: “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar el mundo (…) ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela otro mundo; crea otro”.
El libro que comentamos desarrolla el tema del paso del tiempo en cuatro instancias: la de su afecto y tristeza por la partida de su mascota, un noble perro; la del reconocimiento de los misterios de la muerte y la vida en el otro, en el semejante, o en el del ser poblado de ciertos misterios; la de la comprobación de ciertas singularidades en el Yo poético; y la del amor, donde fluye cierta extrañeza de este ritual tan caro a los humanos. Hay una quinta sección en donde da cuenta de ciertas experiencias vividas, de distinta índole, pero teñidas por el asombro del paso de sus circunstancias.
En todos los poemas fluye una organización de la palabra que, aunque lírica y de raíz clásica, resulta moderna, no por modernista sino por contemporánea. Por ejemplo, el poeta no usa ningún signo de puntuación, pues, con sabiduría, emplea los espacios y las mayúsculas como reemplazos efectivos. Y así hay otros juegos de construcción que nos hablan de un trabajo con conocimiento de las formas y usos presentes de la construcción poética, y de su inserción en este tiempo, no entre el pasado.
Me place que siendo el paso del tiempo el tema central de este libro (aunque hay otros temas secundarios, claro), el poeta no haya cedido a la amargura, que es un recurso frecuente cuando uno ya tiene algunos almanaques encima. Es más, al brindarnos algunas paradojas en sus versos, creo que Guillermo apuesta, sin dudas, por la continuidad de la vida, maravillándose en ese fluir, por lo que el libro resulta de muy agradable lectura. Por ello, recomiendo sin duda su lectura. Nos hará provecho en el espíritu.
Solo me resta felicitar al poeta, que es un amigo de hace décadas y a quien aprecio mucho, y que con este libro me hace sumar al aprecio, la admiración por sus textos exactos. Buen vuelo, mi querido Guillermo, y como decíamos cuando teníamos veinte y pocos años: síguela, pues, compadre, que tus poemas están muy buenos.
*(Lima-Perú, 1953). Sociólogo y literato por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú), poeta y periodista. Cofundador del grupo literario La Sagrada Familia. Exdirector del diario El Peruano y periodista de “El Dominical” y “Somos” de El Comercio. Ha publicado en poesía Por la bocacalle de la locura (1978), Violencia de sol (1980), Banda del sur (1985), Altagracia (1989), Pena Capital (1995), Música para ciegos (2001), Vinilo, 42 poemas del Rock’n Roll (2006), Quise decir adiós (2011) y Cuaderno extranjero (2015); y en crónica La manía de escribir (2017).
**(Lima-Perú, 1950). Poeta. Realizo estudios en Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Perú y en Educación por la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Se desempeña como docente. Participó en el grupo literario La Sagrada Familia. Ha publicado en narrativa Simpathy; y, en poesía, Itinerario (2019) y El tiempo raspa (2023).