El tiempo suspendido. Acerca de «Tanto» (2023), de Nurit Kasztelan

 

 

Por Florencia Lobo*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Eterna Cadencia /

(der.) Catalina Bartolone

 

 

El tiempo suspendido. Acerca de Tanto (2023),

de Nurit Kasztelan

 

 

“El campo no le va bien”. Así arranca Tanto, el debut como novelista de la poeta y editora Nurit Kasztelan**. Helena, la protagonista, es una bióloga que por alguna razón que no se explica de entrada decide pasar una temporada en una casa en el campo, experiencia absolutamente nueva para ella. Allí intenta autosustentarse, iniciar una huerta. Se preparó para ello: ha leído libros que le sirven de guía y también se lleva algunos otros para que le hagan compañía en ese estar a solas consigo y con la pampa.

La historia, el mar de fondo de su estar ahí, se va revelando de a poco y en una escritura fragmentada, como por goteo: como si acompañara el ritmo pausado y cambiante de los pensamientos de Helena, su estado de ánimo que es “inestable como el clima donde está”. Hay fragmentos de apenas un par de líneas o de una página entera; pero cada uno ofrece una especie de revelación que llega en una cápsula concentrada, una flecha sin rebordes que es capaz de alcanzar el hueso, así como cierta poesía. Como los haikus de la cultura japonesa que tanto atrae a Helena.

 

 

Podría decirse que la novela es un viaje de introspección: se habla de lo que ella piensa o recuerda mientras se dedica a la huerta, a cocinar, a caminar, a mirar, en fin: a llenar su existencia. Aunque, en realidad, Helena no quiere recordar: “Le da miedo que, con solo quedarse quieta, su memoria vuelva a asomarse”. Al no explicarse el motivo de su retiro, aunque sí algunas reminiscencias de aquello que dejó atrás, hay una tensión sostenida a lo largo de las páginas, que se manifiesta también en el espacio en blanco entre fragmento y fragmento; como si la protagonista necesitara ese aire para callar, respirar y seguir, y el texto, solidario, la acompañara.

En ese entorno, excepto por el único vecino que hay a la redonda y a veces se aparece, Helena ya no habla con nadie. “Tal vez si lo hiciera sería un hablar lento y pausado como la pampa”, piensa. Es llamativa, de hecho, la ausencia absoluta de tecnología en las páginas, en un contexto en que esta se ha vuelto parte indispensable de prácticamente todos los órdenes de la vida y, además, suele colarse de una u otra forma en la literatura. Realmente el de Helena pareciera ser no solo un retiro en el campo, sino un “encerrarse afuera”, afuera del mundo signado por los intercambios virtuales. Todo eso, contra lo que se cree imposible, ha quedado lejos. ¿Y qué es lo que hay, entonces? “El cuerpo es el principio de todo”.

De todas formas, el diálogo se establece con el paisaje y sus criaturas, con la naturaleza viva y también, claro, consigo misma. Y, si bien la narración está escrita en una clásica tercera persona, hay algo en su forma —el mérito de quienes saben narrar— que hace que Helena parezca estar hablando directamente con nosotros los lectores, aunque ella permanezca muda. “Adonde está, las cosas no cambian. Es ella la que cambia, pero todavía no tiene lenguaje. No se le armaron las palabras para contarlo”.

 

La novelista Nurit Kasztelan.
Crédito de la foto: Catalina Bartolone

 

Hay días en que la vida allí le exige a Helena mayor esfuerzo. “La urgencia modifica el orden de la necesidad, del deseo”. Otros días el tiempo le sobra, ya no sabe qué hacer con tanto horizonte, con tanta calma. A veces, un pensamiento propio le dispara el recuerdo de uno ajeno: algo leído tiempo atrás, algo aprendido. Entonces la novela establece también un diálogo entre Helena y su bagaje de lecturas y conocimientos, que sale a flote una y otra vez, aunque no lo busque. De la misma manera, muy probablemente este libro saldrá a flote en mi vida cuando, disparado por vaya a saber qué, mi inconsciente lo decida. Recordaré, lo sé, mientras miro por alguna ventana, que un día leí aquí que las mariposas monarca son capaces de reconocer en el aire la presencia de una montaña que ya no existe, o que no hay en el idioma japonés una traducción para el verbo extrañar. Y también, que “quizás en lo accidental haya un cierto grado de perfección que nunca se pueda lograr de manera consciente”. Qué otra cosa, si no, son esas extrañas apariciones de la memoria que después se agradecen.

Tengo una atracción especial por los libros que, además de encantarme (en el sentido de someterme a algo mágico) por su prosa y la poesía que ella arrastra, me nutren y me enseñan. Para quienes gustan de los conocimientos diversos sobre la naturaleza, la maravilla del funcionamiento de las cosas que nos rodean o los lenguajes con que las nombramos, este libro es una invitación al disfrute; de las palabras, del viaje introspectivo que estas permiten y tanto más.

 

 

 

 

 

*(Tucumán-Argentina, 1984). Poeta, editora y correctora. Creció en Ushuaia (Argentina). Obtuvo la beca de creación del Fondo Nacional de las Artes (2018). Se desempeñó como directora de la Editora Cultura Tierra del Fuego de la Secretaría de Cultura de esa provincia. Colabora con la revista Excéntrica del Espacio Literario Juan L. Ortiz. Ha publicado en poesía El lento deambular de las tormentas (2018).

 

 

 

**(Buenos Aires-Argentina, 1982). Poeta y narradora. Codirige la editorial Excursiones y tiene en su casa una librería atípica: Mi Casa. Ha publicado en poesía Movimientos Incorpóreos (2007), Teoremas (2010), Lógica de los accidentes (2013) y Después (2018); y en narrativa la novela Tanto (2023).

 

 

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