Por: Arturo Borra
Crédito de la foto: www.milpass.com.ec
El sujeto omitido:
poéticas en diáspora en España
I- El estado de la cuestión
En un estudio relativamente reciente, Benito del Pliego llama la atención sobre la necesidad de investigar los discursos poéticos migrantes en España[i]. Su estrategia recurre a una serie de autores residentes (no comunitarios) para cuestionar categorías como la noción de «canon literario» –en tanto pauta estética vinculante- o la noción más extensiva de «literatura nacional», mostrando la pluralidad cultural presente y utilizando la metáfora del desplazado como «paradigma de la disidencia». Independientemente a los nombres de autor aportados –en un trabajo necesariamente en obras-, algunas de sus conclusiones son más que pertinentes para este trabajo:
(…) lo que singulariza a los autores desplazados es que, aunque participan en el desarrollo de la poesía que se escribe en España, su obra no deja rastro público (queda indocumentada), o deja rastro discontinuo y confuso que pone de relieve la fragilidad de sus conexiones con las comunidades a las que podrían asociarse. (…) No es extraño que la forma más común que los poetas desplazados tienen de hacerse presentes sea la de la desaparición, la ausencia[ii].
Si en términos sociológicos el campo poético -incluyendo las industrias editoriales- tiende a reproducir las jerarquías de clase, etnia y género del mundo social que lo sobre determina, es claro que no toda poesía tiene la misma posibilidad de acceder tanto a publicaciones individuales como colectivas. Así trazada la problemática, se trata no sólo de ampliar el inventario de autores (incompleto por definición), sino de analizar esta dinámica jerárquica y desigual que, por razones extrínsecas al juego poético, dificultan una relación crítica con los textos.
No parece descabellado suponer que las escrituras diaspóricas en España –por referirme solamente a aquellas elaboradas por autores extranjeros residentes- apenas tienen lugar: inseguras, marginadas, desoídas en una medida difícil de determinar (aunque no de forma homogénea ni en todos los casos). También esas escrituras entran en una grilla jerárquica en la que lo menos atendido es también lo más lejano en términos culturales[iii].
Lo dicho debería ser suficiente para intentar conocer algo más sobre esa constelación de escrituras diaspóricas que coexisten en España[iv]. Así, habría que incluir, además de numerosos autores latinoamericanos, con trayectorias heterogéneas[v], escritores y poetas de diversas partes del mundo. Lo cierto es que desde hace al menos dos décadas, correlativamente a la masificación de los flujos migratorios, asistimos a una explosión incontenible de poetas latinoamericanos residentes. La cuestión no se agota ahí[vi]. De “poesía africana”[vii] –si tiene algún sentido una delimitación así- sabemos bastante menos[viii]. Teniendo en cuenta la historia colonial española, un desconocimiento de ese tipo no deja de ser previsible[ix]: los otros (no-europeos) son construidos desde una distancia insalvable. En el plano poético, si ya es improbable que se conozcan a poetas africanos consagrados, ¿qué cabe decir de ese largo etcétera que se está fraguando en el vasto camino de la diáspora?[x]. En esta reconstrucción tentativa, deberíamos referirnos también a poetas norteamericanos[xi], a poetas de Medio Oriente[xii], de Europa del Este[xiii] y de otros países comunitarios[xiv]. ¿Qué sabemos, finalmente, sobre otras poéticas diaspóricas, como aquellas procedentes de India, Japón o China?
Si bien lo antedicho hace evidente nuestro escaso conocimiento al respecto, es suficiente para mostrar una diversidad poética de la que apenas tenemos noticias. Desde luego, no es mi propósito intentar elucidar en este contexto el valor literario diferencial –y dispar- de esa masa prolífica de textos poéticos firmados por autores extranjeros. Un propósito así requiere una atención crítica individualizada que exigiría un trabajo no sólo más extenso sino infinitamente más complejo, incluyendo el análisis de las reterritorializaciones que algunos poetas producen con respecto a sus trabajos poéticos en sus nuevos contextos geográficos, por no hablar de los discursos poéticos extraterritoriales que se producen en el contexto nacional.
A pesar de las retóricas multiculturalistas de moda en los 90´ e interculturalistas a principios de milenio, en la escena poética nacional estas escrituras diversas ocupan con suerte un lugar lateral, casi testimonial. Un inventario de poetas como el precedente, sin embargo, debería ser suficiente para llamar la atención sobre el relieve y extensión de estas formas de producción poética. Cabría preguntarse, en este sentido, qué prácticas actuales están procurando articular igualdad y diversidad en este campo. Para formularlo con una pregunta conocida: ¿cuáles son los usos de esta diversidad? ¿qué hibridaciones se producen y qué lugares se le asigna poéticamente a esta producción heterogénea? ¿Cómo juega la xenofobia y el racismo -en plena expansión en el contexto europeo presente- al momento de dar visibilidad a ciertas literaturas en detrimento de otras?
La inclusión horizontal de esas poéticas no ya en el “canon estético hegemónico” sino en el intercambio dialógico entre grupos literarios, autores, lectores, críticos o editores ni siquiera parece plantearse como una exigencia (mínima) de justicia[xv]. Las escrituras de la diáspora están tendencialmente invisibilizadas, cuando no directamente omitidas. A la acusación de victimismo que sobreviene ante la mera referencia a esta situación, no cabe una réplica meramente defensiva. Se trata, más bien, de pensar cómo esa acusación impide reflexionar sobre lo que hacemos de forma habitual con los otros y, particularmente, de interrogar nuestros modos de lectura de tradiciones poéticas que nos rebasan y descentran.
Hace falta insistir: las instancias de presentación pública de esos discursos poéticos (tales como recitales o festivales poéticos), así como las revistas y editoriales en las que esos discursos se visibilizan, no sólo son radicalmente insuficientes: ponen de manifiesto la persistencia de un canon nacionalista y etnocéntrico, con consecuencias poéticas y políticas negativas, comenzando por el rechazo tácito a una pluralidad poética sin precedentes históricos a nivel nacional y por el privilegio –a menudo acrítico- del que gozan ciertos discursos poéticos nacionales tanto en las instancias de publicación y difusión como en las instancias de su recepción.
Como he sugerido, la cuestión es más compleja que la exclusión simple del campo poético: supone en primera instancia una inclusión subordinada de ciertos textos poéticos firmados por autores extranjeros que, de forma regular, es presentada como una forma de (dudoso) pluralismo.
II- En tierra de nadie
El inventario precedente muestra no sólo nuestro desconocimiento sino los procedimientos selectivos que operan en la construcción de la categoría de «literatura nacional» y, en general, de toda «literatura». Si bien es claro que dicha selectividad es ineludible, interroga acerca de los criterios de selección predominantes, en los que no cabe descartar el amiguismo, las lógicas clientelares y otras formas de relación en las que tienden a primar consideraciones extraliterarias por sobre el propio texto.
Otro tanto habría que decir con respecto a lo que ocurre con estas poéticas diaspóricas en sus respectivos países de origen. Las antologías nacionales apenas recogen esos discursos y cuando lo hacen, lo realizan de forma extemporánea: viven en tierra de nadie, entre dos espacios culturales que, de forma habitual, los dejan fuera. En el trazado de frontera de los “cánones estéticos nacionales” (construidos a partir de estabilizaciones hegemónicas) no tienen lugar: sobreviven en los márgenes.
No obstante, la misma “supervivencia marginal” está estratificada. La consideración y atención crítica que suscita un texto poético firmado por un latinoamericano o un anglosajón será distinta a la que pudiera suscitar un texto firmado por una palestina, una senegalesa o un marroquí. Necesitamos, por tanto, pensar en esas estratificaciones múltiples, según coordenadas específicas.
En otra parte, he intentado sostener que, mayoritariamente, los sujetos migrantes (y refugiados) no pueden hablar, si entendemos por “hablar” algo más que la mera emisión de sonidos o inscripciones[xvi]. Participar en cierto «orden de discurso» nunca coincide con la simple disposición subjetiva a tomar la palabra; exige una autorización institucional y un emplazamiento de poder. El campo poético no es ninguna excepción al respecto. Incluso si hacemos referencias a las dificultades idiomáticas que afectan a quienes escriben en otras lenguas en España[xvii] o a la clandestinidad del acto mismo de escribir para ciertos sujetos migrantes y refugiados, semejantes referencias resultan del todo insuficientes para explicar la escasez de publicaciones y traducciones poéticas al respecto. La atención desigual que dichas escrituras reciben responde a regulaciones específicas de las industrias culturales y, en general, a unas tradiciones poéticas prevalecientes marcadas por el nacionalismo.
La hipótesis que de ello podría derivarse es que las condiciones de acceso al mundo editorial están determinadas por el grado de distancia o cercanía de los autores con respecto a los grupos dominantes en el campo, antes que por la calidad literaria de los textos (como haría suponer una visión ingenua). Puesto que el volumen del capital social de los poetas extranjeros suele ser comparativamente menor al que disponen los nacionales, es previsible que las dificultades de acceso se incrementen en el primer caso. Dicho lo cual, una lectura que eluda el simplismo requeriría analizar cómo variables como el género, la etnia, la clase, la religión, la orientación sexual o la edad inciden al momento de vincularse a esos grupos dominantes.
No es este el espacio para arriesgar algunas hipótesis de trabajo sobre estos modos de producción, circulación, distribución y recepción cultural. Considero que bastaría un relevamiento sistemático de las publicaciones poéticas de las últimas dos décadas en España para constatar esta «economía de la omisión» persistente. Hasta donde sé, en España no sólo no ha habido ninguna colección de poesía destinada a publicar poetas extranjeros residentes, sino que ni siquiera al día de hoy semejante posibilidad parece factible. A diferencia de algunas colecciones consagradas a la publicación de diferentes escrituras elaboradas por mujeres (tal es el caso de “Emecé” de Ediciones La Palma, “Genialogías” de Tigres de Papel o la interrumpida colección “Candela” de Amargord, entre otras) o de algunas antologías recientes que han llamado la atención al respecto, las industrias editoriales españolas muestran, en el mejor de los casos, una apertura selectiva ante poetas de Europa central y de Latinoamérica y, sólo de forma excepcional, hacia otras latitudes[xviii]. Tal es el caso de la Colección Trasatlántica (de Amargord), de la Colección Once (de la misma editorial), de la Colección Instrucciones para abrir una caja fuerte de Fundación Inquietudes, de editoriales insulares como Baile del Sol, la ya desaparecida Idea, la editorial Killer, Olifante, Tigres de Papel o incluso, en los últimos años, Fondo de Cultura Económica. Grandes editoriales como Visor, Hiperión, Tusquest, o Pretextos apenas han publicado un puñado de textos de poetas extranjeros residentes a lo largo de varias décadas, especialmente autores consagrados (como José Viñals o Chantal Maillard). Editoriales como la extinta DVD, Calambur o Bartleby no parecen en una situación mucho más favorable en este aspecto. La pregunta podría hacerse extensiva a todo el campo editorial: ¿qué lugar ocupan estas escrituras dentro de sus catálogos?
No es preciso ser exhaustivos para sostener que el panorama editorial nacional dista de ser satisfactorio en esta dimensión. No sólo las publicaciones de poetas árabes y africanos, orientales o de Europa del Este -por poner algunos ejemplos de comunidades con una fuerte presencia en España- son excepcionales en los catálogos de poesía editada en territorio nacional: ni siquiera hay atisbos de que alguna editorial esté procurando cambiar dicha situación, incongruente con respecto a la diversidad cultural presente.
En suma, tras más de dos décadas de migraciones masivas en España, las industrias culturales no parecen haber tomado nota de las transformaciones profundas que se han producido en el campo poético. Como si en la plétora de personas inmigradas o refugiadas de África u Oriente no hubiera lugar para la poesía, como si esos pueblos en diáspora no tuvieran específicas formas de producción literaria. No sería sorprendente que, desde una perspectiva etnocéntrica, se cuestione la existencia misma de semejante producción. El inventario precedente desmiente afirmaciones de ese tipo. Ni siquiera cabe descartar que desconocimientos de esa clase estén provocando una cierta claustrofobia al momento de buscar referencias poéticas que guíen las propias prácticas de escritura.
¿Qué habría que decir sobre estas escrituras diaspóricas con respecto a la asignación de premios literarios, la participación en recitales y festivales poéticos, la atención de medios de comunicación especializados y generalistas o su inclusión en eventos académicos específicos (tales como congresos o simposios literarios)? La imagen genérica que cabría invocar sería la de “escrituras fuera de catálogo”[xix]. Desde una perspectiva crítica, este “procedimiento silencio” es síntoma no sólo de un etnocentrismo persistente, sino también de una forma de «racismo cultural» que pone a distancia al Otro[xx].
III- Fuera de campo
En un interesante artículo, Juana Castro (2013)[xxi] cuestiona la desigualdad de género, más o menos manifiesta, en el campo poético español. Una crítica semejante es tan legítima como impostergable. Resumamos su crítica. Las poetas mujeres están “fuera de campo”, en tanto padecen los efectos de una doble invisibilización:
En el mundo real encuadrado por lo que llamamos cultura, las actuales protagonistas autoras-escritoras y su escritura, sus textos están fuera de campo. Y lo están porque no cuentan, no tienen presencia ni poder, prácticamente es como si no existieran, a pesar de la importancia de su número y de su obra” (2013: s/n).
Los textos o bien son planteados como “asexuados” (es decir, masculinos) y reproducen temática y formalmente “la tradición canónica” o bien recuperan la “experiencia femenina” y entonces quedan excluidos. Los primeros prescinden “del cuerpo y el género”; los segundos, en cambio, al salirse de la tradición, plantean una libertad considerada excesiva que hace que el “mundo académico” no los tome en serio. Este grupo de poetas abrirían por su parte la mirada hacia otras formas de relación, desde aquellas marcadas por orientaciones sexuales no dominantes hasta las relaciones materno-filiales o las paterno-filiales, dando lugar a la mitad de la población humana.
El problema –insiste Castro- es que esas “escrituras femeninas” resultan extrañas para el mundo académico:
No están en la tradición, son marginales. Además, ellos no se sienten seguros: es como si el orden se trastocara, y viajar de un orden a otro desconocido causa cierto recelo, si no miedo. Por eso se resisten a considerar que lo femenino sea valioso, necesario y mucho menos canónico, porque si lo admiten el propio concepto de lo literario se tambalea.
Aunque no es infrecuente un cierto “éxito comercial” de estas escrituras consideradas extrañas, marginales y exóticas, la crítica académica insiste en su operación excluyente. En lo que atañe a las escritoras, según la autora, producen “impacto” pero no “repercusión”. Las escritoras se ponen de moda, son entrevistadas, adquieren notoriedad mediática, pero no tienen “éxito” como los escritores. Son, en resumen, expuestas a una notoriedad efímera que pronto se convierte en una forma de olvido. A lo más, se les da un lugar marginal para simular una igualdad inexistente. Desde los libros más vendidos hasta la crítica especializada, pasando por los premios concedidos –especialmente los mejor dotados-, las poetas tienen una escasa presencia en el campo literario. Lo mismo vale en relación con los jurados (estando muy lejos de una situación deseable de paridad, incluyendo en concursos literarios públicos) y con las fundaciones, en las que apenas un puñado tienen nombre femenino.
La conclusión que Juana Castro extrae de ello es que las mujeres carecen de “referentes, padres, maestros”. Mientras que los poetas hombres son hijos de maestros respectivos, citados también por mujeres, las mujeres están afectadas por una suerte de orfandad. Al carecer de reconocimientos valiosos, no están en condiciones de donar “capital simbólico” a las sucesoras. Dicho en otros términos, las poetas mujeres están excluidas del «canon», como no sea algunos pocos nombres consagrados. Si hay “antologías de género” ello obedece, ante todo, a la exclusión tendencial de mujeres de las antologías a secas, como no sea un porcentaje menor y falto de representatividad.
Ante semejante situación, la tarea de desenterrar a las autoras olvidadas se convierte en algo de primer orden. Castro también plantea una política de homenajes entre poetas mujeres y favorecer encuentros de mujeres poetas, tal como viene haciendo junto a otras compañeras, así como la acción de recomendar a otras mujeres. Del mismo modo, sería importante establecer alianzas entre mujeres, construyendo lazos de confianza, solidaridad y amor. Retomando a Adrianne Rich, Castro recupera una “(…) lectura del lesbianismo como práctica de relación entre mujeres sin la intervención masculina”, planteando una ruptura con el sistema patriarcal, en particular, con la “heterosexualidad obligatoria”, fuera de la “mirada y la omnipotencia masculina”. Al fuera de campo se trata de contraponer, pues, la visibilización de una “escritura femenina” (sic), esto es, aquella escrita por mujeres cuando escriben con “conciencia de género” (sic).
IV- Género, clase y etnia
A pesar de algunos señalamientos que sería preciso introducir para matizar algunas afirmaciones de Castro, el androcentrismo que prima en el campo literario es manifiesto. Las poetas mujeres son, de forma regular, omitidas o relegadas en antologías, premios, jurados e instancias de publicación. Dentro del canon poético hegemónico –habida cuenta que tampoco resulta claro que exista sólo uno- ocupan una posición lateral, cuando no marginal. Queda por escribir, en buena medida, la historia de esa desigualdad.
Al respecto cabría preguntarse si ciertas generalizaciones atinentes a la recepción masculina de las “escrituras femeninas” no son apresuradas, así como algunos estereotipos invertidos que homogeneizan a los sujetos masculinos[xxii]. Desde mi perspectiva, la relación entre escritura escrita por varones y la experiencia del género y el cuerpo no es homogénea ni unitaria (incluso si tienden a primar ciertos modelos dominantes). En este punto, considero que semejantes reducciones terminan omitiendo que el falocentrismo dominante se reproduce rebasando el género específico y, lo que no es menos central, que la posición fálica dista de ser privativa a los varones[xxiii].
De forma similar, cabría interrogar el presupuesto de una “escritura femenina”: ¿en qué sentido puede darse por sentada, de forma válida, su existencia unitaria? En caso que así fuera, ¿cuáles serían sus especificidades genéricas y en qué consistiría esa “conciencia de género” unificada, habida cuenta de las diferentes versiones del feminismo o de los múltiples posicionamientos enunciativos de las mujeres en el campo no sólo de la escritura sino también de la práctica poética? Y en caso que así fuera, ¿cuáles son los lazos (no necesariamente causales) entre (in)consciencia y escritura?
Más allá de estas cuestiones, me parece innegable que en la reflexión de Castro persiste un núcleo de verdad perturbador: las condiciones de poder que afectan a las poetas son manifiestamente asimétricas tanto en el acceso a instancias editoriales como en los circuitos de reconocimiento público y consagración colectiva. Las poetas se enfrentan a diversos escollos más desapercibidos que imperceptibles. Antes que “fuera de campo”, quizás sería más preciso afirmar que las escrituras elaboradas por mujeres son regularmente emplazadas en una posición subalternizada (por retomar la categoría de «subalternidad» de Gayatri Spivak aunque en este caso enfatizando el proceso mediante el cual un sujeto es subordinado a través de diversas operaciones)[xxiv].
La crítica, sin embargo, no tiene por qué detenerse ahí. Al fin de cuentas, ¿qué ocurre con lo/as poetas migrantes y refugiado/as, así como con aquello/as que no coinciden con el sujeto hegemónico (varón blanco, cristiano, europeo, heterosexual y burgués)? Una crítica que no repara en esas otras formas de desigualdad, siempre corre el riesgo de caer en otra hipóstasis: atribuir de forma exclusiva al género lo que es una operación jerarquizante más vasta, que incluye asimismo factores como la nacionalidad, la etnia o la clase.
Así, considero que la crítica feminista que traza Castro es pertinente a la vez que insuficiente. Nada nos impide intentar articularla a una crítica política más general relacionada a la producción de un canon no sólo (hetero)sexista y androcéntrico sino también clasista y eurocéntrico. Si esto es cierto, dentro del campo poético, no sólo las mujeres como colectivo son objeto de un trato desigual: también otras identidades colectivas (migrantes y refugiados, jóvenes, negros, árabes, gitanos, asiáticos, musulmanes, pobres) son tendencialmente construidas como subalternas.
Algunas preguntas son ineludibles: ¿qué formas de articulación se están planteando entre estas identidades subalternas diferenciadas? ¿Qué tipo de luchas se despliegan en las condiciones del presente que rebasen una simple política identitaria? Al fin de cuentas, ser objeto de una discriminación específica no es óbice para discriminar en otra dimensión[xxv]. Por lo mismo, cuestionar una de esas formas discriminatorias sin cuestionar las otras conduce a alterar la propia posición dentro del orden simbólico hegemónico, sin subvertir su modo de funcionamiento jerarquizante y sus complejos mecanismos de exclusión.
Debemos al trabajo de Avtar Brah[xxvi], entre otros, el énfasis en la necesidad de articular «género» con «clase» y «etnia», entre otros, como «marcadores» de desigualdad, incluyendo el «racismo generizado». Pensar en estas «interseccionalidades» en las prácticas literarias no sólo es relevante en términos teóricos: permite pensar e instituir otros modos de producción, distribución, intercambio y recepción cultural. Asimismo, contribuye a seguir elaborando una crítica (no sólo) feminista que evite cualquier esencialismo de aquellas posiciones que, en las disputas ideológicas, no dudan en utilizar el arsenal conceptual del que son víctimas, homogeneizando en el análisis las identidades inestables de género. Al fin de cuentas, no estamos exentos del riesgo de recaer en alguna forma de sexismo o en una pauta exclusivista que repite lo que rechaza. El devenir secta no es algo que ocurre necesariamente con los otros, distante a los procesos de subjetivación que nos implican.
La conclusión me parece clara: la crítica política a la dominación masculina[xxvii] debe articularse a una crítica más general de la dominación política. Cuestionar el patriarcado sin cuestionar el régimen del capitalismo o del colonialismo[xxviii] –y sus marcadores de desigualdad basados en la clase, la etnia, la edad o la nacionalidad, entre otras dimensiones de poder- termina dejando fuera de campo cualquier debate que no esté centrado en el “género”, representado como una esencia o una serie de atributos fijos y no como una categoría de análisis atravesada por la inestabilidad histórica[xxix].
V- Hacia una política de apertura
“La hospitalidad es cruce de caminos”.
E. Jabés[xxx]
En cierto sentido, la falta de apertura ante producciones poéticas diversas es previsible si se toma en cuenta el contexto político y cultural europeo que, en la última década, no ha hecho más que incrementar su membrana jurídica, institucional y policial ante una exterioridad significada como amenazante[xxxi]. No sólo no hay nada parecido a instituciones interculturales a nivel nacional: el propio discurso de la interculturalidad ha entrado en crisis[xxxii]. En el campo educativo, en los mercados laborales, en los medios masivos de comunicación, en las administraciones públicas, en suma, en el conjunto del tejido institucional, según complejas coordenadas de clase, género y etnia, los otros son emplazados tendencialmente en lugares subalternos. El lugar para los sin-parte no parece ser otro que el de los vertederos (campos de refugiados, centros de internamiento de extranjeros, economía sumergida). Que esa membrana sea traspasada por unos grupos específicos no equivale, sin más, a que la membrana no exista: confirma su condición porosa (por defecto), pero su impermeabilidad como ideal regulativo inconfesado.
Nada que se parezca a una democratización de la participación cultural. Investigar sobre esas escrituras diaspóricas borradas o desaparecidas nos confronta, sin más, a nuestros vínculos específicos con sujetos no europeos. No sería extraño constatar que, como en El extranjero de Camus, asesinemos (de forma metafórica o no) a ese otro sin conocerlo o sin siquiera comunicarnos con él, como no sea mediante el lenguaje de la violencia, incluyendo la violencia del lenguaje con respecto a “ellos” (“sudacas”, “negratas”, “moros”, “amarillos”, etc.).
La problemática rebasa con creces lo poético. En estas condiciones histórico-sociales, cualquier solución de la problemática actual de las migraciones y desplazamientos forzados es, ante todo, de carácter político. Ello no es impedimento para reafirmar la necesidad de una política de apertura en el campo poético, capaz de dar cuenta de la diversidad cultural inherente a la sociedad española. En el mejor de los casos, nuestras intervenciones poéticas son apuntalamientos necesarios pero insuficientes para luchar contra formas múltiples de discriminación (islamofobia, racismo, xenofobia, sexismo, gitanofobia, aporofobia, entre otras).
A pesar de ese contexto radicalmente adverso –que supone tanto una política de estado basada en la gestión represiva de las migraciones y los desplazamientos forzados como diferentes discursos de la impotencia que se tejen como argumentos de resignación- nada prohíbe pensar en específicas políticas poéticas en dos niveles complementarios:
1) en el plano de la producción poética, desplegando no sólo una crítica radical al presente -especialmente a las prácticas y políticas del vallado, que toman por objeto a sujetos migrantes y refugiados-, sino también emplazándose en una posición de extranjería con respecto a los discursos hegemónicos;
2) en tanto práctica poética, dando lugar efectivo a los otros en los diferentes espacios culturales como en la gestión cultural misma, esto es, creando una política de apertura hacia una pluralidad de poetas extranjeros invisibilizados o marginados por un canon literario etnocéntrico, que relega su acceso en la edición y publicación, así como su participación en festivales, jurados, revistas y otras instancias institucionales que configuran el campo poético.
Doble intervención entonces: no sólo tematizar estas realidades sino, fundamentalmente, “llevar la lengua al desierto” como dirían Deleuze y Guattari[xxxiii], devenir extranjero en el lenguaje, convertirse en nómada, inmigrante o gitano en la propia lengua, en tanto modo de erosionar los nacionalismos literarios (comenzando por el que construye un canon literario hegemónico que excluye buena parte de la producción poética creada por diversos sujetos).
Si bien es cierto que podríamos hablar de diferentes discursos poéticos que se posicionan, en términos enunciativos, en esa extranjería o distanciamiento con respecto al presente, también es cierto que a nivel específico la crítica poética a un régimen político neocolonial, racista, patriarcal, clasista y xenófobo es marginal, cuando no un asunto en gran medida pendiente[xxxiv], aun para una parte significativa de la poesía crítica que, al momento de reflexionar y cuestionar semejante régimen político, plantea simplificaciones manifiestas que distan de ser críticamente aceptables.
Hablar de lo extranjero o construirlo como temática, sin embargo, sigue siendo insuficiente. Aunque la crítica política a un régimen neocolonial que construye un orden de privilegios y subalternidades sangrantes no es superflua, es el propio poema el que necesita devenir extranjero, extrañarse de su lengua materna, salirse de su empuje y su clausura. Un devenir así exige algo más que una crítica al mundo social: necesita efectuar una crítica radical al lenguaje, esto es, revisar sus límites y construir lo poético como una experiencia de crisis de sí mismo y de las trampas de la «identidad».
De forma complementaria, en un orden institucional, el desafío resulta nítido: abrir espacios inclusivos, horizontales y dialógicos que nos permitan interactuar con esos otros en igualdad de condiciones. Una política de reconocimiento sin los apoyos institucionales concretos que lo reafirmen es una declaración abstracta, bienintencionada con suerte, que no transforma las desigualdades que un imaginario nacionalista ha instituido también en el campo poético.
En suma, se trata al menos de dos líneas estratégicas: 1) una estrategia discursiva crítica, orientada a la construcción de un discurso de la extranjería que muestre nuestra condición compartida con esos otros de los que a menudo se reniega; y 2) una estrategia institucional orientada a la construcción de una práctica intercultural, que incluya a los otros como interlocutores en diversos espacios, valorando la diversidad desde la propia diversidad.
En ambas dimensiones gran parte del trabajo está por hacer. Producir escrituras desterritorializadas, desmontar un canon nacionalista y abrir los espacios para alojar la alteridad son parte de una ética de la hospitalidad que se retacea. Sin esa ética, el extranjero se convierte en un intruso o una presencia amenazante que no haría más que disputar unos espacios simbólicos que estarían reservados a los propios. Precisamente porque somos extranjeros para nosotros mismos, como señala Kristeva[xxxv], necesitamos derribar las vallas (materiales y simbólicas) que impidiendo el paso a los otros, nos niegan también en nuestra humanidad común.
VI- De la poesía extranjera a la extranjería poética
¿Se trata, pues, de reclamar un lugar para las poéticas de la diáspora dentro del orden simbólico hegemónico, junto a otras poéticas apartadas? ¿Conformarse con hacerse un sitio dentro de un “canon literario” dominante? ¿Apostar por un “canon crítico” (o contracanon), que horade el lugar desproblematizado de las presuntas figuras o referencias indiscutibles? ¿Reclamar un lugar dentro de las políticas de la identidad para esa constelación de discursos poéticos migrantes? ¿Abrir un nuevo cupo para estas escrituras plurales? ¿Construir alianzas, frentes o bloques para adquirir una nueva visibilidad dentro de la institución poética construida como una totalidad excluyente? ¿Repetir el gesto inercial del etiquetado que, según la perspectiva, dispone de forma favorable o estigmatiza? ¿Reivindicar, en fin, un lugar en el margen?
Sin ánimo de clausura, considero que todas las preguntas deben ser respondidas de forma negativa. Puesto que todo «canon» ya presupone un trazado de fronteras, un poder sancionador que construye un interior homogéneo y una exclusión de lo que se diferencia de una determinada tradición canonizada (representada como la tradición a secas), no es obvio que la cuestión deba limitarse a una lucha por la inclusión canónica, en la misma medida en que repite la lógica separadora, modificando solamente los términos incluidos[xxxvi]. En vez de ordenamientos contingentes y plurales, el «canon» se presenta a sí mismo como orden necesario, homogéneo y evidente, expulsando aquellas escrituras que no coinciden con sus patrones normalizantes y normalizados. Por lo mismo, un «contracanon», incluso si altera los términos incluidos o si insiste en su condición crítica, mantiene las mismas operaciones de normalización jerárquica que cabe más bien cuestionar. Conformarse con un lugar estético distinguido en un mundo social escombrado no hace más que reafirmar la separación entre arte y vida, poesía y sociedad. Por lo demás, cuestionar la idea misma de una literatura canonizada no significa que no podamos y no debamos debatir abierta y críticamente acerca del valor de diferentes producciones poéticas. Todo lo contrario: es una incitación a pensar por nosotros mismos, más allá de la autoridad sancionada, tomando distancia de un horizonte de prejuicios que la canonización institucionaliza.
De ahí que una política de la identidad no puede bastar. Por empezar, porque no hay nada semejante a una “identidad” cristalizada[xxxvii], pero también porque uno de los peligros recurrentes de una política identitaria es la producción de un efecto de separación antes que de articulación: en vez de la construcción de solidaridades entre grupos subalternizados en torno a ciertas demandas de justicia, el trazado de fronteras a menudo impide no sólo el reconocimiento recíproco sino también la construcción de luchas emancipatorias en común. Si como señala Holloway somos esto y lo otro, una política de alianzas resulta pertinente no para darnos más visibilidad dentro de un orden simbólico preconstituido, sino para horadar lo que hay de cerrado o coagulado en éste, creando una apertura central para la producción de nuevos intercambios entre escrituras pluralizadas, nómades, que se han distanciado de forma crítica de los discursos hegemónicos (incluyendo sus formas de enunciación y sus horizontes de sentido). Más que hacerse sitio en el orden existente se trata de crear otros ordenamientos posibles, allí donde un «pluralismo crítico» puede ejercerse sin temor a traicionar los “códigos de honor” de los grupos de pertenencia, demasiado a menudo convertidos en clanes que castigan la disidencia.
Si la lógica del etiquetado es también la lógica de la jerarquización excluyente (o de la mera subsunción), la apuesta es más bien la contraria: atender a lo que hay de singular en cada poética, aquello que da cuenta de un devenir extranjero o incluso aquellas operaciones que taponan ese devenir. Eso no es negar una posición de enunciación específica, sino la posibilidad de subsumirla en una taxonomía o clasificación general que permitiría anticipar, de una vez, su valor concreto. Tampoco implica negar su proximidad o distancia con otras formas poéticas; al contrario, el reconocimiento de esas singularidades abre camino a la construcción de un diálogo crítico con esas otras formas.
Finalmente, la cuestión no se limita a la reivindicación de un “margen”, en la medida misma en que ese gesto no hace sino reafirmar un “centro” del que depende. Dicho de manera afirmativa: si hay alguna osadía pertinente, una herejía necesaria, ésta pasa más bien por el cuestionamiento radical de lo central(izado) y por la práctica de un desplazamiento que no tiene término ni pretende erigirse en nuevo centro.
Por lo dicho, no podríamos conformarnos con reclamar un lugar para estas escrituras diaspóricas junto a las “canonizadas”. No sólo porque las migraciones no son garante de un desplazamiento poético, sino porque dicho desplazamiento poético puede producirse asimismo en escrituras elaboradas por sujetos locales. Lo que el actual régimen de visión impide ver no es sólo estas poéticas extranjeras, sino fundamentalmente lo que hay de extranjería poética en diversas escrituras. Si no todo proceso migratorio produce por necesidad un extrañamiento, no todo extrañamiento está ligado al proceso de migrar. Con los místicos, habrá que recordar que también hay un «viaje inmóvil», una posibilidad nómade que rebasa con creces (y se diferencia) de la experiencia de la diáspora.
Con relativa independencia a las transformaciones culturales que producen los procesos migratorios y las propias inercias que arrastran, una «escritura extraterritorial» permite replantear el vínculo entre lo poético y la sociedad de la que es producto, especialmente a partir de la crítica a un régimen de visibilidad que se instaura con fuerza de ley. En esta dimensión, emerge un imaginario de la extranjería irreductible a una cuestión temática o tópica: constituye un emplazamiento enunciativo que interroga las evidencias, poniendo en acto «otra lengua», distinta y distante a lo que abusivamente llamamos «lenguaje cotidiano». Semejante extranjería poética plantea una relación antagónica con respecto a las formaciones discursivas hegemónicas, abriendo camino a una crítica poética y política radical, en tanto desnaturaliza nuestras interpretaciones más habituales del mundo y de nosotros mismos[xxxviii].
Por supuesto, no toda poesía se mueve ahí; ni siquiera la poesía enganchada a ese devenir se mueve por esas fronteras del mismo modo. A partir de la experiencia de la dislocación, trazan sus propias líneas de fuga. Una poesía así habla la lengua materna como una extranjera o incluso como una tartamuda. La extranjería, más que conquista de una morada perdurable, se despliega así como no lugar. La falta de hogar se convierte entonces en posibilidad de desplazamiento e incluso de desafiliación de la escritura.
Lejos de trazar una frontera antagónica entre poéticas migrantes y poéticas autóctonas, quizás la apuesta sea pensar una zona de cruces, el entrecruzamiento de caminos que abre a la experiencia de la hospitalidad no sólo ante los otros sino también ante la extranjería de esos discursos poéticos que horadan los muros de la república platónica y cuestionan a los guardianes del (buen) orden canonizado. Porque lo que está en juego no es la creación de un nuevo sistema de vigilancia, sino el cuestionamiento de aquellas prácticas literarias que instituyen lo poético como distinción a ser usada contra los bárbaros, esto es, estrictamente, contra quienes no hablan la lengua oficial de la polis.
Si la extranjería poética se dice de muchas maneras habrá que seguir pensando aún en los espaciamientos a partir de los cuales podrían comunicarse esas escrituras. Una práctica de comunicación así conceptualizada, sin embargo, más que reenviar a un espacio transparente de entendimiento (gobernado por un sujeto soberano llamado «autor»), refiere a un proceso social de producción de sentido en el que los conflictos y los disensos forman parte constitutiva de la existencia humana y de la posibilidad misma de una comunidad abierta[xxxix].
Puede que en una época signada por la catástrofe –incluyendo la bancarrota moral, política y filosófica que supone la escalada de la xenofobia, el racismo y el clasismo institucionalizados- sean esas escrituras moviéndose en la oscuridad las que puedan alzar todavía el recordatorio de un (no) lugar transfonterizo, casi ilegible, en el que otras formas de comunidad se insinúen en el horizonte.
[i] Benito del Pliego [comp.] (2013): “La metáfora del desplazado. En torno a los poetas latinoamericanos en España”, en VVAA (2013): Extracomunitarios, FCE, Madrid.
[ii] Del Pliego, op. cit., p. 20. Tampoco es sorprendente que en la enumeración que hace del Pliego sólo aparezcan poetas latinoamericanos: José Viñals, Isel Rivero, Ana Becciú, Mario Merlino, Yulino Dávila, Magdalena Chocano, Mario Campaña, Andrés Fisher y Julio Espinosa. Si digo que no resulta sorprendente es, ante todo, por las condiciones desiguales que suelen plantearse a los poetas extranjeros en el acceso a las industrias editoriales y a los circuitos de circulación pública a nivel nacional. Si ya les resulta difícil publicar a poetas hispano-parlantes, mucho más difícil resulta todavía a quienes escriben en otras lenguas, especialmente cuando no gozan del prestigio del francés, el alemán o el inglés.
[iii] Agradezco a Carlos Piera Gil, Benito del Pliego, Noni Benegas, Roger Santiváñez, Jorge Ortiz Robla, Esther Ramón, Víctor Gómez, Zhivka Baltadzhieva, Edmundo Garrido, Isabel Mercadé, Fidel Ernesto, Viviana Paletta, Eugenia Cabral, Begonya Pozo, Javier Gil, Ernesto Suárez, Paco Moral, Helios Garcés, Marta López Luaces, Elga Reátegui Zumaeta, Laura Alonso, Pilar Martín Gila, Inés Ramón, Dionisio Cañas, Laura Caselles, Antonio Cordero Sanz, Julio César Pavanetti Gutiérrez, Julio Espinosa, Nieves Vargas, Cristian Gómez Olivares, Mohsen Emadi, Víctor Silva Echeto, Lucía Boscá y Antonio Méndez Rubio por las referencias y sugerencias que me han dado.
[iv] Aunque en este trabajo remito la categoría de «escrituras diaspóricas» a aquellos juegos de lenguaje que participan de forma reconocible dentro del campo poético, la pregunta podría hacerse extensiva a aquellas escrituras o a formas de producción cultural que no son reconocidas, prima facie, como “poéticas” y que, no obstante, se encuentran en una situación análoga.
[v] Entre otro/as, Cristina Peri Rossi, Dante Bertini, Edgardo Dobry, Rodolfo Häsler, Ricardo Portchard, Carlos Vitale, Carlos Piera Gil, Alexandra Domínguez, Jorge Alemán, Mario Satz, Osías Stutman, Bruno Montané Krebs, Jorge Olivera, Ricardo Llopesa, Noni Benegas, Teresa Martín Taffarel, Dolan Mor, Marcos Barnatán, Leopoldo Castilla, Armando Fernández, Federico Gorbea, León de la Hoz, Vladimir Herrera, Felipe Lázaro, Aldo Alcota, Gonzalo Lagos, Diego Palmath, Tes Nehuén, Mar Busquets Mataix, Luz Souto, Pablo Blanco, María Gabriela Collado, Alejo Gabriel Steimberg, Leo Zelada, Julio César Pavanetti Gutiérrez, Eduardo Fariña Poveda, Teresa Shaw, Neus Aguado, Patricia Cuenca, Carlos Ernesto García, Laura Giordani, Edmundo Garrido, Viviana Paletta¸ Óscar Pirot, Rafael Carvajal, Andrea Aguirre, Rodrigo Galarza, Laura Gómez Palma, Walter Cassara, Agustina Roca, Jorge Lara, Hugo Busso, Sergio Laignelet, Aníbal Cristobo, Natalia Litvinova, Sebastián Vítola, Elga Reátegui Zumaeta, Nieves Vargas, Gilma Arévalo Bartra, Jorge Varas, Andres Belalba Barreto, Miguel Ruiz Poo, Luis Alva Ampuero, Julián Martínez Gómez, Antonio Cillóniz, Samuel Serrano, Reinhardt Huaman Mori, Silvia Miranda, Nilton Santiago, Renato Gómez, Milka Rabasa, Inés Ramón, Jonio González, Carolina Jobbaggy, Mariano Mayer, Antonio Tello, Jenny Muñoz, Javier Muñoz Livio, Graciela Zárate Carrió, Ana Llurba, Cristina Falcón, Marlene Feeley, Hélène Cardona, Edith Llerena, Sergio Macías, Violeta Medina, Lilian Moro, Ana Nuncio, Ana Nuño, Alfredo Pérez Alencart, José Pérez Olivares, Galbarino Plaza, Antonio José Ponte, José María Rodríguez, Martín Rodríguez Gaona, Milena Rodríguez Gutierrez, Gonzalo Santelices, Rogelio Saunders, Pío Serrano, Samiel Serrano, Pedro Shimose, Santiago Sylvester, Antonio Tello, Mario Trejo, Elina Wechler, Rodolfo Franco, Silvia Cuevas-Morales, Bernardo Silfa Bor, Xoan Abeleira, Javier Mederos Zuaznábar, Annabel Villar, Carlos Salem, Juan Pablo Roa, Orlando Sánchez Mejías, Mariano Peyrou, Patricia Olascoaga, Andrés Newman o Constanza Carlesi.
[vi] Recientemente, en la Revista “La Galla Ciencia”, Nº 5, versión digital en http://www.lagallaciencia.com/2016/02/bienvenido-numero-cinco.html?m=1, se plantea un monográfico de veinte autores afro-brasileños inéditos en castellano: Mel Adún, Miriam Alves, Edson Robson Alves Dos Santos, Fausto António, Sérgio Ballouk, Márcio Barbosa, Lepê Correia, Cuti, Conceição Evaristo, Bruno Gabiru, Denise Lima, Valéria Lourenço, Serafina Machado, Jamu Minka, Sydney De Paula Oliveira, Jairo Pinto, Esmeralda Ribeiro, Cristiane Sobral, Eliandra Souza y Fátima Trinchāo. Aunque se trata mayoritariamente de autores no residentes en España, semejante nómina permite dimensionar la magnitud de una producción poética contemporánea, próxima geográficamente, de la que apenas tenemos noticia y que ni siquiera ha sido traducida al castellano.
[vii] Debemos al crítico literario Landry-Wilfrid Miampika (Congo-Brazzaville), la edición de Voces africanas, donde se nos presenta a Tchikaya U Tam’si, Édouard J. Maunick, Jean-Baptiste Tati Loutard, Sony Labou Tansi y Nimrod, poetas africanos desconocidos en España. También puede leerse la antología en versión electrónica Voces del sur. Aproximación a la poesía africana, recopilado por el Equipo Fénix, en la que aparecen poemas de Abderrahman El Fathi, Adamou Ide, Alexandre Dáskalos, Amina Saïd, S. Anoma Kanié, Antjie Kroj, A. Agostinho Neto, Atukwei Okai, Babakar Sall, Bernard Dadie, Birago Diop, Breyten Breytenbach, Chenjerai Hove, Chicaya U’tamsi, Conceiçao Lima, Édouard J. Jaunick, Elisa Kikane, Gabriel Ikara, Hamid Skif, I k i., Jack Mapanje, J. Baptiste Tatio Loutard, José Craveirinha, Juan Balboa Boneke, Juan Tomás Ávila Laurel, Kama Amanda, Kofi Awoonor, Koulsy Lamko Dadouar, Leopoldo Sedar Senghor, Liani Nimrod, Mazisi Kunene, Modou Kara Faye, Mohamed Aldefatah, Monique Bessomo, Noemí de Sousa, Odia Ofeimun, Patricia Jabbeh Wesley, Paul Dakeyo, Sony Labou Tansi, Taban Lo Liyong, Tchikaya U Tam’Si, Timothy Wangusa, Toyin Adewale Gabriel, Werewere Kiking y Wole Soyinka, en www.omegalfa.es/downloadfile.php?file…/voces…antologia…africanos.
[viii] Sobre poesía ecuatoguineana, cf. Ndongo-Bidyogo, Donato (1984): Antología de la literatura guineana, Editora Nacional,. Madrid; Ndongo-Bidyogo, Donato y Ngom, Mbaré eds.(2000): Literatura de Guinea Ecuatorial (antología), SIAL, Madrid; Ngom Faye, Mbaré (1996): Diálogos con Guinea: panorama de la literatura guineoecuatoriana de expresión castellana a través de sus protagonistas. Labrys 54, Madrid y Onomo-Abena, Sosthène y Otabela Mewolo, Joseph-Désiré (2004): Literatura emergente en español: literatura de Guinea Ecuatorial, Ediciones del Orto, Madrid.
[ix] Sobre diferentes poetas africanos, puede consultarse http://badilishapoetry.com/
[x] Un repaso inicial de diferentes poetas residentes podría ayudar a mitigar ese desconocimiento: los ecuatoguineanos Donato Ndongo-Bidyogo, Justo Bolekia Boleká, Francisco Zamora Loboch, César A. Mba Abogo y Juan Manuel Davies Eiso; la beninesa Agnès Agboton, los saharauis Limam Boisha, Bahia Mahmud Awah, Fátima Galia Mohamed Salem, Luali Lahsen Salama y Ebnu (Mohamed Salem Abdelfatah); los marroquíes Mohamed Bouissef Rekab, Aziz Tazi, el fallecido Mohamed Sibari y Naima Ejbari; la afroperuana Mónica Carrillo Zegarra; la argelina Souad Hadj-Ali Mouhou; el marfileño Seydou Koné; el camerunés Mahop Ma Mahop; el senegalés Abdoulaye Bilal Traoré o el fallecido Modou Kara Faye. La enumeración, en este caso, es todavía más fragmentaria que la precedente. Excluyo de esta enumeración diferentes poetas que han residido en España y se han desplazado a terceros países, así como poetas en tránsito y poetas nativos de origen familiar extranjero. Un listado más amplio de escritores puede consultarse en http://www.cervantesvirtual.com/portales/biblioteca_africana/biografias/
[xi] Dos ejemplos próximos son Roger Swanzy o Denise Blais.
[xii] Es el caso de Muhsin Al-Ramli, Mohsen Emadi, Ahmad Yamani, Mahmud Sobh, Talat Shahin, Abdul Hadi Sadoun, Abdulhado Sadun, Ararat Ghukasyan o Diana Grigoryan.
[xiii] Entre otros, Adriana Davidova, Xènia Dyakonova, Gelu Vlașin, Dusica Nicolic, Lucía Nituleac, Corina Oproae, Ioana Gruia o Zhivka Baltadzhieva.
[xiv] Pienso por ejemplo en Chantal Maillard, Roger Wolfe o en Giagu Ledda.
[xv] A menudo, la lucha por la inclusión dentro del “canon” oculta una lucha más radical, centrada en la deconstrucción de todo canon, esto es, en el desmontaje de lo que una tradición literaria específica instituye como referencia literaria vinculante, elevando a rango universal lo que no es más que la resultante de unas elecciones estéticas específicas, argumentables pero en ningún caso evidentes y vinculantes.
[xvi] Arturo Borra (2013): “Adiós a la inmigración. ¿Puede hablar el sujeto migrante?”, en Revista Ecléctica, Nº 2, Valencia, versión electrónica disponible en https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4326182.
[xvii] Lo dicho también vale para las diferentes lenguas locales que coexisten en España. Escribir en catalán o gallego, por poner dos casos, implica de forma regular ser confinado al margen del canon hegemónico.
[xviii] Desde luego, esta “apertura selectiva” no significa que la poesía latinoamericana cuente con suficiente atención crítica, incluyendo espacios de difusión en prensa o reseñas que facilitan la aproximación a este grupo de textos.
[xix] A menudo se invoca como principal escollo de este tipo de proyectos editoriales la inviabilidad económica. Sin embargo, tal escollo no sólo no es exclusivo a este tipo de poesía, sino que afecta, en general, a todo producto poético. En la medida en que semejante proyecto se rija por criterios de calidad, no hay razones para suponer que la gestión comercial de este tipo de poesía esté necesariamente destinada al fracaso.
[xx] A diferencia del «racismo biológico», el «racismo cultural» “racializa” a un Otro cultural, no siempre situado en el exterior con respecto a una “nación” determinada. El actual racismo se desplaza del discurso de la “inferioridad biológica” al de la “diferencia cultural”. Dicha diferencia, construida como amenaza a la identidad del grupo dominante, funciona como punto nodal de un discurso diferencialista que se legitima menos en la desigualdad racial que en la irreductibilidad de las especificidades culturales y étnicas: el Otro no tiene ningún lugar entre el “nosotros” racista (cf. Michel Wieviorka (2009): El racismo: una introducción, Gedisa, Barcelona).
[xxi] Juana Castro (2013): “La escritura de mujeres, un capital simbólico que no se hereda”, en “Tendencias 21”, versión electrónica http://www.tendencias21.net/La-escritura-de-mujeres-un-capital-simbolico-que-no-se-hereda_a20098.html
[xxii] Butler cuestiona la idea misma de una “especificidad femenina” esencial y la remite a su relación de dependencia con respecto a “culturas masculinistas hegemónicas”: “La oposición binaria masculino/femenino no sólo es el marco exclusivo en el que puede aceptarse esa especificidad, sino que de cualquier otra forma la «especificidad» de lo femenino, una vez más, se descontextualiza completamente y se aleja analítica y políticamente de la constitución de clase, raza, etnia y otros ejes de relaciones de poder que conforman la «identidad» y hacen que la noción concreta de identidad sea errónea” (Judith Butler (2011): El género en disputa, Paidós, Madrid, p. 51).
[xxiii] Me parece claro que la teoría feminista, más que conducir de forma necesaria a una práctica lésbica (como si hubiera un único modo de goce válido o una normativa sexual universalizable), conduce más bien a deconstruir la idea misma de una sexualidad obligatoria. Remito al respecto al ensayo de Manuel Fernández Blanco (2009): “El psicoanálisis y las diferencias sexuales en la actualidad”, pp. 15-24 en VVAA (2009), Mujeres una por una, Gredos, Madrid. Según su señalamiento, una paradoja a la que se enfrenta el movimiento feminista, en su defensa de la igualdad, es que termine abocado a la inclusión de todos en el discurso masculino (2009: 16). También puede consultarse Gayle Rubin (1986): “El tráfico de mujeres: notas sobre la «economía política del sexo»”, en Revista “Nueva antropología”, Nº 30, México, 1986.
[xxiv] Gayatri Chakravorty Spivak (2003): “¿Puede hablar el subalterno?” en Revista Colombiana de Antropología, Vol. 30, Enero-diciembre 2003.
[xxv] Incluso dentro de algunas variantes feministas, es reconocible la invisibilización de los movimientos LGTBI. La esencialización de lo masculino y lo femenino oblitera la posibilidad de pensar la diversidad de orientaciones sexuales por fuera del dispositivo del «sexo».
[xxvi] Avtar Brah (2011): Cartografías de la diáspora, Traficantes de sueños, Madrid.
[xxvii] Cf. Pierre Bourdieu (2000): La dominación masculina, Anagrama, Barcelona.
[xxviii] Para una crítica decolonial, cf. Víctor Silva Echeto (2014): Caos y catástrofe. Un debate sobre las teorías críticas entre América Latina y Europa, Gedisa, Barcelona.
[xxix] Una perspectiva esencialista sobre el género tiene como una de sus implicaciones centrales la construcción de una dicotomía en torno a lo “masculino” y lo “femenino” –sustraída de la historia específica de las sociedades- y la jerarquización de uno de los términos: reproduce una forma de binarismo (invertido) que subordina un término al otro, manteniendo intacta la lógica de la jerarquización.
[xxx] Edmond Jabés (2014): El libro de la hospitalidad, Trotta, Madrid, p.25.
[xxxi] Al respecto, remito a Antonio Méndez Rubio (2013): La desaparición del exterior, Eclipsados, Zaragoza.
[xxxii] He abordado estas cuestiones en “Noticias de la interculturalidad que no fue” (2014), disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=174337 y “La crisis de la interculturalidad” (2015), disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=194070.
[xxxiii] Gilles Deleuze y Félix Guattari (1990): Kafka, por una literatura menor, Era, México DF.
[xxxiv] Una crítica semejante no implica que deba efectuarse necesariamente desde una estética realista o desde una perspectiva puramente testimonial.
[xxxv] Julia Kristeva (1999): Extranjeros para nosotros mismos, Gedisa, Barcelona.
[xxxvi] Comparto la advertencia de Méndez Rubio: “El canon y el poder, el canon del poder y el poder del canon… forman articulaciones heterogéneas y a la vez efectivas, cuyos vínculos con el orden del mundo deberían ser siempre objeto de reflexión para cualquier forma de pensamiento crítico” en La destrucción de la forma (y otros escritos sobre poesía y conflicto), Biblioteca nueva, Madrid, 2008, p. 168.
[xxxvii] “Sobre todo, y en contradicción directa con la forma como se las evoca constantemente, las identidades se construyen a través de la diferencia, no al margen de ella. Esto implica la admisión radicalmente perturbadora de que el significado «positivo» de cualquier término –y con ello su «identidad»- sólo puede construirse a través de la relación con el Otro, la relación con lo que él no es, con lo que justamente le falta, con lo que se ha denominado su afuera constitutivo (…)” (Stuart Hall (1996): “¿Quién necesita una identidad?” en VVAA (2006): Cuestiones de identidad cultural, Amorrortu, Madrid.
[xxxviii] He procurado reflexionar al respecto en Poesía como exilio: en los límites de la comunicación, de próxima publicación.
[xxxix] Hago mía la conclusión de José Luis Gómez Toré: “Si es cierto que la poesía esconde como un secreto su naturaleza dialógica, la promesa del lenguaje como plena apertura al otro y a lo otro, no es lo menos que su propia oscuridad pone en entredicho uno de los mitos más insidiosos de nuestra época. Me refiero a la ingenua creencia en una comunicación plena, ya realizada, que se asienta en una concepción del lenguaje como un medio transparente, como un bien común, que todos poseen por igual” (El roble de Goethe en Bunchenwald, Libros de la resistencia, 2015, Madrid, p. 129).