«El sudor de la morfina»: poesía, testimonio y dignidad

 

Por Esteban Alonso Ramírez*

Crédito de la foto Fruit Salad Shaker Ed.

 

 

El sudor de la morfina:

poesía, testimonio y dignidad

 

 

 

El poeta Jason Shinder escribió: “El cáncer es una enorme oportunidad de apretar la cara contra el vidrio de nuestra mortalidad”. Pero lo que los pacientes ven al otro lado del vidrio no es un mundo al margen del cáncer, sino un mundo confiscado por él, el cáncer incesantemente reflejado en torno a ellos como una sala de espejos.

El emperador de todos los males

Siddhartha Mukherjee

 

 

El 15 de agosto de 2009, a eso de las tres de la tarde, hice una llamada por cobrar desde un teléfono público. Al otro lado de la línea está mi madre, preguntando si todo estaba bien, extrañada de que no llegara a almorzar por la ocasión. Aterrado y confundido, escarbo por palabras que he repasado cien veces en los últimos minutos, pero que ahora se niegan a salir: Estoy en emergencias del Calderón Guardia. Vengo de que me hicieran unos exámenes de sangre y un ultrasonido. Mañana me sacan un tumor maligno y necesito ayuda para tener lo básico mientras esté internado. Un sollozo, el auricular pasa a mi padre, quien me pide paciencia y calma, incapaz de ocultar su propio temor.

La espera por una camilla en feriado, en medio de la sala de emergencias, fue en sí misma una pesadilla: gente apuñalada, baleada o crítica tras accidentes de tránsito iba y venía en una especie de danza demencial. Mamá me apretaba la mano, y el universo entero se reducía al mínimo gesto que nos unía en medio del horror. Mientras, yo sentía que mi vida, en ese momento bastante despreocupada y llena de actividad, se paraba de golpe. Pero ni la sangre ni los gemidos agónicos fueron tan aterradores como el sonido monótono del respirador del hombre que se moría de cáncer al otro lado del cuarto al que se me asignó, o como el catálogo de miradas de pánico que fui topando en el pabellón de oncología del hospital en las horas antes de ser llevado al quirófano.

Por más que la cirugía fue un éxito y me salvé por la mínima de una metástasis fulminante, pasaron años antes de que pudiera sentirme con un derecho real a soñar, hacer planes o involucrarme en una relación. El futuro se había convertido en una sombra donde el cáncer volvería a quitarme todo lo que daba por sentado, quizá con éxito esta vez.

Algunas semanas después, Sebas Miranda, amigo amado y hermano del alma, me oyó tratar de articular esta historia en detalle, con mucha dificultad. Contraintuitivamente, hablar con seres queridos sobre esta situación da mucho miedo: ¿te mirarán distinto? ¿comenzarán a agobiarte con esa lástima deshumanizante que para muchos es su primera reacción? ¿te saldrán con la frase imbécil de “todo tiene un propósito”? Afortunadamente, en armonía con su enorme corazón, Sebas reaccionó justo con lo que uno necesita en esas situaciones: compasión, respeto, empatía, y la escucha plena de quien entiende que estas conversaciones son para unir presencias, no para encontrar falsas soluciones o consuelos fáciles. Hasta hoy, ese cariño convertido en solidaridad y sensatez son cosas que agradezco de corazón, actitudes que he procurado emular cuando alguien me comparte una historia sensible.

 

El poeta Sebastián Miranda Brenes

 

Tiempo después, él se aproximó primero con una idea y luego con un borrador: construir un poemario basado en la experiencia de personas con cáncer, con un tono testimonial, fiel a su experiencia. Años de trabajo y pulimento, con el rigor de quien trata sus poemas como corte de diamante, han dado como fruto el hermoso libro sobre el que quiero comentarles.

La nuestra es una época enferma de egocentrismo. Hablamos demasiado y escuchamos muy poco; cada uno quiere ser la estrella de un ficticio sistema de ego planetario. Muchas de las personas que escriben poesía no han escapado de esta tendencia; puede que varias incluso la exacerben. Justo por no escuchar, empeñados en forzar su intimismo en los demás, pierden la oportunidad de dialogar con su tiempo y la gente que lo habita. No es sorpresa que tantos crean que es un oficio sin propósito.

En medio de tanta poética basada en el monólogo, Sebas nos da como ofrenda este libro basado en el diálogo, en la escucha, en el testimonio desprovisto de artificio. Él se dio a la tarea de conversar con sobrevivientes de todo Costa Rica, de México, Argentina, Chile, España y los Estados Unidos. Se entregó a una rigurosa investigación bibliográfica acerca del cáncer, la enfermedad como fenómeno cultural y lingüístico, sobre la muerte misma como proceso y símbolo. Su mente y su sensibilidad buscaron con valentía allí donde la mayoría vuelve la mirada, no solo porque quería entender, si no también amar y dignificar cada una de las historias en toda su justa dimensión. Con los límites obvios de mi experiencia, nunca he visto en la vida alguien que trabaje tan duro para lograr tanta empatía y rigor en un poemario.

El resultado es evidente tan pronto empezamos a leer: poderoso, sensible, respetuoso, devastador en la economía de los textos y la manera en que los sobrevivientes, sus historias, son quienes construyen la poesía desde sus propias palabras. Con la sabiduría de un místico budista, Sebastián se anula como presencia para dejar que la experiencia hable a través de otras voces, escapa de la tentación de contaminar con comentarios el material sensitivo que la ha sido confiado, trata con honor el dolor, las alegrías esporádicas y la esperanza frágil. Su compromiso con la poesía es un compromiso con la verdad.

 

 

Hablar de manera directa sobre esta enfermedad justo en un momento cultural donde la salud es tratada como fetiche y el culto al cuerpo margina por definición a la mayoría de las personas, es algo que no puedo destacar y celebrar lo suficiente. Más aún cuando dicha obsesión con la belleza, los sistemas de entrenamiento y las dietas milagrosas invisibiliza en el imaginario público las verdades e historias de quienes atraviesan cualquier trance doloroso, a los cuerpos sufrientes desde un interior que los ataca, los recursos traumáticos usados para tratar de salvar sus vidas. Como un genuino acto de resistencia, este libro nos recuerda que el cáncer, pese a todo, es también la vida misma, algo que debe ser asumido y afrontado en todo su rigor para que signifique, para dignificar a quienes lo padecen o padecerán. El texto nos nutre en empatía y solidaridad.

Otro aspecto relevante está en que la estructura del libro funciona como un tapiz: solo tras contemplar todo su hilado por detrás, al terminar el último poema, logramos dimensionar la sutil unidad temática y complejidad narrativa que acabamos de presenciar.

Una historia atraviesa el libro como una columna fragmentada. Desde el primer poema, con David, tenemos el testimonio de quien recién recibe la noticia no solo de estar enfermo, si no de que sus posibilidades son mínimas. No hay concesiones. Este mismo paciente se encontrará pronto con Alonso, mi tocayo poético que le muestra lo que es la vida en un pabellón de oncología y nos recuerda que todo el tiempo hay grupos de gente ingresando a un sitio así, llenos de miedo, esperando salvar su vida entre “las sábanas marcadas/por el sudor de la morfina”.

Ambos personajes forjan una amistad y hacen su vida más llevadera entre poemas y risas. Es valioso destacar esto: es difícil describir el grado de cercanía, cariño y solidaridad que uno desarrolla con sus compañeros de habitación, ya sea esperando por cirugía o por quimio. Pese a sus mejores intenciones, el amor de tus seres queridos tiene límites claros, una de las frustraciones de la experiencia es que sos vos quien nota una lejanía pese al cariño. Pero tus compañeros de pabellón, si son buenas personas, son un ancla en medio de tanta deriva: al menos ellos entienden por lo que estás pasando. Es, con todo, una historia con final desigual, realista: el joven Alonso se salva contra las peores posibilidades, David se va apagando conforme su tratamiento no tiene el efecto deseado.

Otra historia transversal es la de Lucía, con quien comenzamos a entender el rechazo visceral a la lástima ignorante y al cambio en la mirada ajena cuando la palabra cáncer y tu nombre comienzan a asociarse. También la ira subyacente ante el absurdo de toda la situación, la impotencia en el duelo por partes del cuerpo que tienen que ser extirpadas para darle esperanza al resto, la náusea perenne de la quimioterapia. Cierto refugio llega para ella también en forma de fe, comprensible asistencia emocional ante la confrontación con la irracionalidad despiadada que te mata desde dentro. Pero dicho refugio es frágil en su caso por causa del torbellino emocional que implican el dolor y la incertidumbre, el desgaste físico, la soledad intrínseca de toda esta experiencia.

 

El poeta Sebastián Miranda Brenes, leyendo

 

Al lado de estas, el libro comienza a ofrecer un catálogo más amplio de distintas facetas del cáncer, tal como las diversas experiencias de los médicos que luchan contra él. En la Dra. Fernández tenemos el ateísmo justificado y digno de quien oye a sus pacientes refugiarse en un dios, frustrada de ver que no responde, mientras que su paciente Isabel encuentra fortaleza en las oraciones de terceros por ella. Escuchamos al Dr. Gómez, quien tras tres décadas sabe que el único dios verdadero en un pabellón de oncología es el Miedo, apaciguado apenas por “el intento de curar/a través del veneno”. En Dra. Esquivel se nos hace parte de otra variante espantosa de esta historia: la de una profesional en oncología que enferma ella misma de un cáncer demasiado avanzado para ser tratado.

Nos identificamos con un cuerpo “consumido/y deportado/al país de los enfermos” en Christopher, mientras también Jim nos recuerda que hay privilegiados genéticos para quienes el trance de recuperarse es relativamente benigno. Somos parte de la desesperación impotente de Ligia al no poder aliviar el dolor de su hijo, que pasa ya por pruebas y tratamientos. Pablo nos acerca a un hombre que llega incluso a estar clínicamente muerto tras incontables cirugías y el desgaste irreversible de su cuerpo, pero aun así se niega a renunciar.

El panorama, se diría, es oscuro y agobiante. Pero eso sería deshonrar al libro y su verdadero logro: primero que nada, es un canto de esperanza. Lo que estamos viendo son testimonios de vida, una vida que es valiente y persevera ante una de sus situaciones más extremas e inciertas. El amor, la risa, la solidaridad, todos tienen espacio justo allí donde son necesitadas con mayor urgencia. En ese frágil punto de encuentro entre la biología y la cultura que es cada uno de nuestros cuerpos, crecen tanto la muerte como la resistencia tenaz a ella. Esa perseverancia en vivir, esa lucha llena de un amor renovado por el mundo y los demás que puede nacer de estos trances, son motivos para celebrar el espíritu humano en cada uno de nosotros. Sin abandonar ni una vez la seriedad y sacralidad de este tipo de vivencia, Sebastián nos dice que incluso el peor de los momentos es una oportunidad para el crecimiento y la ternura.

En estos días de tanto oscuro monólogo en el vacío digital, estos poemas nos invitan a conectarnos, a contemplar, a reconocernos dignos pese al sufrimiento. “El sudor de la morfina” es logro poético y humanístico, y les aseguro que su lectura les hará mejores personas: más sabias, más amorosas, más empáticas. Justo lo que más necesitamos hoy y siempre para vivir con plenitud.

 

Heredia, julio de 2021

 

 

 

 

 

*(Heredia-Costa Rica, 1983). Escritor y diseñador instruccional. Fue parte de los talleres Netzahualcóyotl y Libertad Bajo Palabra, así como de la Asociación Cultural Tangente. Ha incursionado en poesía, cuento, ensayo y crónica. Ha facilitado talleres y organizado eventos culturales como parte de estas agrupaciones o de modo independiente. Ha publicado Corazón de los Días (2010) y Ser un Tercero (2015).

 

 

 

**(San Pedro de Barva Heredia-Costa Rica, 1983). Escritor, gestor ambiental y cultural. Perteneció al Taller Literario Netzahualcóyotl de Heredia. Fue miembro fundador de la Asociación Cultural TanGente, que organizó el Encuentro Arte Comunidad, proyecto del Corredor Cultural TransPoesía (Argentina, México y Costa Rica). Ha publicado en poesía Antimateria (2013 y 2014) y, actualmente, edita Matrices; y El sudor de la morfina (2020), El colibrí dibuja fractales (libro-arte, 2020), Inflexiones (inédito) y El mar cabe en tus ojos (inédito).

 

 

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